Pasada la Semana Santa del 33 y, tras el episodio de la mona de Pascua en la que, por primera vez, Zaca se ha relacionado directamente con chiquitas de carne y hueso, el muchacho entra en una etapa en la que por la influencia que, sin proponérselo, ejercen sobre él algunas de las personas de su entorno, comienza a tener lo que él cree que son opiniones propias, pero que realmente no es así. Y no lo es porque por distintos motivos, admira a personas –como mosén Florencio o el excapitán Lapica- que opinan que la mayoría de las reformas que está realizando la República son desmedidas, parciales y contrarias al bien común. Aún no tiene la capacidad de pensar por su cuenta, por lo que no llega a entender que buena parte de cambios que el gobierno republicano ha propiciado son los que el país necesitaba imperiosamente. Esos cambios están encontrando fuerte resistencia por parte de aquellos grupos sociales y corporativos que ven las reformas como armas poderosas que terminarán aniquilando sus privilegios y sus posiciones, adquiridas en unos casos y heredadas en los más. Esos grupos son, entre otros, los terratenientes, los grandes empresarios, la Iglesia católica, las órdenes religiosas, los monárquicos y el militarismo africanista. Grupos en ninguno de los cuales puede encuadrarse a la familia de Zaca, razón por la cual es todavía más sorprendente que el muchacho sea reticente con el devenir republicano. También existe, paradójicamente, una resistencia al reformismo republicano formado por los revolucionarios a ultranza, que encabezan el sindicato anarquista, Confederación Nacional del Trabajo (CNT), y la Federación Anarquista Ibérica FAI) , formada por anarquistas radicales, y un sector del socialismo vinculado a la Unión General de Trabajadores (UGT). Para ellos la República representa el orden burgués al que hay que destruir para alcanzar el comunismo libertario.
Frente a los que no son partidarios de las reformas republicanas, hay un sector de la sociedad civil, posiblemente mayoritario, que sí lo es. Son los que han estado deseando y esperando reformas liberales y sociales desde hace décadas, y que al no producirse han sido en buena medida las causantes de que la nación esté en la cola del desarrollo social y económico que sí han experimentado la mayoría de los demás países europeos. Ese sector está integrado por pequeños propietarios y empresarios, profesionales liberales, obreros y campesinos, buena parte del mundo laico y librepensador, núcleos universitarios y, en general, cuantos españoles desean que España se europeíce y entre, de una vez por todas, en el siglo XX. Y en alguno de esos grupos si estarían los Clavijo. Esta antinomia entre casi las dos mitades de la sociedad española no presagia nada bueno, pues cómo explica don Eulogio en el Pincho:
-Esas dos Españas, tan antagónicas, más pronto que tarde tenderán a colisionar. En una sociedad más consolidada y democrática que la española, ambos sectores donde deberían enfrentarse es en las urnas, pero en una sociedad arcaica y caciquil, como la España de nuestros pecados, la confrontación puede ser de cualquier manera, como ya barruntó el gran Antonio Machado cuando, hace más de una década, escribió: "Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón".
-¿Quién era Antonio Machado? –pregunta alguien.
En el caldo de cultivo que presagian los versos del poeta, a finales de 1933 se produce un levantamiento anarquista en buena parte de la geografía española con el objetivo de instaurar el comunismo libertario. En principio, fue una huelga general revolucionaria acompañada de la actuación de milicias armadas que tuvo su epicentro en la ciudad de Zaragoza y que se extendió por puntos de Asturias, Extremadura, Andalucía, Cataluña, Aragón, La Rioja y la cuenca minera de León. Su objetivo era implantar el comunismo libertario. Sus consecuencias las explica el maestro don Rogelio en la tertulia del Pincho:
-En unos lugares se han incendiado los ayuntamientos, en otros el gobierno ha declarado el estado de guerra y ha clausurado los sindicatos obreros, y en algunos la violencia ha alcanzado cotas aún más sangrientas.
La revolución fue breve, pues se inició el mismo día que se reunían las nuevas Cortes republicanas, tras la victoria electoral del centro-derecha del Partido Republicano Radical y de la derecha católica de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). Una semana después la revolución había sido completamente dominada por las fuerzas de orden público y por la intervención del ejército. Pese a su brevedad hubo tiempo para sucesos lamentables. Quizá el más sangriento y mediático fue la masacre ocurrida en el gaditano pueblo de Casas Viejas. Así lo explicaba don Avelino en la terraza del Pincho:
-Un grupo de campesinos, afiliados a la CNT, inició una revuelta y rodearon el cuartel de la Guardia Civil del pueblo produciéndose una lucha en la que dos civiles cayeron heridos. Tras dura refriega, los agentes, tras repeler la agresión, rodearon la choza de un viejo carbonero, apodado Seisdedos, y la quemaron con personas dentro. Se produjo una desaforada represión y las fuerzas de seguridad abandonaron el pueblo dejando varios muertos.
