35. “El masover”. La noria
El señor Zacarías no ha tenido que pensarse lo de pedir la hipoteca para seguir ahondando el pozo, pues el día anterior a ir al banco aparece el pocero para dar la esperada noticia: ha aparecido el agua antes de llegar a los cinco metros. Una vez encontrada agua, el siguiente problema que se les plantea a los futuros regantes es que la profundidad a la que está el líquido exige una noria con muchos cangilones y que no sean pesados, pues de lo contrario la cenia tendría que moverla un animal de buen porte y las acémilas que tienen la mayoría de los labradores del grupo no pasan de medianejas. Que los vasos de la noria no sean pesados elimina los cangilones de barro que son los que tradicionalmente se usan en las viejas norias. Alguien habló a los socios de que comenzaban a fabricarse unos arcaduces de hojalata, que eran mucho más ligeros que los de arcilla, pero también más caros. El dilema implica una nueva reunión de los copropietarios de la senia. El señor Zacarías llega a la reunión con los deberes hechos, pues lleva el presupuesto comparado del coste de cangilones de barro y de hojalata, y las ventajas e inconvenientes de unos y otros. La superioridad de las vasijas de lata es significativa, tanto que, pese a su mayor precio, los futuros regantes han de inclinarse por ellas, por lo que al final los socios tienen que pedir un crédito al banco. En su entrevista con el farmacéutico-banquero, éste le pregunta cómo van los estudios de su hijo mayor.
-Muy bien, don Eduardo. El chico es muy aplicado y hasta ahora lo ha aprobado todo sin mayores problemas.
-Cuando haga el cuarto curso ven a hablar conmigo, pues es posible que pueda ofrecerle una salida –Y aunque el llumero trata de sonsacar al banquero de qué va esa posible salida, don Eduardo no le da más detalles.
El chaval de los Clavijo, más por su innata curiosidad que por que le interesen los asuntos agrícolas, asiste al montaje de la maquinaria de la noria. Primero el mecánico, de la empresa de Alboraya que les ha vendido el artilugio, instala el eje central al que acopla dos ruedas: la horizontal, tipo engranaje de linterna, y la vertical con dientes que engranan con la primera. Esta última, con una hilera de cangilones que, con el movimiento de la rueda, se llenarán de agua del pozo, la elevarán y la depositarán en un contenedor para luego ser distribuida a los regueros que la conducirán a las distintas fincas. Estos regueros, más bien canalillos hechos de mampostería, están dotados de unas compuertas de cemento para detener y desviar el flujo del riego a uno u otro campo. Cuando el mulo, uncido al báculo-guía de la noria, comienza a dar vueltas al senderillo alrededor del pozo y el agua comienza a correr por el reguero, Zaca queda defraudado porque el volumen es muy pequeño, apenas si llena medio canalillo. Y piensa: “tantos trabajos y duros gastados para esto”. Al comentárselo a padre, la respuesta de éste es tajante.
-Será poco caudal, pero la tierra sin agua es parda y con ella es verde. Y más vale poca que ninguna. Esperar mirando al cielo por ver si llueve es uno de los suplicios de los labradores y todo lo que sea eliminarlo no hay dinero que lo compense.
Los copropietarios de la noria, como es tradición, han plantado en el círculo exterior del pozo tres esquejes de higuera que, cuando se conviertan en árboles frondosos, den sombra a las acémilas –generalmente mulos o asnos- que darán vueltas sin cesar para accionar la noria. Cada vez que el animal se pare –lo que indefectiblemente hará de vez en cuando- el regante lo advertirá al disminuir el volumen de agua, lo que le obligará a acercarse a la noria para azuzar al animal o, si lo tiene debidamente amaestrado, enviará a su perro para que ladre a la acémila o haga la intención de morderle. El llumero, como no tiene mulo, ha apalabrado que, cuando le toque regar, será el primo Silvestret quien se encargue de hacerlo. Y así acaba la historia de la noria que bien pronto olvida Zaca, pues la agricultura no se ha hecho para él. Lo suyo es el estudio y, como en ese apartado cumple, cuando llega junio y va a examinarse al instituto, aprueba todas las asignaturas de segundo de bachillerato. El chico no se siente ni medio bachiller, pero su ego se ha ido afianzando con lo que cada vez es más introvertido y menos sociable, cree más en el mundo de los libros que en el real, es más teórico que pragmático y, sin saberlo, quizá se prepara ¿para qué?, ¿para ser toda su vida un libro cerrado?
