El paréntesis que ha supuesto el infortunado
incidente sufrido por Curro Salazar ha sido el detonante para que Carlos
Espinosa vuelva a pensar en un hipotético plan B que pudiera llevar a cabo para
desembarazarse del exsindicalista, pero no se le ocurre ninguno para ejecutarlo
sin que le pillen con las manos en la masa. Aparca la idea y decide guardarla
en la recámara. Hoy ha resuelto no ir al Club de Campo del Mediterráneo a jugar
al golf, como es domingo supone que el campo estará hasta arriba de aficionados
domingueros que dada su general impericia ralentizan mucho el juego. En su
lugar opta por hacer turismo. El día anterior hizo una reserva para visitar las
islas Columbretes que, como describe el folleto que se adjunta al billete, son
un conjunto de cuatro grupos de islotes volcánicos situados a 30 millas al este
del cabo de Orpesa y los únicos que hay en el litoral castellonense. Constituyen
un paraje muy apreciado por los aficionados al submarinismo pues desde que en
1988 fue declarado Reserva Natural constituye uno de los espacios marítimos
protegidos más importante de la Comunidad Valenciana y en el que destacan la
transparencia de sus aguas, la belleza de sus fondos y la gran variedad de
especies animales y vegetales que alberga.
El viaje lo hacen en un catamarán, el
Clavel, en el que se embarcan veintitantos pasajeros. Salen del puerto del Grao
de Castellón sobre las ocho. La travesía dura algo más de dos horas y media. Sin
descender del barco, costean los islotes de La Ferrera, La Foradada y el
Carallot para finalmente echar anclas en la bahía de la Illa Grossa, antiguo
cráter de un volcán y que, como les explica el guía, es la isla más grande
aunque solo tenga menos de un kilómetro cuadrado. Desembarcan y, en una visita
guiada por un experto ornitológico de la Generalitat valenciana, recorren la isla
que solo cuenta con un faro en la cota más alta y en el otro extremo un cementerio
donde fueron enterrados en su día fareros y familiares suyos fallecidos en la
isla. El ornitólogo les cuenta que en el reino vegetal destacan en las islas
dos plantas endémicas: la alfalfa arbórea y el mastuerzo de Columbretes y que
en el animal lo más interesante es la presencia de gran número de aves marinas
como la gaviota de Audouin, la pardela centenaria y el cormorán moñudo. Después
de la breve y decepcionante excursión tienen tiempo para bañarse y hacer
esnórkel en la bahía. Ven meros, nacras, langostas y llamativas gorgonias
rojas. Tras volver a embarcar, hay un tiempo para comer lo que cada pasajero se
haya traído pues en el barco solo sirven bebidas.
En la travesía de ida, Espinosa ya se fijó
en una pareja, sobre todo en la mujer que es sin lugar a dudas la pasajera más
sexi que viaja en el catamarán. Entre ellos hablan en una especie de popurrí en
el que mezclan italiano, español e inglés y al varón se le ha escapado alguna
expresión en ruso. En un momento del diálogo entre la pareja una inflexión de
la voz del varón enciende una alarma en su mente. “¿Dónde he oído esa voz?”, se
pregunta el malagueño. Discretamente se pone al lado del dúo y aguza el oído.
“Ese tono me resulta familiar, ¿pero dónde lo he oído?”, vuelve a preguntarse.
Trata de recordar hasta que al fin descubre donde ha oído ese timbre vocal: es
la misma voz o al menos muy parecida a la del tipo que le llama diariamente
para preguntarle si cenan esa noche. “¿Es posible que este sea el fulano que me
llama todos los días?”. Hace un recuento de los datos que tiene sobre el
desconocido: es extranjero, tiene pinta de matón, y si está allí debe residir
aunque sea temporalmente en la Costa de Azahar. “Vistas así las cosas cualquiera
diría: verde y con asas”, se dice. Aunque aún no tiene la plena seguridad de
que sea el mismo fulano del que sospecha que es el elegido por sus patrones
para llevar a cabo un plan B decide cerciorarse. El picnic que se está
realizando a bordo le da el pretexto necesario para trabar conversación con el
dúo. En el hotel le han preparado una bolsa colmada de bocadillos y unas piezas
de fruta. En cambio, parece que la pareja a la que no pierde vista no ha sido
nada previsora y no lleva ni un triste tentempié, quizá por eso la mujer mira a
hurtadillas como Espinosa va desenvolviendo el papel de aluminio en que están
envueltos los emparedados para ver de qué son. El CEO malagueño aprovecha la
oportunidad y dirigiéndose a sus dos compañeros de travesía les invita.
-Me haréis
un favor si aceptáis alguno de estos bocadillos. En el hotel han debido creer
que el mar me despertaría el apetito y se han pasado.
La mujer, que parece haberle entendido, no
se lo piensa y acepta encantada el bocata.
