Manuel Lapuerta sostiene que la política es como el arco iris, tiene muchos colores, pero la España de la década de los cuarenta es más bien unicolor, el del azul mahón, el color de la camisa falangista. En esa década otro denominador común es la ausencia de obras públicas en el ámbito local. La mayoría de los exiguos fondos estatales se destinan a la construcción de pantanos con los que paliar la pertinaz sequía. Desgraciadamente el único río cercano al pueblo, de río no tiene más que el nombre, no es más que una rambla seca. No hay ningún embalse que construir, la consecuencia de todo ello es que en la villa las obras municipales brillan por su ausencia.
La gente, sobre todo el mujerío, charla con
Lola con mucha más franqueza que con José Vicente, al fin y al cabo la conocen
desde niña. Por eso es la primera en detectar que existe un cierto clima de
descontento en el pueblo por la atonía y la falta de iniciativa que muestran
las autoridades locales. Eso sí, dicho con muchos circunloquios y eufemismos
porque protestar o quejarse directamente nadie se atreve a hacerlo. Todavía
está fresca en la memoria colectiva la actividad de la comisión depuradora y
las inquietantes listas de desafectos al Régimen en los últimos estertores de
la contienda civil para que haya valientes que se atrevan a fustigar la abulia
de los que mandan.
- José Vicente, la
gente comienza a murmurar, en voz baja pero lo hacen. Dicen que el
Ayuntamiento, desde que está de alcalde Fernando, no hace nada por el pueblo. Y
lo que es peor, también aseguran que hizo más Vives en un año que Marín en todo
el tiempo que lleva.
- Mientras hablen de
Fernando…
- No seas ingenuo.
Todos saben que quien manda de verdad eres tú. Y cuando hablan mal de Fernando
están tirando por elevación contra ti. Tendremos que despabilarnos y comenzar a
hacer alguna que otra obra antes de que las murmuraciones vayan a mayores y
puedan llegar a oídos de los de la provincial.
- Podríamos volver a
presentar el plan de industrialización.
- Poder, podríamos,
pero supongo que con el mismo nulo éxito que la otra vez. La situación del país
ha cambiado poco y, posiblemente nos volverían a dar la misma respuesta. Hay
que hacer alguna obra para tapar la boca a la gente. Y hacerla con los recursos
que tengamos y con las pesetas que puedas arañar de la diputación o de gobierno
civil.
- No tienen un duro,
Lola. No podemos esperar nada de fuera.
- Pues algo habrá que
hacer. No podemos rendirnos tan pronto. Si no hay dinero habrá que poner
imaginación.
- Solo veo la
posibilidad de pavimentar las calles que todavía son de tierra y prorratear su
coste entre los vecinos.
- Eso no va a ser muy
popular precisamente. Todo lo que sea pedir dinero al vecindario ya sabes cómo
le sienta a la gente, como un par de banderillas negras. Acuérdate de la que le
montaron a Vives.
- Si queremos hacer
algo con nuestros recursos no veo otra salida.
- Pues sí que estamos
ante un buen dilema, si no hacemos nada nos crucificarán y si nos inclinamos
por las obras de pavimentación también.
Del callejón sin salida en el que están
metidos viene a sacarles quién menos podían imaginar: el secretario del
Ayuntamiento. Don Nicanor es asimismo el apoderado en el pueblo de una empresa
catalana, Hilaturas Gedosa, que tiene diversas propiedades en la localidad. El
secretario, en una charla en privado, informa a Gimeno que la compañía que
representa está dispuesta a construir un conjunto de casas unifamiliares para
alquilar a bajo coste. El motivo es que la empresa puede acceder a unas
subvenciones de la Dirección General de Regiones Devastadas y que sería una
verdadera lástima desperdiciarlas. Solo bastaría que el Ayuntamiento no le
cobrara nada por los permisos de obra y diera las mayores facilidades posibles
en cuanto a solares. El proyecto crearía puestos de trabajo durante una
temporada y el pueblo contaría con un lote de viviendas de alquiler que vendría
a paliar el enorme déficit existente en el sector del arrendamiento. A Gimeno
la propuesta le parece como caída del cielo. Cuando se la cuenta a su mujer,
Lola, con su habitual perspicacia, le hace ver algo en lo que él no había
reparado:
- Me parece una muy
buena noticia y que, por el momento, viene a resolver el problema que
teníamos…, pero mamá siempre dice que nadie va por ahí regalando duros a cuatro
pesetas. Si los de Gedosa construyen esas casas, bienvenidos sean, pero no creo
que lo hagan únicamente por lo que te ha contado don Nicanor. En estos tiempos
los mecenas no abundan. Tendremos que enterarnos de lo que se esconde bajo la
propuesta y que el secretario no te ha contado.
