Carlos Espinosa trata de recordar los
consejos que le dio el penalista que le asesoró pues ha de responder a la reiterativa
pregunta de la jueza de cómo puede explicar la contradicción entre el
autodominio que demostró en la habitación 16, al decir de las testigos, y su
estado de shock como acaba de declarar. Su asesor jurídico le dio dos opciones
de respuesta: una, que echara balones fuera como se dice coloquialmente cuando
uno escurre el bulto y sale por los cerros de Úbeda; otra, que se aferrara a que
estaba en estado de shock y que lo mantuviera a capa y espada. Fue esta última
la que le recomendó si el interrogatorio era incisivo. El malagueño entrecierra
los ojos, lo piensa e intuye que la juez del Valle no parece ser de las que
comulgan con ruedas de molino. No sabe por qué en ese momento crucial recuerda
a su vieja profesora de latín del bachillerato: alea iacta est, la suerte está
echada, y sin pensarlo más se lanza a tumba abierta.
-No niego,
señoría, que en un primer momento me mantuve muy calmo, muy dueño de mí. No es
la primera vez que en uno de los hoteles que he dirigido me he encontrado en
situaciones parecidas. Por tanto, se puede decir que tengo una cierta
experiencia ante incidentes similares a los que nos estamos refiriendo. He de
añadir que ambas testigos no mienten, su relato sobre mi comportamiento es
correcto. El problema surgió cuando salí de la habitación. Como he dicho antes
me dio tal shock que me trastorné y solo pensé en irme de allí lo más
rápidamente posible. Y me olvidé por completo del médico, de la ambulancia y de
todo. Es una de esas cosas que le ocurren a uno y que son irracionales, que no
tienen explicación posible. Puede sonar a increíble, pero le juro señoría que
eso fue lo que me pasó –cuando Espinosa termina su alegato, dicho en tono
vehemente, está ligeramente trasudado.
En esta ocasión, la juez no parece estar muy
convencida con la declaración del malagueño porque insiste en la misma
cuestión.
-Señor Espinosa,
usted estaría trastornado, pero a pesar de estar en estado de shock, como
declara, tuvo el suficiente control para llevarse la botella de coñac puesto
que, como ha dicho, pensó que un brandy de esa categoría era una pena
desperdiciarlo. Sigue existiendo una remarcable contradicción entre lo que
declara y su comportamiento en la habitación 16, dentro y fuera de ella. Insisto:
¿cómo la explica?
-Señoría, ya
he dicho que no puedo explicarlo porque hay reacciones que son inexplicables.
Es más, soy consciente que fue una reacción totalmente irracional. Es cuanto puedo
decir en mi descargo.
La jueza decide que no tiene mucho sentido
seguir insistiendo sobre la misma pregunta porque el testigo no hace más que
repetir lo mismo y da por concluida la declaración. Ordena un corto receso para
que el secretario termine de transcribir el acta que recoge la declaración de Espinosa.
En vez de dictar la resolución, la juez opta porque declare el siguiente
testigo: Alfonso Pacheco Ruiz.
Pacheco, en su declaración ante la Jueza de
Instrucción, se atiene estrictamente al guion que ha preparado con un jurista
del bufete que trabaja para su suegro. En respuesta a las preguntas de su
señoría explica que su estancia en la provincia de Castellón se debía a haber
recibido del Director General del Medio Natural y Espacios Protegidos,
dirección encuadrada en la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del
Territorio de la Junta de Andalucía, el encargo de estudiar sobre el terreno
como se lleva a cabo el Plan de Prevención y Extinción de Incendios Forestales
en una zona orográficamente tan abrupta como es el Maestrazgo. Una vez allí, se
enteró a través de un amigo común que su paisano Curro Salazar estaba
veraneando en Torrenostra. Como hacía tiempo que no lo veía un día que no tenía
programada ninguna actividad se acercó a la citada localidad a visitarle. Luego
cuenta el incidente de la paliza que alguien a quien no pudo reconocer le
estaba dando a Salazar, no cita el nombre del Chato de Trebujena pues el
abogado le ha aconsejado que mejor que no lo mencione. Y como al día siguiente
se vio en la obligación moral de llevar a su paisano a una clínica de Castellón
para que le hicieran una revisión médica. Después le visitó varias veces para
ver como evolucionaba su estado, algunas de esas visitas en compañía de Jaime
Sierra, amigo común de ambos y que también veraneaba en las cercanías. Y poco
más tiene que agregar. La jueza sigue con sus preguntas:
-Usted debía
saber que Francisco Salazar estaba en busca y captura por un auto del Juzgado
de Instrucción número 6 de Sevilla, ¿por qué ayudó a un prófugo? –La
inexperiencia de la jueza se muestra en preguntas como la que acaba de
realizar.
-Señoría,
era conocedor de que Salazar estaba encausado en el caso ERE, pero no que
estuviera en busca y captura. Por eso no tuve ningún problema en ayudarle.
-¿Estuvo
viendo a Salazar la tarde del día 15?
-No, señoría
–contesta Pacheco con el mayor aplomo posible.
