El 15 de febrero, Miércoles de Ceniza,
comienza la Cuaresma de 1889, cuya culminación es la Semana Santa que empieza
el 24 de marzo, Viernes de Dolores, y acaba el 2 de abril, Domingo de Resurrección.
En Plasencia existen varias cofradías que recorren sus calles a lo largo de esa
semana. Una de esas cofradías es la del Silencio, de la Hermandad de Nuestro
Padre Jesús Nazareno, Cristo por quien la madre de Consuelo siente gran
devoción desde que siendo una niña y habiendo contraído el tifus, gracias a su
intercesión se curó, según le contaron. Por ese motivo, todos los años que
puede se desplaza a Plasencia para asistir a la procesión que desfila la noche
del Miércoles Santo. Toda la familia Manzano-Barrado, con la señora Soledad al
frente, ha viajado este año a la ciudad placentina para asistir a las
ceremonias del final de la Cuaresma. A la matriarca de la familia éste no era
el año que mejor le venía el desplazamiento, pero ha pensado que así le hurta a
su primogénita la posibilidad de verse con su pretendiente mañego durante unos
días.
Lo que menos podía pensar la señora Soledad
es que su hija y su enamorado han urdido un plan para que los días que los Manzano
pasen en Plasencia sirvan para que Consuelo pueda conocer y hablar con su
futura suegra, doña Pilar Lahoz. Los Manzano llegan a la ciudad el lunes 27 y
tienen previsto quedarse hasta el 1 de abril. Se alojan en casa de una prima
hermana de Soledad, casada con un rico comerciante placentino. En cuanto a Julio
y su madre también han llegado a la ciudad del Jerte y se han instalado en el
piso que la amiga de Pilar, Etelvina, posee en Plasencia.
El martes, 28, día en el que todavía no hay
procesiones, la matriarca de los Manzano da permiso a su prole para que puedan
darse un garbeo por la ciudad. Es la ocasión que esperaban los enamorados. El
plan que han organizado es que Consuelo pueda verse con doña Pilar en un
recoleto merendero de las afueras de la ciudad en el que es harto improbable
que les vea Soledad. Una de las primeras impresiones que se lleva Consuelo al
ver a la madre de Julio es que es bastante más chica de lo que imaginaba. Al
ser Julio tan buen mozo esperaba que su madre fuera alta y recia, pero es más
bien menuda y delgada, aunque aquellos ojos que la miran, con una mezcla de
ternura y expectación, no tienen nada de menudos. Doña Pilar, como si hubiera leído
la mente de la muchacha, le saluda preguntándole:
-¿A qué esperabas que fuera más espigada?
Cuando alguien conoce a Julio antes que a mí es lo que suele ocurrir. Como él
tiene tan buena planta, imaginan que también la tendrá su madre. Es que en el
físico ha salido a su padre, que en gloria esté, que también era un buen mozo.
Consuelo se ha puesto colorada como un
pimiento y balbucea algo parecido a una disculpa. La madre del quinto, en
cambio, no se lleva ninguna sorpresa con la fisonomía y el porte de la joven,
su hijo se la ha descrito con tanto detalle que es como si la conociera de toda
la vida. Como Consuelo sigue visiblemente nerviosa y Julio parece que ha perdido
el habla, ha de ser Pilar la que tome la iniciativa y le plante dos besos a la
encogida muchacha.
-Así que tú eres Consuelo. No sabes cuantas
ganas tenía de conocerte. Mi hijo me ha hablado tanto de ti que es como si te
conociera de siempre. Ahora bien, el muy tunante lo que me no dijo es que
tienes carica de ángel. Entiendo que esté tan coladico por ti –Como la muchacha
todavía no se arranca, Pilar busca una pregunta sencilla para que la joven
pueda sentirse cómoda al contestarla-. Me dijo Julio que ibas a estudiar Magisterio,
¿por qué no lo hiciste?
La joven, con la percha que le brinda su
futura suegra, se desprende de sus nervios y recobra el temple del que suele
hacer gala.
-Yo sí que tenía ganas de conocerla, doña
Pilar…
-Llámame Pilar a secas.
-Es que verá, a las maestras en el pueblo
siempre las tratamos de doña y no me sale tutearla…, a lo mejor cuando nos
conozcamos más…
-Bien, Consuelo, no quiero violentarte, pero
dime ¿por qué no estudiaste?
La joven, ya serenada, le cuenta que lo de
estudiar fue idea de su padre, que era un hombre avanzado a su tiempo porque en
Malpartida ninguna moza había cursado una carrera, ni siquiera las hijas de los
profesionales con título. Su padre pensaba que una mujer debe valerse por sí
misma y no depender de un marido, y por eso quería que estudiase para maestra o
enfermera. Justo en aquel verano, y antes de que pudiera comenzar sus estudios,
fue cuando ocurrió la terrible desgracia: su padre fue coceado por un semental
que le reventó la cabeza. No se pudo hacer nada para salvarle. Entonces su
madre, que nunca vio con buenos ojos que la muchacha estudiara, con el pretexto
de que tenía que hacerse cargo de las tareas de su difunto marido y que alguien
tenía que cuidar de la casa, no la envió a Cáceres y allí se acabaron sus
sueños de llegar a ser maestra o enfermera, aunque nunca llegó a saber qué le
hubiera gustado más.
