Pepín Mañes no recuerda un baile en el que se lo haya pasado tan bien. Maricarmen Traverso no solo es francamente mona, también es simpática y más alegre que unas castañuelas. Además, no disimula que le está agradecida por haberla invitado. Y algo importante para su complejo de bajito, aunque calza zapatos de medio tacón no le supera en altura. El acompañante de Pilarín, la prima de Pepín, ha sacado a bailar a Maricarmen y ambos primos se han quedado solos.
- Bueno, Pepín, ¿qué tal lo estás pasando?
Pareces muy animado. No has soltado a Maricarmen ni un segundo – asegura
Pilarín con una sonrisa cómplice.
- No está mal – Pepín trata de parecer
displicente -. Es bastante agradable.
- Para mí que la has deslumbrado. Me parece
que podíais formar una buena pareja.
Aparece la pareja de Pilarín que trae medio a rastras a una sofocada
Maricarmen.
- Pepín, hazme caso y dale caña a la Traverso
– aconseja el acompañante de Pilarín-, que por mucho que se queje te digo que
le va la marcha.
- No le escuches, Pepín, está loco. ¿Sabes
qué, Pilarín? Me quedo con tu primo, de todas todas, y te devuelvo a este
chalao.
Entre bromas y risas, ambas parejas se separan. Pepín acaba de poner en
marcha la calculadora mental y está tabulando la última frase de su pareja. Eso
de que me quedo con tu primo, de todas todas, habrá que analizarlo
detenidamente. De entrada, le ha gustado. Con la mejor de sus sonrisas
pregunta:
- Maricarmen, bonita, te veo muy acalorada,
¿quieres que traiga algo fresco: una coca, una naranjada o prefieres una
cerveza?
- Pepín, que solo tengo dieciséis años, no
estoy acostumbrada a tomar cerveza. Con un refresco me vale.
Sí Pepín se está divirtiendo un montón, en
cambio el baile está siendo un viacrucis para Miguel Vinuesa. El mala sombra de
José Antonio Castaño monopoliza a Maribel, pese a que como reina de la fiesta
debería bailar con todos cuantos se lo pidieran. No hay manera de abordarla.
Hasta que se cansa y decide ir por las bravas. Se acerca a la mesa donde está
la pareja y se planta frente a la reina de la noche.
- Maribel, me gustaría bailar contigo.
La
chiquilla no contesta, solo hace un mohín que puede significar cualquier cosa,
pero es Castaño quien responde:
- Maribel está conmigo y no tiene por qué
bailar con otro.
- Que en este momento esté contigo no quiere
decir que no pueda bailar con los demás. En este baile, la costumbre es que
puedes invitar a cualquier chica, salvo a las novias, y más si se trata de la
reina. Por tanto, no tienes nada que decir –
y dirigiéndose a la muchacha vuelve a preguntarle - ¿Quieres bailar
conmigo, por favor?
La
jovencita hace amago de levantarse, pero Castaño es más rápido y de un salto se
planta ante Miguel.
- Te repito que está conmigo y tú, aquí,
sobras, cretino.
- Si hay alguien que sobra eres tú. Y en
cuanto a cretinez tú te llevas la palma y también de la mala baba.
- A ver si tienes cojones de repetirme eso en
la calle.
- En la calle y dónde quieras, chupatintas de
mierda.
Lo
de chupatintas no ha debido de gustarle a Castaño porque de improviso coge a
Vinuesa por las solapas y da un violento tirón. Éste se revuelve y ambos chicos
se enzarzan en una pelea que parece de patio de colegio. En vez de golpearse se
han agarrado y cada uno trata de echar al suelo a su oponente. Inmediatamente
se forma un corro alrededor de ambos contendientes y los mirones jalean tanto
al uno como al otro. La pelea es más aparatosa que violenta y la peor parte se
la está llevando la indumentaria de ambos contendientes pues la chaqueta de
Miguel tiene una solapa medio desprendida y la camisa de José Antonio sufre un
rasgón en forma de ángulo. Más que el fragor de los achuchones de los
luchadores es el griterío de quienes los jalean lo que termina suscitando la
atención del resto de los asistentes. Algunos de los más sensatos se acercan
para poner fin a la pelea, como no lo consiguen entre varios logran sujetar a
ambos contendientes. Uno de los que trata de poner paz, Ernesto Ballesta,
agarra fuertemente por detrás a Castaño y le inmoviliza, aunque éste sigue
intentando desasirse.
- Oye, tío, estate quieto de una puta vez.
Este no es lugar para peleas – le conmina Ballesta.
- Que me sueltes, que le voy a partir la cara
a ese gilipollas – vocifera exaltado Castaño.