-¿Sabe usted
si Salazar tenía enemigos o si existen personas que tengan algún motivo como
para causarle la muerte?
Pacheco recuerda uno de los consejos que le
ha dado el letrado: que si le hicieran una pregunta como la que acaba de formularle
la jueza declare que Salazar tenía muchos enemigos y que es posible que más de
uno de ellos desease su muerte. Con ello puede desviar el foco de atención
hacia otros posibles causantes del fallecimiento del exsindicalista.
-Creo que
enemigos tenía muchos. Como su señoría debe saber, Salazar al estar encausado
en el caso ERE, y debido a que fue el epicentro de muchos de los supuestos
falsos expedientes de regulación de empleo, debía de tener mucha información al
respecto y podía incriminar a mucha gente que podía desear su desaparición.
-¿Conoce
algún nombre en concreto de personas que deseaban la desaparición del señor
Salazar?
-No,
señoría. Creo que en Sevilla circulan muchos rumores al respecto, pero noticia
fiable y veraz no conozco ninguna, por eso no le puedo dar ningún nombre
concreto.
-Bien. Cuente
con el mayor detalle posible qué hizo el día 15 –pregunta la instructora.
Pacheco declara que pasó toda la mañana en
la playa de la Concha de Orpesa en compañía de su mujer, que luego estuvieron
comiendo en un restorán, que después se echaron una siesta, luego pasearon un
rato por el Paseo Marítimo, cenaron pronto y se acostaron porque querían salir
a primera hora en dirección a Sevilla…
-Estábamos
alojados en el Hotel Tufi Dive Resort, lo cito porque le podrán confirmar lo
que le estoy contando -concluye.
-¿Por qué se
marcharon al día siguiente del fallecimiento de Salazar?
Es otra de las muchas preguntas que ha
preparado con el letrado del bufete que asesora a la empresa de su suegro.
-Porque el
mismo día 15 recibí una llamada de mi Director General informándome de que mi
presencia era necesaria en el trabajo y que debía regresar inmediatamente.
-¿Tiene algo
más que declarar?
-No,
señoría.
La jueza se da por satisfecha con la
declaración del ingeniero y da por terminado su interrogatorio. Tampoco toma de
momento ninguna resolución, ha optado por terminar las declaraciones de los
tres testigos citados para el día de hoy. El siguiente que declara es Jaime Sierra
Ortigosa. La declaración del antiguo director de la Agencia Idea discurre por sendas
parecidas a las de su colega Pacheco. Explica el motivo de su estancia en la
Costa de Azahar: hacía tiempo que tenía ganas de conocerla, especialmente el
enclave de Marina d´Or por la enorme publicidad que de él se hace en los
medios. Cuenta igualmente, a preguntas de la instructora, como a través de
Alfonso Pacheco se enteró de la agresión que sufrió Salazar y, dado que aunque
no podía calificarse de amigo sí era un antiguo conocido, fue a verle al hostal
donde se hospedaba. Y que luego le visitó varias veces, algunas de ellas en
compañía de Pacheco sin poder precisar cuántas, para ver como evolucionaba de
sus fracturas. Y que poco más puede añadir. La jueza comienza a hacerle las
mismas preguntas que le planteó a Pacheco, aunque ha reformulado algunas de
ellas.
-¿Sabía
usted que Salazar estaba en busca y captura?
Las respuestas de Sierra son un calco de las
de Pacheco, para eso han preparado al alimón sus declaraciones.
-No,
señoría. Sí sabía que estaba encausado en el caso ERE, pero no que estuviera en
busca y captura.
-¿Estuvo
viendo a Salazar la tarde del día 15?
-No, señoría
–contesta Sierra que no puede evitar que un pequeño espasmo le sacuda el
estómago.
-¿Sabe si
Salazar tenía enemigos o si existen personas que tengan algún motivo como para
causarle la muerte?
La respuesta de Sierra va encaminada en
idéntico sentido a la que dio Pacheco.
-El difunto
Salazar era una persona que debía de tener tantos amigos como enemigos. Eso les
ocurre generalmente a los que desarrollan su actividad en el ámbito sindical y político.
Puedo añadir que era hombre que estuvo muy metido en lo que se ha venido en
llamar el caso ERE y como uno más de los encausados también debía tener muchos
enemigos, según se comenta en Sevilla. ¿De tal talante cómo para causarle la
muerte? No tengo respuesta para ese interrogante, señoría.
-¿Recuerda las
personas que vio visitando al fallecido Francisco Salazar?
Ante la pregunta, Sierra duda. Le repugna
involucrar a otras personas, pero como licenciado en derecho sabe que, según
dispone el Código Penal español, cuando uno declara como testigo está obligado
a contar cuanto sepa sobre lo que se le pregunte. Ya le ha mentido a la jueza,
pero ha sido para salvaguardar un bien mayor para él: salir del juzgado sin
cargos. Es igualmente sabedor que si le pillan en una mentira puede ser
sancionado con multa de 200 a 5.000 euros y que si persistiere en su negativa
podría ser acusado de un delito de obstrucción a la justicia. Lo de ser un
chivato como se dice en su andaluza tierra no va con él, pero…