En la sala no hay más que una mesa ocupada.
Una pareja. El hombre da la impresión de estar muy pagado de sí, no hay más que
verle. Orondo, sin llegar a obeso. Trajeado, sin parecer un dandi. Con una media
sonrisa de triunfador. Y con la pinta de los que van por la vida sin pedir
permiso a nadie. No aparenta los cincuenta y nueve que ya cumplió, aunque
comienza a mostrar en el dorso de las manos unas indiscretas manchas hepáticas
que delatan su edad. La mujer es una rubia ceniza, cuyas cejas revelan que no
es de bote. Delgada, pero con curvas y redondeces estratégicamente situadas.
Lleva un vestido que oculta poco de cintura hacia abajo porque hacia arriba
está todo a la vista. Tiene un gesto en el semblante que está a medio camino
entre el tedio y el cansancio. Tendrá poco más de veinte, su juventud ni siquiera
puede ocultarla el excesivo maquillaje.
- No sé qué sigues
haciendo en este antro, preciosa. Conmigo estarías mucho mejor. Te tendría como
una reina, no te faltaría de nada. Haríamos viajes, iríamos a fiestas y
tendrías un guardarropa de…
- Ya decir, Oriol,
que primero tienes que hablar con Paulichovic. Es mi guepresentante y el que
dice - En la forma que la muchacha destroza el español se evidencia que es
extranjera, de algún país del este de Europa.
- Ya hablé con ese
pedazo de bestia, pero no quiere saber nada. Ni siquiera está dispuesto a que
te lleve un fin de semana a la Costa Brava o a Mallorca, donde prefieras.
La expresión fin de semana ha encendido una
luz en la mente de la joven. Da vueltas con el índice al combinado que tiene
frente a ella mientras se da tiempo para pensar.
- Espera un
momento. Yo hablo con Pauli.
Desaparece detrás de unas cortinas. La
espera es corta, a los pocos minutos está de vuelta. En su rostro hay una media
sonrisa.
- Pauli dice que
fin de semana no, haber mucho trabajo, pero si puedo de lunes a jueves de
siguiente semana. Habla con él. Decir condiciones.
El hombre asiente. Se lo tendrá que pensar,
igual la escapada no es tan buena idea. A un conocido suyo un fin de semana
parecido le costó ser luego extorsionado por el chulo de su ocasional pareja.
Está encaprichado con la muchacha, pero sabe que con los proxenetas kosovares
bromas las justas. Da un par de besos a la joven y deja encima de la mesa el
precio de las copas más una generosa propina. Al pasar junto a la barra, una de
las camareras le pregunta:
- ¿Ya te retiras,
Oriol?
El aludido se limita a saludar con la mano
sin abrir boca.
- ¡Coño! ¿ese
fulano no es Oriol Bricart, uno de los que empapeló la justicia cuando lo de la
operación Tornasol? - se sorprende uno de los que están en la barra. Y sin
esperar respuesta alguna añade - Yo creía que estaba en la cárcel o que se
había largado del país.
- Pues ya ves, ni
está en la trena ni en el extranjero y tiene unas ganas de marcha que parece
que tuviera veinte años.
- La tía con la que
estaba, ¿es su fulana?
- Fulana lo será tu
madre - Se encalabrina la más joven de las camareras -. Sminova es tan decente
como la que más. Porque una tenga que enseñar las domingas para ganarse la vida
no tiene por qué ser forzosamente una puta.
- Oye, tía guarra,
a mi madre ni mentarla o te suelto un par de hostias que te pongo la cara del
revés.
Ajeno a la bronca montada a su cuenta, el
llamado Bricart ha salido a la calle donde le recibe la recurrente humedad
barcelonesa. Se sube las solapas de la cazadora de cuero en un vano intento de
parecer más joven de lo que es y, con paso firme, cruza la calzada mientras
pulsa el mando a distancia de un cupé Mercedes clase C. Arranca y se encamina
hacia la zona norte de la ciudad. No se ha percatado de que tras él va un Audi
A8, el mismo que le ha estado siguiendo desde que salió al caer la tarde de su
domicilio, y en el que, pese a sus cristales tintados, parecen entreverse las
siluetas de dos individuos.