-Tete, ¿vas a leer?
-Creí que estabas dormido.
-Me ha despertado la luz. ¿Me quieres leer un cuento? Blancanieves y los siete enanitos.
-Que recuerde, te lo he leído tres veces. ¿No prefieres otro o un tebeo?
-Me gusta ese, sobre todo por los enanitos que son bajitos como yo, ¿verdad?
-Vale –Zaca rebusca entre los libros que guarda en la parte baja de la mesita y comienza el cuento que, de tanto leérselo a su hermano, casi se lo sabe de memoria-: Érase una vez una joven y bella princesa llamada Blancanieves que vivía en un reino muy lejano con su padre y madrastra…-Cuando llega al segundo pasaje en que la madrastra pregunta al espejo quién es la más hermosa del reino, Pedrito se ha dormido. Deja el cuento y coge una edición en rústica de Las aventuras de Tom Sawyer. Le encantan las historias que narra Mark Twain. La lectura le hace olvidarse de la cita que tiene por la mañana y el sueño le vence con el libro entre las manos.
Sin embargo, en cuanto despierta su primer pensamiento es: ¿qué puede querer el tío?, ¿no será una encerrona cómo la del año pasado de mosén Fumadó?, se pregunta con cierto temor. No tiene que hacer demasiados esfuerzos para recrear lo que califica como una encerrona porque ocurrió hace poco.
A raíz de que fuera el mejor alumno del rebañito parroquial donde les preparaban para tomar la primera comunión, un día el párroco le mandó aviso de que le esperaba en la sacristía después del rezo del rosario, pues quería hablar con él. En la entrevista también estuvo presente el vicario. Mosén Fumadó., tras elogiar su aplicación y buen comportamiento en el rebañito, comenzó a hacerle preguntas sobre qué le gustaría ser de mayor.
-Pues, no sé qué decirle, mosén Fumadó –El chicuelo duda, supone que mentir, y más a un cura, debe de ser pecado mortal. Y duda porque sí que ha pensado alguna vez qué le gustaría ser de mayor y, sobre todo, qué no le gustaría. Lo que hace, para no pecar, es inventarse una supuesta y sorprendente vocación-. Pero alguna vez si he imaginado qué me gustaría ser de mayor, me gustaría ser vaquero –Es mentira, porque lo que le gustaría ser es abogado. No conoce a nadie que lo sea, pero en el cine ha visto muchas pelis americanas en las que el protagonista es un letrado y le encanta ese papel.
-¿Y trabajar en una granja con vacas y toros? .pregunta, desconcertado, el sacerdote.
-No, ser vaquero pero del Oeste y trabajar en películas. Es que ¿sabe usted?, me gusta mucho el cine.
-Ah. Yo me refiero a si has pensado en oficios y profesiones corrientes. Por ejemplo: en ser electricista como tu padre o maestro como don José Domingo o médico como don Eulogio o sacerdote como el señor vicario.
-En ser médico, no –salta, raudo, el chiquillo-, me da miedo la sangre.
-Y en ser electricista, maestro o sacerdote, ¿lo has pensado?
El muchacho vuelve a vacilar. Piensa que al final el cura terminará sacándoselo todo, por lo que decide abreviar la entrevista.
-No lo he pensado, pero ya que usted me lo pregunta, le juro por… -No tomarás el nombre de Dios en vano, le enseñaron en el catecismo-, le prometo que me lo pensaré. ¿Puedo irme?
-¿Tienes prisa?
-No, mosén, creía que había acabado de preguntarme.
-Aun queremos contarte algo, y lo va a hacer don Florencio, que hace poco salió del seminario. Otra pregunta, ¿te gustaría estudiar el bachillerato?
-Sí, mosén, me gustaría. Todo lo que sea estudiar me gusta.
-Pues podrás estudiarlo si ingresas en el Seminario Diocesano de Tortosa. Mosén Florencio, su turno –La Iglesia Católica, como es bien sabido, aborrece los cambios, pese a ello podrá mudar de criterios, formas o estructuras, pero hacerlo le llevará décadas y hasta siglos. Quizás esa fue la causa de que no respetara la división de España en provincias –vigente hasta nuestros días-, que Javier de Burgos trazó en 1833. Mantuvo las circunscripciones eclesiásticas antiguas; por eso, aunque la provincia de Castellón forma parte de la región valenciana, en el ámbito eclesiástico parte del territorio provincial pertenece a la catalana sede episcopal de Tortosa. Era el caso de Torreblanca -aunque ya no-.
