martes, 4 de noviembre de 2025

44. "El masover". La primera pandilla

    Al día siguiente del sacrificio del cerdo, Rosario va a visitar a los masoveros del Mas del Canònge llevándoles una muestra de la matanza.

   -Rosario, muchas gracias, pero te has pasado. No tenías que haber traído nada. De todas formas, te lo agradezco, es todo un detalle. Tengo café de puchero, ¿quieres una tacita? Lo que no tengo son galletas tan buenas como las que tú haces, tendrás que conformarte con unas María –dice Paca.

   La conversación se dilata y de las banalidades que se cuentan dos amas de casa pasan, sin darse cuenta, a la confesión de confidencias familiares que solo se refieren a amistades íntimas.

   -¿Qué tal va lo de los conejos? -Rosario se desahoga, algo que hace pocas veces, pues fuera del ámbito familiar no tiene tantas amigas como para contar sus cuitas.

   -Últimamente, han bajado las ventas. Mi marido opina que a la gente le ha podido pasar lo que nos ocurrió a nosotros: que de tanto comer conejo llegamos a aburrirlo. Y encima a mi Zaquita le han pasado algunos lances muy desagradables. Te cuento –Y Rosario le relata como una clienta, por la compra de un conejo dio al chico un saco con varios kilos de patatas que, al vaciarlo en casa, vieron que buena parte de los tubérculos estaban podridos-. No veas, el disgusto que se llevó mi hijo, con lo mirado que es. Su padre quería que devolviera las patatas y que afeara a la compradora su comportamiento. Me costó, pero pude convencerles de que lo mejor era no hacer ni decir nada. Que cosas así, si se propagan, dan mala fama a un negocio y pueden originar que otras personas hagan trueques parecidos.

   -Desde luego, hay gente que no tiene vergüenza. Mira que engañar a un chico tan majo y tan honrado como es tu hijo mayor.

   -Hay gente para todo. Escucha lo que le ocurrió con otra compradora, que fue todavía peor. Vendió un conejo a una clienta, con la que había tratado otras veces. Me disculparás que no te dé su nombre porque es de una familia muy conocida en el pueblo. La compradora le pagó con un pesetó de plata. Cuando el chico hizo la liquidación, a mi marido le pareció que la moneda no tenía buena pinta. La llevó al banco y don Eduardo le dijo que era más falsa que un duro sevillano. Lo de menos ha sido la pérdida de dos pesetas, lo desagradable ha sido el disgustazo que se ha llevado el muchacho por no haber notado la falsedad.

   -Lo que te he dicho, hay gente que no tiene vergüenza. Y lo siento por Sacarietes. Tú, anímale mucho que eso le puede pasar a cualquiera, no sea que el muchacho se te venga abajo.

   -La verdad es que los disgustos que se ha llevado algo sí le han afectado, pero se le pasará. Ahora se ha vuelto más desconfiado. Aunque todo hay que decirlo: los deshonrados son los menos, pero son los que más se hacen notar.

   -Pero, ¿seguís con el negocio?

   -Sí, claro. Todavía nos renta. Lo que hemos hecho es acortar el número de veces que el chico sale a vender. Ahora lo hace tres veces a la semana y tampoco se pasa por todas las calles, algunas ni siquiera las pisa, como las que están en el entorno del Calvario.

   -Por cierto, ya que hablas del Calvario, alguna vez me has comentado el fervor que le tienes al Santocristo que hay allí, y al que de vez en cuando te acercas para rezarle un rosario. Un día me tienes que llevar contigo porque no lo conozco.

   -Eso está hecho, Paca. Cuando quieras iremos a visitarlo. Te enseñaré la ermita del Cristo y la iglesia de San Francisco, que fue la primera iglesia del pueblo hace una montonera de siglos. Todo el Calvario es digno de verse: en los bancales están las  capillas que recrean momentos clave de la Pasión de Cristo, y entre ellas hay cipreses que parecen estar de guardia. Y como sé que tu marido anda pachucho de paso podemos rezarle un rosario al Cristo que es muy milagrero. Y hablando de Manuel, ¿cómo sigue?

   -No se encuentra nada bien. El médico de Benlloch nos dijo que tiene reúma, pero todo lo que le mandó tomar no ha servido para nada. Por eso fuimos a ver a un especialista de Castellón que nos dijo que lo que tiene es un proceso agudo llamado artrosis. Es una especie de reúma, pero más fuerte. Se le están deformando las manos, cada día que pasa anda peor y sufre fuertes dolores. En el último año ha envejecido una barbaridad. Últimamente no sale del Mas, se pasa el día sentado en una mecedora tomando el sol.

   -Sí que lo siento, Paca. Pero es un hombre todavía joven y puede curarse.

   -No tan joven. Cumplió los cincuenta. Y lo de curarse cada vez lo veo más negro. Le voy a llevar a un especialista de Valencia para pedir una segunda opinión. A ver qué nos dice. Ya te contaré.

