Enero termina y comienza febrero con dos informaciones de los nacionalistas que son comentados por los tertulianos.
-El general Mola anuncia una ofensiva sobre Vizcaya, y la Junta de Burgos ha creado la Delegación de Prensa y Propaganda, que dirigirá el general Millán-Astray, y que contará con un gabinete de prensa a cargo del que era corresponsal del ABC en Londres, Luís Bolín, el que organizó lo del Dragón Rapide.
En Madrid, las fuerzas nacionales se han atrincherado en el perímetro y, salvo algún que otro paco suelto, los disparos han atenuado su cadencia. La ciudad subsiste gracias a la carretera de Valencia por la que le llegan caravanas con todo tipo de productos. En la farmacia, los Carreño siguen bandeándose como pueden y, en la cocina, Paca sigue haciendo milagros diarios. La fámula comienza a mirar con antipatía al tío Luis que no aporta nada, pero come por dos. No pone tan mala cara cuando está invitado Verdú, porque el murciano nunca llega con las manos vacías.
-Paca, ¿no tendrás por ahí un pañuelo rojo? –La pregunta del tío Luis sorprende a la fámula.
-Y si no es mucho preguntar, ¿pa qué lo quiere?
-Es que voy a salir y, si además del mono, llevo un pañuelo rojo pareceré un miliciano. Quiero ver si mi casa ha sido desvalijada y, sobre todo, si se ha metido alguien.
Horas después regresa el tío Luis acarreando una pesada maleta. Les explica que su piso ha sido desvalijado en parte, pero han dejado algunos de sus trajes, ropa interior y zapatos. Y tampoco han encontrado el escondrijo en el que guardaba dinero y alguna joya de su difunta esposa.
-Hasta ahora no he podido ayudaros en nada, Julio, pero como he recuperado algún dinero –y muestra un rollo de billetes-, estas pesetas son para que las gastéis en lo que necesitéis.
Antes de que Julio pueda contestar, Paca se le adelanta.
-Gracias, don Luis, no sabe lo bien que nos van a venir, porque la mayoría de lo que compro solo lo encuentro de estraperlo y cuesta un ojo de la cara.
-También quiero deciros –prosigue el tío Luis- que estoy estudiando una posible escapada, cuando la haya madurado os la contaré.
Pilar recibe una triste noticia: el joven que fue su pareja una temporada, Íñigo de la Rosa, y del que no había vuelto a saber, ha sido asesinado junto con su padre. La noticia se la cuenta un amigo común: a finales de julio del 36, Íñigo fue arrestado y encarcelado en la checa del Palacio de Eleta, de la calle Fuencarral. El control de la checa estaba en manos de la Agrupación Socialista Madrileña, y el recinto recibía el discreto nombre de Comisión de Información Electoral Permanente. Íñigo estuvo allí, sufriendo toda clase de sevicias por su condición de homosexual, hasta que fue asesinado. A Pilar la noticia la entristece y pensar en Íñigo la lleva a acordarse de Javier Izaguirre, aquel chico tan deportivo con el que salió una temporada, ¿qué habrá sido de él?, ¿qué suerte habrá corrido?, ¿estará con los rojos o con los nacionales?, se pregunta. Recordar a dos de sus parejas también le hace pensar en los amigos de su etapa universitaria. Conoce el paradero de algunos y a otros les ha perdido la pista. Sabe que la mayoría de sus amigos y conocidos, del entorno de la Institución Libre de Enseñanza y del Ateneo, se enrolaron voluntarios en las milicias republicanas; algunos de ellos incluso han sido nombrados oficiales; otros están en diversas misiones del gobierno republicano como en el próximo servicio a crearse de las Milicias de la Cultura, que combatirán el analfabetismo en los frentes de guerra. Los compañeros y amigos de la facultad de Farmacia, en general más conservadores, han huido a zona nacional, se han escondido o están camuflados haciéndose pasar por republicanos. Este postrer recuerdo le lleva inevitablemente a pensar en Luis Verdú. El murciano los visita con mayor frecuencia y Pilar intuye que si acude tanto a verles es por ella. No sabe sí se ha enamorado, pero de algo está segura: la desea, ¡y de qué manera!
Álvaro tiene unos días de permiso, que ha empleado en visitar las dos ciudades más populosas de Galicia, Vigo y La Coruña. Callejeando por la ciudad viguesa, se tropieza con uno de sus compañeros de curso en la Escuela Naval Militar. Los dos oficiales se propinan un estrecho abrazo.
