El noviazgo de Pepita Arnau y José Vicente Gimeno tiene más días malos que buenos. No lo confiesan, pero ambos están decepcionados. Pepita esperaba que una relación formal le depararía incontables días alegres y felices. Soñaba con fiestas, celebraciones, saraos... Confiaba que su prometido la llevara de aquí para allá mostrándola a todo el mundo, orgulloso de exhibir a su lado a una mujer de bandera como ella…, como ella cree que es. Ha resultado todo lo contrario. Tras el fracaso social de la jovencita en las tres primeras reuniones en Valencia en los que participó la pareja, Gimeno ha dejado de llevarla consigo y no salen del pueblo con lo que los sueños de brillo social de Pepita se están esfumando paulatinamente.
El
problema del joven político es otro: se aburre. La chica no tiene conversación,
eso ya lo sabía desde el primer día, pero no imaginaba hasta qué extremo. Sus
motivos de charla son escasos y recurrentes: las películas, los cotilleos
locales, la vida de sus amigas, el desarrollo del serial radiofónico que está siguiendo
y poco más. Al tedio se une que tampoco hay sexo, la jovencita se ha mostrado
permisiva siempre que las caricias no sobrepasen de la cintura, pero
acariciarle los pechos ya no le produce al hombre ninguna excitación. Lo que
más le gustaría sería besarla apasionadamente, pero el mal aliento de boca de Pepita
se ha convertido en una barrera infranqueable. Todas las noches, siguiendo la
inveterada costumbre local, acude a casa de los Arnau. Hay poco más que hacer
que hablar y, si no hay conversación o ésta es tan plana y tan poco interesante
como la de la muchacha, el resultado no puede ser otro: el hastío. A todo ello
se añade que el plan de Gimeno de culturizar a la joven por medio de Lolita se
fue al traste por la cerril oposición de la niña de los Arnau, cuyas ansias
culturales se limitan a aspectos como el que le está planteando:
- El domingo quiero que me lleves al cine. Me
han dicho que pondrán una película de Luis Sandrini, Peluquería de señoras, que dicen que es para partirse de risa – El
cine es uno de los entretenimientos más querido por Pepita.
A
José Vicente el cómico argentino le repatea, le parece una pésima versión de
Cantinflas, pero asiente.
- Por supuesto, iremos. Por cierto, ¿leíste
la revista que te dejé ayer? Traía artículos muy interesantes sobre la mujer –
El hombre no renuncia a pulirla.
- Le eché un vistazo, pero es un tostón. No
sé de dónde sacas que trae cosas interesantes. Es mucho mejor El Hogar y la Moda, que además lleva
muchas fotos y no tanta letra.
- Y el libro sobre urbanidad y buenas
maneras, ¿lo leíste?
- Lo ojeé por encima, pero también es un
rollo patatero. No sé qué manía te ha dado con que lea cosas que son más
antiguas que la trementina. No son más que bobadas que no sirven para nada. Mi
madre siempre repite que una señora no tiene que hacer nada, que para eso están
las criadas. Porque cuándo nos casemos tendremos criadas, ¿verdad?
- No sé si gano para tanto, ya te lo dije.
- Por el dinero no debes de preocuparte. Mi
madre me tiene dicho que cuando nos casemos nos pasarán lo de los alquileres de
los pisos y del almacén que tienen arrendado. Sobrará para una criada y, si es
preciso, hasta para dos.
- Pepita, no es cuestión de dinero ni de
criadas. Aun suponiendo que las tengamos, un ama de casa debe de saber todas
las cosas que atañen al hogar, aunque las hagan las sirvientes, precisamente
para poder mandarlas y si éstas no lo saben hacer enseñarles cómo se hace.
- Por eso no te preocupes, yo sé mandar muy
bien.
Y
tanto, piensa Gimeno, como que en esta familia eres la capitana en jefe. Ya
descubrió hace tiempo que otro de los rasgos de su novia es lo obstinada que
puede llegar a ser. Decide cambiar de asunto.
- No sé si te lo había comentado, pero el
próximo diecinueve de marzo, día de San José, se va a celebrar una recepción en
la Jefatura Provincial y luego veremos la cremà.
Nos han invitado y Germán me ha dicho que espera vernos a los dos.