   Semanas después, Paca cuenta a Rosario que ha llevado a su marido a una clínica de Valencia, donde le han hecho diversas pruebas y hasta le han echado los rayos X. Los médicos valencianos han confirmado el diagnóstico del especialista de Castellón: tiene una artrosis deformante cuyos síntomas son rigidez, contracciones musculares y debilidad que irá a más a medida que pase el tiempo. En una fase avanzada puede tener problemas de habla y de respiración. Y que la medicina no ha encontrado por ahora un remedio eficaz.

   -¡Qué desgracia, Dios bendito! Espero que se hayan equivocado y no te quedes sin marido.

   -Sin marido ya me he quedado –y, aunque están solas, Paca baja el tono para agregar-: Dormimos en habitaciones separadas desde hace más de dos años, no te digo más.

   -Bueno, eso no es lo peor que podía pasarte. A veces cumplir con el vínculo es una pesadez. Te lo digo por experiencia propia. ¿Y él como se lo ha tomado?

   -No hace nada, ni quiere hacerlo. Ni siquiera tiene ganas de comer, se está quedando en los huesos.

   -Pobre hombre. Habrá que confiar en Dios.

   Y ambas matronas siguen contándose intimidades a media voz como si alguien pudiese oírlas, aunque están solas en la cocina de la casa de los masoveros. Y si algo es capaz de convertirse en el cemento que fragua una amistad entre dos personas es conocer las intimidades más sensibles del interlocutor.

   El año 1933 comienza con algunos cambios en la vida de Zaca Clavijo. Uno de los más significativos es el bajón experimentado en algunas de sus actividades que más le han marcado en los dos últimos años: la de escrivent y la de coniller. En la de escritor de cartas le han surgido competidores que, aunque no tienen su caligrafía, ni sus conocimientos sintácticos, esgrimen una importante baza: son mucho más baratos y asequibles. El hecho de que tenga menos clientes que demanden sus habilidades de amanuense ha repercutido en la merma de suministros alimenticios a la despensa familiar. Algo parecido ha ocurrido con la actividad de coniller. La venta de conejos, que ha disminuido en los últimos tiempos, no remonta. El motivo de ese bajón es un misterio para la familia Clavijo. Lo cierto es que hay un deterioro general en la economía del pueblo. Los productos agrícolas –el bastión económico local- se pagan menos de lo que lo han hecho en los últimos años y eso redunda en que la gente gasta menos que antes. Y como en el caso de las cartas, la merma de las ventas repercute directamente en la despensa de la familia. Todo lo cual, supone que el nivel de vida de los Clavijo ha vuelto a caer en un bache. No están tan mal como en 1930, pero si han retrocedido respecto al nivel de vida que tuvieron en el bienio 1931-32. Al disminuir el tiempo que dedica a sus actividades de escrivent y coniller, Zaca tiene más tiempo para estudiar, pero se ha dado cuenta de que no lo necesita. Ahora tiene una metodología propia que ha ido afinando en los últimos años. Primero, lee de una tirada cada lección. Luego, subraya los conceptos más significativos del texto leído. Después, resume en una cartulina las ideas más importantes de entre las que ha subrayado. Finalmente, trata de memorizar las fichas. Método al que ha bautizado con el acrónimo de LESURE, iniciales de leer, subrayar y resumir. Esta metodología le llevó mucho tiempo al principio, pero en cuanto tiene confeccionadas las fichas de un manual, repasarlas es coser y cantar. Con lo cual, a partir aproximadamente de mediados del segundo trimestre del curso, puede permitirse el lujo de tener mucho más tiempo libre, tanto que si no fuera por su acrisolada afición a la lectura hasta se aburriría.

   Otro cambio que paulatinamente está afectando a Zaca es que comienza a desinteresarse por la política. Sus paradas en el café del Pincho han disminuido y cuando se queda está más atento a las partidas de ajedrez que a los comentarios de los integrantes de la tertulia. Y uno de los motivos de su creciente desapego a las cuestiones políticas es que sus intereses comienzan a ser otros, entre otros el descubrimiento del sexo. El chico está en plena  adolescencia, tiene un asomo de bozo, sus axilas se han poblado de pelo, el vello púbico se ha espesado, ha comenzado a tener erecciones y alguna que otra noche ha mojado la sábana por culpa de sus primeros sueños húmedos. Este conjunto de síntomas los condensa Rosario en un comentario a sus primas que no puede ser más explícito:

   -A Zaquita le empieza a disparar el cañoncito.

