viernes, 13 de diciembre de 2024

Libro IV. Episodio 78. Pillados infraganti

 

   El final de la guerra es celebrado en casa de los Carreño de Madrid por todo lo alto. El padre y los hermanos lo celebran descorchando una botella de auténtico champán francés que Verdú se ha sacado de la manga.

   -¡Virgen del Amor Hermoso!, ya era hora de que se acabara esta pesadilla y las personas decentes podamos ir por la calle con la cabeza bien alta –proclama Eloísa.

   -Y yo no tendré que seguir escondiéndome –se alegra Jesús.

   -Lo más importante es que mamá y los pequeños podrán volver a casa y volveremos a ver a Álvaro –señala Julio.

   Pilar se abstiene de decir en voz alta lo que para ella representa el fin del conflicto, por lo que se limita a comentar:

   -Y podremos poner la farmacia al día, que falta nos hace. Por cierto, papá, ¿vais a continuar con la tertulia de la perfumería?

   -Por supuesto, esta misma tarde tenemos reunión, hay muchas cosas que comentar.

   Los Carreño de Palma también se alegran con el fin de la guerra, aunque la alegría está atenuada por el estado de la madre. Julia ha ido decayendo poco a poco sin que el médico militar que la visita ofrezca un diagnóstico preciso de su dolencia, pero lo cierto es que su vitalidad ha desaparecido y pasa más tiempo en la cama que en pie. Concha, como la mayor de los hermanos de Palma, está deseando que desembarque Álvaro para que tome una decisión sobre su madre: internarla en una clínica, llevársela a Madrid o hacer lo que sea, pues es la más consciente de que su madre se está apagando.

   En Madrid, los que un día se llamaron a sí mismos quintacolumnistas de pacotilla, se juntan donde la perfumería. A Dios gracias, la guerra ha finiquitado y todos pueden contarlo. Y salvo aquellas épocas en que pasaron hambre, no les ha ido tan mal, sobre todo comparándose con otros que fueron encarcelados, torturados o paseados. La primera pregunta la formula hoy Julio.

   -Oye, Lisardo, ¿has vuelto a reunirte con tus amigos del café Gijón?

   -¡Qué va!, la tertulia no ha vuelto a reunirse desde principios de marzo y sus integrantes han desaparecido.

   -Deben de estar escondidos como las ratas. Ahora los rojos tendrán que rendir cuentas y ya veremos cómo les va.

   -A mí lo que me remonta la moral son las disposiciones que está tomando el gobierno de Burgos, como lo de que se declara obligatoria la presencia de crucifijos en las aulas escolares. Por ahí es por donde debe caminar el gobierno de Franco –comenta Julio.

   -Ya que has citado a Burgos, según mis fuentes el gobierno va a durar poco en la ciudad. De hecho, sé que los distintos ministerios se están preparando para regresar a Madrid.

   Acabada la tertulia, Julio retorna a casa, pero antes se pasa por la farmacia donde se ha dejado el ABC, el diario monárquico que ha vuelto a ser publicado en Madrid. Como suelen hacer los Carreño, entra en la rebotica por la puerta trasera que da a la calle de Flor Alta. Lo primero que le llama la atención es que la puerta no está cerrada. Tendré que llamar la atención a los chicos, se dice Julio. No enciende la luz, ve que no es necesario pues la rebotica tiene claridad que proviene del flexo que hay en el despachito donde se ven dos bultos. Este Jesús debe de haberse ligado a alguna moza, piensa, y se la ha traído aquí; tendré que decirle que no vuelva a hacerlo. Como Julio ha hecho ruido, los bultos le han oído y se vuelven…

   Julio ve con estupor que quien está en la rebotica no es Jesús, el que está abrazado a su hija Pilar, que tiene la ropa desordenada por encima de la cintura y que le mira sin que parezca sentir ni pizca de vergüenza, es Luis Verdú. En cuanto se recobra de la sorpresa, comprende lo que está haciendo la pareja… y la ira le ciega. ¡Su hija, en su propia farmacia, copulando como si fuera una perra en celo con un hombre, casado y con hijos!..., está tan encolerizado que no acierta qué decir hasta que rompe a gritar…

   -¡¡Desgraciado, malnacido, hijo de mala madre!!, ¡¿pero cómo te atreves a deshonrar mi familia?! ¡Tú, que te he acogido en casa como si fueras otro de mis hijos!, ¡¿cómo has tenido la desfachatez de ultrajar a mi hija?!, ¡¿cómo te has atrevido a faltarle el respeto a una familia que mantiene el decoro y la decencia por encima de todo?¡Apártate de mi vista, no quiero volver a verte en mi casa nunca más, desgraciado! Y contigo, Pilar, hablaré luego.

   La reacción de la pareja es desigual. Al hombre se le nota alterado, avergonzado y parece no saber qué decir, pero la mujer rezuma tranquilidad y aplomo, y es la que contesta a su padre.

   -Papá, cálmate y, por favor, deja de gritar que se te debe oír hasta en la Puerta del Sol. A ver cómo te lo explico: soy soltera, mayor de edad, estoy en mi farmacia –lo recalca- y me junto con quien me apetece. No necesito tu permiso ni el de nadie para unirme con el hombre a quien quiero. Admito que debería haberte dicho antes que estoy enamorada de Luis y, en cuanto pueda volver a su notaría, pienso irme con él. Ya sé –se adelanta a su padre que pretendía decir algo- que está casado y que tiene hijos, pero para mí es como si fuese soltero. Y tranquilízate, porque te va a subir la tensión y te puede dar un ataque. Y, como te acabo de decir, no seré ninguna deshonra para la familia, en cuanto sea posible me iré lo más lejos posible a vivir con mi hombre. Por lo tanto, aquí no ha pasado nada, cálmate y vuelve a casa que es hora de cenar.

   Era lo que menos podía esperar Julio, su hija, su Pilar, amonestándole como si fuese un párvulo y admitiendo que Luis no la ha deshonrado, sino que ha sido ella la que se ha entregado conculcando la mitad de los mandamientos de la Santa Madre Iglesia. Y eso no es lo peor, ¿qué dirá la gente cuándo se entere?, ¿qué dirán los vecinos, los clientes…?, y, sobre todo, ¿qué dirán sus demás hijos?, ¿cómo podrá encajar su esposa lo ocurrido y Álvaro con lo recto que es?, ¿y qué clase de ejemplo está dando la mayor de sus hijas a las hermanas más chicas? Se hace muchas preguntas, pero se ha quedado sin palabra que decir, por lo que da media vuelta y se marcha, dando un portazo al salir.

   En cuanto se va su padre, Pilar se disculpa con Luis, al tiempo que trata de quitarle hierro a la desaforada reacción de Julio.

   -Perdóname, corazón, esto no tendría que haber ocurrido, la culpa es mía. Estoy avergonzado y te ruego que no te enfrentes con tu familia por mí. Si quieres, no volveré por aquí, nos veremos fuera –se excusa Luis.

   -No tengo nada que perdonarte, mi amor. Soy yo la que debe pedirte perdón por cómo se ha puesto mi padre. Y no te preocupes por mi familia, son como son, pero sé la forma de bajarles los humos. En cuanto a lo de no volver, ni lo sueñes, la titular de esta oficina de farmacia soy yo y aquí entra quien yo diga, la opinión de mi señor padre es irrelevante. Y ahora, invítame a cenar, tenemos mucho de qué hablar.

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 79. Eres un granuja, pero te adoro