Cuando Ponte abre su ordenador
en el ángulo inferior derecho aparece la fecha del cuatro de diciembre. Hoy
toca ojear El País. La mayoría de las noticias de la portada son alusivas, como
no podía ser de otra manera, a las inminentes elecciones generales. Arranca la campaña más plural y abierta de
la democracia es el primer titular. Y al lado la foto del todavía Presidente
del Gobierno en la noche del inicio de la campaña. Marianito, se dice el viejo,
te van a dar más palos que a una estera. De todos los demás titulares el que
más le llama la atención es una encuesta que el diario titula así: El PP ganará, pero quedará en manos del
Ciudadanos, según el CIS. Si pasa eso habrá que ver la cintura de los populares
para pactar, piensa Ponte. Quizá no fuera un mal resultado, al menos no
tendrían que negociar con los trabucaires insaciables de los nacionalistas como
ha ocurrido en anteriores legislaturas. Lo que no acabo de creerme es que el
PSOE tenga tan malos resultados cuando medio país se considera de izquierdas, si
no que se lo pregunten a mis hijos. También concitan su atención dos noticias
sobre Venezuela: El chavismo amenaza con
la “lucha en las calles” si pierde las elecciones y El 85 % de los venezolanos no está satisfecho con la situación del país.
Ves, se dice, a donde lleva la demagogia populista, a la pobreza y al caos,
pero lo más chocante de esos demagogos de pacotilla es que se declaran
demócratas mientras ostentan el poder y cuando lo pierden pretenden recuperarlo
al precio que sea, si es necesario a balazos. Espero que esto no llegue a
suceder nunca aquí, sería volver al 36.
Ponte se levanta pronto. Ha
quedado con Ballarín en volver a la zona de Madrid Río a investigar al empleado
del museo que vive en el barrio de Los Cármenes y que es uno de los sospechosos
de haber manipulado las cámaras. Como había prometido, el bueno de Amadeo le
recoge con su coche para que no tengan que viajar en bus.
- ¿Dónde piensas dejar el coche? – pregunta Ponte.
- Me ha dicho mi yerno, que es un forofo del Atleti y se conoce bien
los alrededores del Calderón, que por esa zona hay una calle, la Vía Carpetana,
en la que suele haber sitio salvo los días en que hay partido.
- ¿Y eso queda lejos?
- No, según Google Maps a cinco minutos del río.
La Vía Carpetana resulta ser
una calle con una pronunciada pendiente y que, en efecto, tiene muchos huecos
para aparcar y, además, no es zona azul. Allí dejan el coche y van andando
hasta el bar La Competencia, en la esquina de San Conrado con la ribera del
río, donde toman el primer cafelito del día.
- ¿Le volvemos a preguntar a ese fulano? – pregunta Ballarín señalando
al barman -. A ver si hoy está más charlatán que ayer.
- No vale la pena, no le vamos a sacar nada – opina
Ponte.
El día
anterior ya comprobaron que en las riberas del río en dirección sur no hay ni
un merendero donde preguntar, al menos hasta la suave curva con la que el río
parece querer abrazar el estadio que inicialmente se llamó Manzanares, pero que
desde mil novecientos setenta y uno lleva el nombre de un antiguo presidente
del Atleti, Vicente Calderón. Estadio al que, según la prensa y si la política
no malbarata el proyecto, le quedan pocos años de vida.
La pareja
de detectives aficionados sigue orillando el río hacia el norte. En la Cafetería
de la Presa número 6 no está el correturnos del día anterior, pero el camarero
habitual tampoco les aporta nada. Lo mismo ocurre en todos los bares y
merenderos en los que paran. Siguen su paseo, sobrepasan el Puente Oblicuo y
llegan al Paseo de la Ermita del Santo; allí, a la altura de la Sala Riviera,
una popular sala de fiestas que está en la otra orilla, hacen una pequeña
parada para descansar. Cuando han recobrado fuerzas siguen lo que en vez de un
paseo se está convirtiendo en una caminata y sobrepasan el Puente de Segovia.
En el siguiente tramo les llama la atención un edificio ante cuya puerta hay
una larga cola de personas.
- ¿Qué deben regalar ahí? – pregunta Ponte por decir
algo.
- De regalar, nada. Ni siquiera esperanza – contesta
Ballarín.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque es la Oficina de Empleo de Madrid Puerta
del Ángel. Y no dan nada, ni siquiera ofrecen la esperanza de encontrar un
trabajo – se explica Ballarín.
