Cuando reveló los
carretes de las fotos tomadas durante el verano se encontró con la inesperada y
agradable sorpresa de que en una de ellas, tomada en la playa, aparecía en el
fondo un grupo sentado en la arena y, ¡milagro!, una de las chicas del grupo
era ella. La alegría tuvo un
contrapunto amargo cuando se fijó en que parecía muy amartelada con el chico
que estaba a su lado. Trabajó el cliché con el photoshop y consiguió aislar su cara aunque quedó un tanto borrosa.
La ha tenido pinchada en el corcho de su habitación durante todo el curso y se
la sabe de memoria: rostro ovalado, ojos de azabache, cejas perfiladas, labios
prometedoramente carnosos, barbilla redondeada, todo ello enmarcado por una
espléndida melena negra que en la playa solía recoger en una improvisada cola
de caballo. Reconoce que no es la más bonita del mundo, pero tiene algo que le
pone como no había conseguido hasta ahora ninguna de las chicas a las que ha
conocido. Ni siquiera Maripili.
No llegó a entablar
relación con la muchacha, pero sí se enteró de algunas cosas preguntando
discretamente a uno de sus contados conocidos del pueblo. Se llama Lorena, se
apellida Vercher y es natural del pueblo. Tiene su misma edad. Trabajó en un
chiringuito playero de Benialcaide, luego estuvo de aprendiza en una peluquería
de Albalat del Mar, pero lo ha dejado porque quiere ser estiticién, aunque su
informador no sabe si estudia para ello. Y lo que más le jeringa es que sale
con un chico del pueblo, el que estaba a su lado en la foto. No ha podido
enterarse si continúan o lo han dejado. Y que hay más tíos a los que no les
importaría salir con ella porque está muy buena. Esto último – piensa Sergio –
se lo podría haber ahorrado su informante. Le gustaría conocerla y más aún
ligársela, algo que sabe que no le resultará fácil porque es consciente de que su
experiencia con el sexo contrario no es que sea muy intensa. Su romance con
Maripili, ahora lo sabe, no fue más que una nube pasajera.
Este verano Sergio
sigue con las mismas, se conforma con mirarla a hurtadillas pero no se atreve a
más. Las miraditas de Sergio, por insistentes, no han pasado desapercibidas ni
a Lorena ni a sus amigas, que le toman el pelo con el chiquilicuatre que parece
comérsela con los ojos, pero que de ahí no pasa. Las muchachas, acostumbradas a
las expeditivas maneras de actuar de los mozos del pueblo, gastan mil y una
bromas sobre la escasa capacidad resolutiva del muchacho.
- El guayabete ese no deja de mirarte, Loren, pero ahí se le
acaban los arrestos. Es más parao que un campanario – sentencia una.
- Pues a mí me mola, no me importaría ligármelo. Está de
toma pan y moja – comenta otra.
- Psé. No está mal – admite la concernida -, pero es un lelo
de mucho cuidado. Tiene menos reprís que un vespino. Cualquier chorbo del
pueblo ya habría intentado ponerme los puntos.
- Bueno, Loren, tú es que estás acostumbrada a los arreones
que te mete el Maxi y a su lado cualquiera te parecerá un corderito. Y hablando
de Maxi, ¿qué sabes de él? Dónde se ha metido que hace semanas que no le veo –
pregunta una tercera.
- A su empresa le salió una contrata para construir un hotel
en Fuengirola y estará allí unos meses hasta que lo terminen. Estoy de él y de
sus jefes hasta los ovarios, se pasa más tiempo fuera que aquí.
El chico sigue
mirando a las muchachas con el mayor disimulo posible, pero cada vez que lo
cazan atisbándolas vuelve la cabeza inmediatamente. Se dice a sí mismo que lo
de ser tan tímido no le lleva a ninguna parte, que lo que debería hacer, al
menos, es sostener la mirada, pero cuando ve los ojos de las chicas fijos en
él, sobre todo cuando la que le mira es Lorena, su reacción instintiva es mirar
a otra parte. La pandilla de las mozas, a falta de mejor tema, comenta una y
otra vez el poco empuje que tiene el forastero.
- Volviendo al parao que se te come con los ojos, yo de ti
me lo ligaría porque comparado con el percal que hay por aquí éste parece Tom
Cruise. Además, no te vendría mal un cambio porque el Maxi será un sietemachos,
pero es más basto que unas bragas de esparto.
- Tú mucho rajar, Anabelén, pero consejos vendo que para mí
no tengo. En vez de aconsejar, ¿por qué no te lo ligas? – inquiere, en un tono
desdeñoso, Lorena.
- Porque no es a mí a quien no le quita ojo. Si lo hiciera
le habría echado morro y a estas horas ya me lo habría llevado al huerto. Y
puede ser un buen chollo. Sé más cosas de él.
- Cuenta, hija, cuenta – reclaman todas a coro.
- Me lo ha dicho mi tía Eugenia. Es nieto del señor Andrés Roca
el Punchent. Una de sus hijas, Lola se llama, casó con un tío de Madrid y ese
pibe es su hijo. Los padres del chico solían pasar las vacaciones en
Benialcaide, pero como el año pasado su abuelo enviudó ahora las pasan con él.
- ¿Ya está, eso es todo lo que sabes del chorbo? – pregunta desdeñosamente
Lorena.
- Falta lo mejor. Se llama Sergio y estudia o va a estudiar
para ingeniero.
- ¡Qué chollo, un ingeniero! – exclama otra -. Oye, Loren,
si a ti no te mola ese pastelito, voy a ver si le echo los tejos. Porque entre
acabar trabajando en un hotel de Albalat y pillar a un ingeniero no hay color.
- Y que lo digas, Mariasun, ¡quién lo pillara! – exclama
Anabelén.
- Irá para ingeniero, pero es más parao que un ninot –
apostilla una desdeñosa Lorena para terminar añadiendo -. Con ese no salía yo
ni aunque me lo ordenara la Guardia Civil.