Donde les aprieta el zapato a los Clavijo es en el peculio. Una vecina de la tía Paca la Francesa resumió su situación con estas palabras: hambre, lo que se dice hambre no pasan, pero lujos los justitos. Y justitos gracias a que Rosario hace precarios equilibrios para llenar el puchero. Y lo llena con más legumbres y hortalizas que con tajadas. Y porque la ropa se estira hasta que pasa de uno a otro hermano o hay que teñirla para que no se noten tanto los dobladillos o los acortamientos. De ahí que el último argumento del párroco, para convencer a los Clavijo de que lo mejor para Sacarietes y para la familia es que ingrese en el seminario diocesano de Tortosa, va por ese camino.
-Y además, hay una última cuestión que debéis valorar… Si algún día el Señor decide que el chico llegue a cantar misa, no tendréis que volver a ocuparos de él, pues tendrá un trabajo fijo mientras viva. Y, más aún, si sus deudos lo necesitasen, estará en posición de echarles una mano o las dos si fuese necesario -En la España de los años treinta la influencia del clero es significativa en todos los órdenes. La recomendación o petición de un religioso suele ser atendida casi siempre, de ahí la sibilina referencia del párroco.
Los Clavijo vuelven a casa con la cabeza caliente y los pies fríos, como suele decirse. La verdad es que los razonamientos del mosén les han impactado y, si todo discurriera como les ha descrito, los problemas que se les plantean con lo de que el chico pueda o no estudiar se resolverían de un plumazo si ingresa en el seminario. No solo podría estudiar, sino algo tan o más importante: el día de mañana estaría en condiciones de ayudar a sus hermanos y esto es algo que los Clavijo valoran enormemente.
-Mira por donde, si dentro de unos años Zacarías llega a ser retor y Charito no se casara, podría hacerle de ama de llaves con lo que tendría el pan asegurado. Y todos los curas necesitan de alguien que se ocupe de los asuntos domésticos –razona el padre. En efecto, es habitual que los párrocos, ecónomos, coadjutores y vicarios destinados en los pueblos tengan con ellos a un familiar, generalmente una hermana, tía, sobrina o prima que les hace de ama de casa porque, al fin y al cabo, un sacerdote es un hombre y los hombres, como es propio de su sexo, no saben nada de las tareas propias de un hogar, eso queda reservado a las mujeres.
-A mí que tengan tres comidas aseguradas y abundantes es lo que más tilín me ha hecho -opina madre-. Y luego, es cierto que al haber una cuchara menos los demás tendrían raciones mayores. Aunque visto desde otra perspectiva, me preocupa que, al ser tan fetiller, si no tiene cerca alguien que le obligue a comer podría acabar tísico o algo peor.
Los padres no tienen que debatirlo mucho, los argumentos del párroco les han convencido. Tan solo les queda una última duda: ¿querrá el chico?, pero están convencidos de que, en el supuesto de que se niegue, podrán hacerle entrar en razón. Se equivocaron, el chiquillo se cerró en banda y no hubo manera de que escuchara las razones paternas. Hasta que el llumero se cansó y quiso imponerse por las bravas, un mocoso de nueve años no le iba a faltar el respeto que se le debe a un padre.
-Hasta aquí hemos llegado, Zacarías. En septiembre, te guste o no, ingresarás en el seminario.
La respuesta del chaval era lo que menos podía esperar el padre que considera a su hijo más bien apocado.
-Pues, si me mete en el seminario, me escaparé.
Al oír la bravata, -algo inaudito en un chaval tan cuitado- la primera reacción del señor Zacarías fue cruzarle la cara, pero la señora Rosario se interpuso.
-No le pegues, marido, ¿qué va a decir la gente cuándo se entere de que el encargado de la luz pega a su hijo porque no quiere entrar en el seminario? Posiblemente, hasta al propio mosén Fumadó no le guste, pues de alguna manera su nombre puede verse involucrado. Se le puede convencer por otros medios.
La argumentación de Rosario hizo que el llumero se controlase, pero no que desistiese en su empeño. Ese verano, gracias a la intercesión y el consejo de las tías Paca y Emilia, los Clavijo tomaron una decisión: le darían al chaval un plazo para que, al cumplir los diez, se convenciera de que ingresar en el seminario era la mejor, y acaso la única solución, para que pudiese estudiar y, al mismo tiempo, hacerle un favor a su familia. Y esa especie de ultimátum diferido, es lo que le lleva a mal traer, porque en abril de este año de gracia de 1930 ha cumplido los diez. Y a todo ese cúmulo de recuerdos, se une ahora la llamada del tío Paco Roca que quizá se haya puesto de acuerdo con el cura –dicen de él que es un meapilas-, y entre todos quieran meterlo en el seminario. Al chaval se le ponen los pelos de los brazos como escarpias solo de pensarlo, pero sospecha que no podrá hacer nada ante fuerzas tan poderosas, y ya se ve en Tortosa.
Unos días después madre le avisa.
-El tío Paco te espera a mediodía en su casa. Tienes que
ponerte la ropa de los domingos.
-Madre, no voy a ponerme el pantalón de golf con el calor que hace.
