Hacia la media tarde del uno de agosto, Álvarez y Ponte abandonan la A-7 por la salida 44 por la que se accede a Torreblanca y Alcoceber como indica el correspondiente cartel indicador.
-Oye, Luis,
si no recuerdo mal nos contaste que la población al norte de Torrenostra se
llamaba Alcocebre y en el cartel pone Alcoceber, ¿cómo se llama realmente?
-Para mí es
un misterio. He visto escrito su nombre de varias formas: Alcocebre, Alcosebre
y Alcoceber, aunque por lo que me ha contado Nacho su nombre oficial es
Alcossebre con dos eses.
Álvarez interrumpe su explicación porque
acaba de entrar en una gran rotonda a la que solo dan un tercio de vuelta hasta
que cogen una salida señalada con un minúsculo indicador de color marrón que
pone Torrenostra.
-¿No pasamos
por el pueblo? –pregunta Ponte.
-No es
necesario pasar por Torreblanca, esta ruta nos lleva directamente a la playa.
El pueblo queda a nuestra derecha –responde Álvarez.
Tras dar tres cuartos de vuelta a una pequeña
rotonda cruzan un estrecho puente que salva el tendido del ferrocarril y se
meten en una carretera que durante la noche, piensa Ponte, debe estar
perfectamente iluminada dada la profusión de farolas que se alzan a ambos lados
de la misma. Como si le hubiera leído el pensamiento, Álvarez le cuenta:
-Este camino
se llama Carrassa de Mon Rossí y es, junto a la carretera de Torreblanca a
Torrenostra, el mejor acceso para ir al mar. Y como puedes ver no escatimaron
gastos a la hora de iluminarla. En la playa pasa tres cuartos de lo mismo, hay
farolas a gogó.
Atraviesan dos rotondas y cuando llegan a la
tercera, que está inacabada, tuercen a la derecha. En esa zona es donde Ponte
comienza a ver urbanizaciones sin grandes alardes de lujo y también algunas construcciones
que únicamente tienen edificada la estructura y a las que años de abandono
empiezan a pasarles factura. Según explica Álvarez a esa zona la gente del
pueblo le llama Augimar, el nombre de la empresa que fue la promotora de la
urbanización.
-¿Qué les
pasó a esos bloques? –inquiere Ponte.
-Pues que la
crisis del 2008 llegó cuando estaban levantándolos y de un día para otro no
volvió a ponerse un ladrillo más. Desde entonces no ha vuelto a construirse
nada. Que yo sepa solo se concluyó la tercera fase de El Palmeral que es la
urba en la que tiene el apartamento mi hijo y adónde nos dirigimos.
En cuanto dejan atrás la zona de Augimar y
tras pasar otra inacabada rotonda entran en un sector que podría calificarse de
urbano dados los edificios que se erigen hacia el lado de la costa. Al llegar a
una transversal, Álvarez hace stop y comenta:
-Esta es la
carretera que va a Torreblanca. Antes de que se remodelara la Carrassa de Mon
Rossi era el único acceso decente para llegar a la playa.
-¿Es muy larga?
-Tres
kilómetros. En cuanto pasas por debajo de un puente del ferrocarril ya estás en
el pueblo.
Nada más cruzar la carretera se tropiezan de
frente con la urbanización a la que van.
-Esto es El
Palmeral, en mi opinión la mejor urba de la playa. Aquí, en lo que se conoce
como fase II, es donde tiene el apartamento Nacho. Ya verás cómo te gustará.
En efecto, el lugar parece agradable y sobre
todo es apacible y silencioso. Dejan el coche en una de las plazas de parking
que hay en el interior de la urbanización y suben a la primera planta donde
está el apartamento del hijo de Álvarez. Dispone de tres habitaciones, salón
comedor con un sofá cama, cocina, dos baños completos y una coqueta terraza que
da al jardín interior. Álvarez le explica que la urbanización, además de las
zonas ajardinadas cuenta con piscinas y zonas deportivas comunes, entre ellas
gimnasio, pistas de pádel, tenis, áreas de juegos y hasta un restaurante.
-Yo voy a
dormir en esta habitación que es de la mis hijos –informa Álvarez-, de las
otras dos elige la que más te guste que para eso has llegado primero. Si me
permites un consejo, la más fresca es la que da al este, la orientada a
poniente por la tarde se pone como un horno. Ah, si quieres darte una ducha
puedes usar este baño.
Una
vez que ambos amigos han deshecho las maletas y se han dado una refrescante
ducha se reúnen en el salón. Álvarez se ha puesto unos shorts, una camiseta en
la que campea el viejo lema de I love New
York y calza unas zapatillas de esparto. Ponte, más comedido o menos
acostumbrado a los usos playeros, lleva una holgada camisola, unos chinos y
calza unas zapatillas de lona con suela de goma.
-¿Qué te
apetece tomar?
-Algo
fresco, pero sin alcohol.
