martes, 18 de marzo de 2025

“El masover” 11. Los torreblanquinos se divierten

    Agosto se está agotando y los Clavijo apuran sus últimos días en Torrenostra. Sacarietes piensa que en el pueblo estarán finalizando las fiestas patronales, que es la semana grande en la que se concentran las diversiones de los torreblanquinos. Algunas solo pueden disfrutarse durante esos días, como la representación de alguna zarzuela o la exhibición de una compañía de varietés con sus cantantes de coplas, de rapsodas, de cómicos y de magos. Pero los números que arrancan más aplausos, y a menudo los rugidos de algún mozo incontrolado,son los musicales, con las vicetiples ligeritas de ropa y la vedete luciendo plumas y tipazo.

   Otra de las diversiones más populares durante las fiestas son los toros en versión de correbous. Los paisanos de Zaca no conciben fiestas sin toros. Tal es así que el último día programado de festejos, el rudimentario coso, construido sobre los carros de los labradores, se llena de jóvenes y chiquillos pidiendo mes bous al concejal de festejos. El chaval nunca participa en dicha petición, pues no le gustan los toros. Otro rasgo que le diferencia de sus paisanos. Zaca solo ha visto corridas en los noticiarios cinematográficos, y admira que un hombre se ponga delante de un animal tan peligroso con el único auxilio de una muleta. Pero lo de citar al toro y, cuando éste embiste, salir por piernas a refugiarse en un cadafal, que es lo que hacen en el pueblo, le parece un tostón. Al igual que lo de las charangas, bailes y demás distracciones que se programan en las fiestas. De las diversiones locales solo echa en falta el cine, pues es un empedernido cinéfilo.

   La pasión por el cine la comparte el chiquillo con la mayoría de sus paisanos, pues por un módico precio se pueden vivir aventuras, vidas y amores que sin las pelis sería imposible. En el pueblo hay dos cinematógrafos: el del tío Gilet y el de Les Hostaleres.  Asimismo, hay dos patios que funcionan como cines de verano al aire libre y que en ocasiones sirven como pista de baile. En ambos locales no hay mobiliario, por lo que cada asistente ha de llevar su propia silla. Hay sesiones de cine las noches de los jueves, sábados y domingos –en los dos últimos también hay sesión de tarde-, y cuando la película del domingo tiene mucho éxito a veces se vuelve a proyectar la noche del lunes.

   En el cinematógrafo de Les Hostaleres trabaja como proyeccionista el señor Zacarías, y toda la familia se beneficia de ello, pues tienen la entrada gratis. En cada sesión la peli es diferente, por lo que los Clavijo, que no se pierden ni un pase, ven, al menos, una docena de películas al mes. Las cintas que tienen más éxito suelen ser las americanas y de entre ellas las del Oeste, que son las predilectas de Sacarietes. También las de miedo, que le gustan a Charito que no se pierde una de las de Fu-Manchú. Las cómicas, preferidas por Pedrito, tienen un público entusiasta, especialmente los films de Charlot y el Gordo y el Flaco. Y las españolas, cuando son folklóricas, son las dilectas de Rosario. Curiosamente, el señor Zacarías, que ve las pelis desde la cabina de proyección, no tiene preferencias pues, como suele repetir, él no va al cine a divertirse sino a trabajar. La mayor parte del público vive las películas con pasión. Cuando el protagonista es acechado por el malo, los espectadores le avisan a grito pelado, como si el intérprete pudiera oírles. Y en el momento en que gana el bueno o le da a la chica el beso final, el público estalla en aplausos.

   Una vecina de los Clavijo, Pilar la Catalana, también muy cinéfila, le pregunta a Rosario:

   -Si tuvieras que hacer una lista de las pelis españolas que más te han gustado en los últimos años, ¿cuáles pondrías?

-Para mí: Morena Clara y Nobleza baturra en las que la protagonista es Imperio Argentina. Suspiros de España,  de Estrellita Castro. Yo canto para ti, de Concha Piquer, para mí doña Concha. Y alguna más que ahora no recuerdo.

   -Todas  son pelis musicales.

   -Naturalmente, y en ellas actúan mis artistas preferidos que son los cantantes de coplas.

  Además del cine, el otro divertimento más popular, sobre manera para la juventud, es el baile. Pero es una diversión que no siempre se puede disfrutar porque suele tener la enemiga del párroco de turno, que transige cuando se trata de baile folklórico, pero no con el baile agarrado que es precisamente el que prefieren los jóvenes. Rosario fue muy bailona en su juventud, pero el baile se acabó cuando comenzó a hablar con el llumero, pues el maño no tiene buen oído y nulo sentido del ritmo, por lo que bailar es un suplicio para él.

   Otra diversión, cada vez más popular, es el fútbol. El equipo local, formado por aficionados, juega en una categoría provincial y cuando hay partido, en lo que fue un campo de algarrobos del tío Eixerino, los espectadores lo ven de pie, pues no hay graderío. Tampoco hay césped ni vestuario y los jugadores llegan a la cancha ya equipados. Por supuesto, no hay duchas, dado que no existe agua corriente. La mayoría de asistentes son varones, aunque cada vez se ven más mujeres. Zaca es aficionado, pero solo puede asistir cuando tiene una peseta que es lo que cuesta la entrada, cuando está sin blanca ha de conformarse con ver el partido subido en un algarrobo de una finca contigua. Y nunca está solo, hay más mirones.

