-Veréis,
volvemos a estar en un pequeño impasse en la investigación. El estancamiento
está producido porque seguimos sin saber qué pasó en la habitación de Curro Salazar
entre las 15,30, en que Anca retiró la bandeja del almuerzo, y las 17.40, hora
en que Rocío va a entrar en el cuarto y no lo hace al ver al Chato. En esas dos
horas y pico está la clave de la muerte del gaditano. Y entre los individuos
que le visitaban con cierta asiduidad, ¿de quiénes no sabemos nada de lo que
hicieron el día de autos? Pues de Pacheco y de Sierra. Bueno, y también
ignoramos qué hizo el Chato pues aún no ha declarado.
-Lo que
dices no es ninguna novedad, llevas manteniendo esa teoría hace tiempo
–recuerda Manolo Ponte.
-En efecto,
pero los acontecimientos se están precipitando y el final de nuestras vacaciones
está a la vuelta de la esquina. Y supongo que no querréis que nos vayamos de
aquí sin desentrañar qué le pasó al pobre Salazar y quién o quiénes se lo
cargaron.
-Bien
supuesto, al menos por mí parte y supongo que por la de los demás –afirma Ponte
que, como el más viejo del grupo, suele arrogarse la representación del resto.
-La Jueza de
Instrucción ha citado a Pacheco y a Sierra, en una fecha que todavía desconozco,
para que vuelvan a declarar basándose en nuestras investigaciones que han
confirmado que ambos individuos fueron vistos en Torrenostra el día de autos. Algo
que en su primera declaración negaron de forma tajante, al menos Pacheco.
Sierra fue más hábil y esquivó la pregunta de la jueza. Si ambos estuvieron
aquí el día de la Asunción hay más de un noventa y cinco por ciento de
probabilidades de que también estuvieran en la habitación de Curro. ¿Por qué no
les vio nadie en el hostal? No sé la respuesta, pero apostaría diez contra uno
a que estar, estuvieron.
-¿Y por qué
quieres hablar con ellos?, ¿eso a qué conduce? –pregunta Amadeo Ballarín.
-Conduce a
que desconfío de la habilidad de la jueza para sacarles la verdad a dos
individuos listos y con la suficiente mano izquierda como para torearla.
-¿Crees que
la juez es de las moldeables? –pregunta con malicia Luis Álvarez.
-En
principio, no. Por lo que sé de ella es honesta, competente y trabajadora, pero
también es inexperta y eso es lo que me preocupa. Por eso me he propuesto hablar
con Pacheco y Sierra de forma particular y, a ser posible, antes de que
declaren en el Juzgado de Instrucción.
-¿Y eso es
legal, puede hacerse? –inquiere Ballarín.
-Legal no
es. Sobre si puede hacerse es lo que averiguaremos. Amadeo, tú fuiste quien
fotografió a ambos la primera vez que declararon, ¿guardas alguna copia de esas
fotos?
-Mejor que
unas copias, en la memoria de mi cámara tengo las fotos originales –responde
Ballarín.
-¿Puedes
mandarlas a mi móvil?
-Lo hago
ahora mismo. Bueno, lo haré en cuanto encuentre un cable para conectar la
cámara con mi móvil o directamente con el tuyo.
-¿El cable
ese lo tienes aquí?
-Creo que
sí, suelo guardarlo en la bolsa de las cámaras. Voy a mi habitación a ver si lo
encuentro.
-Me valen
también las copias de papel que seguramente guardáis algunos de los que estuvisteis
en aquella operación, y las quiero para no tener ningún problema en
reconocerlos. Pienso ir a Castellón cuando lleguen esos pájaros y forzarles a
que hablen conmigo antes de hacerlo con la jueza.
-¿Y cómo
conseguirás que hablen contigo? –se interesa Ponte.
-Estoy
ideando un plan del que todavía me faltan por perfilar algunos flecos, en
cuanto lo tenga cerrado os lo contaré. Ah, para ese viaje a Castellón
necesitaré a alguno de vosotros.
-Sabes que
todos estamos a lo que digas; vamos, digo yo –afirma Ponte mirando al resto de
sus camaradas cuyo asentimiento es general.
Grandal cambia de registro y hace un
comentario que no cuadra en absoluto con lo que estaba hablando hasta el
momento.
-Me ha
parecido notar que se ven menos coches y que también ha disminuido el número de
gente en la playa, ¿es así o son figuraciones mías? Lo digo porque Marina d´Or
sigue tan lleno como lo estaba en la primera quincena del mes.
El que contesta es Pedro Ramo hasta ahora
silente:
-Eres un
buen observador, Jacinto. Aquí el pico de veraneantes se registra desde la
segunda semana de julio hasta el veinte de agosto. A partir de esa fecha, los
que son de aquí se suben al pueblo para no perderse las fiestas y el número de
forasteros también decae. Esta playa, en cuanto concurrencia, no tiene nada que
ver con Orpesa, Alcossebre o Benicàssim, donde el veraneo dura prácticamente
tres meses o más. Es el mayor problema que tienen los negocios instalados en
Torrenostra, que su temporada veraniega es mucho más corta que la habitual.