-Coño, Benjumea, que alegría encontrar una cara conocida, sabía que tienes la base aquí, pero te suponía embarcado. ¿Qué es de tu vida? ¿Tienes tiempo para tomarte unas tazas?
-¿Y cuándo un hijo de la tierra de María Santísima le ha dicho que no a tomarse unos vinos? Aunque a lo que aquí llaman vino hay que echarle mucha imaginasión para aseptarlo como tal –Benjumea es sevillano y su acento lo delata.
Ambos compañeros se cuentan lo que ha sido de su vida desde que salieron de San Fernando. Como Carreño, Benjumea también está al frente de un bou armado con base en Vigo.
-¿Sabes algo de nuestros compañeros? –pregunta Álvaro.
-De los que se quedaron con los republicanos no sé nada. Por lo que disen, la marinería ha asesinado a muchos ofisiales y comandantes. De los que tuvimos la suerte de estar en sona nasional supongo que debo de saber lo mismo que tú. Entre los que patrullamos las Rías Bajas con los bou se encuentran un buen puñado de compañeros de promosión: Asero, Egea, Quintas, de Miguel…
La conversación va decayendo, pero toma otro aire al referirse Benjumea, de pasada, a que ejerció de defensor en los consejos de guerra contra los amotinados del crucero Almirante Cervera en el arsenal del Ferrol.
-Estuve en esa asonada –Y Álvaro le cuenta a su camarada cómo, bajo el mando del comandante del Velasco, participó en la represión de los amotinados y por asociación le relata la lamentable historia del contramaestre Mauro Ferreira -. ¿Y cómo fueron esos consejos de guerra?
Benjumea, antes de responder mira a derecha e izquierda para cerciorarse de que nadie les está escuchando, y luego, bajando la voz, le cuenta.
-Fue lo más paresido a una pantomima. En teoría se aplicó el Derecho militar y los tribunales se atuvieron a las normas prosesales, pero se aplicaron con el máximo rigor al estar en tiempo de guerra. Los defensores tuvimos poco tiempo para buscar pruebas exculpatorias y se dictaron las penas más altas. Resultado: el que salió con veinte años de cársel pudo darse con un canto en los dientes. De los subofisiales creo recordar que solo se salvaron tres o cuatro, al resto los pusieron contra el paredón o los condenaron a cadena perpetua. Si no te importa, prefiero no hablar más del tema y, dame tu palabra de que lo que acabo de contarte no se lo vas a referir a nadie, me juego la carrera.
Álvaro recibe una gratificante noticia: por su participación en la Revolución de Asturias de 1934 se le otorga la Cruz del Mérito Naval de primera clase con distintivo rojo. La condecoración tiene por objeto recompensar a los miembros de la Armada por la realización de acciones y hechos o la prestación de servicios de destacado mérito. En la Comandancia General de Ferrol se celebra un acto para la imposición de las medallas y cruces a los condecorados. Tras el acto, se ofrece una copa de vino español a los asistentes. Álvaro es felicitado por amigos, compañeros y conocidos y, a su alrededor, se han reunido viejos camaradas de sus días en la Escuela Naval. Al terminar el acto, un pequeño grupo de amigos y compañeros deciden proseguir la celebración en los bares del casco viejo; allí están Ortigueira, Benjumea, Acero, Egea y Arechabaleta. Entre taza y taza de caldos galaicos se habla del desarrollo de las operaciones de la flota nacional en los últimos días de febrero.
-El acorazado España ha bombardeado las costas de Bilbao y el Canarias lo ha hecho en Barcelona, cuyo puerto se ha convertido en la principal vía de abastecimiento exterior de la república –cuenta Arechabaleta.
-Y como represalia la aviasión republicana ha llevado a cabo una contraofensiva sobre nuestras fuersas navales y ha atacado los cruseros Canarias, Baleares y Almirante Servera –comenta Benjumea con su natural deje sevillano.
-Pero les ha salido el tiro por la culata porque, además de no haberles hecho grandes daños, el Almirante Cervera acaba de apresar, cerca de Barcelona, al buque republicano Marqués de Comillas procedente de Odesa –replica Egea.
-¿Alguno de vosotros sabe algo de los compañeros que están con los rojos? –inquiere Carreño. Un ominoso silencio es la respuesta, el tema les resulta lo suficientemente espinoso como para hurgar en él.
PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 51. Carta desde Inglaterra