-Grazie tante.
-Prego –responde Espinosa que no habla
italiano pero que hasta ahí llega.
-Parli italiano? –se interesa la
transalpina con un coqueto aleteo de pestañas.
-Lamentablemente,
no. Grazie, prego, arrivederci, ragazza,
bambino, molto bene y complimenti son todo mi vocabulario. Ah, y buongiorno, buonasera y buonanotte, -y llegado
ahí, Espinosa se pasa al inglés en el que se siente más cómodo-. But we can speak in english.
A partir de ahí, la conversación se generaliza
entre la pareja y el malagueño que
precavidamente se presenta como Roberto sin dar ningún dato personal
más. El ruso, es lo que supone Espinosa, que ha dicho llamarse Pako también ha
aceptado la invitación y el grupo, ahora convertido en trío, mantiene una
animada charla durante la vuelta. Al principio, el malagueño ha sido cauto en
sus expresiones, piensa que como a él le ha ocurrido el ruso también puede
reconocer su timbre de voz, pero cuando lo medita se tranquiliza, es posible
pero harto improbable que sea capaz de reconocer una voz que a la pregunta de
si van a cenar hasta ahora solo ha respondido con un no.
El catamarán arriba al puerto a media tarde.
Espinosa, que cada momento que pasa está
más convencido de que el tal Pako es el mismo que le llama diariamente, les
invita a tomar unas copas y el trío se aposenta en la terraza de una cafetería
que tiene unas espléndidas vistas sobre la marina. Por alguna de las cosas que
el supuesto ruso ha dicho durante la charla, Espinosa deduce que debe vivir en
la Costa del Sol y que sus actividades se centren posiblemente en el ámbito de
los clubes nocturnos tan abundantes allí. Por la corpulencia del eslavo que no
le restan ni un ápice de elasticidad y rapidez de reflejos, Espinosa también
induce que es hombre más de acción que de pensamiento. Cerca del ocaso y en un
momento de la charla, Pako, que efectivamente no es otro que Grigol Pakelia,
invita a Carlos a cenar con ellos. El malagueño contesta que sí, pero pone una
condición: que sea él quien pague la cuenta. Y va más allá: les propone el
lugar, el restaurante del Real Club Náutico de Castellón que tiene unas
magníficas vistas sobre la dársena y una carta más que notable.
Espinosa habla previamente con el maitre y encarga para la cena un menú
por todo lo alto. Como entrante focaccia de vieira de cerdo a baja temperatura
y puré de remolacha, acompañado de tinto Ribera del Duero Condado de Oriza.
Como primer plato merluza con jugo verde de espárragos blancos, amontillada y
crustáceos con crujiente de alcaparra. Un sorbete de mojito para desengrasar.
Luego presa ibérica con salsa de Périgueux, frutos rojos y trinxat. De postre
timbal de fresas con espuma especiada y granizado de mandarina acompañado de
cava prima. Todo ello regado con los correspondientes vinos. La italiana, ahora
ya sabe que se llama Alessia, tras el pescado apenas si ha probado un bocado
más, pero Pako ha engullido todo lo que le han servido y ha trasegado cuantos
caldos le han escanciado.
Tras una cena tan copiosa, Espinosa ha
conseguido en parte lo que pretendía: que al ruso se le soltara la lengua. Así
se entera de que vive en Fuengirola, pero que viaja a menudo por el resto de la
Costa del Sol para ayudar a controlar diversos clubes y locales de diversión y
juegos. Que no es ruso sino georgiano, la patria del camarada Iósif Stalin, el
hombre que plantó cara a los nazis en la II Guerra Mundial recuerda con
orgullo. Lo que no llega a contar Pakelia es el motivo por el que está pasando
unas vacaciones en Las Villas de Benicàssim. Pese a esa omisión, el relato del
georgiano reafirma la creencia de Espinosa de que, casi con plena seguridad, se
trata del hombre que le llama todos los días, aunque hoy no lo ha hecho, y en
consecuencia quien está encargado de ejecutar un posible plan B relacionado con
Curro Salazar. “Porque, ¿a santo de qué un tío que vive en la Costa del Sol se
viene a pasar unas vacaciones a la Costa de Azahar? Eso posible lo es, pero es
poco probable. ¿Y en qué puede consistir el plan que le han encargado? Visto
como es y a qué se dedica solo puede tratarse de un proyecto en el que
predomine la fuerza física y la falta de escrúpulos. ¿Una paliza, romperle los
brazos, las piernas o algo más definitivo?”.
Como en un acto reflejo, el parloteo de la
italiana hace que Espinosa se plantee sus dudas con una expresión que usó
Alessia durante la travesía de vuelta de las Columbretes y que no necesita
traducción: Chi lo sa?
PD.- Hasta el próximo viernes
PD.- Hasta el próximo viernes