El mitin de los partidos de derechas en el cine Novedades, aperitivo de las elecciones municipales de abril de 1933, lo cierra el forastero de más edad, que luce una oronda tripa y va muy peripuesto. Como el orador se ha acercado al borde del escenario, seguramente para que se le oiga mejor, Zaca se da cuenta que calza unos relucientes botines que parecen de charol. El chico piensa: “Esos botines seguro que no son de Segarra, y de mayor le gustaría tener unos iguales”. El orador de los botines cambia de registro respecto a los que le han precedido y, en vez de poner verdes a sus adversarios políticos, explica al expectante auditorio la de bienes de toda clase que van a proporcionar al pueblo si la gente de Torreblanca vota a la coalición de los partidos de derechas. El resultado será como un maná. La parte de su discurso que arranca más aplausos es cuando promete que, si ganan ellos y pese a tratarse de unos comicios municipales, llevarán a cabo una vieja aspiración de las comarcas norteñas castellonenses: traer un canal del Ebro para regar las sedientas tierras de La Plana Alta y del Bajo Maestrazgo. Eso le impacta al chaval tanto como ha parecido impactar a los asistentes, pues incluso hay gente que se pone de pie para aplaudir al autor de la promesa. Cuando el acto termina, los comentarios que más oye Zaca son los referidos a lo del canal del Ebro. Al llegar a casa, es lo primero que cuenta a padre. El señor Zacarías se ve que conoce bien el tema, pues su comentario no puede ser más clarificador.
-Ya estamos en lo de siempre. Desde que llegué al pueblo, en cada elección que se lleva a cabo, sea nacional o municipal, siempre hay un interviniente, da lo mismo que sea de derechas o de izquierdas, que promete lo mismo: que, si ellos ganan, traerán el canal del Ebro. Algo que aquí esperan como el maná, pues supondría una inmensa riqueza para el pueblo poder regar todo el término municipal y dejar de depender de las ineficientes norias, pero hasta hoy ni las obras han empezado ni se sabe que haya un proyecto en marcha para construirlo. Es uno de los muchos motivos por los que tu padre no se fía ni un pelo de los políticos, prometen mucho, pero cumplen poco y, en la mayoría de ocasiones, nada. Y lo del canal del Ebro es uno de los ejemplos más relevantes. Es más, creo que el canal llegará cuando las ranas críen pelo -Lo de las ranas, el muchacho no lo ha entendido del todo, pero sigue preguntando.
-¿Y cuándo un partido gana, la gente no reclama a esos políticos el cumplimiento de sus promesas?
-La gente, como colectivo, tiene escasa memoria y olvida que se les ha engañado y vuelve a dejarse engañar. No aprendemos.
-¿Qué olvidan lo prometido? –pregunta, extrañado, el muchacho.
-O hacen como que lo olvidan, pero lo cierto es que las mentiras no son penalizadas. Tengo entendido que en buena parte de países democráticos, como Francia e Inglaterra, si los políticos no cumplen lo que prometen en las elecciones siguientes hay mucha gente que no les vuelve a votar, pero eso no ocurre aquí. Por ese motivo en España durante las campañas electorales se promete el oro y el moro pero, en cuanto pasan, si te he visto no me acuerdo. Y hasta la siguiente elección en la que unos y otros prometerán atar los perros con longanizas, pero luego los que ganan no cumplen lo que han prometido porque no pueden, no saben o no quieren. Y no sé quiénes son más culpables: si los que prometen el oro y el moro y después tararí que te vi, o los que son engañados y no castigan a los que han hecho las falsas promesas. Pero en este país de mierda no ocurre eso y así nos luce el pelo.
-¿Qué tiene que ver el pelo con lo que estamos hablando?
-Hijo, a veces pareces corto de entendederas. Es una frase coloquial para indicar que se está perdiendo el tiempo sin hacer nada, o que no se saca provecho de lo que se hace.
-Entonces, ¿qué hay que tener en cuenta para votar?, me refiero para votar a unos u otros partidos.
-No sabría decirte, porque la mayoría de partidos, sean de derechas o de izquierdas, entre lo que dicen y lo que hacen son tantas las diferencias existentes que uno no sabe a qué atenerse, por eso hay gente que no vota o que lo hace en blanco, que es una forma de mostrar el rechazo contra los politicastros que mienten más que respiran.
-Entonces, ¿la solución es no votar o hacerlo en blanco? –insiste el muchacho aprovechando que padre tiene el día parlanchín y lo de no hablar de política en las comidas, hoy no cuenta.
-No votar o hacerlo en blanco no soluciona nada, pues dejas de ejercer el arma más poderosa que tiene el ciudadano para cambiar el signo político del país. Creo que se debe votar, el problema es saber a quién hacerlo. Y acertar, con la panda de políticos corruptos que tenemos, es todo un problema.
