Recuerdo que hace ochenta años y más, la festividad de la Mare de Déu del Carmen, para muchos torreblanquins de entonces era una de las fechas en las que iban a la mar. Aparejaban el mulo al carro, cargaban la familia y …a la mar ens anirem a vore les marineres que cusen sense didal i tallen sense tisores. Cuando llegaban al codolar –playa no había- desengachaban el mulo y todo el mundo a remojarse, incluida la acémila a la que metían mar adentro y que le servía para desparasitarse. Ellos se bañaban con los calzones largos a rayas blancas y azules o grises, ellas en viso –lo de los bañadores, y no digamos los bikines, eran una rareza- y la chavalería con calzones cortos o en porreta. Nadie se metía mar adentro porque eran escasos los que sabían nadar y le tenían un reverencial temor al agua.
Els torreblanquins, hasta la década de los setenta, vivían de espaldas a la mar y solo la visitaban cuatro o cinco días al año: Sant Pere, la Mare de Déu del Carmen, Sant Jaume i la Mare de Déu d´Agost. Este dato hoy puede parecer poco creíble, pero es tal cual lo cuento.
A mediodía se
solía cocinar una paella –el plato por excelencia de los días de fiesta- junto
al codolar, y con el sol todavía con
recorrido para ocultarse cargaban la familia y los trastos y camí al poble por la carretera de tierra
que unía Torrenostra con Torreblanca. Y salvo algún caso aislado no se
mezclaban con los pescadores –els
mariners-, que no dejaban de ser unos tipos raros que no tenían terres, llamaban popa al trasero y
jugaban al fútbol con los pies descalzos. ¡Qué tiempos aquellos, no fueron ni
mejores ni peores, solo diferentes!