martes, 25 de noviembre de 2025

47. “El masover”. ¡Qué país, qué paisaje, qué paisanaje!

 

   Pasada la Semana Santa del 33 y, tras el episodio de la mona de Pascua en la que, por primera vez, Zaca se ha relacionado directamente con chiquitas de carne y hueso, el muchacho entra en una etapa en la que por la influencia que, sin proponérselo, ejercen sobre él algunas de las personas de su entorno, comienza a tener lo que él cree que son opiniones propias, pero que realmente no es así. Y no lo es porque por distintos motivos, admira a personas –como mosén Florencio o el excapitán Lapica- que opinan que la mayoría de las reformas que está realizando la República son desmedidas, parciales y contrarias al bien común. Aún no tiene la capacidad de pensar por su cuenta, por lo que no llega a entender que buena parte de cambios que el gobierno republicano ha propiciado son los que el país necesitaba imperiosamente. Esos cambios están encontrando fuerte resistencia por parte de aquellos grupos sociales y corporativos que ven las reformas como armas poderosas que terminarán aniquilando sus privilegios y sus posiciones, adquiridas en unos casos y heredadas en los más. Esos grupos son, entre otros, los terratenientes, los grandes empresarios, la Iglesia católica, las órdenes religiosas, los monárquicos y el militarismo africanista. Grupos en ninguno de los cuales puede encuadrarse a la familia de Zaca, razón por la cual es todavía más sorprendente que el muchacho sea reticente con el devenir republicano. También existe, paradójicamente, una resistencia al reformismo republicano formado por los revolucionarios a ultranza, que encabezan el sindicato anarquista, Confederación Nacional del Trabajo (CNT), y la Federación Anarquista Ibérica FAI) , formada por anarquistas radicales, y un sector del socialismo vinculado a la Unión General de Trabajadores (UGT). Para ellos la República representa el orden burgués al que hay que destruir para alcanzar el comunismo libertario.

   Frente a los que no son partidarios de las reformas republicanas, hay un sector de la sociedad civil, posiblemente mayoritario, que sí lo es. Son los que han estado deseando y esperando reformas liberales y sociales desde hace décadas, y que al no producirse han sido en buena medida las causantes de que la nación esté en la cola del desarrollo social y económico que sí han experimentado la mayoría de los demás países europeos. Ese sector está integrado por pequeños propietarios y empresarios, profesionales liberales, obreros y campesinos, buena parte del mundo laico y librepensador, núcleos universitarios y, en general, cuantos españoles desean que España se europeíce y entre, de una vez por todas, en el siglo XX. Y en alguno de esos grupos si estarían los Clavijo. Esta antinomia entre casi las dos mitades de la sociedad española no presagia nada bueno, pues cómo explica don Eulogio en el Pincho:

   -Esas dos Españas, tan antagónicas, más pronto que tarde tenderán a colisionar. En una sociedad más consolidada y democrática que la española, ambos sectores donde deberían enfrentarse es en las urnas, pero en una sociedad arcaica y caciquil, como la España de nuestros pecados, la confrontación puede ser de cualquier manera, como ya barruntó el gran Antonio Machado cuando, hace más de una década, escribió: "Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón".

   -¿Quién era Antonio Machado? –pregunta alguien.

   En el caldo de cultivo que presagian los versos del poeta, a finales de 1933 se produce un levantamiento anarquista en buena parte de la geografía española con el objetivo de instaurar el comunismo libertario. En principio, fue una huelga general revolucionaria acompañada de la actuación de milicias armadas que tuvo su epicentro en la ciudad de Zaragoza y que se extendió por puntos de Asturias, Extremadura, Andalucía, Cataluña,  Aragón,  La Rioja y la cuenca minera de León. Su objetivo era  implantar el comunismo libertario. Sus consecuencias las explica el maestro don Rogelio en la tertulia del Pincho:

   -En unos lugares se han incendiado los ayuntamientos, en otros el gobierno ha declarado el estado de guerra y ha clausurado los sindicatos obreros, y en algunos la violencia ha alcanzado cotas aún más sangrientas.

   La revolución fue breve, pues se inició el mismo día que se reunían las nuevas Cortes republicanas, tras la victoria electoral del centro-derecha del Partido Republicano Radical y de la derecha católica de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). Una semana después la revolución había sido completamente dominada por las fuerzas de orden público y por la intervención del ejército. Pese a su brevedad hubo tiempo para sucesos lamentables. Quizá el más sangriento y mediático fue la masacre ocurrida en el gaditano pueblo de Casas Viejas. Así lo explicaba don Avelino en la terraza del Pincho:

   -Un grupo de campesinos, afiliados a la CNT, inició una revuelta y rodearon el cuartel de la Guardia Civil del pueblo produciéndose una lucha en la que dos civiles cayeron heridos. Tras dura refriega, los agentes, tras repeler la agresión, rodearon la choza de un viejo carbonero, apodado Seisdedos, y la quemaron con personas dentro. Se produjo una desaforada represión y las fuerzas de seguridad abandonaron el pueblo dejando varios muertos.