-No es necesario, pero sí los zapatos nuevos. Y la camisa que te regaló el tío Joaquín por tus notas. Y que la raya te salga recta y no lleves ese revoltijo de pelo. Y antes de irte quiero echarte un vistazo para asegurarme de que vas a ir como Dios manda. Y no te olvides: has de llevarle tus cuadernos de la escuela, las notas y la enciclopedia que estudias.
-¿La enciclopedia también? –se extraña el muchacho.
-Es en lo que más ha insistido el tío. Ah, y sé muy respetuoso y ni se te ocurra llevarle la contraria. ´
Los Roca-Traver viven en una gran casa, aunque bastante vieja, en la zona alta de la Plaza de la iglesia y en la que solo residen cuando van a pasar el verano, pues durante el resto del año viven en Castellón en un caserón de la calle Mayor.
El chico abre la persiana de listones, asoma la cabeza y llama.
-¿Se puede? –Parece que no le ha escuchado nadie, por lo que vuelve a insistir- ¿Se puede? –repite elevando el tono.
Una mujer de unos cuarenta años aparece en la entrada y se le queda mirando. Ante ella hay un chicuelo de unos diez años, delgadito y poquita cosa, bajito y cetrino, con pelo renegrido y una carita afilada en la que destacan unos gruesos labios y un gesto preocupado.
-¿Eres el hijo de la prima Rosario?
-Sí, señora. Don Paco quiere verme.
-Ven conmigo –La mujer lleva al chicuelo a un despachito que está casi enteramente ocupado por una mesa de madera tallada, de estilo castellano, y dos sillones del mismo porte.
-Siéntate, que aviso a papá. Enseguida vendrá. ¿Quieres un caramelo?
-No, señora, muchas gracias.
A los pocos minutos aparece el tío Paco. El chaval hace dos años que no le veía y le encuentra más viejo. El poco pelo que le queda lo lleva cortado a cepillo, ahora usa gafas y está un poco más grueso de lo que recordaba, pero sigue teniendo el mismo porte de seguridad en sí mismo y de ser de los de ordeno y mando. Al muchacho le impone.
-Sobrino, tenía ganas de verte. El año pasado creo que no te vi. Has crecido y eres casi un hombre –el muchacho no sabe qué hacer, si darle la mano o besársela como hace con mosén Fumadó. Su tío le resuelve el problema dándole un fugaz beso en la mejilla-. Vamos a ver qué traes.
El chicuelo le enseña las notas de curso a las que el tío apenas presta atención porque, como habilitado de los maestros de la provincia, sabe mejor que nadie que el concepto de evaluación sistémica no figura en el currículo de la enseñanza española. Prácticamente, hace lo mismo con los cuadernos de clase, pero en cambio se queda con la sobada enciclopedia, de gruesas tapas de cartoné, de Dalmáu-Carles que es la que estudia el chaval. Y sin ningún tipo de preámbulo le dice:
-Siéntate. Te voy a hacer unas cuantas preguntas y las vas contestando y, si no las sabes, lo dices. No pasa nada.
El tío cambia de gafas, coge la enciclopedia cíclico-pedagógica de grado medio y la abre al buen tuntún, salen matemáticas.
-Enuncia el teorema de Pitágoras.
-El cuadrado de la hipotenusa de un triángulo rectángulo es igual a la suma de los cuadrados de los dos catetos –recita el chico de inmediato.
-¿Lo sabrías explicar matemáticamente?
-No, señor –contesta el chaval.
Estamos en lo de siempre, aprenden los teoremas de memoria, pero no les enseñan cómo desarrollarlos. Otro muchacho que terminará odiando las mates, se dice el tío que prosigue abriendo otra página del libro, religión.
-¿Cuántos hijos tuvo Abraham?
-Dos, Ismael e Isaac -Otra página, historia.
-Háblame de la batalla de Las Navas de Tolosa.
-En la batalla, que tuvo lugar en 1212, se enfrentaron
cristianos y musulmanes, venciendo los primeros bajo el mando de Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra.
Y el tío va abriendo páginas y el sobrino respondiendo como un disco rayado. El bueno de don Paco desconoce que el chico se sabe la enciclopedia de memoria, tan es así que hasta es capaz de recordar la leyenda que acompaña a muchos de los grabados, algunos de ellos tan pintorescos como el de un insecto, el Phlebotomus papatasi, que transmite la enfermedad cutánea conocida con el nombre de Botón de oriente.
Llega un momento en el que el tío estima que es más que suficiente. No está seguro si el hijo de su sobrina es un cerebrito o solamente que cuenta con una prodigiosa memoria pero, sea lo que fuere, le vale. Zaca ha pasado el filtro del tío Paco. No lo sabe, ni siquiera lo sospecha, pero acaba de dar un paso que, posiblemente, marcará de forma decisiva su devenir. Es uno de esos momentos en que se decide la vida de una persona sin que el interesado sea consciente de que su futuro está en juego.
Una vez más se cumple lo que es una constante en la vida del chicuelo: son otros los que deciden por él. Es el sino de los timoratos y Zaquita ¡vaya si lo es!
PD.- El próximo martes publicaré el episodio 8 de la novela “El masover”, titulado: 8. Paco Roca, la última palabra (9804 verano 1930)