El primero de diciembre, se reúne la tertulia de la perfumería en la que Infantes presenta al nuevo tertuliano, Lisardo Valdés quien saluda afectuosamente al anfitrión y a Carreño. Se le ve un poco tenso, como cohibido, y en los primeros compases de la charla participa poco, como si quisiera no sobresalir. Pese a su prudente comportamiento, Ramírez no piensa en otra cosa: ¡Hasta dónde hemos llegado, un masón en la tertulia.
El domingo siguiente se vuelve a reunir la tertulia al completo. En su anterior y primera comparecencia como tertuliano, Valdés estuvo contenido, pero en esta ocasión se le ve más suelto. Y para que sus compañeros comprueben que han hecho bien admitiéndole, comienza a contarles noticias de las que no salen en los medios.
-Una noticia que tengo es que el Comité de No Intervención ha aprobado un plan de control de puertos, aeropuertos y fronteras para frenar el envío de tropas y armas a nuestro país, aunque personalmente opino que el plan será papel mojado. Ah, y una noticia de Cataluña: ha sido fusilado en Moncada el obispo de Barcelona –Ante la última información, Julio no puede contenerse.
-¿Cómo puede haber gente que piense que esos canallas representan a la auténtica España?, ¿desde cuándo en una nación, que ha sido siempre católica, se asesina a los obispos? Con hechos así estoy más convencido de que solo los nacionales salvarán a la patria.
-No sé si sabéis que no soy creyente, pero estoy totalmente de acuerdo con lo que afirma Julio, ese asesinato es una canallada que no tiene ninguna justificación –confiesa Valdés.
Van discurriendo los días decembrinos y los grandes movimientos de tropas parecen haberse estancado. Sin embargo, en ambos bandos continúan ocurriendo sucesos que dan vida a los comentarios de la tertulia.
-Julio, esta noticia te interesará: el pasado 14 el crucero Canarias hundió el barco soviético Komsomol, que llevaba armas a los puertos republicanos -le informa Infantes.
-Pues yo tengo otra: la Junta Delegada de Defensa ha decretado la evacuación obligatoria de las personas residentes en Madrid que no presten servicios públicos –relata Ramírez que añade irónicamente-. ¿Deberían evacuarnos?
Entretanto los tertulianos especulan, en Galicia, Álvaro sigue con su propósito de encontrar la forma de poder comunicarse con los suyos. Aprovecha que su bou ha recalado en Ferrol y busca al comandante del Ferrolano a quien conoce, pues Amancio Ortigueira es de dos promociones inferiores a la suya. Le invita a unas tazas de ribeiro y le cuenta su pretensión.
-Creo que puedo ayudarte, Carreño; bueno, al menos lo intentaré, pues conozco a varios extranjeros en Vigo y con alguno de ellos mantengo buena relación. Habrás de tener en cuenta que el proceso de envío de las cartas tendrá que sujetarse a las estrictas normas del mando, entre otras que los escritos, antes de ser remitidos, deberán pasar previamente por la censura militar y, en el supuesto de que se reciba respuesta, también serán leídos por la censura antes de entregarlos al destinatario. Si te he entendido bien quieres escribir a Madrid y a Suances; lo del pueblo santanderino lo veo más factible que lo de la capital, pero en fin… Haré la gestión y ya te contaré.
Como dos semanas después, Ortigueira le cuenta a Álvaro que un inglés a quien conoce, Jessie Wourky, accede a enviar las cartas a un hermano suyo que reside en Stafordshire, con la única condición de que Álvaro le dé su palabra de oficial y caballero de que los escritos no contendrán ninguna clase de información ni mensajes alusivos a la Guerra civil o a actividades que puedan interferir en su situación como residente extranjero en España. Condición que se apresura a prometer el alférez de navío. Ahora solo le queda escribir las misivas y rezar a la Virgen de Guadalupe para que las cartas lleguen a su destino, se dice el marino.
Álvaro ha ido a la Comandancia General a recibir nuevas órdenes. Cuando termina se pasa a saludar a su antiguo comandante del Velasco.
-A sus órdenes, mi comandante, no he querido irme sin pasar a saludarle. ¿Llego en mal momento o puedo invitarle a unas tazas?
Mientras toman unos vinos, el joven oficial le cuenta a Calderón su propósito de saber de los suyos y el enrevesado plan que ha puesto en marcha para que les puedan llegar sus cartas.
-¿Has pedido permiso a tus superiores?, te lo digo porque, en estos días, hay que andarse con pies de plomo en cada cosa que se salga de los cauces reglamentarios.
-Por supuesto, comandante.
-¿Te han puesto alguna condición?
-Solamente que las cartas, tanto las que envíe como las que reciba, deberán pasar antes por la censura.
-Te voy a plantear una pregunta, no por curiosidad ni porque esté interesado en lo que escribas a los tuyos, sino para que entiendas el laberinto en que puedes meterte. Por ejemplo, ¿les vas a contar dónde estás y qué llevas a cabo?
-Sí, claro, pero sin dar datos que puedan ser útiles a los rojos en el supuesto, que seguro que sí, de que abran mis cartas.
-Ándate con mucho tiento, porque puedes hacer a los tuyos un flaco favor. Si das alguna pista, aunque sea de manera involuntaria, de que eres oficial de nuestra Marina les puedes poner en un grave aprieto. Tampoco deberías decir que estás en España, tendrías que adoptar el papel del remitente de la carta, ese británico que va a hacer de intermediario, y contar sucesos e historias como si discurrieran en el Reino Unido y no en Galicia, pero poniendo detalles y datos que solo tú puedes saber, de forma que tus hermanos comprendan que quien les escribe realmente eres tú. Sabrás, por los boletines informativos del Estado Mayor, que los comunistas no se andan con chiquitas y ante la menor sospecha de que alguien es partidario nuestro se lo cargan sin pestañear. Me permito darte un último consejo: antes de enviar tus cartas, haz que algún amigo las lea detenidamente para eliminar del texto aquellas referencias que puedan indicar que estás en la España nacional.
-Gracias, mi comandante. No sabe lo bien que me van a venir sus consejos, pues lo cierto es que no había pensado en lo que me está sugiriendo. Ya tenía redactados unos borradores, pero después de hablar con usted escribiré otros en los que tendré en cuenta sus consejos. Y confiemos en que lleguen las cartas a la familia.
-En esta España partida en dos todo puede pasar, Carreño.
PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 45. Navidades del 36 en Madrid
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