Han llegado mis nietos y mi solitaria vida
de anciano, aburrida, monótona y ordenada ha sufrido un vuelco. La casa se ha
llenado de alegría, carreras, gritos, llantinas, risas y desorden. Que todo eso
y mucho más traen los niños. También de juguetes por todas partes, de muebles fuera
de su sitio, de cambios en los horarios de comida y de la pérdida del mando de
la tele. Ahora toca ver dibujos animados y he descubierto que a los críos el
mundial de fútbol les trae al fresco y con los noticieros se duermen.
Pero lo que cuenta es que, pese a los posibles
y en ocasiones reales trastornos, los críos te alegran la vida. Los miro y sé
con certeza que el único rastro que va a quedar de mí serán los genes que les
haya podido transmitir. Todo lo demás, mi vida con sus éxitos y fracasos (más
de los últimos), mis recuerdos de todos los colores, mis contados amores y desengaños
múltiples, los pocos amigos que me quedan, los libros que escribí y este mismo
blog; todo eso sumado es humo.
Ahora me toca a volver a releer los cuentos
de mi niñez o teatralizar los relatos de hoy repletos de naves espaciales, de
héroes con poderes sobrehumanos, de máquinas que se comportan como humanoides y
de hombres que parecen robots. Tengo que volver a recordar donde venden los
mejores helados y en que playa la arena es más idónea para construir esos
castillos efímeros, pero que son tan del gusto de los críos.
Han llegado los niños y con su sola
presencia mi vida se ha llenado de emociones. ¡Benditos sean!