Paquita lleva varios días con síntomas físicos nada habituales en una chicuela que tiene una saludde hierro. Ha perdido el apetito, tiene náuseas, sus incipientes mamas se le han puesto sensibles y le han salido unos granitos que afean su agraciado rostro. Hacia el quinto día, la muchacha se alarma porque ha ensuciado las bragas. No sabe si es sangre, pues solo es una mancha de color marrón. Su primera intención es contárselo a su madre, pero no lo hace, pues no es dada a las confidencias y su trato con ella es una mezcla de suspicacia y de vergüenza. Quizá sea mejor contarlo a alguna de sus amigas, pero tampoco tiene tanta confianza como para referir sus intimidades. A quien termina diciéndoselo es a Julia, pues tiene más confianza en su abuela que en cualquier otra persona.
-Abuela, no sé si estaré enferma. Parece que he perdido un poco de sangre por ahí abajo. Ya sabes.
-¿Cuándo lo has notado?
-Esta mañana. Y además, no me encuentro muy bien. He estado a punto de devolver. Algo me ha debido de sentar mal.
-¿Es la primera vez que te pasa?
-Que recuerde, sí.
-¿Tu madre te ha explicado que las mujeres tenemos unos días al mes que sangramos, sin que ello suponga que estemos enfermas?
-No.
-Esta hija mía… -da la impresión de que la abuela parece un tanto molesta. No está claro si es por lo que acaba de contarle su nieta o por la desidia de su hija en sus deberes como madre-. ¿Te has cambiado las bragas?
-Claro, abuela, estaban sucias.
-Busca en el arcón donde la ropa interior de tu madre, encontrarás unos pañitos rectangulares con unas cintas. Tráelos y te explicaré para que sirven y como debes ponértelos. Mejor que lo hagas cuando tu madre no te vea. Si vuelves a manchar dímelo enseguida. De todas formas, esta tarde, tú y yo, vamos a tener una charla. Y no será de abuela a nieta, sino de mujer a mujer.
-Y eso de mujer a mujer, ¿qué quiere decir?
-Esta tarde te lo cuento.
-Otra cosa que no te he contado, abuela, porque me da vergüenza, es que parece que me han crecido los pechos. ¿Eso es bueno o malo?
-Ni bueno ni malo. Es porque estás creciendo y cuando una niña crece hay partes de su cuerpo que se desarrollan mucho más. Y hablando de crecimiento, esta tarde otra cosa que vamos a hacer será comprobar si la raya que hice el pasado verano, en el cuarto de estar, para saber cuánto medías, sigue valiendo o ya la has sobrepasado.
-A mí me gustaría ser más alta que madre –está a punto de añadir y que tú, pero no lo dice. Igual a la abuela no le gusta.
-Lo serás, hija, lo serás. Tu padre de joven era un buen mozo. Ah, dile a tu madre que te compre sostenes, no es bueno ir con los pechos al aire, hay que sujetarlos.
-Se lo diré, abuela. ¿Si tengo que llevar sostenes es que me he hecho mayor?
-Claro que sí, hija. Has dejado de ser una niña y tendrás que ir acostumbrándote a pensar como una mujer; al menos como una mujer joven.
Julia está casi segura que lo que le ocurre a su nieta es que, de golpe y porrazo, se ha hecho mujer. Los indicios son evidentes: parece que ha sangrado, tiene la edad apropiada, le han crecido las mamas, tiene vello en las axilas y, posiblemente, también lo tenga en las partes pudendas. “Blanco y en botella,” se dice. Ha pasado lo que más pronto que tarde tenía que pasar, la aparición de la primera regla. Se pregunta cómo su hija no le ha contado a Paquita los cambios hormonales que su cuerpo iba a sufrir al llegar a la adolescencia, y se dice que algo hizo mal como madre al no formar mejor a su hija y que ahora repercute en su nieta. “Quizás –piensa- tendría que haber dedicado menos tiempo al Canònge y más a mis deberes como madre. Pero eso ya no tiene remedio. De todas formas, y para confirmarlo, habrá que esperar el próximo mes a ver si vuelve a sangrar y la sangre tiene un color más rojo”.
Esa tarde, después de terminada la clase, abuela y nieta mantienen una larga y distendida charla en la que Julia cuenta a Paquita lo que debe saber sobre la menstruación y los cambios por los que está pasando, al tiempo que le brinda su apoyo y consejo para afrontarlos de manera natural y sin sobresaltos.
-Es perfectamente normal que a algunas chicas la primera regla les dure solo dos o tres días. Muchas pierden muy poca sangre en sus primeras menstruaciones, mientras que otras la pierden en mayor cantidad. La menstruación suele ocurrir cada veinticuatro a treinta y ocho días, aunque un ciclo de veintiocho días es el más común.
