A Zaca, la petición de padre de ayudarle a leer los contadores le pone muy ufano, pues es hacer tareas de adulto, lo que le hace sentirse mayor de lo que es. Tal como padre propuso, al principio es el chaval quien sube uno o más peldaños de la escalerita –en función de a que altura está el contador-, lee el consumo de luz y lo canta para que padre lo anote en la hoja de la libreta correspondiente a cada abonado. El portador del bloc, además de anotar los kilovatios consumidos, debe restar de esa cifra la del consumo del mes pasado, con lo que sale el total de kilovatios que pagará el abonado. Cuando el chico se cansa de trepar, intercambian los papeles y es padre quien maneja la escalerilla y el chico quien anota las cifras de consumo. Pronto el llumero percibe que su hijo resta mentalmente más aprisa y con menos errores que él, por lo que decide que sea el muchacho el anotador y él quien maneje la escalera.
El segundo día de tarea, padre e hijo están leyendo contadores en la calle del Mar y una de las casas en la que entran es de la tía Concepción, una pariente lejana de madre, que al oír el aviso “la llum” sale a saludarlos.
-¿Cómo está tía? La veo con cara de cansancio y no me extraña, en una casa el trabajo de la mujer no acaba nunca –el señor Zacarías trata de ser amable con la pariente de su esposa.
-¡Ay, fill méu! El trabajo no me cansa, pero escribir una carta me resulta más penoso que entrecavar la huerta. Estoy escribiendo a mi hijo José María que, como sabes, le ha tocado hacer la mili en Ceuta. Y como no he vuelto a coger una pluma desde que salí de la escuela estoy pasando una agonía. Es el tercer borrador que rompo porque no sé cómo seguir. Solo de pensar que en cuanto me conteste tendré que escribirle otra me pone de mal humor.
Al señor Zacarías, que cuida muy mucho la relación con la parentela de su esposa, se le ocurre algo para ayudar a la tía.
-Se me ocurre, tía que, si quiere, el chico podría ayudarle a escribirla. Y lo haría en un plis plas, está muy acostumbrado a escribir y tiene muy buena letra.
-¡Ay, fill méu! ¿Le harías a tu tía ese favor? –dice la buena mujer dirigiéndose a Zaca, que se ha puesto colorado como un pavo al escuchar el elogio de padre.
-Si usted quiere… -es la tímida respuesta del muchacho-, pero tendrá que ser cuando acabemos la lectura de los contadores.
-En lo que nos falta de calle puedo prescindir de ti. Quédate y escríbele la carta a la tía –indica el llumero.
El chaval pasa al comedor y lee las cuatro líneas que, mal que bien, ha pergeñado la tía con unos garabatos que casi resultan ilegibles y una ortografía abominable. Al ver aquel galimatías, el chaval trata de ser diplomático para no ofender a la buena mujer.
-Si no le parece mal, tía Concepción, creo que será mejor empezar de nuevo. ¿Tiene otra cuartilla?
Con una hoja nueva, el muchacho esgrime sus saberes.
-¿Le parece bien que empecemos preguntándole por su salud? Es lo que se suele hacer.
-Tú escribe lo que haya que escribir que luego te diré lo que quiero que le cuentes.
Y así comienza la carta el chico. Primero pone el signo de la cruz en la parte superior del pliego y a continuación escribe: Querido hijo: espero que al recibo de la presente estés bien de salud, la nuestra es buena, a.D.g.
-¿Y esas tres letras, Sacarietes, qué quieren decir? -pregunta la tía.
-Son la abreviatura de a Dios gracias.
-Que listo eres, fill meu. Lo que sabéis los chicos de ahora –se hace cruces la tía.
En poco tiempo, Zaca cuenta a José María lo que, a su vez, la tía Concepción le ha ido dictando y que ha adornado lo mejor que ha sabido. Antes de terminar la misiva, pregunta a la mujer:
-Para despedirse de su hijo, ¿qué ponemos: ¿le manda un abrazo, besos o qué?
-Pon que nos acordamos mucho de él, que nos hace mucha falta y lo que creas conveniente.
El chaval escribe: Padre y yo nos acordamos continuamente de ti, pues notamos mucho tu ausencia. Muchos besos y abrazos de tu madre que lo es.
-Y ahora, fírmela.
Apenas ha firmado la carta, la tía Concepción se da cuenta de un olvido.
-Que mala cabeza tengo, me se ha olvidado contarle lo de la sobrina Palmira. Tendrá que ser en la siguiente carta.
-Si me dice lo que quiere contarle se lo pongo ahora.
-Pero ya he firmado.
-Ni importa, dígame qué es.
La tía se lo cuenta y el chiquillo escribe: PD.- Me olvidaba contarte que la Palmira va a casarse con el hijo mayor de los Capdolla del Camí d´Alcalá. Dicen que sí la ha preñado. Vale.
-¿Y esas letras PD qué quieren decir?
El chaval se lo explica a la tía que exclama:
-Desde luego, saber de letras es lo que tiene. Que llest ets fill meu.
El muchacho se ha esforzado en emplear su mejor caligrafía y en verdad la misiva ha quedado muy aparente. Tal es así que la tía se ha empeñado en darle de merendar por más que el chico haya insistido que no tiene hambre. Y no solo eso, por la noche la pariente les lleva a casa un grueso melón y una sandía que parece un balón de fútbol como muestra de agradecimiento por la carta escrita por el xiquet, que más listo no puede ser. Aquí debió de acabar lo que sólo era una anécdota, pero el destino tiene recovecos insondables y el futuro a veces se escribe de la manera más insospechada.
