martes, 30 de septiembre de 2025

39. “El masover”. La tierra para el que la trabaja

  Entre las reformas que ha hecho la II República una de las más valoradas es la educativa, reforma que levanta intensas controversias, tanto dentro del parlamento cómo en la opinión pública. Los diputados y votantes de las derechas por un lado y, por el otro, los diputados y votantes de las izquierdas se plantean la educación de forma antitética. Los principios educativos que los gobiernos republicanos propugnan son que la educación pública debe de ser laica, gratuita -especialmente en primaria-, tener un carácter activo, creador, permanente y social. Y, además, defienden que sea mixta, que niños y niñas deben formarse juntos conforme a un mismo programa. Los defensores del ideario conservador aspiran a que la educación tenga un fuerte componente religioso, valoran más la memoria que el espíritu creativo, el maestro es una figura de autoridad, los estudiantes suelen tener un papel pasivo, niños y niñas no deben mezclarse, y el aprendizaje se centra en la memorización y la repetición.

   En el aspecto material, una de las prioridades de los gobiernos republicanos ha sido la construcción de escuelas primarias públicas, para poner fin a una de las lacras de la sociedad española: el analfabetismo, que alcanza tasas entre el treinta y el cincuenta por ciento de la población, sobre todo en el sector femenino. De acuerdo con esa prioridad, en Torreblanca está proyectada la construcción de un nuevo grupo escolar que amplíe el actual, pero por el momento las inversiones del Ministerio de Instrucción no cubren todas las necesidades, ya que los ingresos de la Hacienda pública han disminuido considerablemente debido al bajón sufrido por la producción industrial y la depreciación de la peseta. Por el momento, la única novedad educativa que ha llegado al pueblo es la coeducación y la medida ha supuesto una revolución en el conservador ambiente local. Don José Persiva -uno de los maestros de Zaca- que ejerce de facto el papel de director escolar, ha recibido una circular de la Inspección Provincial de Enseñanza Primaria en la que se regula que, a partir del inicio del curso 1932-33, los niños de ambos sexos y del mismo curso compartirán la misma aula y maestro, sea del sexo que fuere. La medida supone una pequeña revolución en el seno del claustro torreblanquino. Al igual que ocurre en el resto del país, el profesorado se divide, la mayoría se posiciona en contra de la educación mixta, con la excepción de don Rodolfo, doña Mercedes y la ambigua posición del turolense don Francisco. Todos los demás, no solo se oponen, sino que inducen a la mayoría de padres, especialmente a los de las niñas, a que anuncien que si juntan a sus hijas con los chicos dejarán de enviarlas a la escuela. Esto último le parece muy bien a Zaca que, dada la educación recibida de la supremacía de los varones –y que es la mayoritaria de la sociedad española de la época-, es un convencido de la educación diferenciada por sexos. Las mujeres a sus labores, es lo que siempre pregona padre y si él lo dice es porque debe de ser así. La prueba la tiene en su propia casa: él estudia y ha oído comentar a padres que Pedrito y, en su momento, también Chimet seguirán el mismo camino; en cambio, Charito no lo hará, no porque sea menos inteligente que sus hermanos, sino porque es lo natural puesto que es mujer. Su futuro será casarse, ser madre y ama de casa.

   Ante la amenaza de los padres de las alumnas de que no llevarán sus hijas a la escuela, don José, que es contrario a la fusión pero, que como de costumbre chaquetea, no sabe cómo solucionar la controversia y recurre a la Inspección de Enseñanza Primaria. El inspector de la zona, don Ángel Pérez, para resolver el problema de la coeducación, organiza en el ayuntamiento una reunión a cuatro bandas: el alcalde, el director de la escuela, un representante de los padres y él mismo.

   -Les recuerdo que hay que llevar a cabo lo que manda la ley, puesto que, aunque no guste a los padres, eso es lo que hay que hacer en una sociedad democrática –resume el alcalde.

   -Apoyo decididamente la postura del regidor. Y, por el momento, me reservo el derecho de explicitar con más detalle la postura del Ministerio de Instrucción a quien tengo el honor de representar –explica el inspector.

   -Los maestros, como no puede ser de otra forma, haremos lo que diga la autoridad, pero habrá que tener en cuenta la opinión de los padres, pues al fin y al cabo son los mayores interesados en la educación de sus hijos -El director escolar, cogido entre dos fuegos, intenta quedar bien con todos.

