Al igual que les ocurre a otros mozuelos del pueblo, para Carlitos Villangómez el de este año también será su primer baile de los estudiantes. Y asistirá llevando entre sus brazos a Amparín Vives, la mujer de sus sueños, al igual que ocurrió en las fiestas del pasado verano donde no pararon de bailar en las verbenas que el Ayuntamiento organiza en la improvisada plaza de toros. Sus sentimientos hacia la muchacha no se los ha contado a nadie, ni siquiera a sus amigos y mucho menos a sus padres, se moriría de vergüenza, pero sí ha sincerado con su hermana Beatriz. Ahora que ella ha llegado de Ademuz, donde regenta su primera escuela, va a contar con alguien con quien compartir el aluvión de sentimientos y sensaciones que le produce Amparín y que, a menudo, le cuesta asimilar.
Ambos hermanos se parecen bastante: son esbeltos, tienen una[ZR1] piel que parece
nacarada y unos rostros de facciones atractivas nimbados por una cascada de
negro pelo. Beatriz sin ser una gran belleza, tiene algo que hace que su cara
no se olvide fácilmente. Carlos sabe que su hermana siente pasión por él, por
eso es la persona en quién más confía. Y ahora necesita su ayuda para despejar
las dudas que le inquietan.
- Bea, otra pregunta: ¿qué será más
apropiado, recoger a Amparín en su casa o esperarla en el baile? Lo digo porque
cuando los domingos vamos a bailar nos citamos a la puerta de la pista.
- Pero alma de cántaro, éste no es un baile
como los demás, es especial, se le podría calificar como un baile de gala y en
ellos la cortesía exige que el caballero vaya al domicilio de la dama a
recogerla ¿Ya hablaste con el padre de Amparín?
- No, ¿tengo qué hacerlo?
- Naturalmente. Es lo correcto y lo que debes
hacer.
- Si tú lo dices..., pero Amparín me ha
asegurado que no irá al baile si no es conmigo. Y que de sus padres se encarga
ella.
- Vaya con la niña, pequeña pero matona. De
todas formas, hermanito, habla con ella y convéncele de que deberíais decírselo
a sus padres antes de que te presentes en su casa.
- Vaya trago. ¿Y qué les digo?
- La verdad. Que para ti sería un honor que
te dejaran acompañar a Amparín, que cuidarás de ella como si fueras un
caballero de la Tabla Redonda y…
Carlitos
interrumpe a su hermana:
- Espera, espera, ¿qué es eso de la Tabla
Redonda?
- ¡Por Dios!, ¿se puede saber qué diablos os
enseñan en el instituto? Que la tratarás y la guardarás como el tesoro más
preciado.
- Eso ya pensaba hacerlo, pero ¿y si me
niegan su permiso para llevarla al baile?
- Tendrás que aguantarte. Para que eso no
suceda, antes de que tú aparezcas por su casa, quien tiene que convencer a los
señores Vives es su hija. O sea, que pídele a tu Dulcinea que vaya
trabajándoselos.
- ¿Tú piensas ir al baile?
- Todavía no lo sé, lo decidiré en el último
momento.
- Tienes que asistir, Bea. Has sido muchos
años el alma del baile.
- Sí, y ahora que dejé de serlo, ¿puedes
imaginarte la cantidad de problemas y de trabajo que me he quitado de en medio?
Además, no tengo pareja.
- Ni la necesitas. Te vas con tu amiga Carmen
Ribes, que es otra que siempre está sola, y ya verás lo bien que lo vais a
pasar. Podéis chismorrear a todo tren y despellejar hasta al lucero del alba.
Por otra parte, ¿quién te dice que no vayas a encontrar un buen mozo que te
tire los tejos?
Hay
otros jovencitos que tienen problemas más peliagudos que los Villangómez, es el
caso de Ernesto Ballesta; nunca asistió al baile, jamás fue invitado, tampoco
mostró ningún interés en ello, pero este año Ernesto ha movido cuantos resortes
han estado en su mano para participar en la fiesta, tiene un poderoso motivo:
se lo ha prometido a su novia. Con el primero que habló fue con Pepín Mañes. Su
sorpresa fue mayúscula al escuchar que nunca le habían invitado porque no le
consideraban estudiante.
- ¿Cómo qué no soy estudiante? ¿Y entonces
qué crees que hago todos los días en la Escuela de Maestría, rezar el rosario o
vender cupones de la ONCE?
- Tienes razón, pero que yo recuerde nunca ha
asistido al baile alguien que estudiara Maestría.
- ¡No te fastidia!, porque soy el primero del
pueblo que lo hace.