En diciembre las Cortes aprueban la Constitución de la II República española, de lo que el chico se entera, ¡cómo no!, en la tertulia del Pincho, en la que don José Gauchía completa la noticia.
-Al día siguiente de aprobar la Constitución, las Cortes eligieron al primer presidente de la República en la persona de don Niceto Alcalá-Zamora. Un político y abogado que ocupó varios ministerios durante el reinado de Alfonso XIII, y que fue el primer presidente del Gobierno provisional. Fue siempre un liberal, pero ahora estaba con Maura en la Derecha Liberal Republicana.
Como la curiosidad del chico permanece intacta, y no sabe qué es la tan comentada Constitución, para qué sirve, y de qué va, recurre a su particular mentor, mosén Florencio.
-Mosén, me gustaría que me explicara algo de la Constitución que acaban de aprobar las Cortes. En la terraza del Pincho no se habla de otra cosa y hasta padre al que, como le conté, no le gusta hablar de política le he oído comentar algo.
-Estaré encantado de explicártela, pero antes he de leérmela, cosa que todavía no he podido hacer.
Puesto que pasan los días y el vicario no ha vuelto a mentar ni palabra sobre la Constitución, una tarde que la lección de religión se la ha ventilado el chaval en un abrir y cerrar de ojos, le recuerda al vicario que le prometió hablarle de la tan mentada ley.
-Es que todavía no la he leído. La Secretaría del obispado nos prometió que enviaría a todas las parroquias un ejemplar, pero hasta el momento no ha llegado. De todas formas, lo que puedo hacer es explicarte alguna generalidad. Por ejemplo que es la ley fundamental del estado. En otras palabras, es la ley de leyes, pues todas derivan de ella.
-¿Da lo mismo que sea un reino o una república?
-Lo mismo.
-¿Y todo el mundo ha de obedecerla, sea de derechas o de izquierdas?
-Todos, sean de la ideología que sean, y da igual que sea el Rey, el Presidente de la república o el último de los ciudadanos.
Zaca se conforma con la explicación del mosén y le parece que ya no necesita más aclaraciones, pues estas noticias no tienen interés para él que ya ha asumido que ahora vive en una república, aunque en el pueblo apenas se nota el cambio, pues todo sigue igual como cuando mandaba el Rey. O sea, piensa el chaval, “que el cambio ha consistido en cambiar de bandera y de himno, para eso podrían haberse evitado todo el follón que montaron.” Y una vez más, llega a la conclusión de que la gente mayor en ocasiones se comporta como si fueran críos.
Para Zaca el nuevo año de 1932 ha tenido una variación en su rutina cotidiana: ha comenzado a practicar deporte, algo que, dadas sus nulas aptitudes físicas no es que no lo haya hecho, es que ni siquiera lo ha intentado. A él le hubiese gustado jugar a fútbol en el equipo juvenil local, pero como es consciente de que no tiene ninguna posibilidad, elige el deporte que tiene más cerca y que es minoritario en el pueblo, la pelota a mano, que sí tiene un cierto auge en otras comarcas valencianas. En el pueblo se juega en el trinquete de la calle Sitchar, casi pegado al grupo escolar. Algunas tardes, después de cantar la diaria lección, se junta con otros chavales y juegan algunos partidos. Suele jugar con Manolo Mars, que también va a estudiar bachillerato por libre, y que es de los que ganan los partidos antes de jugarlos, pues sabe elegir a los mejores compañeros. Otro compañero de juego es Manolo Vinuesa, que es un as jugando de sobaquillo, técnica tan bonita como ineficaz. Y el tercero suele ser su amigo Joaquín Pifarré que, como ambidiestro, es de los que gana más veces que pierde. A pesar del interés que pone en el juego, Zaca es el que peor juega. Su falta de fondo y de habilidad corporal se traduce en muchas más derrotas que triunfos, a pesar de la voluntad que pone en las partidas. Por lo demás, su vida, tanto la académica como la social, no ha sufrido cambios: ha estudiado el segundo curso de bachillerato por libre, continúa con sus amigos de siempre y prosigue siendo tan retraído, tímido y falto de empuje como antes.