   -Como representante de los padres insisto en que la mayoría de mis paisanos, sobre todo los que tienen hijas, no está por la labor de que se junten chicos y chicas, sino que cada sexo siga en aulas separadas. Además, debemos tener en cuenta que las niñas en la sesión vespertina solo realizan la actividad de costura, en la que se les enseña lo que toda mujer debe aprender: coser, remendar, tricotar  planchar…, etcétera. Y si se juntan niños y niñas, ¿qué pasará?, ¿qué también los chicos tendrán que aprender a coser y todo lo demás? ¿Y a quién se le ha ocurrido semejante majadería? –El representante de los padres es el más combativo de los cuatro y el único que se opone frontalmente a la educación mixta.

   Cómo no hay forma de que lleguen a un acuerdo, el alcalde propone cumplir la normativa de la coeducación, pero dando libertad a los padres de que envíen a sus hijos a un aula con coeducación o a otra sin ella. Esa solución de compromiso conlleva muchos problemas organizativos, pues en el pueblo hay ocho unidades escolares, cuatro de chicos y otras tantas de chicas, que en la práctica funcionan como ocho unitarias, y el colegio no tiene capacidad para desdoblar cursos con o sin régimen mixto. Tras mucho debatir y visto el escaso número de familias a las que no les importa que sus hijas se eduquen con chicos, se llega a una solución un tanto peregrina y que no deja contento a nadie: siete de las aulas tendrán alumnos de un solo sexo y la octava aula recogerá a siete niñas y dieciocho niños –aquellos cuyos padres aceptan la coeducación- que se educarán conjuntamente. De la reunión sale otro acuerdo de futuro, auspiciado por el inspector: que a partir del próximo año el primer curso de educación infantil será mixto, una forma de implantar la coeducación de forma gradual. Estas peripecias educativas y todo el barullo montado son seguidos por Zaca de primera mano, pues sigue yendo a la escuela diariamente a cantar sus lecciones. Del enfrentamiento, el chico saca la conclusión de que el diálogo es un instrumento esencial para afrontar dos posiciones contrapuestas.

   Otra reforma que España necesitaba con urgencia era la agraria, debido a la existencia de un sangrante problema histórico: la tremenda desigualdad social existente en la mitad sur del país, pues junto a los latifundios, propiedad de unos miles de familias que no cultivan sus fincas de manera directa, casi dos millones de jornaleros sin tierras viven en condiciones miserables. En la década de los treinta la población activa del sector primario representa cerca del cincuenta por ciento del total de la fuerza laboral del país, por lo que la tierra sigue siendo la fuente principal de la riqueza nacional. Para solucionar o, al menos, paliar la difícil situación de los jornaleros, el gobierno provisional de la República, ya en mayo del 31, tomó medidas en los llamados "Decretos agrarios" de Largo Caballero. Finalmente, en septiembre de 1932, el gobierno promulga la Ley de Reforma Agraria, que es uno de los proyectos republicanos más ambiciosos. El método que se escoge para resolver el problema es la expropiación con indemnización de una parte de los latifundios que serán troceados en pequeños lotes y entregados a los jornaleros. La medida es puesta en solfa por la mayoría de tertulianos del Pincho, algo realmente sorprendente, pero hay un motivo que fundamenta dicha posición y que lo explica el veterinario.

   -Puesto que en Torreblanca no hay latifundios, la reforma agraria no va a tener ningún impacto en el pueblo. Lo que aquí se necesita es lo contrario: un programa de concentración agraria, pues al estar la tierra repartida en miles de minifundios es prácticamente imposible conseguir una mínima rentabilidad de las fincas.

   -A lo que habría que añadir que un proceso de concentración parcelaria es algo que los labradores torreblanquinos son incapaces de asumir, ya que su modo de vida, sus costumbres y sus rutinas se centran en la cotidiana ida y vuelta a sus campos que, cuando tienen más de un jornal; es decir, cuando tienen una extensión de más de tres mil trescientos treinta y tres metros cuadrados son considerados unas fincas respetables –remacha don Rodolfo el maestro.