-¡Qué barbaridad!
-¿Y de quién fue la culpa, de los que se revolvieron o de los civiles? –la pregunta no tiene respuesta.
Los hechos ocurridos en la población gaditana tardaron en conocerse, pero cuando se difundieron causaron un enorme escándalo social, mediático y político que conmocionó la sociedad española. El gobierno de Azaña actuó con torpeza al tratar de eludir sus responsabilidades. Y el atroz suceso se convierte en el tema estrella de la tertulia del Pincho. Los tertulianos de izquierdas defienden la actuación del gobierno para atajar la revolución; los liberales y los de derechas lo acusan de dictatorial y represivo.
Un hecho partidista, que se produce en marzo, tiene una cierta resonancia en la tertulia, puesto que dos de sus miembros están incursos en el mismo de algún modo. A principios de mes un grupo de católicos moderados funda la CEDA, en la que, además de católicos y conservadores, también se inscriben los monárquicos, tanto los carlistas como los alfonsinos. En el pueblo, dos de los tertulianos han optado por enrolarse en la CEDA: don Avelino, el veterinario, y el tío Macario, el estanquero. El hecho se conoce rápidamente y Zaca, que lo ha oído contar en el Pincho, lo comenta en la cena.
-Julio, el barbero, ha contado esta tarde que el menescal –así llaman a los veterinarios en el pueblo- y el estanquero se han apuntado a un nuevo partido político de derechas.
-En esta casa no se habla de política en las comidas. ¡Cállate! –le reprende agriamente padre.
Otro hecho destacado es que el 23 de abril se celebran nuevas elecciones municipales y, por primera vez en la historia de España, las mujeres pueden votar. La señora Rosario duda si debería ir a votar y pregunta a su marido para saber su opinión y obrar en consecuencia.
-¿Crees que debería votar?
-¿Te gustaría?
-Por una parte, me pica la curiosidad y, por otra, creo que es una pérdida de tiempo, aunque la señora Sènta la Llansòla dice que ir a votar es un deber de todos, también de las mujeres. ¿Qué hago?
-Haz lo que quieras –concede el hombre.
Zaca, que ha sido testigo del diálogo, se atreve a sugerir:
-Madre, según me ha dicho el señor vicario, lo de votar es un deber de todos los ciudadanos, por lo tanto deberías ir.
-Y a ti, ¿quién te ha dado vela en este entierro? ¿Qué te importa que madre vaya o no a votar? –interroga padre en tono desabrido.
-A mí nadie, padre, pero si la señora Sènta y mosén Florencio, dos personas que piensan tan diferente, coinciden en que hay que ir, por algo será, digo yo. Además, me gustaría acompañar a madre, como hice con usted en las anteriores elecciones, más que nada para ver si hay diferencias entre las mujeres y los hombres a la hora de votar.
Los inmediatos comicios han propiciado algo poco frecuente en el pueblo: la realización de mítines. En esa campaña electoral se han organizado dos: uno, de los partidos de izquierdas y otro, de los de derechas. La existencia de los mítines ha provocado que el señor Zacarías se tope con una petición de su hijo, impropia en un chaval de doce años pero que, conociéndole, no le extraña demasiado.
-Padre, ¿me da permiso para asistir al mitin que el partido del señor menescal va a dar en el Novedades?
-Los mítines no son para niños, no te van a dejar entrar.
-Pero Les Hostaleres, que al fin y al cabo son las dueñas del cine, me conocen y estoy seguro que me dejarán pasar. O mejor me lleva, por qué usted va a ir, ¿no?
El señor Zacarías no asiste a los mítines, pues no quiere manifestarse políticamente. En su empresa aconsejan a los empleados que no se signifiquen políticamente, que se muestren neutrales, pues a buen seguro que entre los abonados hay gente de toda clase de pelaje. Por ello, se resiste a la petición de su hijo. Hasta que, vista la insistencia del chaval, la señora Rosario encuentra una solución alternativa. Le pide a su hermano Joaquín que asista porque, como no trabaja en la localidad, no le importa que le tomen por alguien de derechas. El día del mitin, el cine Novedades no ha llenado su aforo, solo está terciado de público. La primera sorpresa que se lleva el chico es que algún amigo de su tío lo ha embromado por llevarle.
-Así que quieres que tu sobrino sea un meapilas.
¿No crees que es demasiado tierno para oír tanta trola?
-Tío, ¿es que los que hablarán van a decir mentiras?
-Mentiras no creo, pero exageraciones y promesas, que luego probablemente no van a cumplir, eso, seguro.