Más allá de la monocorde vida del mayor de los Clavijo, en el plano sociopolítico el país sigue regido por el Gobierno de coalición de republicanos y socialistas, presidido por Azaña, que continúa profundizando las reformas iniciadas por el Gobierno provisional y cuyo propósito es modernizar la vida económica, social, política y cultural españolas. Aunque hay una parte de la población que parece oponerse a esa modernización, en contra de lo que desea la mayor fracción de la sociedad española.
Tal como había pensado Zaca, la llegada de la república no ha alterado la vida de Torreblanca, aparte de que ahora en el ayuntamiento mandan los socialistas, pero por lo demás todo sigue igual, los nuevos regidores municipales son tan incompetentes como lo eran sus predecesores. Y la vida de los torreblanquinos discurre por las sendas de siempre. Los agricultores continúan con su rutinaria y penosa tarea diaria y siguen yendo del pueblo a sus campos y de estos al pueblo. La gente de los oficios abre sus talleres y obradores o se van a la obra que estén rematando ese día y, hacia las diez y media, se reúnen con sus compañeros de oficio para esmorzar, después del almuerzo prosiguen su laboreo hasta mediodía en que regresan a casa para comer, y luego seguirán trabajando por la tarde. Los empleados de las compañías foráneas realizan sus actividades habituales en sus centros de trabajo. En cuanto a los chiquillos tienen clases de mañana y tarde seis días a la semana, salvo la tarde de los jueves. Zaca también estudia seis días a la semana, mañana y tarde. Aun así se considera afortunado porque piensa que “si continúa estudiando y termina el bachillerato, aunque solo sea el elemental, lo lógico es que luego acabe realizando una de las carreras que se pueden cursar en Castellón: maestro de primeras letras, perito o profesor mercantil, o especialista de alguna de las profesiones que se enseñan en la Escuela de Artes y Oficios. Y posiblemente tendrá un porvenir mejor que si fuera labrador o desempeñara uno de los oficios o de los empleos de compañías foráneas que hay en el pueblo. Incluso tendrá mejor porvenir que si trabajara en un banco, como en algún momento pretendió padre, o terminase siendo cura, como intentó mosén Fumadó.
El invierno está en su última etapa, cuando el muchacho pilla un resfriado común, los síntomas parecen evidentes: comienza con estornudos y congestión nasal, sigue con moqueo y dolor de garganta, luego con una tos cavernosa y lagrimeo, y acaba con décimas de fiebre, que pronto se convierten en algo más. La primera semana, madre no le ha dado mayor importancia al catarro, sabe mejor que nadie lo endeble que es la salud de su hijo mayor, cuya constitución es frágil y encima continúa siendo un fetiller al que para que coma hay que armarse de paciencia y soltar algún que otro reniego. Pese a que la congestión nasal y el dolor de garganta le dificultan estudiar, el chaval sigue haciéndolo y continúa yendo todas las tardes a clase. Hasta que uno de esos días, don Domingo le aconseja:
-Dile a tus padres de mi parte que debes cuidarte ese resfriado. Lo mejor será que estés unos días en cama y que te den leche con miel y un chorrito de coñac, que eso es mano de santo para los catarros.
Madre, de la receta del maestro solo tiene en cuenta lo de meterle en la cama y lo que hace es llamar al médico con el que tienen la iguala, don Eulogio Ripollés, en quien tiene una fe ciega, pues tiene fama bien ganada de tener un agudo ojo clínico. Es más, algunas personas piensan que al galeno el pueblo le viene pequeño, pues en su juventud ejerció la medicina en un trasatlántico lo que le dio una pátina de savoir faire traducida en su facilidad y destreza para desenvolverse en los más variados ambientes. La gente dice de él que si se fuera a una ciudad llegaría fácilmente a ser famoso, dado que talento no le falta, pues es hombre polifacético: pinta –un cuadro suyo de “La última cena” decora la iglesia parroquial-, sabe idiomas, juega al ajedrez y es radiestesista –descubrió un potente manantial en el Prat que luego hubo que taponar, pues el agua era salitrosa-. El galeno, tras hacer la ronda diaria de los pacientes encamados en sus domicilios, llega al atardecer a la Fábrica. Toma el pulso al chico, le pone el termómetro y le ausculta los pulmones. Mueve la cabeza y parece preocupado. Madre, que es quien le acompaña, intuye que el gesto no anuncia buenas noticias.
-Rosario, ¿cuántos días lleva así el chico?
PD.- El próximo martes publicaré el episodio 36, de la novela “El masover”, titulado: Tete, no te mueras (1