-¿Y desde cuándo se cuenta la duración de un ciclo?
-La que existe entre el primer día de menstruación y el primer día de la siguiente. Dados los antecedentes de tu madre, y de mí misma, lo normal es que seas regular. Aunque eso solo lo sabremos cuando lleves varios meses con la regla. Cuando empiece tu período tal vez tengas un poco de dolor de tripa y estés un poco irritable, pero eso es normal. Nos ha pasado a casi todas. Otra cosa que, posiblemente, te va a pasar es que crecerás algunos centímetros, lo que te vendrá bien, pues serás más esbelta. ¿Has entendido todo lo que te he explicado?, ¿tienes alguna duda? No tengas ninguna vergüenza en preguntar lo que quieras. Ya sabes cuánto te quiero y lo importante que eres para mí.
-Abuela, ¿los chicos notan cuándo tienes el periodo?
-No, necesariamente. Pero si tienes confianza en un chico, quizás lo mejor es que cuando tengas la regla se lo digas. En general, lo aceptan como algo normal, pues también les pasa o les ha pasado a sus madres y a sus hermanas, en el caso de tenerlas.
-Y a mis amigas, ¿se lo puedo contar?
-Claro. Y hasta es bueno que se lo digas, pues posiblemente, a su vez, ellas te cuenten como llevan lo de la regla y de esa forma aumentará tu experiencia sobre ella. Y no hay nada que refuerce más los lazos amistosos que hacerse confidencias.
-Entonces, cuando vuelva al Mas, ¿se lo podré contar a Julieta?
-Por supuesto.
-Y al perder sangre, ¿no olemos cómo sucias?
-No tiene por qué, pero ya que hablas de olor, algo que se debe hace durante el periodo es extremar la higiene personal. Lavarse más a menudo. Cambiarse el pañito cuantas veces sea necesario y usar agua de colonia o algún perfume que no sea intenso. Pero lo más importante es, como dije, mantener una escrupulosa higiene personal.
-¿Y los pechos me seguirán creciendo?
-Sí, hasta un cierto punto.
-Ojalá tenga unos pechos grandes. Me he dado cuenta de que los mozos es lo primero en que se fijan de las chicas, en la pechuga. Me gustaría tener buenas tetas.
-Es un error, Paquita. Ser pechugona tiene más inconvenientes que ventajas. Tener un pecho grande puede generar diversos inconvenientes, tanto físicos como anímicos. Físicamente, puede causar dolor de espalda, cuello, hombros y problemas de postura. Anímicamente, puede generar inseguridad y algunos complejos. Hay una frase popular, y bastante vulgar, pero que lo describe: Pecho que mano no cubre no es teta, es ubre. Si te pareces a tu madre y tu abuela, lo más probable es que acabarás teniendo unos senos, digamos, de tamaño medio, no grandes ni chicos, que es lo mejor.
-¿Y cada cuándo he de cambiar de sostén?
-Los sostenes, también llamados sujetadores, deben cambiarse igual que las bragas. Diariamente, a ser posible. En cuanto a su tamaño, en la medida que te crezcan los pechos, tendrás que cambiarlos por otros más grandes.
-Abuela, también me da vergüenza preguntarte esto, pero si no te lo pregunto, ¿a quién lo voy a hacer? ¿La regla que tiene que ver con lo de tener niños?
-Mucho. Desde ahora ya puedes tenerlos. Por lo que deberás andar con mucho cuidado en tus relaciones con los chicos. No debes dejar que te manoseen como si fueras un objeto. Si alguno quiere propasarse debes ponerlo en su sitio y exigirle que te trate con respeto, como si fueras su madre o una hermana.
-Y si un chico me besa, ¿ya quedo preñada?
-No, criatura. ¿Tu madre tampoco te ha contado cómo nacen los niños?
-Algo me dijo de una cigüeña, pero no le hice mucho caso. Sé cómo nacen los animales y que les hacen los toros a las vacas y los carneros a las ovejas. Entre las personas, ¿es parecido?
-Hasta cierto punto –y Julia, tirando de paciencia, describe a su nieta el proceso de la fecundación humana y el nacimiento de los bebés. Se ratifica en la impresión de que su hija, como madre, es una calamidad y que ella, en su rol materno, tampoco hizo lo que debió hacer. Se consuela pensando que aún está a tiempo de que su nieta tenga las explicaciones necesarias y suficientes.
-Abuela, volviendo a lo de los besos. Si un chico me gusta y dejo que me bese. ¿Qué pasa?
-Si un chico te gusta y a él le gustas, tendrá que respetarte y comportarse correctamente. Un beso no hace daño a nadie, pero si se multiplican pueden ser un peligro. Deberás controlarte y controlarlo. Lo irás aprendiendo con la experiencia.
