Jaime
Sierra ha estado meditando qué hacer para volver a hablar con Salazar y, como
ya había pensado, se ratifica en que un buen medio puede ser trabar amistad con
el hijo del exsindicalista que, por ahora, es el único que tiene franco acceso
a la habitación donde Curro guarda reposo tras la paliza sufrida. Sin pensarlo
más se desplaza hasta el Hotel Miramar de Torreblanca donde se aloja Francisco
José. Tiene suerte, encuentra al joven tomándose una cerveza en la larga barra
de la cafetería.
-¡Hombre,
Jaime!, tú por aquí, que casualidad.
-De
casualidad, nada. He venido a buscarte.
-¿A
buscarme?
Sierra ha planeado lo qué va a contarle al
primogénito de Salazar y ha optado por ser sincero y explicarle la verdad sobre
el motivo de su estancia en la Costa de Azahar. Comienza narrándole el papel
que ha jugado su padre en el caso ERE y, más importante aún, el que puede jugar
si se decide a declarar ante la juez de instrucción del caso cuanto sabe de la
trama sobre los presuntamente ilícitos expedientes de regulación de empleo. Y
como un grupo de imputados en el caso, entre los que él mismo se encuentra, han
decidido hacerle una propuesta para que, en caso de ser apresado y llevado
nuevamente ante la justicia, le cuente a la juez una versión cocinada sobre el
desarrollo de los hechos. Si acepta, y como contrapartida, le ayudarán en todos
los terrenos para que su probable condena sea lo más reducida posible. En esa
contrapartida va incluida la ayuda a su familia mientras esté en prisión y se
guarda para el final lo que supone que más impacto le causará al chico:
-… y además
te buscaremos un empleo en el que tengas un sueldo digno, bastante más de lo
que gana un mileurista.
-Ojú. Lo der
trabajo me parese de perlas, pero lo der curro está mal en todas partes y en
nuestra tierra ni te cuento. No sé cómo lo ibais a lograr. Además, no tengo
estudios, solo saqué er graduado escolar y tampoco sé ningún ofisio.
-Eso no va a
ser problema. Todavía tenemos muchos amigos. Te podríamos buscar un puesto de
asesor en un Ayuntamiento de los nuestros, que para eso no hace falta ninguna
clase de estudios ni títulos, solo un concejal que te proponga y un alcalde que
firme el nombramiento.
-Ojú, pues
si fuera así es como si me tocara er euromillones. Menudo alegrón se va a
llevar la mama cuando se lo cuente. ¿Y mi padre qué ha dicho de esa
proposisión?
-Se la está
estudiando.
-¡Qué coño
tiene que estudiar ese pijotero!, lo que tiene que desir es que adelante con
los faroles. ¡Que sí, vamos, que sí!
Aquí es donde Sierra ve la ocasión que
esperaba para ahondar en sus intereses.
-¿Sabes qué
es lo que hace que tu padre no vea nuestra propuesta tan clara como la ves tú?
Cómo pudiste comprobar ayer, no soy la única persona que está pendiente de su
salud. Allí estaban Pacheco, que trae una propuesta similar a la que te he
contado y el tipo con pinta de jinete encima de un purasangre en el Real de la
Feria, el tal Espinosa, que no sé quién es ni qué clase de negocios se trae con
tu padre. Y eso, sin contar con la Rocío. Todo lo cual me hace pensar que es
posible que alguno de ellos le haya hecho a tu padre una oferta mejor que la
nuestra.
-No creo que
haya una oferta más generosa que la vuestra. Lo que ocurre es que er
chichirivaina de mi padre se cree más listo que nadie, pero muchas veses se
porta como un aporlladao –Los andalucismos forman parte del lenguaje de Salazar
junior.
-Es posible.
Por eso, convendría que cuando hables con él trates de convencerle de que
nuestra oferta es la mejor que le pueden hacer. Que nosotros vamos a hacer lo
posible y hasta lo imposible para evitarle la trena y, en el peor de los casos,
para que esté en ella el menor tiempo posible con la tranquilidad añadida de que
tanto tu madre como tú y tus hermanos estaréis atendidos y ayudados. Eso no se
lo va a ofrecer nadie.
-Pues mira,
ahora mismito me voy a verle y le estaré trabajando er hígado hasta que diga
que sí a tu propuesta.
Sierra se ofrece a llevarle en su coche,
incluso le deja que lo conduzca. Una vez en la playa, le deja y se vuelve al hotel.
Cuando está a punto de aparcar una idea le viene a la mente: “¿Por qué no hablo
otra vez con Alfonso? Si unimos fuerzas lo que le propongamos a Curro nos va a
salir más barato y al mismo tiempo puede ser más sugerente. Por lo que me contó
nuestras ofertas son bastante parecidas”. Y sin pensarlo dos veces, enfila
hacia Orpesa donde se aloja el matrimonio Pacheco. En recepción le indican que
los señores Pacheco han ido a bañarse a la playa de la Concha. En un folleto
que le dan se entera de que dicha playa es una pequeña bahía arenosa limitada
al norte por la Punta de la Cueva y al sur por las calas de Orpesa la Vella.
