Da la impresión de que tanto Pacheco como
Sierra están dispuestos a prestar oídos a lo que pueda contarles el supuesto
investigador, que como tal se ha presentado Grandal. Pese a ello los rostros
contrariados y a la vez preocupados que muestran ambos es señal de que no todo
va a ser coser y cantar. Antes de que se echen atrás, el excomisario se lanza a
convencerlos con sus explicaciones.
-La
situación es la siguiente. Comencemos por usted, Pacheco. En su primera
deposición ante la jueza que instruye el caso Pradera, a la pregunta de sí
estuvo viendo a Salazar la tarde del día 15, contestó negativamente.
-Y así fue
–confirma Pacheco con voz que pretende ser rotunda.
-Ahí te
duele, Alfonso –De pronto Grandal ha decidido pasar al tuteo como una manera de
rebajar el tono aséptico que hasta el momento ha tenido la conversación-,
porque ambos sabemos que eso no es verdad. Tengo a dos personas dispuestas a
declarar que el día de la Asunción por la tarde te vieron bajar, en compañía de
una mujer, de la primera planta del hostal donde residía Curro. Una simple
rueda de identificación demostraría que la mujer en cuestión era tu esposa,
Macarena Hernández, hija por cierto de un conocido constructor sevillano.
Es oír la afirmación de Grandal y el rostro
del ingeniero cambia de color, de blanco se torna pálido y un gesto de angustia
se le pinta en el mismo. El expolicía no prosigue su explicación, prefiere dar tiempo
a que el zahareño asimile el estoconazo que le acaba de dar. Puesto que Pacheco
no responde es Sierra quien sale en su defensa.
-¿Y qué si
le vieron bajando con su mujer? Eso no incrimina en nada ni a Alfonso ni a su
esposa en el desgraciado fallecimiento de Curro.
-Hasta ahora
no he dicho una sola palabra de incriminar a nadie, pero vayamos por partes. Si
a su señoría le llega la información de que el matrimonio Pacheco estaba la
tarde de autos en el hostal donde falleció Salazar se va a poner de uñas al
constatar que el testimonio que dio Alfonso en su primera deposición fue una
mentira flagrante. Como sabes muy bien, Jaime, el testigo que miente en un
juicio recae en una conducta tipificada en el Código Penal, dentro del capítulo
dedicado a los delitos contra la Administración de Justicia. Y el artículo 458
de dicho código castiga ese delito con penas de prisión y multa, agravándose la
condena si es en un juicio penal como puede terminar siendo el caso. En otras
palabras, aunque Alfonso y Macarena no hubiesen realizado nada punible, el mero
hecho del falso testimonio va a poner a tu amigo en el disparadero de que entre
en el juzgado como testigo y salga como imputado.
La última intervención de Grandal provoca
que Pacheco hunda la cabeza entre sus manos mesándose los cabellos y lanzando
un apagado gemido. Parece que el ingeniero está seriamente tocado. El expolicía
se dice que es llegado el momento de acoquinarlo del todo.
-A todo ello
habrá que sumar la más que probable condena del telediario, una condena a veces
más pesada que la impuesta por los jueces. Y no me estoy refiriendo solo a
Alfonso, sino también a Macarena. Habrá que ver la revolera que se va a armar
en Sevilla cuando vean en los informativos de Canal Sur a la distinguida señora
Pacheco, de la muy ilustre familia de los Hernández, entrar y salir por la
puerta de la Audiencia de Castellón para prestar testimonio sobre la muerte de
Curro el Conseguidor. Y no digamos nada si también es imputada. Durante muchos
días no se va a hablar de otra historia en los corrillos de la calle Sierpes
donde la van a despellejar.
La alusión a lo que le puede pasar a su
mujer hace reaccionar a Pacheco. Mira con rabia contenida a Grandal y con voz
que quiere ser dura, pero que le sale un tanto atiplada, pregunta:
-¿Y qué es
lo que quiere?
-Querer, lo
que se dice querer, yo no quiero nada, pero mis patrocinadores están muy
interesados en saber qué ocurrió en la habitación de Curro mientras tú y Macarena
estuvisteis allí –Grandal está jugando de farol pues a ciencia cierta todavía no
sabe si la pareja estuvo en la habitación 16, pero tiene poco que perder.
Sierra que se acaba de dar cuenta de que la
situación se puede volver peligrosa para el futuro procesal de Pacheco, e indirectamente
también para el suyo y viendo que su colega se ha derrumbado, vuelve a
intervenir.
-Alfonso, no
digas ni una palabra más. Todo lo que ha contado este fulano huele a encerrona –y
dirigiéndose a Grandal le conmina-. Esta conversación ha terminado. Vuélvase
por dónde ha venido –al tiempo que hace el ademán de levantarse.
-No tan
deprisa, Sierra, todavía no te he contado el marrón que también te puede caer
en un par de horas. El 458 del Código Penal te concierne igualmente. ¿O es qué
creías que solo había tela que cortar para tu amigo? Si hago llegar al juzgado
lo que he descubierto sobre ti también tú vas a entrar como testigo y vas a
salir como imputado. Si quieres te lo explico para que prepares tu testimonio
lo mejor que sepas, ahora bien si quieres largarte eso es problema tuyo.