- No sé qué decirte. De todos modos preguntaré,
pero lo veo complicado.
Aquel mediodía, durante el almuerzo, su madre pregunta a Ernesto porque
está tan mohíno. El chico se sincera y le explica sus problemas para poder
asistir al baile de los estudiantes. Cuando llega del trabajo el cabeza de
familia, su mujer le cuenta el disgusto que tiene el muchacho. Esa misma noche,
Alfredo Ballesta tiene tertulia en casa de Manuel Lapuerta para escuchar las
emisoras internacionales, en especial aquellas que hablan mal del Régimen. En
un receso cuenta a sus contertulios lo que le pasa a su hijo, como una muestra
de la cerrazón social de la pretendida élite del pueblo. El médico, que es muy
amigo de sus amigos, se interesa por el asunto.
- Sí tu chico tiene verdadero interés en
asistir a la fiesta igual yo puedo echarle una mano.
- No se moleste, don Manuel. Solo son
problemas de chavales. Dentro de unos días ni se acordará.
- Estoy de acuerdo en que es una fruslería,
pero la pregunta que te planteo es ¿quiere o no quiere tu chico ir a ese baile?
- Hombre, querer lo que se dice querer claro
que sí.
- Entonces, déjalo de mi cuenta y vamos a ver
si podemos sintonizar de una puñetera vez la Pirenaica, que esta noche las
interferencias nos lo están poniendo más difícil que nunca.
El
médico le pide a su mujer que haga la gestión para que inviten al hijo de
Ballesta. Angustias habla con Lola y ésta, a su vez, traslada la petición a
Beatriz. Aunque la Villangómez ya no presida la comisión del festejo sigue
teniendo vara alta en la misma. El resultado del pequeño enredo es que Ernesto
y su novia Matilde Puig serán de la fiesta. De esa manera, tan trivial como un
tanto rocambolesca, la organización del baile de los estudiantes se entremezcla
con el proceloso mar de la política local.
- Al entrar me he cruzado con la mujer de
Lapuerta, ¿quería algo o solo ha sido una visita de cumplido? – pregunta Gimeno
a su mujer.
- Ha venido a pedirme un pequeño favor. Una
invitación para el baile de los estudiantes.
Lola
cuenta a su marido la petición que le ha trasladado Angustias, un asunto baladí
entre mujeres. Sorprendentemente José Vicente se interesa por el tema.
- Estoy pensando, Lola, que ese baile podría
ser un filón de futuro.
- No sé a qué te refieres.
- Piensa que ahí está toda la juventud del
pueblo cuyas familias son alguien o, al menos, pretenden serlo. Si pudiésemos
controlar el sistema de acceso al baile, quiénes pueden asistir y quiénes no,
tendríamos un buen instrumento para dispensar favores. Y se convertiría en un
caladero para pescar voluntades.
- José Vicente, he de reconocer que no había
pensado en esa faceta. Conozco el baile desde la primera vez que se celebró – Lo
que Lola no le cuenta es que asistió al mismo con Rafael Blanquer – y nunca se
me ocurrió verlo desde ese prisma. Para mí, como creo que para todos, no es más
que un festejo que solo sirve para que la gente joven se lo pase bien y, sobre
todo, las chavalas puedan lucir sus mejores trapos. Para los adultos solo es
una ocasión de alimentar su vanidad.
- Y supongo que así seguirá siendo, pero
vamos a pensarlo con detenimiento y para el baile del próximo año hemos de ver
como encontramos un procedimiento para controlar esa comisión de admisión, de
tal forma que, a la postre, quienes decidamos seamos nosotros.
- Eso es muy sencillo. La comisión siempre
tiene problemas de perras. Por ejemplo, este año se han quedado sin el local de
la calle Sichar y han de buscar otro, que no les saldrá gratis. Como el
alquiler resulte caro se van a quedar sin un duro. Eso nos ofrece dos vías de
acceso para que la comisión baile, y nunca mejor dicho, al son que les queramos
marcar.
- ¿Y esas vías son?
- Darles una subvención – al ver el gesto
negativo de su marido, Lola se apresura a añadir -. Ya sé que el Ayuntamiento
no tiene un chavo, pero estoy hablando de una contribución de poca monta.
Cuatro duros mal contados. La otra vía es facilitarles directamente un local.
Esta última, quizá nos resultará más barata. Hay gente en el pueblo que te debe
algún que otro favor y no podrían negarse a dejarte un local por veinticuatro
horas y, encima, posiblemente gratis.
- Lola, nunca me cansaré de decir que el día
que me casé contigo me sonrió la diosa Fortuna.