Gimeno no sale demasiado contento de la entrevista con el Gobernador Civil, esperaba que cesase fulminantemente al alcalde, pero no ha sido así. Por eso cuando le cuenta a Lolita como se ha desarrollado la reunión lo hace un tanto alicaído:
- Hubo un momento que creí que me había
cargado a Vives, era como si tocase su cese con la punta de los dedos, pero al
final, ya ves, vuelvo con las manos vacías. Ese Paco tiene siete vidas como los
gatos.
- No te preocupes. Esto no ha sido más que un
asalto, habrá más. Si no puedes ganar por fuera de combate, la victoria a los
puntos también sirve, quizá es menos brillante, pero vale lo mismo. Es más,
creo que nos ha venido bien que le haya dado una moratoria a Vives, porque...
supón que el Gobernador lo cesa mañana, ¿acaso sabes quién lo va a sustituir?
Podría ocurrir que nombraran un alcalde que te pusiera las cosas todavía más
difíciles. ¿Te has planteado esas y otras muchas preguntas para las que
tendremos que tener preparadas sus pertinentes respuestas cuando llegue la hora
del relevo? No me contestes – y su sensual boca se distiende en una generosa
sonrisa -, lo leo en tus ojos, no te lo has planteado y no tienes respuestas.
Si te sirve de consuelo, yo tampoco. Pero sí sé que nuestra siguiente tarea es
encontrar esas respuestas. Y me doy por pagada si me invitas a un café.
- No solo eres la agudeza personificada, sino
que encima resultas baratísima como consejera. Con un café asunto resuelto.
Vales infinitamente más que eso. Lo sé muy bien. Ya no estoy tan seguro de que
lo sepan otros.
A Lolita
no le queda nada claro si la frase de José Vicente va dedicada a alguien en
particular, pero prefiere no ahondar en ello. Está feliz. Ha descubierto en el
juego político una insospechada palanca para desarrollar aptitudes que
desconocía que atesoraba. Y le da vidilla. Mucha.
- Estoy segura de que eres el jefe más
galante de toda la provincia. Me vale con un café porque tú me das más que yo a
ti. Tu sinceridad, tu petición de ayuda y, ¿por qué no decirlo?, tu amistad han
supuesto mucho para mí. Me han hecho sentirme viva y eso no se paga con dinero.
José
Vicente tiene otro frente abierto en el plano personal: Merceditas. Piensa que
es estupenda, una mujer encantadora y algún día será una magnífica esposa y seguramente
una madre ejemplar. Entonces, ¿por qué no acaba de gustarle? No sabe qué hacer.
Le agrada, pero algo falla en la relación. No es culpa de ella, es él quien
patina. ¿Por qué no es capaz de enamorarse de una jovencita que tiene tan buenas
cualidades como la Estanquerita? No solo es bonita y simpática, también es
discreta y con mucho sentido común. Por ahora no pasó de rondarle la calle. No
se atrevió a dar el paso de hablar con el tío Genaro para entrar en casa. Con
un tropezón es más que suficiente. Su prestigio quedaría dañado ante los ojos
de mucha gente si volviera a repetirse lo de la hija de los Arnau. Sus dudas,
sus vacilaciones, su no saber qué hacer se las resuelve de un plumazo una tarde
de verano la propia Merceditas al dejarla a la puerta de su casa.
- Creo, José Vicente, que no deberías volver
a buscarme.
- ¿Y eso por qué?
- Me parece que no pasaremos de ser buenos
amigos.
- Las parejas necesitan tiempo para conocerse
y para saber si pueden llegar a ser algo más que amigos – Gimeno está un tanto
desconcertado de que sea la joven quien plantee la cuestión que él es incapaz
de resolver.
- Es posible, pero llevamos hablando desde
finales del año pasado y creo que ya nos conocemos lo suficiente. Me pareces
muy majo y una gran persona, pero ni creo que yo sea la mujer que te conviene
ni tú eres el hombre de mis sueños. Perdona que sea tan cruda, pero las cosas
es mejor hablarlas sinceramente, ¿no te parece?
- Por supuesto. Aunque tengo que confesarte
que tus palabras me causan una gran sorpresa. No me las esperaba – a Gimeno que
sea la joven la que ha tomado la decisión de cortar su incipiente romance no
deja de fastidiarle, su amor propio está tocado.
- No quisiera que te molestaras. Tienes un
montón de cualidades y seguro que serás capaz de hacer feliz a cualquier mujer,
pero las cosas del cariño ya sabes como son.
- Tú me gustas mucho, Merceditas.