   Respecto al problema agrario, en Torreblanca en vez de parcelar lo que se debería hacer es agrupar, pero ello se topa con la tradición de los agricultores, el grupo de población más apegado a su patrimonio. Vender una finca, por muy pequeña que sea, es lo último que hace un labrador, cuya vida laboral, por lo demás, es enormemente repetitiva. La rutina de los labradores comienza por las mañanas cuando enganchan el mulo al carro y marchan a sus fincas a trabajarlas para ganarse un sustento que en la mayoría de ocasiones es de mera subsistencia. La mayor parte de las veces, les acompañan sus mujeres e hijos adultos y, en aquellas ocasiones que lo precisan, también los chiquillos. Muchos de los carros, llevan un perro atado, generalmente mestizo, en la parte posterior y que sirve de vigilante y para ladrar al mulo cuando se cansa de dar vueltas a la noria. La jornada laboral es de sol a sol. A mediodía, almorzarán de lo que hayan traído de casa o cocinarán algún guiso de fortuna hecho por la mujer en la misma finca, a menudo a la sombra de una de las frondosas higueras que circundan las norias. Los hombres visten pantalones remendados, casi siempre de pana, y, según el tiempo, blusas rayadas, chalecos o simplemente una camisa. Las mujeres llevan sayas negras o grises hasta los tobillos y se cubren la cabeza con un pañuelo o mejor un sombrero de paja para que no les dé el sol –lo de broncearse solo lo hacen las señoritingas de ciudad-. Los críos suelen llevar la ropa más vieja, a veces heredadas de sus mayores. Y lo habitual es que la familia no regrese a casa hasta cerca del ocaso, cuando en los caminos que confluyen en el pueblo se forman filas de carros que, a veces, se paran en los abrevaderos que hay en algunos de los accesos para que beban los mulos.

   Los Clavijo no son agricultores, pero la señora Rosario heredó de su fallecida madre tres minúsculas fincas: una de tierra campa en la partida de la Capella Vella, de tres cuartos de jornal; un campo de almendros en la partida del Bordar de menor extensión, y un marjal en la Sort de Monet de Dalt de medio jornal. Puesto que el señor Zacarías sabe poco de agricultura, ni tampoco tiene tiempo, las fincas no las laboran los Clavijo, sino que, cuando es necesario, contratan a uno o varios braceros para que realicen las pertinentes plantaciones, riegos, podas y recolecciones. Hay temporadas, la mayoría, en las que cuando el señor Zacarías echa cuentas de lo sacado por las cosechas obtenidas y resta los gastos de la mano de obra el resultado da pérdidas, por lo que más de una vez ha pensado que mejor sería arrendar las fincas o, al menos, alquilarlas a medias.

   Lo único que sabe Zaca de la práctica agrícola es lo que ha podido aprender en el laboreo de las fincas de su madre y piensa que es más que suficiente; solo le gusta la recolección de almendras, cuando con una caña, que al final tiene un trozo de su propia raíz, varea los árboles para hacer caer las almendras que, luego en casa, habrá que pelarlas antes de ensacarlas. El chico detesta el trabajo agrícola, pues exige un esfuerzo para el que no está preparado, más mental que físicamente, puesto que, desde que se encargó de llevar a pacer la cabra murciana, a lo que agregó el esfuerzo físico que supuso el manejo del triciclo se ha endurecido notablemente, ha ganado musculatura y se ha puesto relativamente fuerte. Pese a ello, cuando realiza algún trabajo en el campo se siente torpe, débil e incómodo. Lo suyo es el intelecto, no el músculo y, a poco que pueda, piensa seguir así en el futuro. Zaca no quiere tierras, ni para trabajarlas él ni para que se las trabajen personal contratado, piensa que con la que le toque en su día en el camposanto tendrá suficiente. Por eso está de acuerdo con la revolucionaria consigna de “la tierra para el que la trabaja”, que Emiliano Zapata utilizó como lema de la Revolución mexicana, y que los anarquistas ibéricos han hecho suyo. Pese a su índole conservadora y de aceptación del principio de la propiedad privada, el novicio estudiante de bachillerato, está de acuerdo que las tierras deberían estar en manos de los que las trabajan directamente y quienes no lo hacen no deberían tener derecho sobre ellas. Por lo que su amigo Pifa, que en ocasiones se gasta un humor negro, a veces le llama el republicano agrario.

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 40 de la novela “El masover” titulado: Tacticas de mujer