domingo, 4 de octubre de 2015

*** OCTOGENARIO



   El próximo día doce, festividad del Pilar, cumplo ochenta tacos, castiza expresión española para designar los años. En un aniversario tan redondo me ha parecido pertinente hacer unas mínimas reflexiones que quiero compartir con amigos y lectores.
   Deben ser contadas las personas que se plantean cuanto tiempo van a vivir. Yo, desde luego, no soy una de ellas pero, acaso porque de crío fui muy fetiller (escuchimizado en valenciano), nunca creí que llegaría a una etapa en la que no valen los tapujos de decir que estás en la tercera edad o que ya eres mayor. A los ochenta simplemente eres viejo y quizá abuelo que es, por cierto, uno de los apelativos que mejor llevo.
   Llegado a este punto es casi obligado mirar atrás, hacer balance. Pese a que, como dice la conocida cita: he tenido un hijo (dos), he plantado un árbol (varios) y he escrito un libro (muchos), el resultado final del arqueo no es como para tirar cohetes. He cometido más errores que aciertos y he tenido más fracasos que éxitos.  Pero lo hecho hecho está y no hay replay que valga. He vivido, parafraseando la tesis orteguiana, como mi yo y mis circunstancias me han dejado y he actuado como mi historia y mi entorno me han posibilitado o me han impedido. Quizá me ha faltado ambición y me ha sobrado pereza.
   Sobre el mundo de los idearios, de la sociedad, de la política o de la economía he terminado creyendo en muy poquitas cosas, tan pocas que caben en un dedal y sobra espacio. Si mis certezas son contadas, en cambio mis dudas son como las estrellas, incontables. Me enternece ver a los jóvenes, y a muchos que no lo son tanto, aferrados a ideales, creencias y pasiones que a la postre solo son humo. Aunque asumo que haya otras opiniones divergentes, que respeto pero que no comparto. Los escépticos solemos aceptar con el mejor talante posible que nuestras posturas no sean ni las únicas ni las acertadas ni, mucho menos, las mayoritarias.
   En el terreno de los sentimientos amé y fui amado y esos verbos en pasado lo dicen todo. Hoy me queda, que no es poco, el amor de mis hijos y de sus retoños, el afecto de un puñado de familiares y amigos y la simpatía de algunos exdiscípulos y lectores. No puedo, no debo quejarme.
   ¿Me será dado escribir un texto como este dentro de una década? Ya dije que no pienso demasiado en ello puesto que es algo que no depende de mí. Tengo mis dudas. Mi fachada todavía está razonablemente bien, pero en el interior las goteras se multiplican, las cañerías se oxidan y aparecen grietas en los lugares más insospechados. Será lo que Dios o la genética tengan escrito.
   A cuantos leáis estas líneas mi gratitud y mi cariño.