Anca ha dicho en el hostal que le ha venido
la regla, que es muy dolorosa y que no está en condiciones de trabajar. Tras
abandonar el trabajo, Curro la recoge para llevarla a El Pinar de Alcossebre,
que es otro de los restoranes al que su novio nunca ha querido invitarla. Desde
Torrenostra toman el Camí del Campàs en dirección norte, un camino rural que va
paralelo al mar y que finaliza en Alcossebre. Anca, que parece conocer bien el
terreno, le va explicando los lugares más significativos del recorrido.
-A estos dos
chalés se les conoce en el pueblo como los de Cardona, aunque ese señor solo es
propietario de uno, el otro es de un italiano que se apellida Bergonzoni.
A continuación pasan ante una pequeña
colonia en cuya entrada se ve un
palmeral medio seco.
-¿Ves cómo esas
palmeras se están muriendo? Pues así están en el resto del pueblo. El culpable
es un insecto que se llama el picudo rojo que penetra en su interior y que
termina matándolas. Ah, la miniurbanización se llama Els Margallons y solo
tiene cuatro villas.
A poco más de un quilómetro aparece a su
derecha un viejo y destartalado caserón.
-Esta es la
casona de El Campás, como ves es muy antigua. Aquí, según cuentan, es donde
querían instalar la casa social del campo de golf “Doña Blanca” que estaba
proyectado construir en estos terrenos.
-¿Un campo
de golf en estos terrenos?. ¿Y cuándo van a construirlo?
-No se sabe.
Desde hace unos ocho años está todo parado. Es una historia enrevesada de la
que solo conozco trozos sueltos. Quien se la sabe al dedillo es mi padre. Si
algún día llegas a conocerle pídele que te la cuente, le encanta contar esas
batallitas.
A unos pocos cientos de metros tras dejar la
finca de El Campàs entran en una riera de la que la joven rumana le ilustra:
-Esta es la
desembocadura del río San Miguel o Cuevas, que de río solo tiene el nombre pues
está casi siempre seco. Y se me ha olvidado señalarte que en uno de los recodos
que hemos pasado antes comienza el término municipal de Alcalà de Xivert que es
el pueblo al que pertenece Alcossebre.
-O sea, que
Alcossebre es a Alcalà lo que Torrenostra es a Torreblanca.
-Sí, pero
ahí se acaban los parecidos. Alcossebre es quince o veinte veces más grande que
Torrenostra y tiene muchos más veraneantes. Y así como en Torrenostra solo hay
el hostal en el que estás alojado, en Alcossebre hay un montón de hoteles,
hostales y residencias.
En cuanto llegan al núcleo urbano, Anca le
va dirigiendo por las estrechas calles. Rodean la Plaza de las Fuentes toman
una calle de doble dirección, festoneada por palmeras que, como explica la
joven rumana, se llama la Avenida Manila que termina en la Plaza Tanduay, allí
giran a la izquierda para coger la calle Malentivet que sube haciendo eses por
la ladera de la Sierra de Irta hasta que desemboca en la calle Isla Mancolibre
donde está ubicado el restaurante. El establecimiento, sito a unos trescientos
metros sobre el nivel del mal, tiene unas vistas espectaculares pues se ve toda
la llanura que está al sur de la Sierra d´Irta.
De
entrantes han pedido carpaccio de gambas con un aliño muy suave que han servido
con rebanaditas de pan tostado, mantequilla y un pequeño cuenco con un sucedáneo
de caviar. Luego esgarraet, un típico
plato valenciano hecho con pimientos rojos asados, bacalao en salazón, ajo y
aceite de oliva. Por cortesía de la casa les invitan a erizo de mar gratinado
que a Anca le encanta porque no lo había probado nunca, aunque en opinión de
Curro, que se les da de gourmet, quizás tiene un exceso de bechamel. Como plato
fuerte han pedido arroz con cigalas y almejas que Curro encuentra
francamente exquisito.
Después del sabroso almuerzo, Anca se empeña en que tiene que enseñarle
el paraje de la Ermita de Santa Llúcia i
San Benet que está a unos cientos de metros del restaurante y desde la cual
se avistan las Islas Columbretes, el Prat de Cabanes-Torreblanca, el Desierto
de Las Palmas y, en los días claros, hasta el Cabo de San Antonio en Alicante.
La muchacha le explica que la iglesia, toda blanca, es de estilo barroco
valenciano y su parte posterior pudo ser una torre más de la red de atalayas de
vigilancia costera para prevenir los ataques de los piratas berberiscos durante
los siglos XV y XVI. La ermita tiene adosado un edificio, antiguo hostal con
habitaciones para peregrinos, establos para caballerías y dos pozos para calmar
la sed de caminantes y romeros.
-¿Y cómo sabes tú tantas cosas de este paraje,
chiquilla? –pregunta Curro sorprendido.