El escenario está decorado con unas macetas con plantas y en el centro hay tres banderas: a ambos lados las de los partidos Agrario y de la CEDA, y en el centro la nacional. En el proscenio hay una mesa formada por unos caballetes y unos tableros guarnecidos por unos lienzos blancos –parecen sábanas-. Encima de la mesa solo se ven unas jarras de agua y vasos. No hay megafonía, por lo que los oradores tendrán que esforzarse en alzar la voz y el público tendrá que callarse, pues todo el mundo está hablando, y en un tono muy alto como se acostumbra en el pueblo. Otra cosa que Zaca no se esperaba es que la gente va vestida de diario, al contrario de lo que le pasa, pues madre le ha hecho ponerse la ropa de los domingos, aunque afortunadamente ya no tiene los ridículos pantalones de golf. De pronto, se oyen unos siseos y palmas procedentes del escenario donde han aparecido media docena de personas que, por lo que parece, intentan que los asistentes se sienten y, sobre todo, se callen. Solo lo hacen los que ocupan las primeras filas del patio de butacas, que no son tales sino sillas de enea unidas de seis en seis por un tablón clavado a su respaldo, pero a partir de la séptima u octava fila los espectadores siguen sin hacer caso a las llamadas al silencio. Así están unos minutos hasta que de repente se apagan las luces. Mano de santo, al momento se acallan las charlas y la gente se sienta. El foco del proyector de películas ilumina el escenario, en cuya mesa están sentadas cinco personas. Zaca conoce a tres de ellas, una es don Avelino, el veterinario; otra, Agustín Pitarch, de la prepotente familia de los Blascos y cabeza de la lista de derechas, y la tercera, y es una sorpresa para él, don Pascual Lapica, el capitán, ahora en la reserva por la ley Azaña. Las otras dos son forasteros. La primera intervención es la de Pitarch que se limita a leer una cuartilla pidiendo el voto a los asistentes, tras lo que presenta a los demás oradores. Le sigue don Pascual que dice hablar en nombre de la Comunión Tradicionalista Carlista y de cuya exposición el muchacho solo entiende que el lema por el que hay que votar es Dios, Patria y Rey. El excapitán le defrauda porque su discurso está lleno de muletillas y reiteraciones y es escasamente inteligible. El señor Lapica será una buena persona, pero queda claro que no es un orador que encandile a las masas. Luego toma la palabra don Avelino, que se presenta como miembro de la CEDA, y al que se le nota que ha trabajado el discurso, pues es más coherente y fácil de seguir que los de sus predecesores. Proclama la valía e importancia del individualismo frente al colectivismo, de la confesionalidad frente al laicismo, de la propiedad privada frente a la pública, del tradicionalismo frente al reformismo social y del régimen monárquico frente al republicano. El chico, que ha seguido con interés el relato del veterinario, se pregunta: “¿Y cuándo van a hablar del pueblo?, porque aquí nadie ha dicho una palabra de mejorarlo”. Terminada la perorata del veterinario, a don Avelino le sucede uno de los dos forasteros, de mediana edad y muy trajeado, que hace un discurso en el que retrata a los republicanos y, en general, a todos los partidarios de las ideas izquierdistas como si fuesen el mismo diablo y al que muchos asistentes aplauden con entusiasmo; hasta ahora parece ser quien mejor ha conectado con el público. En ese momento es cuando el chaval recuerda un comentario de mosén Florencio que parece tener muy mala opinión de sus conciudadanos:
-En España hay más gente que vota contra alguien que a favor de. Y algún escritor de la generación del 98, a la que le dolía España, escribió que somos un país cainita, de ahí que hay muchos españolitos que no les importa quedarse tuertos, siempre que el adversario quede ciego.
Si la sociedad española es como dice mosén Florencio, piensa el chaval: “Entiendo que en lugar de contar como mejorar el pueblo lo que hacen es poner a parir a los adversarios, así la gente tiene alguien contra quién votar”. Si Zaca hubiese leído la generación del 98, algo que no ha hecho pues sus lecturas son más superficiales, podría saber que un país y un paisanaje así conforman el paisaje español, tan distinto y distante del de la mayor parte de los demás países europeos, a los que desea imitar. Pero con esos mimbres tendrán que pechar los españoles para lograr que la nación se occidentalice y pase a formar parte, por derecho propio, de los países democráticos, desarrollados y socialmente justos. Lo contrario supondrá retrotraerse al siglo XIX, de tan mal recuerdo para la historia patria. Lo cual es bastante dudoso, pues la sociedad española ha dado abundantes muestras de que, como colectivo, tiene una memoria grupal muy mejorable. Lo que hace reconocible lo de la exclamación unamuniana: ¡Qué país, qué paisaje, qué paisanaje!
PD.- El próximo martes publicaré el episodio 48 de la novela “El masover” titulado: ¡Ojalá tenga pronto veintitrés años!