   La otra diversión que tiene gran arraigo, sobre todo entre los adolescentes y que además no cuesta nada, es el paseo al atardecer por el Raval. Las pandillas, separados los sexos, pasean calle arriba, calle abajo, desde la Plaza de la Iglesia hasta el Rivet. Chicos y chicas se miran, a veces disimuladamente, otras con descaro, y raras veces llegan a mezclase. Son ellas las que más se pavonean exhibiendo sus encantos.

   Luego están las diversiones que podríamos calificar como minoritarias, pues las disfrutan grupos reducidos. Una es la que proporciona la banda municipal de música que dos o tres veces al año ofrece conciertos en la Plaza de la Iglesia. Las obras más valoradas suelen ser temas populares como el Sitio de Zaragoza y otros temas zarzueleros. Otra diversión son las obras de teatro que una compañía de aficionados, llamada Juventud Alegre, representa de vez en cuando. Un deporte, minoritario y de gente joven, es el trinquete –versión valenciana del frontón vasco-. El trinquete torreblanquino es una rareza, pues en la conjunción del frontal con los laterales hay sendos chaflanes en la parte inferior, de unos tres metros de altura, llamados flares, en los que cuando la pelota impacta toma una trayectoria oblicua. Hay otro divertimento más -si es que puede denominarse así-, popular entre el segmento de la población varonil, aunque tercamente ignorado por el beaterío local: la asistencia a las tres casas de putas a las que, hipócritamente, se las alude como cases de malviure, y a sus pupilas como dones de mala vida. Eufemismos citados siempre entre susurros y evitando que los oiga la chiquillería.

   Además de las diversiones públicas, están las privadas que se centran en reuniones de pandillas en domicilios particulares en las que se baila o donde se organizan juegos, más o menos inocentes, como la gallinita ciega, las sillas, el escondite inglés y otros similares. A ello hay que sumar las reuniones -la mayoría de mujeres casadas- en las que se juega al parchís o a juegos de cartas como la brisca, el cinquillo o el guiñote. Y todavía quedan otras diversiones aún más privadas: la lectura –escasa, pues los torreblanquinos son de poco leer- o la escucha de los programas de radio para las contadas familias que poseen un receptor. Una de esas familias son los Clavijo, dueños de un Telefunken del que Rosario se siente muy orgullosa, pues fue el regalo que le hizo su marido cuando parió el primer hijo. A veces, cuando suenan tangos, boleros y pasodobles Rosario da unos pasos de baile en recuerdo de sus tiempos mozos y de unos brazos nervudos que le ceñían la cintura. Sabe que aquellos días no volverán, pero le queda algo que no podrán arrebatarle: la música y con ella la canción.

   A Rosario siempre le gustó cantar. No es dueña de una voz potente, pero tiene buen oído, un timbre agradable y entona bien las canciones. De joven formó parte del coro parroquial, participación que no ha podido mantener de casada, pues las obligaciones de una madre y ama de casa lo impiden. Y del inabarcable universo musical, lo que más le gusta son las coplas. Cuando las ocupaciones se lo permiten, Rosario enciende el aparato, busca una emisora con programas musicales, y escucha con arrobo a las grandes figuras de la época: Concha Piquer, cantando  Suspiros de España, En tierra extraña,  Ojos verdes o Tatuaje. Estrellita Castro, interpretando María de la O, Mi jaca o Los piconeros. Imperio Argentina, modulando El día que nací yo, Échale guindas al pavo o La falsa moneda. Angelillo, con su gran éxito de La hija de Juan Simón. Pastora Soler, entonando La bien pagá o Raquel Meller, con su incomparable El relicario.

   -Zaquita –le dice a su hijo-, no hay nada como las coplas. Escuchas, por ejemplo, Tatuaje y es como si oyeras representar una obra de teatro -Y Rosario entona-: Él vino en un barco de nombre extranjero/ Lo encontré en el puerto un anochecer/ Cuando el blanco faro sobre los veleros/ Su beso de plata dejaba caer…

   Todavía hay una diversión más, exclusiva de los hombres, y de la que es un adicto el señor Zacarías: la asistencia a tabernas y cafés. El llumero, dos veces al día, tras el almuerzo y la cena, se va al café de Agustín el Meme, o al de Les Catalanes, a jugar su sempiterna partida de manilla y a departir con sus amigos. Práctica que Rosario, al principio de su matrimonio, llevaba mal y que fue motivo de las primeras peleas de la pareja.  Las tabernas son lugar de acogida para la gente menos pudiente, pues el vino, generalmente del país, es más barato que el café y los licores. Su mobiliario suele ser asaz espartano: una pequeña barra de azulejos, tras la cual están los barriles de vino, y unas cuantas mesas de pino sin barnizar acompañadas por modestas sillas de enea. El indicativo de que allí hay una tasca es una rama de pino colgada encima de la puerta.

   Visto como se divierten los torreblanquinos, chavales como Zaca, cuya diversión preferida son sus libros, tebeos y revistas, son una excepción y, como todas las excepciones, difícil de encajar en el colectivo. ¿Cambiará eso en el futuro?

  

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 12 de la novela “El masover”, titulado: Veinte duros son muchos duros