   De lo que está quejoso Zaca es de la cada vez más recurrente ausencia de sus amigos, aunque no les echa la culpa, ya que es consciente de que si no los tiene cuando los necesita es por mor, no de la voluntad de sus camaradas, sino de las circunstancias: los dos Joaquines estudian en Castellón, por lo que de lunes a viernes no se puede contar con ellos, y Manolo, entre que ayuda a su familia y la de veces que enferma, pocas veces se puede contar con él. La consecuencia es que los muchos ratos libres que tiene Zaca no cuenta con amigos con quienes jugar. Y aunque sigue leyendo con idéntica intensidad que siempre, el día da mucho de sí  y tiene tiempo de sobra hasta para aburrirse.

   En lo que queda de año, prevé que solo se va a juntar con todos sus amigos en las vacaciones de Semana Santa, que habrá que marcar con piedra blanca, pues este año, por primera vez en la rutinaria vida del grupo, van a festejar con chicas la mona de Pascua, a celebrar el domingo de Resurrección. Pifarré y Queralt, los más precoces sexualmente, se han encargado de buscar una panda de chiquillas con las que juntarse para festejar la mona. Acordaron que deberían elegir un grupo de cuatro chicas, que fueran más o menos de su edad y bien consideradas socialmente. La razón de esa condición es que una cuadrilla en la que tres de sus componentes estudian para bachilleres no puede juntarse con cualesquiera. Tras diversas idas y venidas, muchos cabildeos y hasta la discreta participación de doña Pilar –la madre de Queralt-, se juntan con un grupo de muchachas para formar su primera  pandilla mixta. Es toda una novedad, los cuatro amigos van a tener compañeras femeninas, lo que supone un avance en la inclusión de la camarilla en el mocerío local.

   El grupo femenino elegido está formado por cuatro chiquillas: Caridad: delgada, rubita, estilosa, con un rostro anodino y que mangonea a las demás, quizá porque, además de ser la mayor, tiene un comportamiento muy estricto y una moralidad intransigente; hija de una viuda que tiene la única tienda de ropa confeccionada del pueblo. Carmina: menuda, fibrosa, no es una belleza pero su natural alegre la hace simpática; hija de un exguardia civil reconvertido en agente de la propiedad, aunque de lo que viven es de las muchas fincas que heredó la madre. Angelita: la más agraciada de las cuatro y que, pese a ser la más joven, es la que tiene el busto más desarrollado, algo sumamente valorado por los adolescentes; su padre es el capataz de la cuadrilla de vías y obras del ferrocarril. Y Visentica: tiene los ojos rasgados como si fuese oriental, es la más esbelta, e hija del secretario de la cooperativa agrícola. Este año, circunstancialmente, hay una quinta muchacha, que los chicos no esperaban, pero a la que conocen, pues ha estado escolarizada en el pueblo: Paquita la Masovereta, bastante mona, pero el que sea masovera y que está de paso la convierten en poco más que un estorbo. Al ser vecina de Zaca, pues vive enfrente de la Fábrica, los amigos le preguntan por ella.

   -¿Es de las que se arriman? –indaga Queralt, que es con diferencia el más libidinoso de los cuatro.

   -¿Tiene conversación? –pregunta Pitarch.  

   -¿Está buena? –quiere saber Pifarré.

   -De arrimarse nada de nada. Es un cardo borriquero. Y no tiene conversación, es más tímida que un verderón y como asustadiza. Y ya que lo peguntas, Pifa, está bastante buena, y hasta podría parecer guapa si no fuera por las pecas que tiene y lo pacata que es.

   -O sea, que la conoces bien, eh. ¿No te la estarás beneficiando? –se burla Pifa, que conoce mejor que nadie que su amigo es más virgen que los arcángeles.

   -Pues a buena puerta has ido a tocar. Ya veréis cuando bailéis con ella, en cuanto queráis arrimaros pondrá el codo por delante y tendréis que bailar a medio metro.

   -Entonces, se la dejaremos a Manolo que a él le da lo mismo tocar carne que hueso –apunta Queralt, no se sabe si como burla o como constatación de un hecho.

   -En cualquier caso, os pido que no le hagáis ninguna marranada –demanda Clavijo-, pues su madre y su abuela vienen con frecuencia a casa y si mi madre se entera de que le habéis hecho alguna barrabasada me puede poner como al perejil, pero ya os digo que es la masovera más masovera que he conocido –Es una exageración, pues lo que no dice Zaca es que se trata de la primera masovera a la que conoce. Y lo que tampoco es capaz de confesar es que ya no la considera tan cardo borriquero como la ha definido. Es una más del millón de cosas que el muchacho no exterioriza. Hasta con sus amigos es, en buena medida, un libro cerrado, pues su intimidad la guarda celosamente. Y como sabe que tiene fama de que pasa de las muchachas de carne y hueso, pues le bastan sus mujercitas de papel, no va a contarles que la masovera le cae bien.  Genio y figura hasta…

   Y así comienza a fraguarse la relación de los cuatro muchachos con la cuadrilla de chicas elegidas para formar su primera pandilla mixta. ¿Cuál será el recorrido de esa amistad? Está por ver.

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 45 de la novela “El masover” titulado: Sisca, mujer