- Esas reuniones son una pesadez. No conozco
a nadie y me aburro como una mona.
- Eso no es del todo cierto, cariño – José
Vicente no es muy proclive al uso de expresiones tiernas con su novia, parece
como si le costara emplearlas -. En la anterior reunión te presenté a un montón
de gente.
- Sí, y que luego maldito el caso que me
hicieron. Tú estuviste hablando toda la tarde, que parecía que habías comido
lengua, y yo me quedé más sola que la una. Para eso mejor que vayas tú solo.
Tampoco insiste. Pepita parece incapaz de trabar amistad o ni siquiera
mantener una conversación, aunque sea intrascendente, con cualquier persona que
no conozca bien, y eso supone que nadie que no sea del pueblo concita su
atención.
Gimeno
es cada vez es más consciente de que la jovencita no le va a ser de gran ayuda
en su prometedora carrera política. Ya que parece que no va a poder
aprovecharse de su habilidad social, tendrá que hacerlo de su dinero. Aunque
hasta de esto último comienza a tener dudas, las que le suscitó Manuel
Lapuerta, posiblemente sin proponérselo. Hace tiempo que Gimeno constató el
gran prestigio que tiene el médico en el pueblo y, siguiendo su política de
sumar amigos que puedan ayudarle en su pelea por ser el número uno, buscó la
amistad del galeno por todos los medios. No le resultó fácil, Lapuerta le
trataba con deferencia pero no iba más allá. Hasta que el joven político
descubrió uno de los puntos flacos del aragonés: su pasión por el ajedrez. En
el pueblo había contados ajedrecistas, siempre jugaban los mismos. José
Vicente, que jugó de niño con su padre pero que no había vuelto a ponerse
delante de un tablero desde hace años, compró un par de libros elementales
sobre el juego y los estudió. En el café de El Porvenir, Lapuerta se encontró
una tarde con la sorpresa de ver a Gimeno jugando al ajedrez con uno de los
panaderos del pueblo.
- Hombre, José Vicente, no sabía que eras de
los nuestros.
- Solo soy un mal aficionado. No estoy en
condiciones de competir con vosotros. Jugaba a menudo con mi padre pero, desde
que falleció, apenas si volví a tocar el tablero. Tengo que practicar.
- Se nota que estás oxidado. Esa defensa que
has montado tiene muchos puntos débiles. Sobre todo el flanco de reina está muy
desprotegido. En cualquier caso, sé bien venido a nuestro minúsculo club. Jugar
con una cara nueva va a ser agradable. Los pocos que somos nos tenemos muy
vistos.
Así comienza
una incipiente amistad entre los dos hombres que Gimeno intenta alimentar por
todos los medios. Juegan al ajedrez y, sobre todo, charlan mucho. Lapuerta, que
realmente apenas le había tratado, descubre que el secretario de la cooperativa
es hombre con una más que notable formación, buen conversador y todo un animal
político. Un día en que ambos han dialogado sobre múltiples temas, han tocado,
más bien de refilón, el asunto de los matrimonios por interés. Discrepan sobre
ellos: Lapuerta cree que son un dislate y Gimeno opina que pueden tener su
razón de ser en determinados supuestos. No se ponen de acuerdo, como en tantas
ocasiones, pero la discrepancia es uno de los alicientes de sus diálogos. El
médico termina rematando el asunto con una frase que se grabará a fuego en la
mente del joven político:
- Mira, José Vicente, quizá tengas razón,
pero cuando sale este tema siempre me viene a la mente un proverbio escocés: no
te cases por dinero, puedes conseguirlo prestado a mucho menor interés.
Solo es un maldito refrán más, se dice, por
muy escocés que sea, pero a Gimeno le da mucho que pensar. No se engaña, es
consciente de que Pepita le atrae por muchas cosas: es joven, mona, esbelta,
pertenece al clan de los Arbós y… algún día heredará un montón de fincas y una
saneada cuenta bancaria. En el balance que hace no aparecen palabras como amor,
pasión, amistad, ternura, ni siquiera sexo. Tampoco se engaña, sabe que su
noviazgo ha surgido de la cabeza, no del corazón, y en aquella sigue instalada.
¿Será suficiente para mantener una relación que puede llegar a ser definitiva?,
comienza a tener un mar de dudas.