-¿Todos los políticos son ladrones?
-Seguramente debe de haberlos honrados, pero yo no conozco a ninguno, aunque admito que no he tratado a muchos. Y lo peor no es que metan la mano en la caja común, sino que no miran por el bien de la nación y de la gente. Solo se preocupan por sus intereses y los de su familia y amigos.
-Entonces, ¿no hay medio de cambiar y elegir unos políticos que cumplan lo que prometen? –el chaval no deja de roer el hueso de las elecciones.
-La verdad es que no lo sé. Quizá un medio sería lo que he dicho antes: que no votáramos a los políticos que no cumplen sus promesas, pero eso nunca ha ocurrido, así que no sé si funcionaría.
Las explicaciones de padre llevan al chico a desentenderse todavía más de la política, pues visto lo visto es una actividad en la que la palabra dada tiene escaso valor, y que al parecer quienes se dedican a ella mienten más que respiran. Como sus trabajos extra le ocupan cada vez menos tiempo, y la metodología del LESURE le funciona de maravilla, Zaca llena sus muchas horas libres con la que quizá es su mayor pasión: la lectura. En los últimos tiempos, gracias a la biblioteca del padre de Joaquinito Queralt ha descubierto dos autores que le han fascinado: Julio Verne y Emilio Salgari. Del primero le encantan sus novelas de aventuras y de ciencia ficción en las que desarrolla relatos, siempre bien documentados, ambientados en la segunda mitad del siglo XIX, y teniendo en cuenta los avances tecnológicos del momento. Del segundo, le gustan sus novelas de aventuras ambientadas generalmente en lugares exóticos como el océano Pacífico, el mar de las Antillas, la selva India, el desierto y la selva de África e incluso los mares árticos. Otra actividad cultural a la que dedica mucho tiempo es el estudio de un atlas que sus tías le regalaron en su último cumpleaños. El muchacho, cuando estudia los distintos mapas, viaja con la imaginación y sueña con periplos que le llevan a los cinco continentes. Y cuando lee una novela de Salgari o de Verne, suele tener el atlas a mano para situar en los mapas los países o ciudades en los que los novelistas sitúan la trama de la novela de turno.
Zaca, además de estudiar, de sus actuaciones como escrivent y coniller y de sus intereses culturales, tiene otra actividad en la que emplea algún que otro rato libre, y en la que se alterna con Charito: el cuidado de su hermano Joaquinito. En el pueblo es habitual que, en las familias con varios hijos, los hermanos mayores cuiden de los pequeños. Por cierto: al benjamín de los Clavijo han acabado por llamarle Chimet, pues en la familia ya hay dos Joaquines –el abuelo materno y uno de los hermanos de madre- y Chimo es como llaman coloquialmente en valenciano a los Joaquines. Aunque Chimet hace más de un año que ya anda, cuando Zaca se va a jugar con sus amigos suele llevarlo en el carrito que antes fue de él, luego de Charo y después de Pedrito. Sobre todo, cuando el lugar del juego está a una cierta distancia del pueblo, como cuando van a les Coves d´Argila o a los alrededores de las eras.
Como Zaca se ha quedado por el momento sin amigos, se plantea si sería oportuno unirse a otra pandilla. Lo intenta, sin poner toda la carne en el asador, pero que lo admitan en otra cuadrilla no parece fácil. Uno de los chicos con los que ha contactado para abrirse a nuevas amistades ha sido Agustín el Meme, que vive en su antigua calle del Horno, y que se sincera con él.
-No pierdas el tiempo, Sacaríes, no creo que te quieran en otra pandilla. Por si no lo sabías, y te lo cuento sin intención de hacerte la puñeta, tienes fama de ser rarito y, además, ni corres ni saltas y tienes menos fuerza que una lagartija. Y lo de tener fama de empollón no es que te ayude. Quédate con los amigos que tienes, que no vas a encontrar otros.