- Amadeo, eres como la Enciclopedia Británica, no
hay cosa que no sepas – se admira Ponte.
- Es mucho más simple que eso. Antes de venir he
visitado la web de Google Maps de la zona y allí está todo. Mira, ahí a la
izquierda está el Reino del Agua, es un local para fiestas, celebraciones y eventos
de esa clase. ¿Crees que deberíamos preguntar?
- ¿En un lugar así? No creo. Lo que debemos hacer es
volvernos o buscar un restorán o cafetería donde comer o, al menos, tomar un
piscolabis. Son cerca de las dos y mi estómago empieza a gruñir.
- Estamos llegando a la conexión de la Cuesta de San
Vicente y el Paseo del Embarcadero, ahí
mismo hay un restorán, el Café del Río, donde podemos tomar algo. He leído que
no se come mal y tienen un menú bastante barato.
- Pues sea. Ya está bien de arrastrar los pies.
Ahora entiendo el por qué alguna vez le oí decir a Jacinto que la mejor arma de
un policía es un buen par de botas.
El Café del
Río, que en su web se anuncia como la mejor terraza de Madrid, tiene buena
pinta. No comen en la publicitada terraza porque allí el precio del menú es
algo mayor. Un obsequioso maitre les
ofrece la carta en la que va una hoja aparte con el menú del día.
- Oye, pues no está mal – opina Ponte.
- Ya te lo dije. Y todo por 10,90 incluido el pan,
la bebida y café o postre.
Ballarín pide de primero unas lentejas
estofadas y de segundo secreto ibérico a la parrilla. Ponte se pide berenjenas
rebozadas con miel, de entrante, y merluza en salsa verde de plato fuerte.
Entre plato y plato se acerca el maitre.
- ¿Todo bien? – pregunta rutinariamente.
- ¿Puedo cambiar el café por un poleo con menta?
–pide Ponte.
- Faltaría más, señor.
Ballarín ha
tomado al entrar un folleto de propaganda del establecimiento en el que,
además de publicitar su terraza, se dice
que el restaurante nace con el fin de ampliar la oferta gastronómica de la zona
de Madrid Río y que cuenta con un espacio multifuncional y una
infraestructura audiovisual y de sonido que hará que los eventos superen
las expectativas de los asistentes. En la sección de últimas noticias de la web
se informa de las primeras comuniones para el 2016, de un speed run y de las cenas de Navidad. Cuando están tomando el café y
el poleo con menta, vuelve a acercarse el maitre
para preguntar, una vez más, si todo está bien, ocasión que aprovecha Ballarín
para pedirle que si puede ampliarles la información sobre lo de las comuniones
para el próximo año.
- Es que tengo una nietecilla que hará su primera
comunión el año que viene. Les he dicho a sus padres que la comida de
celebración la pago yo y estoy buscando restaurantes que ofrezcan un buen servicio
y precios asequibles – se justifica Ballarín.
- Está usted en el sitio adecuado señor… - El maitre deja en el aire el final de su
frase en una clara invitación a que la complete su interlocutor.
- Ballarín, Amadeo Ballarín.
- Encantado, don Amadeo. Permítame explicarle que lo
más importante para nosotros es la atención personalizada a cada uno de
nuestros clientes de principio a fin – el maitre
hace su explicación con el tonillo del que lo ha repetido infinidad de veces -.
Por eso, en el Café del Río ayudamos al cliente a diseñar y organizar la
comunión de su hijo o hija, en su caso de su nieta, con un toque especial,
cuidando hasta el último detalle para que los padres y demás familiares e invitados
solo tengan que preocuparse de disfrutar.
Mientras
está oyendo como en sordina al servicial empleado, Ponte está pensando que
podría ser una buena fuente informativa si el sitio estuviera más cerca de
donde vive el sospechoso de la calle San Conrado. Y también cavila sobre lo
complejo que resulta investigar, sobre todo cuando no se puede abordar de
manera directa a los posibles informantes. Hay que preguntar como al desgaire y
siempre dando tantos rodeos que en muchas ocasiones las respuestas no tienen
nada que ver ni con lo que preguntan ni con lo que les interesa saber. Lo de
ser detective no es tan fácil como lo pintan en la tele, ni mucho menos.