"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 6 de septiembre de 2024

Libro IV. Episodio 64, Andrés, desaparecido en combate

 

   Álvaro, salvo cuando está de servicio, no se pierde ni una de las sobremesas en las que el comandante Yela, diplomado de Estado Mayor, explica a los oficiales con menos experiencia cómo deberían analizarse las batallas terrestres de la guerra civil.

   -Analicemos dos de las batallas más importantes del pasado año, que los republicanos plantearon en principio como maniobras de diversión para aliviar la presión de nuestros ejércitos en otros frentes. He hablado de dos batallas pero, dado que es reciente, voy a añadir una tercera, Teruel. ¿Quién empezó esas batallas?, los republicanos. Primera conclusión: el ejército popular cuenta con un eficaz estado mayor. Segunda conclusión: el servicio de espionaje de las fuerzas nacionales, the intelligence service como dirían nuestros colegas británicos, no es lo bueno que debería ser. ¿Qué pasó discurridos los primeros días de combates? que, habiendo conquistado una cierta cantidad de terreno y equis poblaciones, los republicanos se topan con una defensa dura en una cota o en una localidad determinada, entonces ¿qué suele ocurrir? –Yela lanza al ruedo una pregunta a lo Sócrates. Álvaro es quien recoge el guante.

   -Suele ocurrir que los rojos se empecinan en tomar la cota o la localidad que es defendida con denuedo por los nuestros y se atascan en el empeño, dejando de avanzar.

   -Me vale la respuesta. Sigo. El tiempo que el ejército popular tarda en reducir a los defensores de la cota o población en la que se han atorado proporciona tiempo al mando del Ejército nacional para enviar refuerzos al área del combate y la lucha se iguala. Tercera conclusión: el Ejército popular ataca bien, pero algo falla en su cadena de mando y no sabe obtener provecho de sus ataques. Y cuando las fuerzas de ambos ejércitos se igualan, ¿qué es lo que suele ocurrir? –Yela no espera respuesta-. Pues que la lucha se estabiliza y tras unas semanas de choques, generalmente encarnizados, la situación vuelve al punto de partida, quizá habiendo ganado algunos kilómetros o determinadas poblaciones, pero sin que supongan cambios significativos en el escenario bélico -Y así seguimos, piensa Álvaro.           

   La noche del 6 de marzo, el Canarias, el Almirante Cervera y el Baleares, que van convoyando unos mercantes, cargados de armas y municiones, son sorprendidos por una escuadra republicana. Los cruceros nacionales abren fuego y los buques enemigos responden. Tres destructores rojos lanzan varios torpedos, dos de ellos impactan en el Baleares, dañándolo gravemente. El Canarias y el Cervera se alejan para llevar el convoy a aguas de Argelia y volver luego a socorrer al Baleares, que acaba hundiéndose. Dos destructores británicos rescatan a unos quinientos hombres del crucero, pero en el naufragio desaparecen casi ochocientos. Cuando el Canarias y el Cervera regresan al lugar del ataque no pueden hacer más que acoger a los supervivientes. Álvaro se desgañita preguntando a los rescatados que suben a su buque:

   -¿Habéis visto al marinero Andrés Carreño?

   Nadie sabe de él. Desesperado, intenta ponerse en contacto con los tripulantes del crucero hundido que han sido trasladados al Almirante Cervera, pero no lo consigue. Cuando es relevado del servicio, el placentino se encierra en el camarote y teme lo peor: que Andrés ha podido morir. De pronto, la puerta se abre y el oficial con el que comparte la cabina entra.

   -¿Has sabido algo de tu hermano? –Álvaro niega, al tiempo que trata de contener las lágrimas-. Lo mismo está entre los que lleva el Cervera.

   -Eso no lo sabremos hasta que lleguemos a Porto Pi.

   Ajenos por completo a la tragedia que tan de cerca les puede afectar, Pilar y Luis están tomando un aperitivo en el bar Chicote. Cada vez se citan en puntos más cercanos a la farmacia, como si estuviesen tentando que alguien de la familia los vea. El local está lleno y visto el gentío que pulula por las calles nadie diría que Madrid es una ciudad en guerra. Acabadas las aceitunas que han estado picando, Pilar limpia a su novio los restos que se le han quedado en las comisuras. Luis la mira con infinita ternura mientras piensa en la inmensa fortuna que ha tenido que una mujer así se haya enamorado de él.

   -Luis, cariño, te recuerdo que me prometiste que un día me llevarías al bar del hotel Florida para conocer a los corresponsales de guerra que se reúnen allí. Igual podemos ver en persona a Hemingway, Orwell o Saint-Exupéry. Sería una pasada.

   - ¿Qué te parece si vamos esta tarde?, aunque, al ser domingo, no sé yo si esos personajes tendrán un patrón de vida diferente al del resto de la semana.

   Tras el aperitivo, la pareja almuerza en una taberna de la calle Mesón de Paredes, que presume de llevar más de ciento cincuenta años en el mismo sitio y que está especializada en menús típicos como el rabo de toro, que ha sido el plato principal y único del día. Tras la sobremesa se dirigen al Florida, situado en el ala sur de la Plaza de Callao, con la esperanza de ver a algunos de los corresponsales de guerra. Su decepción es grande cuando ven que en el bar solo se ve gente con más pinta de ser españoles que extranjeros. Luis da una buena propina al calvo camarero que les atiende y este, haciendo gala de una memoria prodigiosa, les cita algunos de los nombres ilustres que residen o han residido en el hotel, pero que hoy, al ser domingo y no haber ninguna batalla destacada, vaya usted a saber dónde se habrán metido.

   -Tenemos el honor de que, entre otros, se han alojado en nuestro hotel: Mijaíl Koltsov, Geoffrey Cox, Henry Buckley, el polaco Ksawery Pruszynski y el americano Herbert L. Matthews. Aunque desde lo de Teruel la mayor parte se han ido a Cataluña y a Valencia. Tendrían que haber visto este bar el año pasado, se oía hablar más en inglés y francés que en español. ¡Y qué propinas daban!

   - ¿Y se reunían aquí? –quiere saber Pilar.

   -Generalmente, sí, aunque a veces también se juntaban en la vecina sede de Telefónica o en el Hotel Gran Vía, junto al bar Chicote.

   Tras tomarse unos cafés, que saben más a achicoria que otra cosa, Pilar tira a Luis del tabardo pues en la tarde marceña sopla un airecillo serrano que hace recordar que en Navacerrada todavía hay nieve.

   -Luis, ¿ese extranjero que acaba de entrar no es Hemingway?, ¿y esa rubia larguirucha que le acompaña no es la misma con la que hablabas en el Gaylord?

   -Sí, y ella es en efecto Martha Gellhorn.

   Los novios vuelven a sentarse y llaman al camarero para pedir otros cafés y un coñac. Cuando les sirve la comanda, Pilar vuelve a preguntar al camarero.

   -Esa señora rubia que acompaña a Hemingway, ¿también se aloja aquí?

    -Sí y … -el camarero junta los índices y sonríe pícaramente.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 65. No tienes remedio, hermano