A Zaca la confesión de Agustín no le pilla de sorpresa. Sabía o, mejor dicho, intuía algo parecido. Lo de la fama de empollón lo sabe desde tercero de primaria y, aunque la chiquillería se lo echa en cara como si fuese algo penoso, a él no le molesta. “Más vale ser un empollón -se dice- que no un burro de dos patas”. De lo de rarito no tenía idea pero, como conoce la escala de valores del pueblo, tampoco le extraña demasiado, pues todo lo que no sean habilidades físicas tienen escaso o ningún aprecio en la sociedad torreblanquina. Todo lo cual, le lleva a plantearse una idea un tanto incómoda, pero que tendrá que ir asumiendo: un tipo como él no tiene futuro en el pueblo. En cuanto se haga mayor tendrá que buscarse los garbanzos en otros pagos, pues en Torreblanca está visto que no encaja. Y es una lástima, porque él quiere al pueblo –al fin y al cabo es el suyo- y le gustaría de mayor seguir viviendo allí, pero mucho se teme que no va a poder ser. Quizá los posibles estudios que haga al acabar el bachillerato elemental le ayuden a tener una nueva vida en Dios sabe que lugar, pero desde luego no en el pueblo. El hecho de pensar en otros estudios al terminar el bachillerato le lleva a replantearse cuales podrían ser en función de la carrera u oficio posterior que optase. A él lo que realmente le gustaría ser es abogado o militar profesional. Lo de abogado le gusta porque, aunque no conoce a nadie que lo sea –en el pueblo no hay ninguno-, ha visto muchas pelis en las que el protagonista es un letrado y le encantaría serlo en la vida real. Además, también sabe por las películas que ser buen orador es una de las facultades más destacadas de un abogado, y él tiene un extenso vocabulario y se la da bien manejar la sin hueso. Otrosí: alguien le comentó en una ocasión que para estudiar Derecho, imprescindible para ser abogado, se necesita una gran memoria, y de eso va bien servido. O sea, que las aptitudes para ser un buen jurista las tiene, otra cosa es que pueda estudiar Derecho, para ello tendría que ir a la universidad de Valencia –la más cercana al pueblo- y sabe que eso es una utopía, su familia no puede permitírselo. En cuanto a la carrera de militar profesional, el orden y la disciplina, base fundamental de todo ejército, encajan como un guante en su modo de ser y su temperamento. Añade siempre lo de profesional, pues es conocedor de que también se puede hacer carrera en las fuerzas armadas comenzando desde abajo, desde soldado voluntario. Pero el camino de los oficiales chusqueros no es de su agrado, dado que es muy lento y tiene un horizonte muy limitado, ya que los ascensos son muy laboriosos. Cuando deja de mezclar elucubraciones y sueños con los ojos abiertos, admite que, dada la condición de dos de sus tíos –la tía Emilia y el tío Paco- y la influencia que proyectan sobre sus padres, es probable que sus progenitores se inclinen porque estudie Magisterio en la Escuela Normal de Castellón. Pero en la ciudad hay otro centro académico: la Escuela de Comercio, donde se estudia para perito y profesor mercantil. Y aunque las matemáticas no son su fuerte, esa podía ser otra salida que en algún momento tendrá que plantearse. “¿Quién debe vivir mejor, un maestro o un perito mercantil?”, se pregunta. No sabe la respuesta, pues no conoce a nadie que haya hecho la carrera de comercio. De los maestros cree, por sus tíos, que no deben vivir mal, aunque le desasosiega el dicho popular de pasas más hambre que un maestro de escuela. Si la gente dice eso, por algo será. Tendrá que echarle un pensament, como dice madre. Quizá en el inmediato verano no se divierta mucho, pero tampoco se va a aburrir, pues tiene mucho en qué pensar y una de las metas inmediatas que se fija es conocer a alguien que sea perito o profesor mercantil o, en última instancia, que conozca cómo viven esos profesionales. Quizá don Eduardo Leuba o su adjunto, el señor Bernardo Simó, como son bancarios, puedan orientarle. Se dice que cuando a principios de julio, como hace todos los años, vaya al Banco de Vizcaya a vaciar su hucha puede preguntarles, pero tendrá que hacerlo a través de padre, a él no le van a tomar en serio. Lo que le lleva a desear hacerse mayor de una vez, porque a los chiquillos nadie les hace caso. “¡Ojalá tenga pronto veintitrés años!”, piensa, y esa cifra no la ha pensado al azar, pues esos son los años, que en la España de 1933, se alcanza la mayoría de edad, según establece la Constitución de 1931. “Entonces -se dice-, podré hablar con voz propia y no por boca de otros. El problema puede ser: ¿Y si hablo, pero no me escuchan? ¿Y si cuando sea mayor no tengo nada que decir? ¿Y si hablo, de qué podré hablar?, porque de momento no se me ocurre nada. ¿Y si…?” Como le ocurre a menudo, muchas preguntas y poquísimas respuestas. “Bueno –piensa-, no me calentaré más el coco, vamos a dejarlo y cuando cumpla los veintitrés ya veré qué hago”. Es el epílogo con el que termina la mayoría de sus soliloquios: postergar la búsqueda de posibles soluciones a un futuro incierto. Lo que habitualmente hacen los miedosos, los cobardes y los comodones. ¿Así es Zaca?
PD.- El próximo martes publicaré el episodio 49 de la novela “El masover” titulado: ¿El principio de un posible cambio?
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