- Y tú a mí también, José Vicente, pero para
casarse creo que eso no es suficiente. Hace falta mucho más y ni tú ni yo
parece que estemos dispuestos a ello. Yo, al menos, te lo digo de corazón, no
me veo capaz. Por eso creo que lo mejor es que quedemos como buenos amigos,
pero nada más.
Lo
que Merceditas no ha dicho a José Vicente es que días atrás mantuvo una charla
con sus padres. Sus progenitores le preguntaron sobre sus sentimientos y cuando
ella les contó las dudas que tenía, le aconsejaron que no era bueno que
siguiera con una relación que no parecía conducir a ninguna parte. Llevaban
hablando varios meses y la gente ya murmuraba. Lo mejor era que lo dejaran y
cada uno por su sitio. No iban a faltarle buenos partidos.
Desde que Merceditas le dio puerta, Gimeno se siente tocado. No porque
fuera la jovencita la que tomó la iniciativa, aunque su orgullo de macho se
resintió, sino porque ha vuelto a quedarse muy solo. Sabe que si la Estanquerita
no lo hubiese hecho, al final hubiese sido él quien habría dado la espantada.
Le gustaba la muchacha, pero no le llenaba ¿Y dónde encontrar una mujer que le
llene? ¿Y si la culpa no es de las mujeres, sino suya? ¿Y si resulta que es tan
raro o exigente o egoísta que no hay ninguna mujer capaz de colmar el vacío que
siente dentro de sí? Interrogantes como esos se los plantea muy a menudo, y
alguna que otra noche le han dado las mil y una en la cama sin poder pegar los
ojos a causa de tantas preguntas y tan pocas respuestas. Lo que sí sabe es que
clase de mujer le haría feliz. Hace algunos años hubiera comenzado la
enumeración de cualidades deseando que fuera joven, guapa, que tuviera buen
tipo, de esos que se le alegran a uno las pajarillas al contemplarlo... A
partir de su vigesimosexto cumpleaños cambió de prioridades. Ahora le gustaría
encontrar una mujer que fuera simpática, ocurrente, que tuviera una cierta
cultura, capaz de mantener una conversación más allá del chismorreo del
momento, que le comprendiera, que estuviese preparada para poder ayudarle en su
carrera, que tuviese sentido del humor, que...
De
pronto, un fogonazo de luz cegadora estalla en su mente. Conoce a una mujer
así, y con más cualidades todavía. ¿Cómo ha sido tan ciego? ¿Es posible que a
estas alturas no haya caído en ello? ¿Por qué será tan estúpido? Tras dirigirse
una retahíla de insultos se calma. Vuelve a pensar en ella. Es perfecta,
perfecta, la mujer ideal... Y siente en sus entrañas como la eclosión de un
germen que ya estaba allí y que de repente se despliega con una fuerza
increíble llenándole por completo. De pronto descubre que si todavía no está
enamorado debe de faltarle el canto de un duro, porque lo que es gustarle le
gusta a rabiar. Y no solo eso, si hay una mujer por la que sienta un respeto y
una admiración rayanos en la idolatría es ella. Es ella, repite una y otra
vez... Hay una pega y muy grande: sabe que no le traga como hombre. Desconoce
los motivos, pero se lo dejó hace tiempo muy claro: podrán ser compañeros,
colaboradores y hasta amigos, últimamente lo son y de los buenos, pero como
hombre no cuenta para ella. Seguramente sería con el último con el que se
casaría. Parece condenado a estar tan cerca de la fuente en la que calmar su
sed y no poder probar ni gota. Por un momento llega a cruzar por su cabeza la
idea de hablarle de sus sentimientos, pero la rechaza, es una locura, si se lo
cuenta lo único que conseguirá será perderla también como amiga. Quizá por
primera vez en su vida, percibe que los sentimientos imperan sobre la razón y
descubre asimismo que producen más dolor que goce. Tantos años esperando que su
corazón latiera más aprisa ante la mera evocación de un nombre femenino y
llegado el momento solo siente amargura, estar tan cerca de ella y al mismo
tiempo tan lejos. Esboza una sonrisa
tristona, amarga, melancólica… De su soliloquio le saca la entrada de Lolita en
el despacho de jefatura.
- José Vicente, he comenzado a preparar la
campaña de Navidad y Reyes, ¿me puedes decir una cifra, aunque sea aproximada,
de con cuánto puedo contar?
Gimeno se queda mirando a su joven delegada con aire absorto.
- ¿Qué te pasa? ¿Tienes algún problema?
¿Puedo hacer algo por ti? – se interesa sinceramente Lolita.
La
respuesta de Gimeno es una agria carcajada.
- Qué raro estás hoy. ¿Me quieres decir qué
bicho te ha picado?