-¿Tú eres de
los que hace caso a los médicos? Lo digo porque en cuanto cumples los setenta
te lo prohíben todo: el alcohol, el tabaco, las mujeres… No hay que hacerles
caso, hay que exprimir los pocos veranos que nos quedan aunque sea con
moderación. Yo me voy a tomar una cervecita, ¿te traigo otra?
-De acuerdo,
pero si puede ser que sea sin alcohol –pide Ponte con una sonrisa.
Álvarez sale cariacontecido de la cocina.
-Podía
habérmelo figurado, no hay cerveza. Mi nuera ha dejado la nevera en cuadro, no
hay más que un par de botellines de agua mineral y no vamos a celebrar nuestra
llegada con agua. Mira, a doscientos metros hay un pequeño supermercado, de
hecho es el único de la playa. Nos acercamos y compramos un pack de birras y
alguna cosilla para picar.
-¿Solo hay
un súper? –pregunta extrañado Ponte.
-Lo que te
cuento. Aquí para comprar la cosa más insignificante has de subir al pueblo.
Establecimientos comerciales, si exceptúas los bares y restoranes, yo solo
conozco a este súper, a la sucursal que tiene en el norte del caserío y a un
par de tiendas con artículos veraniegos. Esto es que es más pequeño de lo que
parece. Nacho está convencido de que Torrenostra tiene un gran futuro, pero lo
que es el presente lo tiene en formato mini.
-La verdad
es que resulta sorprendente. Este lugar está bien comunicado, tiene acceso
fácil e inmediato tanto a la 340 como a la A-7, cuenta con un aeropuerto a
menos de quince kilómetros y está en medio de destinos turísticos tan populares
como Benicásim, Oropesa del Mar, Marina d´Or, Alcossebre o Peñíscola. Y por lo
que cuentas veo que es un lugar casi, casi desconocido –se asombra Ponte.
-Todo lo que
has dicho es cierto con la salvedad de que el aeropuerto está comenzando a
operar este año, hasta ahora solo ha servido de rechifla pública y poco más. Y
volviendo a la escasa afluencia de veraneantes confieso que para mí también
resulta un misterio el que sea una playa con tan poca gente. Nacho suele decir,
no sé si en serio o de broma, que esta es una playa demasiado tranquila.
-Si lo es, a
unos carrozones como nosotros nos va a venir como anillo al dedo. Y creo que
para familias con niños pequeños también les vendrá de perlas. Se lo voy a
comentar a Clarita, a lo mejor se anima y cambia Ribadesella por Torrenostra
porque en el norte el sol nunca está garantizado.
Una vez en el supermercado Ponte sugiere a
su amigo:
-¿Por qué no
compramos también algo para cenar?
-¿Pero tú
sabes cocinar? –pregunta un tanto asombrado Álvarez.
-Lo cierto
es que no. Bueno, sé preparar un bocata.
-De lo de
comer un bocadillo, olvídate. No vamos a comenzar nuestras vacaciones cenando
un miserable bocata. Tengo una propuesta mejor. ¿A ti te gusta la pizza?
-Si me
hubieras hecho esa pregunta hace unos años la respuesta habría sido un rotundo
no, pero desde que comencé a acompañar a mis nietos en sus salidas he tenido
que acomodarme a sus gustos culinarios y ahora sí me gustan.
-Bien, pues
te voy a llevar a la mejor pizzería de la playa. Bueno, también es la única,
pero lo cierto es que hacen unas pizzas de lo mejorcito que he probado. Y como
por la noche suele estar a tope voy a llamar para reservar o no tendremos mesa.
Vuelven al apartamento, se toman unas
cervezas y pican de una bolsita de anacardos que también han comprado. A la
hora de inicio del telediario de la primera cadena, Álvarez propone:
-Es un buen
momento para irnos a cenar. Si nos quedamos viendo el telediario, y como solo
dan malas noticias, igual nos ponemos de mala leche. O sea, que arreando.
La calorina diurna ha menguado notablemente
y la humedad del mar hace que la noche sea muy agradable.
-La pizzería
está al otro extremo de la playa, pero aquí las distancias son cortas –informa
Álvarez-. Iremos andando por el paseo marítimo.
El llamado paseo marítimo solo es una amplia
acera encajonada entre un murete que limita la playa y la calle principal del
caserío. Está festoneado de palmeras y farolas y hay bastante gente pululando
por el paseo.
-Oye, Luis,
por la gente que pasea veo que hay veraneantes de todas clases. No solo se ven
jubilados y familias con críos.
-Así es, año
tras año, cada vez es más la gente que veranea aquí. Por eso dice Nacho que
Torrenostra tiene un magro presente, pero un futuro espléndido y asegura que
algún día esto se convertirá en un Benidorm en pequeño. Lo que no sabe es la
fecha –remata Álvarez con una media sonrisa.
-Bueno,
todo tiene su tiempo –sentencia Ponte.