-A ver qué
tiene que explicarme –pregunta Sierra mordiendo las palabras.
-Te voy a
ser sincero porque me has caído bien –Grandal piensa que va a acometer una
jugada peligrosa, es un farol que tanto puede salir bien como mal, pero tal y
como está la situación no tiene mejores cartas que jugar. El mayor peligro que
corre es el del factor tiempo, aún no sabe quien estuvo antes en la habitación
de Salazar, también desconoce si el antiguo director de IDEA estuvo o no con
Curro, pero se dice que el que no se arriesga, no cruza el río-. Verás… hasta
que no has entrado en el comedor prácticamente no sabía nada de ti que pudiera
relacionarte con la muerte de Salazar, pero eso ya no es así. ¿Ves a aquel
señor mayor de allí con el que estaba sentado? –dice señalando dónde está Ponte
que ha girado la cabeza al ver que le miran-. Si, el del pelo blanco y la
perilla. Pues bien el señor Manuel, que así se llama mi acompañante, estaba la
tarde autos sentado en la terraza de Los Prados haciendo tiempo mientras dos de
sus nietos se estaban bañando en la piscina del hostal. Como se aburría, estaba
más atento a lo que ocurría a su alrededor que a los chapuzones de sus nietos y
una de las cosas que vio fue a una persona salir por la puerta que da a la
piscina y por la que se accede a las habitaciones del hostal… –Lo que está
contando Grandal no es cierto, pero juega con la presunción de que Sierra lo
crea-. El señor Manuel, que es viejo pero que tiene una excelente vista y mejor
memoria, cuando has aparecido te ha identificado sin duda alguna como la
persona que vio salir por la puerta en cuestión. Podrías venir de otra
habitación, pero creo que en el hostal solo conocías a Salazar.
Sierra encaja el golpe mejor que lo hizo
Pacheco, sin embargo su autocontrol ha quedado seriamente tocado. Trata de
asimilar lo que acaba de oír. ¡Me caguen la Macarena!, maldice, al final me
vieron. Ya me temía que era demasiada suerte que ningún paleto me hubiese
calado. El cabrón del Curro hasta después de muerto es capaz de joderme. A ver como
manejo este marrón, piensa. Su confusión se disipa como por encanto cuando
recapacita que, como mucho, se le podrá acusar de la omisión del deber de
socorro puesto que no le hizo nada al exsindicalista. Su mejor defensa puede
ser decir la verdad. Y sin darle más vueltas, decide confesar.
-Le voy a
contar lo que realmente pasó…
Y Sierra le cuenta a Grandal, y al mismo
tiempo a Pacheco que le escucha entre atónito y desconcertado, que había quedado
citado con el ingeniero en visitar conjuntamente a Curro para pedirle que respondiera
a su propuesta de que lo mejor para él era que se entregara a la justicia y que
ellos le ayudarían buscándole un buen abogado. Al ver que su colega no aparecía
y dado que estaba en un chiringuito cercano al hostal optó por visitar al
exsindicalista para conocer su decisión al plan que le habían planteado. Nunca pudo
imaginar lo que iba a encontrarse, a Curro medio caído en un sillón, respirando
a duras penas, con el rostro demudado y farfullando palabras
ininteligibles de las que solo pudo
entender: Me… dado… golpes… Bebe un sorbo y sigue.
-Mi primer
pensamiento, naturalmente, fue ayudarle. Le pregunté si quería agua o si
prefería que le llevara a la cama, pero ni siquiera pudo contestarme. En aquel
momento pensé que debía de haber sufrido algún tipo de síncope, quizá un
infarto de miocardio o un ictus por lo que le dije que iba a bajar a recepción
para que llamasen urgentemente a un médico y a una ambulancia y que volvería a
subir. Hasta di un paso hacia la puerta cuando de pronto algo me hizo detenerme…
Lo que me hizo mudar de opinión fue el recuerdo de las únicas palabras que
había podido balbucir Curro: me… dado… golpes. Entonces no supe, y sigo sin
saberlo, si se refería a que si se había dado un golpe o sí le habían dado
golpes. El plural me indujo a deducir que lo que había ocurrido era lo último, que
alguien le había golpeado…
Sierra sigue contando a sus atentos oyentes
que esa deducción provocó que las dudas se disparasen y pensase: si está así
porque le han golpeado quizá puedan creer que he sido yo y solo será mi palabra
de que no le he hecho nada contra… Vuelve a beber.
-Esa idea me
llevó a dudar entre pedir ayuda o largarme de allí antes de que apareciera alguien
y pudiera convertirme en sospechoso de agresión. Conocía, como media Sevilla,
que entre la caterva de enemigos que tenía el Curro era muy posible que hubiera
más de uno que no dudaría en llevárselo por delante… Estaba hecho un lío y cada
vez más confuso. Mientras me debatía entre si ayudar a Curro, como había sido
mi primera intención, o largarme de allí antes de que algún mal pensado pudiera
achacarme ser el autor del estado del gaditano, ocurrió algo que disipó mis
dudas.
Sierra bebe otro sorbo, mira a sus interlocutores
y se dice que debe rematar su confesión. Mientras Grandal piensa que es cierto
el dicho popular: el que no se arriesga, no cruza el río.