-¡Qué mala suerte tuviste, hija! Lamento lo
de tu padre. Si pensaba como cuentas es verdad que era un hombre adelantado a
su tiempo. También yo tuve la suerte de tener un padre que tenía idéntico
talante, y eso es algo que no abunda. Lo que predomina es la gente que piensa
como tu madre, los hombres a trabajar o a estudiar y las mujeres a cuidar la
casa y a tener hijos. Si algún día eres madre te encarezco que procedas con tus
hijas como pensaba tu padre, si puedes dales estudios, será el mejor regalo que
podrás hacerles.
Consuelo escucha a doña Pilar como si oyera
a alguien llegado del más allá. Es tan novedoso y apasionante lo que le
aconseja que se dice: ¡Ojalá, la hubiese tenido por madre y no la que me ha
tocado en suerte! Ahora comprende de donde provienen muchas de las ideas que le
ha oído a Julio. La conversación entre ambas mujeres es cada vez más fluida y
distendida y en la que el joven quinto apenas si participa hasta que…
-Julio, hijo, ¿por qué no te das una vuelta
por ahí y vuelves como dentro de media horita?
-¡Pero, madre! –solo es capaz de replicar el
joven.
-Es que quiero hablar con Consuelo de cosas
de mujeres y si estás delante se puede sentir incómoda. Anda, hijo, haz lo que
te pido, por favor.
Julio, entre sorprendido y un tanto molesto,
mira a ambas mujeres y por momentos no sabe qué hacer hasta que ve en los ojos
de su amada un tácito asentimiento. Entonces acepta la petición. En cuanto se
quedan solas, doña Pilar no pierde el tiempo.
-Querida Consuelo, si me lo permites quiero
darte algunos consejos y ponerte al día de algunos aspectos del carácter de mi
hijo que no sé si te ha contado. Antes que nada, quiero que sepas que, en el
poco tiempo que llevamos charlando, he creído atisbar que eres una mujer con un
temple y un carácter que puede hacerle mucho bien a Julio. Me gustas y
comprendo por qué mi hijo está tan enamorado de ti. Si has leído la Biblia
sabrás que en ella hay varios ejemplos de mujeres temerosas de
Dios que marcaron la diferencia en su momento. Esas
mujeres sobresalieron en un mundo dominado por los hombres y
demostraron que Dios nos usa a todos para cumplir sus propósitos. O mucho
me equivoco o tú puedes ser para Julio lo que Sara para Abraham o lo que Rut
para Booz.
-No valgo tanto, doña Pilar, usted es que me
ve con buenos ojos. Solo soy una muchacha de pueblo con escasos saberes y que
conoce muy poco mundo; eso sí, estoy muy enamorada de Julio.
-Esa es la base más sólida para una relación
duradera. Verás, hijica –la señora Pilar hace un inciso-, permíteme que te
llame hija porque para mí es como si ya lo fueras. Julio tiene buen fondo y
está total y completamente enamorado de ti, pero has de saber algo más de él…-Y
Pilar le cuenta que su hijo tiene un vicio, que ha debido de heredar de su
padre, es jugador, casi se le podría llamar ludópata. Ganó mucho dinero cuando
alijaba por los lindes de la Raya y
todo se le fue tras una baraja, en las riñas de gallos o en cualquier otra
timba en la que apostar los dineros…-. Parece que desde que está saliendo
contigo esa lacra ha desaparecido o, al menos, se ha atenuado pero, como es
algo que lleva dentro, en un futuro, cuando os caséis, tendrás que estar vigilante
y si ese vicio renace deberás ponerle coto con la mayor energía posible. En
ello te puedes estar jugando el porvenir de vuestro amor y la felicidad de
vuestro hogar. Si recae, átale corto y sé la mujer fuerte que intuyo que eres.
-Gracias, doña Pilar. ¿Sabe?, Julio me lo
contó, lo de que le gustaba el juego y, cuando acepté que me cortejara, fue una
de las condiciones que le puse, que dejara de jugar. Ah, y también le pedí que
se buscara un trabajo honrado y que se olvidara de alijar. Si no me ha
engañado, y creo que no lo ha hecho, está cumpliendo su promesa y se porta como
un hombre cabal.
Pilar asiente, la muchacha está respondiendo
mejor de lo que imaginaba. Ahora le toca la parte más delicada y difícil. La
maestra, conocedora del bajo nivel de formación sexual que en general tienen
las jóvenes lugareñas, y después de algún titubeo, ataca la que puede ser la
parte más escabrosa de la conversación.
-Supongo, Consuelo, que tu madre te explicó
en su día los cambios que sufre la mujer cuando alcanza la pubertad… Me refiero
a la menstruación y a todas sus consecuencias…, así como que en adelante está
en condiciones de ser madre…
-Ya sé por dónde va, señora Pilar –La joven
tan pronto trata a su futura suegra de doña como de señora-, y no, mi madre
casi no me explicó nada, suele decir que esas cosas se aprenden solas.
Únicamente la tía María, la hermana mayor de mi madre, me dio alguna
explicación pero como al desgaire. Aprendí más de mis amigas. Y para que vea
que estoy preparada, cuando mi hermanita Luisa, que ya tiene trece años, tuvo
su primera regla fui yo quien le tuvo que contar qué era lo que le pasaba y lo
que tenía que hacer en adelante.
Pilar se dice: lo qué sospechaba, de una
madre ignorante salió una chica lista. Creo que puedo afinar más los consejos,
¡Dios quiera que acierte!