Tiene fama de ser una de las playas más bonitas de la provincia. Solo puede
contemplar su hermoso trazo desde el coche porque lo que no encuentra es donde
aparcar. Cansado de dar vueltas se vuelva a Marina d´Or. “Tendré que ponerme en
contacto con Alfonso más tarde”, se dice.
La pareja que no ha podido encontrar Sierra
está cómodamente instalada en sendas tumbonas. Con la calorina del mediodía, a
Alfonso Pacheco se le han debido ablandar las meninges y le ha explicado a su
esposa la verdad sobre su encuentro con Salazar. Se lo cuenta todo: el encargo
de su grupo de amigos y compañeros para convencer al exsindicalista de que lo
mejor para todos es que se entregue a la justicia y que en sus declaraciones
explique que la mayoría, sino todos, de los funcionarios imputados se limitaron
a cumplir las normas de la Junta. El encontrarlo no fue una casualidad, iba
buscándole. Y cuando lo encontró, lo que es el azar, le libró de una paliza de
muerte que le estaba propinando un antiguo boxeador conocido como el Chato de
Trebujena. Macarena no es tan comprensiva como su marido cree, más bien al
contrario su réplica no puede ser más acerada:
-¿Y tú por
qué te metes en camisas de onse varas? Lo que tendrías que haber hecho es dejar
que aquel tipo terminase de rematarle. Y muerto el perro se acabó la rabia. El malaje
de el Curro ya no tendría que declarar más.
-¡Macarena,
por Dios, qué cosas dices! Comprendo que Salazar te caiga mal por lo de tu
hermano Alberto, pero de ahí a desearle la muerte media un abismo.
-Alfonso, te
quiero y te respeto, pero tengo que desirte que eres un blandengue. Si hubiera
estado en tu lugar, por estas que son cruses –dice en tono amenazante al tiempo
que hace dos cruces con el dedo pulgar e índice- que no hubiera movido ni una
seja hasta verlo destripao.
Pacheco, que sabe muy bien que cuando su
mujer se pone brava lo mejor es no discutir con ella, opta por abandonar la
conversación.
-Voy a darme
un chapuzón. ¿Vienes?
En el Grao de Castellón, Carlos Espinosa
también reflexiona sobre el modo de poder contactar con Salazar. Analiza las contadas
personas que tienen franco acceso a la habitación del postrado exsindicalista:
su hijo, la camarera que arregla el cuarto, quizá otra u otras empleadas que le
suban las comidas si no se decide a bajar al comedor. Y es posible que también
le visite alguna vez Alfonso Pacheco por aquello de que son paisanos, y pare
usted de contar. Conseguir la colaboración de alguna de las empleadas del
hostal puede ser una empresa relativamente fácil, sus salarios son paupérrimos
y se las podría comprar por poco dinero, pero la influencia que puedan tener
sobre Curro eso es harina de otro costal. Solo hay una persona a la que el
gaditano puede escuchar, su hijo. ¿Cómo hacerse con él?, ¿qué es lo que gusta a
la mayoría de jóvenes? Un petardeo que se cuela por la abierta ventana de la
habitación le da la solución: las motos. Y sin darle más vueltas, se mete en
internet a buscar donde alquilan motocicletas en Castellón. Encuentra una web rentalmotorbike.com que alquila motos y
scooters y que tiene hasta ocho modelos disponibles. Se acerca a la tienda y
alquila la motocicleta más aparatosa que encuentra, una Suzuki 650 SX y dos
cascos de motorista. No es que sea la mejor del mercado, pero es lo que hay. Ya
tiene el cebo, ahora solo falta que pique el pez.
El pez
está leyendo el periódico Marca en la cafetería de su hotel. Allí le sorprende
Espinosa con una inesperada oferta:
-Francisco
José, ¿te gustan las motos? –y sin esperar respuesta agrega-. Ahí fuera tengo
una Suzuki que corre como un relámpago, coge los doscientos a poco que la
pises. ¿Te gustaría probarla? Toma –le da las llaves y el casco- y pruébala.
Mientras, yo tomaré unas birras.
El chico no se lo piensa dos veces, le da
las gracias y sale a por la motocicleta japonesa. Cuando regresa tras una media
hora larga, Espinosa está entretenido operando su Vodafone 306 M1 by Samsung.
-Tenías
rasón, Carlos, como corre la jodida.
-¿Te ha
gustado?, pues te voy a alegrar el día. Puedes quedártela mientras estés aquí.
Así no tendrás que coger el bus de la playa para ir a ver a tu padre. Por
cierto, hablando de tu padre…
PD.- Hasta
el próximo viernes