-Y si además de besarme, ¿quiere tocarme?
-Toqueteos, ninguno. Y en el mejor de los casos, debes seguir a rajatabla esta norma: ninguno de cintura hacia abajo. Y los menos posibles hacia arriba. ¿Es que hay algún chico que te gusta?
Paquita no contesta la pregunta de su abuela, pero que se haya puesto colorada, como un pimiento de La Vera, es un incontestable indicio para Julia de que, por primera vez en la charla, su nieta le oculta la verdad. Tendrá que investigar, es mucho lo que se juega la familia con las futuras relaciones de Paquita. Y piensa que no le será difícil descubrirlo, dado que los chicos con los que se relaciona su nieta se pueden contar con los dedos de una mano y sobran. Como la conversación se ha alargado en el tiempo, Julia decide que vale por el momento, pero que habrá que seguir batiendo el hierro mientras esté caliente.
-Bueno, cariño. Por hoy es suficiente. Te insisto en que cualquier duda o pregunta que tengas puedes contármela cuando quieras. Por muy atareada que me veas, siempre tengo tiempo para ti, pues eres lo más valioso del Canònge, y has de saber que estoy muy orgullosa de ti.
-Una cosa, abuela, como ya soy mujer, ¿puedo pintarme los labios?
-Aún eres demasiado joven para pintarte. Tienes una piel que parece de marfil y unos labios preciosos. Mejor que por ahora los dejes como están. Porque, ¿sabes por qué nos pintamos las mujeres? Más que nada para disimular nuestras imperfecciones y cuando nos hacemos mayores para encubrir las huellas de los años. Y tú, eres un pimpollo sin fallas, por lo que no tienes que disimular nada y faltan muchos años para hacerte mayor.
-Gracias, abuela, por tus respuestas. También yo te quiero mucho y te tengo un gran respeto. Eso si me lo ha inculcado madre. Antes de irme, ¿puedo plantearte una última pregunta? Más que nada es una curiosidad.
-Por supuesto. Dime.
-¿Tú, te casaste por amor o por conveniencia? –La pregunta ha sorprendido a Julia. No la esperaba. Por un momento duda si dar una respuesta vaga o contarle le verdad. Opta por sincerarse.
-Pues ni una cosa ni la otra. Mi matrimonio con tu abuelo José María, que Dios tenga en su gloria, fue arreglado entre mis padres y los de él. Era lo que se estilaba entonces. Yo era la pubilla del Canònge, y él era el segundo hijo del Mas de Cavanilles. Nos conocimos unos meses antes de la boda. Yo no estaba enamorada, pero tu abuelo me gustó desde nuestro primer encuentro. Era divertido y buena persona, aunque conocía pocos chicos para hacer comparaciones. Fue amable conmigo y nunca me puso la mano encima, algo que jamás debes consentir. Y fuimos felices hasta cierto punto.
-Y esta sí que es la última. ¿El matrimonio de mis padres también fue un arreglo o estaban enamorados?
-Tengo la obligación de contarte la verdad, aunque duela. Fue un arreglo, que yo impulsé en buena medida. Tu madre siempre fue blanda, le faltaba, y le sigue faltando, carácter. Por ese motivo, le busqué un novio que tuviera el genio que ella no tenía. Y ahí entró tu padre. Manuel, de joven, era hombre de talante consistente e ideas propias, hasta que enfermó. Ahora, ya lo ves, desgraciadamente ya no se puede contar con él, la enfermedad no solo le ha minado la salud sino también el temperamento.
-Abuela, si alguna vez me caso, me gustaría hacerlo enamorada.
-Es lo mejor, hija, pero solo Dios sabe lo que va a depararte el futuro. Pero recuerda lo que te he explicado: ya eres mujer y debes empezar a comportarte como tal. Y el amor es como los pimientos, nunca sabes cuándo te va a salir uno picante.
-Eso de los pimientos no lo he entendido, abuela.
-Lo que he querido decir es que nunca sabes cuándo vas a encontrar el amor. Puedes enamorarte de quien menos sospechas y hasta de no encontrar a quien amar. Ya sabes lo que dice el refrán: el casamiento y la mortaja del cielo baja.
Tras la conversación con su abuela, la masoverita se pregunta si le debería contar a su amigo Zaca que ya es mujer, pero como no sabe de que manera hacerlo, opta por no decirle nada. Tiempo habrá, y Paquita, Paqui para sus amigas, y reconvertida en Sisca por el hijo del llumero de Torreblanca, piensa en si ser mujer le acarreará muchos problemas. “Bueno -se dice con una filosofía muy masovera-, lo que tenga que pasar, pasará. Y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. ¡Ya soy mujer!, ¿y ahora qué?”
PD.- El próximo martes publicaré el episodio 46 de la novela “El masover” titulado: La mona de Pascua
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