-No tiene ningún misterio. Varios amigos
de mi novio son aficionados al cicloturismo y frecuentan esta ruta regularmente
porque la ascensión cuenta con pendientes del 20 por ciento de desnivel. Vicentín
me ha traído montones de veces.
-Así que tu noviete le da a la bici.
-¡Quia!, subimos en el coche. ¡Pues no es
cómodo ni nada Vicentín como para darle a los pedales! Ahora, vamos a bajar y
te enseñaré el puerto de Alcossebre, verás que mono que es.
Salazar piensa “que aplicarle el adjetivo mono a un puerto tiene su
guasa, pero vamos a ver que entiende esta criatura por un puerto mono”.
El
puerto deportivo de Alcossebre, le explica Anca, se denomina de Las Fuentes por
los manantiales de agua dulce que manan en la orilla y en su interior. A Salazar,
que conoce bien la mayoría de los puertos de la Costa del Sol, tanto los
atracaderos como los barcos que están amarrados le parecen poca cosa, pero
visto el interés que muestra la muchacha se deshace en elogios sobre las
instalaciones portuarias que en realidad son más bien modestas, aunque sí funcionales.
El puerto está configurado en dos zonas distintas: la primera, exterior,
abierta al uso general, y la segunda, interior y orientada al este con amarres
vinculados a los apartamentos edificados a la vera de los muelles. El puerto
está resguardado del levante, viento dominante en la zona, por un rompeolas con
la bocana mirando al sur. El número de pantalanes no debe llegar a los
trescientos y el calado de la dársena, por lo que calcula Salazar a ojo, debe
de estar en los tres metros por lo que no hay amarrados yates de gran porte.
Durante el paseo han ido cogidos de la mano y
en un determinado momento, Curro la ha cogido por la cintura sin que la joven
le haya puesto impedimento alguno. Cuando el hombre desliza la mano más abajo,
Anca le para los pies.
-No seas tan lanzado, Curro, compórtate.
Parece que eres un chaval de quince años. Te recuerdo que tengo novio.
Curro,
que a medida que pasan las horas se ha ido excitando más, pretende que vuelvan
al parador de la nacional 340 en el que se acostaron el día que comieron en Can
Roig, pero Anca se niega en redondo. Le repite una y otra vez que está
comprometida, que una flor no hace primavera y que aquel día es que se le fue
la olla. Y, por si faltaba poco, como Vicentín se llegase a enterar de que se
le ha entregado, con lo celoso que es sería capaz de hacer cualquier locura. El
hombre no se da por vencido e insiste una y otra vez. Como machista que es, está
convencido de que las mujeres tan fogosas como Anca cuando dicen no puede ser
una negativa, pero en algunas ocasiones quizá pueda entenderse como un ya veremos.
Lo que hace Curro, que se las sabe todas, es cambiar de registro e implorar sus
favores a la joven. Esta lo ve tan derrotado, parece sentirse tan necesitado y
presenta un estado tan lastimoso que decide hacerle un último favor.
-Bueno, Curro, está bien. Razón tiene mi
patrona cuando dice que el que la sigue la consigue, pero tendrá que ser uno
rapidito. Llevarás preservativo, ¿no?
-No te preocupes, controlo muy bien. Me
retiraré a tiempo.
-De eso nada. De las llamadas retiradas a
tiempo está el mundo lleno de críos. Mira, no vamos a follar, pero vas a quedar
más suave que una malva. –Y sin más le baja la cremallera del vaquero.
Casi
anocheciendo se presenta Vicentín en casa de Anca hecho un basilisco. Una chica
del pueblo le ha contado que ha visto a su novia paseando con un foraster por el puerto de Alcossebre.
Tienen una bronca descomunal. Vicentín le dice que como se entere de que le
está poniendo los cuernos es capaz de cometer una barbaridad, que es de él y
solo de él. Como se pone muy pesado e insiste una y otra vez en que le diga con
quién paseaba, Anca tiene que contarle la verdad; más bien media verdad. Paseaba
con un huésped del hostal, un hombre muy mayor, recalca, que es muy buena
persona y que al ver lo mal que se sentía la ha invitado a almorzar y la ha
llevado a Can Roig, donde han comido de categoría. Después, como ha manifestado
que le gustaría conocer el puerto se han acercado y han estado paseando por el
mismo. No ha pasado nada más.
- No tienes
motivos para estar celoso -concluye Anca.
Vano intento, el joven está inmerso en el
infierno de los celos y cuando te hundes en el mismo es harto difícil escapar
de él. La bronca termina con una admonición de Vicentín que es tanto una
advertencia como una intimidación.
-Nada de
paseos con otro hombre, por muy viejo que sea -e insiste entre enérgico y
amenazante-. ¡Recuérdalo, eres mía y solo mía!