El vicario, carraspea para aclararse la garganta, y le narra la vida que los chicos internos llevan en el seminario tortosino. Mosén Florencio le hace un relato idealizado de lo bien que se lo pasan los seminaristas, de cuan buenos y comprensivos son los profesores, de lo mucho que se aprende, de lo laxa que es la disciplina y de lo bien que se come, hasta les dan de merendar. Lo que no le cuenta es que algunos de los internos, tras realizar los estudios con los que se puede convalidar el bachillerato, abandonan el seminario antes de cantar misa. Cuando el vicario termina, el párroco toma el relevo y remata la supuesta e idílica vida del seminarista diciendo algo que sabe que le llegará muy adentro al muchacho, prueba de que es conocedor de cuanto ocurre en su grey.
-¿Te gusta el fútbol? ¿Sí? Pues muchos días, después de la última clase de la tarde, se forman varios equipillos para jugar al fútbol. Y juegan todos, le den mejor o peor a la pelota.
-¿Y juegan con sotana o sin ella? –Es la insospechada pregunta del chiquillo.
-No necesitan quitársela. Se la recogen con las manos. Y no veas los pepinazos que sueltan. Bueno, por hoy hemos terminado, continuaremos hablando, y mientras ve pensando en lo que te ha contado mosén Florencio, Ah, y diles a tus padres que mañana les espero en la sacristía, después del rosario –tras lo cual, el reverendo le ofrece el dorso de su mano para que el chaval la bese.
Lo que el chicuelo no se ha atrevido a contar al párroco es que, además de no querer ser médico por su miedo a la sangre, tampoco quiere ser cura porque sabe que los eclesiásticos no tienen mujer. Zaca, a sus nueve años, va muy retrasado emocionalmente respecto a compañeros de su misma edad, y las mujeres no le dicen nada, salvo que le parece que son como muy maníáticas, además de un poco raras y tienen la lágrima floja. Pero, por lo que fuere, la ausencia de una mujer en la vida de un sacerdote es lo que le lleva a no querer serlo.
La insistencia del párroco se debe a que le han llamado la atención, desde el obispado, sobre el escaso número de vocaciones sacerdotales que surgen en el pueblo. Y le han exhortado a que la situación revierta pues, desde que hace unos años un tal Bartolomé Chaler, hijo de un pintor de brocha gorda, ingresó en el seminario, no ha vuelto a producirse otra incorporación de un torreblanquí al seminario tortosino. El párroco piensa probar con otros chicos, pero ha elegido primero a Zaca porque puede ser una buena piedra de toque.
Los seminarios diocesanos, de la década de los treinta, están llenos de futuros clérigos que son segundones de familias de zonas pobres, como son la mayoría de las pertenecientes al Maestrazgo y la Sierra de Espadán. La causa es porque en muchas comarcas existe la tradición de que el hereu –el heredero o primogénito- reciba la mayor parte de los bienes raíces familiares, mientras al resto de hermanos solo les toca la legítima en forma de las peores tierras. Por eso, hay familias con escasos recursos que optan por enviar a alguno de sus hijos segundones a los seminarios, como medio para obtener una formación que de otro modo nunca podrán alcanzar. Y, además, un futuro asegurado si terminan la carrera sacerdotal.
Al día siguiente, la entrevista de los padres con el párroco discurre por otros cauces. La estrategia de mosén Fumadó se basa en tres argumentos. El primero es que un niño, tan brillante académicamente como su hijo mayor, debería estudiar. Su maestro don José Domingo le ha informado de que jamás tuvo un alumno que fuera tan aplicado, tan voluntarioso y, sobremanera, que contara con una memoria tan prodigiosa. El segundo es el económico, pues el clérigo está al cabo de la calle de lo escasamente boyante que es la economía de los Clavijo. Estudiar en el seminario no les costará un céntimo, todo es gratis; por no gastar ni lo harán en ropa porque las sotanas, roquetes, fajines y todo lo que usan los seminaristas lo proporciona el seminario, hasta les dan los camisones que usan para dormir. El último argumento también es económico, en cierto modo. En la edad que está Zaca, los chicos comen como limas y en el seminario ese aspecto también lo tendrá cubierto. Tres comidas diarias, sanas, abundantes y aseguradas. Y mosén Fumadó ahonda más en esa cuestión. No solo tendrán asegurada la pitanza del primogénito, sino que, de rebote, su ausencia repercutirá positivamente en el resto de los hermanos porque, al ser uno menos en la mesa, habrá más para los demás. El párroco piensa que será un triunfo si consigue que el chaval ingrese en el seminario, así desde el obispado dejarán de darle la matraca, que a su edad no está para soflamas.
Mosén Fumadó todavía se guarda un último comodín en la manga, pues al final de la entrevista deja caer, como el que no quiere la cosa, el último de sus cebos para ver si pican los padres. Es una potente carnaza con la que espera convencer a los Clavijo, ya que sabe dónde les aprieta el zapato.
PD.- El próximo martes publicaré el episodio 7, de la novela
<<El masover>>, titulado: Cuando son otros los que deciden por ti