Días después de escribir la carta al quinto de Ceuta, aparece por la Fábrica la tía Lola la Catinenca, vecina de la tía Concepción, con una inesperada petición que plantea a la señora Rosario, que es quien la atiende.
-Ya sé que es abusar del seu fill major, pero ¿podría pedirle que me escribiera una carta a mi hija Lolita que se ha ido a servir a Barcelona? Me ha dicho mi vecina Concepción que el xiquet tiene muy buena letra y que le ha escrito una carta preciosa al hijo que está en la mili.
Rosario, aunque sólo conoce someramente a la Catinenca, es incapaz de negarse, llama a su hijo y le traslada la petición de la buena mujer. El chico no se niega, más por madre que por la tía Lola a quien también conoce superficialmente. La matrona ha traído el recado de escribir al completo: papel, sobre y sello. En un abrir y cerrar de ojos el chaval está sentado en la mesa del comedor poniendo negro sobre blanco lo que la vecina de la tía Concepción quiere contarle a su hija, la que está sirviendo en la Ciudad Condal. Y al final, ocurre la sorpresa que ninguno de los Clavijo esperaba.
-Señora Rosario, dígame cuánto les debo.
-Nada, por Dios. Estas cosas se hacen de favor. Y le diré más, si en otra ocasión necesita que el chico le escriba otra carta no tiene más que pedirlo.
La tía Lola se empeña que el trabajo del muchacho debe ser retribuido, pues como dice: el que algo hace, algo debe ganar, y que no va a irse sin darle al xiquet lo que bien se ha ganado. Al final, un pesetó, -es como llaman en el pueblo a la moneda de plata de dos pesetas-, aumenta el peculio de Zaca, al que enseguida se le ocurre que finalidad puede tener el modesto ingreso.
-Madre, tenga estas dos pesetas para ayudarles a reunir los veinte duros que necesitan para pagar a mis maestros.
Unas lágrimas como perlas resbalan por las mejillas de Rosario. Tiene un hijo que vale un Potosí, palabra que no sabe lo que es, pero si conoce el significado de la frase hecha, pues es de uso común.
En los pueblos pequeños hasta las noticias más ínfimas se propagan a la velocidad del rayo. Y a medida que la anécdota de las cartas escritas por el primogénito de los Clavijo salta de un oído a otro, la información se va exagerando y las misivas se multiplican, así como las contraprestaciones recibidas por el xiquet major de Rosario, la del llumero. Y ante la sorpresa de los Clavijo, comienzan a llegar a la Fábrica -primero a cuentagotas, luego regularmente- vecinos pidiendo que si Sacarietes les haría el favor de escribirles una carta al hijo, o al novio que está en la mili, o al pariente que se ha marchado a trabajar a Francia, o a la hija que se ha puesto a servir en la capital… La señora Rosario, abrumada por el alud de peticiones, se ve incapaz de negarse ante la insistencia de sus vecinos. Algo que no es tan raro, pues el porcentaje de analfabetismo es muy alto, especialmente entre el sexo femenino, y más en un pueblo en el que la mayoría no volvieron a esgrimir una pluma desde que salieron de la escuela. Pero, naturalmente, se dice que una cosa es hacer un favor y otra hacer un ciento.
Un efecto de la actividad de amanuense es que, por si le faltaba otro apelativo, Zaca comienza a ser conocido como el escrivent. Al chaval no le importa, pues está que no cabe en sí de gozo, ya que, mira por donde, ha encontrado una manera de ayudar a sus padres. La mayoría de solicitantes que, como suele ocurrir entre los campesinos, andan escasos de metálico, remuneran el favor en especies y la despensa de los Clavijo se va llenando con los frutos de las cosechas propias de una tierra de regadío.
En los trueques –cartas por especies-, los Clavijo han aprendido un par de cosas: no rechazar ningún producto por impropio que parezca y devolver el envase que lo contiene. Cuando -generalmente a Rosario- le preguntan qué quieren, lo que más pide es harina y aceite –de medio kilo o litro a tres cuartos por carta escrita-. Todo lo demás es negociable y aceptan capachos, más o menos colmados, de patatas, naranjas, cebollas, mandarinas, boniatos, remolachas… Cestas con guisantes, habas, tomates, manzanas, berenjenas, pimientos o calabacines… Cajitas con uvas, peras o ciruelas… Saquitos con almendras y a veces con algarrobas. Huevos, conejos, quesos… Y cuando la matanza del cerdo –todos los campesinos engordan anualmente uno al menos-, una muestra de los embutidos caseros. En ocasiones, el valor de esos productos es superior a las dos pesetas que son el canon ordinario, pero como los solicitantes dan lo que tienen no se paran en barras a la hora de retribuir al escribiente.
El esmirriado y patoso fetiller se ha convertido, por mor de sus conocimientos gramaticales y su buena letra, en un escrivent que es el orgullo de la familia y que está ayudando a la magra economía de los Clavijo. Los veinte duros de marras han dejado de ser cien pesetas. Ahora son algo menos gracias al escrivent. Quien lo iba a decir.
PD.- El próximo martes publicaré el episodio 14 de la novela “El masover”, titulado: Que estén buenorras