En esta ocasión es uno de sus confidentes
más fiables, Severino Borrás, quien le cuenta a Gimeno lo que hay detrás de la
munificencia de la compañía catalana. Regiones Devastadas concede cupos de
cemento, material racionado y difícil de conseguir, a precio oficial a aquellas
empresas que se dedican a construir viviendas de renta baja. Untando a los
funcionarios encargados de la distribución del cemento se consigue que la
asignación sea superior a las necesidades reales de las construcciones
proyectadas. Y si la proporción del cemento empleado en la obra es inferior a
lo que exigiría la solidez de la construcción, la empresa promotora puede
ahorrarse una buena cantidad de material. Sumando las cantidades de
sobreasignación y de detracción se puede obtener una buena suma de toneladas de
cemento que revendido de estraperlo da lugar a pingües beneficios. Y esos son
los duros a cuatro pesetas que pretende vender Gedosa. Cuando le cuenta a su
mujer lo que se esconde detrás de la presunta generosidad de la propuesta de
don Nicanor, Lola la interpreta en clave política.
- Ya me parecía que
tanto altruismo por parte de una empresa privada era sospechoso.
- En efecto, lo que
hay detrás de una supuesta generosidad no es más que otro episodio de mercado
negro – apostilla José Vicente - .Y ahora que sabemos la verdad, ¿qué hacemos?,
¿aceptamos la propuesta o la rechazamos?
- ¿Tú qué opinas,
marido? – Lola contesta con otra pregunta a las que formula su marido.
- Creo que sería una
estupidez no aceptarla. Que los de Gedosa se ganen unos cientos de miles de
duros estraperleando el cemento a nosotros ni nos va ni nos viene. Y, en todo
caso, aquí se quedarán las casas.
- Tienes razón. Si
somos realistas esa es la mejor salida, hacer como si no supiéramos nada. Y
hablando de saber, lo que me has contado sobre el estraperlo del cemento ¿además
de Severino y nosotros lo sabe alguien más?
- Evidentemente,
Nicanor tiene que estar al cabo de la calle porque seguro que está metido en el
ajo y, conociéndole, puedes apostar que se llevará tajada. Pero aparte de los
que he citado creo que no lo sabe nadie más. Ni siquiera se lo comenté a Marín.
- Pues no lo hagas,
es más no se lo comentes a nadie. Y pídele a Severino que no lo divulgue. Estoy
pensando que esto puede convertirse en un arma que en su momento podremos usar
para apretarle las tuercas al secretario.
- ¿Y qué hago, le
digo que he descubierto el pastel, pero que por mí adelante?
- Si haces eso te
convertirás en cómplice del enjuague. Mejor que no le digas nada. Lo que
deberás de hacer en su día es conseguir el testimonio del maestro de obras
sobre la cantidad de cemento que verdaderamente se consumió en la obra y la
diferencia sobre la que figurará en las cifras oficiales. Te lo guardas y si
alguna vez lo necesitamos, don Nicanor puede encontrarse en un bonito embrollo.
- Lola eres más
peligrosa que una pantera en celo.
- Me lo voy a tomar
como un cumplido porque como no lo sea esta noche te veo durmiendo en la
habitación pequeña.