- Tú no le vas a partir la cara a nadie,
mamón. Y no me calientes los cascos que te vas a enterar de lo que vale un
peine. Los chulitos como tú aquí terminan en el pilón – le amenaza Ballesta,
que comienza a cansarse de la bravuconería del joven -. ¿Si te suelto te vas a
comportar? Maribel, ata corto a este gallito o tendremos que echarle a patadas.
¿De acuerdo?
Otros
han conseguido reducir a Miguel con más facilidad pues éste no se ha resistido.
El muchacho está desolado, no solo no ha conseguido bailar con Maribel, sino
que ha quedado en evidencia. Por si faltaba algo, le ha dolido que la muchacha
se haya puesto al lado de su rival. Sigue mirándoles a hurtadillas y cada vez
que los sorprende charlando animadamente se lo llevan los demonios. Tiene que
hacer un poderoso esfuerzo para que su pareja no se dé cuenta de que su mente
está en otra parte. A la postre, la pobre Julita no tiene ninguna culpa.
En
la segunda mitad de la noche, la tensión cede. Miguel se dice que la cosa ya no
tiene remedio y que posiblemente mañana Castaño se marche y Maribel volverá a
estar libre. A rebajar su angustia le ha ayudado Julita, más conocida como la
Pescadora pues su padre es minorista de pescado, que ha actuado como una suerte
de calmante. No ha curado sus males, pero si ha aliviado su abatimiento. Es una
muchacha que tiene una sonrisa agradable y sabe escuchar atentamente. Para el
maltrecho ego de Miguel resulta un bálsamo tonificante. En algún momento de la
velada, se da cuenta de que está riéndose de una historia que cuenta Julita con
mucha gracia. La noche comienza a parecerle menos aciaga.
Pepín ha llamado a Miguel para que compartan su mesa con la intención de
hacerle más llevadera el resto de la velada.
- Acompáñame a la barra y traeremos unos
refrescos a estas bellezas – Pepín trata de distender el ambiente.
En
la mesa han quedado Maricarmen y Julita. Se miran y sonríen. Parece que se
entienden sin necesidad de hablar. No es raro, son amigas.
- ¿Qué tal está Miguelito después de la riña?
– pregunta Maricarmen.
- Muy fastidiado, ya lo puedes imaginar, pero
creo que la bronca le ha servido para calibrar mejor la catadura de esa
engreída. Antes de la pelea se ha pasado la noche echándole miradas de reojo.
Después parece que ya no se ha preocupado tanto por ella.
- Te lo dije, Julita. Miguelito está coladito
por esa mema. Sigo creyendo que pierdes el tiempo intentando que se fije en ti.
Hasta que no se le pase esa fiebre no hay nada que hacer con él.
- No opino lo mismo. La fiebre se le puede
pasar antes si alguien le ayuda. Y a quien ha traído al baile ha sido a mí, no
a esa bobalicona.
- Sí, pero no te engañes, no eres más que la
sustituta. Me han contado que Miguelito quería venir con ella, pero que esa
pavisosa, que ni va a mear sin permiso de sus padres, cuando se lo contó a su
madre ésta le dijo que nanay, que ya le buscaría otro acompañante y ahí la
tienes con el mala sombra de Castaño.
- Mucho mejor para mí. Si los padres le ponen
la proa a Miguel voy a tener más probabilidades.
- De todas formas, sigo creyendo que lo vas a
pasar mal. Eso de llegar a la fuente y no poder beber tiene que ser muy duro.
- ¿Y qué puedo perder? El no ya lo tengo,
Maricarmen. Si consigo algo, eso que habré ganado. Y mi madre suele repetir que
quien no la persigue no la consigue. Pienso seguir luchando por conseguir a
Miguel hasta que vea que no hay solución y como dice el dicho: la mancha de la
mora con otra verde se quita. ¿Y lo tuyo cómo anda, qué tal se porta Pepín?
- No puedo quejarme, pero juego con ventaja. Él
no tiene a quien lanzar miraditas de reojo.
- ¿Qué harías si lo tuviera?
- No estaría aquí o habría venido con otro. A
mí los achares de amor me parecen cosas del pasado, de cuando nuestras abuelas
– afirma con rotundidad Maricarmen.
- Ya me gustaría a mí que fueran cosas del
pasado como dices.
- O sea, ¿qué vas a insistir en conquistarlo?
- Amores nuevos olvidan viejos – es la categórica
respuesta de Julita.
Mientras, en la humilde pista de baile los hermanos Villangómez disfrutan
de la velada como nadie. Carlos mira embelesado a Amparín al tiempo que
desgrana en su oído las dulces palabras de amor mil veces repetidas por los
amantes de todo tiempo y lugar. Por su parte, Beatriz escucha fascinada la
entretenida charla del joven veterinario que le cuenta algunas de las anécdotas
recogidas en su breve vida profesional, aunque lo que más la perturba es la
suave presión de los brazos de Alfonso que ciñen su cintura.