-Lo he traído
a colación – se justifica Grandal- porque he pensado que al haber menos gente
quizá el personal de bares, restoranes y chiringuitos tenga más tiempo para
mirar con mayor atención las fotos de Pacheco y de Sierra, y si recuerdan
haberles visto por aquí el día de la Asunción. Lo digo porque cuando hace unos
días hicisteis la primera ronda de reconocimiento os quejasteis del poco caso
que os hicieron camareras, empleados y demás personal. ¿Todavía guardáis copias
de las fotos?
La respuesta es negativa. En esas reaparece
Ballarín luciendo en su mano el cable conector para pasar las fotos de su
cámara al móvil de Grandal.
-Amadeo –le
pide Grandal-, tendrás que subir al pueblo porque vamos a necesitar más copias en
papel de los dos pájaros sevillanos. En cuanto las tengamos os vais a desplegar
por todos los establecimientos de la playa enseñándolas, a ver si esta vez
tenemos más fortuna.
-¿Cuándo
hacemos la operación? –quiere saber Álvarez.
-Cuando
podáis, pero hoy mejor que mañana. Nos quedan cinco días.
-Seis,
agosto tiene 31 días –precisa Ballarín.
-Chelo
quiere marcharse el 30, dice que el último día nos encontraremos con caravana y
si algo le pone de los nervios son los atascos, por eso a mí me quedan cinco
días. En cuanto al viaje a Castellón se trata de buscar a Pacheco y Sierra en
el hotel en el que estuvieron hospedados. Es bastante probable que vuelvan al
mismo. Necesito que uno de vosotros, el que quiera o pueda, me acompañe por si
en algún momento tengo que dejar el coche y en la ciudad aparcar es un
problema. ¿Algún voluntario?
Todos, menos Ramo, levantan la mano.
-Gracias,
pero no esperéis que elija yo. Todos me valéis, o sea que decidid vosotros.
Tras un breve diálogo, al final deciden que
sea Ballarín el acompañante por si acaso necesitara hacer más fotos. Los demás
subirán al pueblo a hacer las copias y, de paso y a sugerencia de Ramo, este les
enseñará cómo construyen la artesanal plaza de toros pues hoy comienza la
tradición más arraigada de las fiestas: los toros. Mientras Grandal y Ballarín
enfilan la AP-7 en dirección sur, camino de la capital de La Plana, Ponte, Ramo
y Álvarez después de hacer las copias en una tienda de fotos se acercan a la
Plaza Ramón y Cajal.
-Yo creía
que se llamaba Plaza de la Iglesia.
-Y mucha
gente sigue llamándola así. Otros la llaman la Plaza Mayor. Y ha tenido más
nombres, pero su denominación oficial es la de Ramón y Cajal –explica Ramo.
En la plaza hay un aparente caos de gente
que se mueve alrededor de lo que van a ser los tendidos de la eventual plaza de
toros. Ramo les cuenta que antiguamente la plaza se construía con los carros de
los labradores encima de los cuales se asentaban unas tablas que hacían de
basamento para las sillas traídas de casa y donde se aposentaban las mujeres. Los
hombres estaban sentados en el borde de la tablazón mirando hacia el ruedo, en
este caso un rectángulo, mientras los jóvenes estaban bajo en el coso.
-¿Y qué
toreros actúan?, supongo que serán novilleros de los que empiezan la carrera
–pregunta Ponte.
-¡Que va!, salvo
en contadas ocasiones no vienen profesionales del toreo, los que torean a los
astados, casi siempre una vaca o un torete de no demasiados kilos, son los
jóvenes que gritan y hostigan al animal para que arranque contra ellos,
entonces se refugian de un salto en las traviesas que forman la delantera de
los carros mirando hacia la plaza o se meten entre los pivotes que ayudan a
sostener la tablazón de los tendidos. Eso sí que no ha cambiado, ahora se hace
igual que como se hacía medio siglo antes. Ah, y torean sin usar capotes,
muletas y demás útiles propios del arte taurino, lo hacen a pecho descubierto. A
todo eso, oficialmente estas actuaciones no son corridas ni siquiera
novilladas, en lenguaje administrativo se le llama exhibición de toros y vacas,
única forma de obtener los permisos necesarios. Forman parte de una tradición
muy arraigada: bous al carrer o toros
en la calle.
-Oye, Pedro,
y esas construcciones más altas que hay en la zona que mira a la iglesia, ¿qué
son? –inquiere Ponte.
-A eso se le
llama cadafal, literalmente cadalso
en castellano, unas plataformas que antes se hacía de madera y ahora con
estructuras metálicas, y que en un coso convencional serían las gradas y
andanadas.
-¿Y cuándo
empiezan los toros?
-Esta misma
tarde. A mí siempre me resultaron aburridos, de los toros lo único que me
gustaba era la entrà i la eixida, que
son una especie de encierros pamplonicas, salvando las distancias. A las doce se
suelta la torada y los animales, por la calle San Antonio, recorren los
trescientos metros desde un corral provisional hasta la plaza, es lo que se
llama la entrà o entrada. Por la
tarde, tras torear al último animal se les saca por el mismo recorrido, es lo
que se llama la eixida o salida. Los
mozos corren delante y detrás de la manada al estilo de los Sanfermines, pero
poniendo más metros entre ellos y los astados.
-Eso se hace
en muchos pueblos de España –asevera Álvarez.
-Por
descontado. En la España profunda no hay fiesta sin toros –sentencia Ramo.