   -¡Qué barbaridad!

   -¿Y de quién fue la culpa, de los que se revolvieron o de los civiles? –la pregunta no tiene respuesta.

   Los hechos ocurridos en la población gaditana tardaron en conocerse, pero cuando se difundieron causaron un enorme escándalo social, mediático y político que conmocionó la sociedad española. El gobierno de Azaña actuó con torpeza al tratar de eludir sus responsabilidades. Y el atroz suceso se convierte en el tema estrella de la tertulia del Pincho. Los tertulianos de izquierdas defienden la actuación del gobierno para atajar la revolución; los liberales y los de derechas lo acusan de dictatorial y represivo.

   Un hecho partidista, que se produce en marzo, tiene una cierta resonancia en la tertulia, puesto que dos de sus miembros están incursos en el mismo de algún modo. A principios de mes un grupo de católicos moderados funda la CEDA, en la que, además de católicos y conservadores, también se inscriben los monárquicos, tanto los carlistas como los alfonsinos. En el pueblo, dos de los tertulianos han optado por enrolarse en la CEDA: don Avelino, el veterinario, y el tío Macario, el estanquero. El hecho se conoce rápidamente y Zaca, que lo ha oído contar en el Pincho, lo comenta en la cena.

   -Julio, el barbero, ha contado esta tarde que el menescal –así llaman a los veterinarios en el pueblo- y el estanquero se han apuntado a un nuevo partido político de derechas.

   -En esta casa no se habla de política en las comidas. ¡Cállate! –le reprende agriamente padre.

   Otro hecho destacado es que el 23 de abril se celebran nuevas elecciones municipales y, por primera vez en la historia de España, las mujeres pueden votar. La señora Rosario duda si debería ir a votar y pregunta a su marido para saber su opinión y obrar en consecuencia.

   -¿Crees que debería votar?

   -¿Te gustaría?

   -Por una parte, me pica la curiosidad y, por otra, creo que es una pérdida de tiempo, aunque la señora Sènta la Llansòla dice que ir a votar es un deber de todos, también de las mujeres. ¿Qué hago?

   -Haz lo que quieras –concede el hombre.

   Zaca, que ha sido testigo del diálogo, se atreve a sugerir:

   -Madre, según me ha dicho el señor vicario, lo de votar es un deber de todos los ciudadanos, por lo tanto deberías ir.

   -Y a ti, ¿quién te ha dado vela en este entierro? ¿Qué te importa que madre vaya o no a votar? –interroga padre en tono desabrido.

   -A mí nadie, padre, pero si la señora Sènta y mosén Florencio, dos personas que piensan tan diferente, coinciden en que hay que ir, por algo será, digo yo. Además, me gustaría acompañar a madre, como hice con usted en las anteriores elecciones, más que nada para ver si hay diferencias entre las mujeres y los hombres a la hora de votar.

    Los inmediatos comicios han propiciado algo poco frecuente en el pueblo: la realización de mítines. En esa campaña electoral se han organizado dos: uno, de los partidos de izquierdas y otro, de los de derechas. La existencia de los mítines ha provocado que el señor Zacarías se tope con una petición de su hijo, impropia en un chaval de doce años pero que, conociéndole, no le extraña demasiado.

   -Padre, ¿me da permiso para asistir al mitin que el partido del señor menescal va a dar en el Novedades?

   -Los mítines no son para niños, no te van a dejar entrar.

   -Pero Les Hostaleres, que al fin y al cabo son las dueñas del cine, me conocen y estoy seguro que me dejarán pasar. O mejor me lleva, por qué usted va a ir, ¿no?

   El señor Zacarías no asiste a los mítines, pues no quiere manifestarse políticamente. En su empresa aconsejan a los empleados que no se signifiquen políticamente, que se muestren neutrales, pues a buen seguro que entre los abonados hay gente de toda clase de pelaje. Por ello, se resiste a la petición de su hijo. Hasta que, vista la insistencia del chaval, la señora Rosario encuentra una solución alternativa. Le pide a su hermano Joaquín que asista porque, como no trabaja en la localidad, no le importa que le tomen por alguien de derechas. El día del mitin, el cine Novedades no ha llenado su aforo, solo está terciado de público. La primera sorpresa que se lleva el chico es que algún amigo de su tío lo ha embromado por llevarle.

   -Así que quieres que tu sobrino sea un meapilas.

¿No crees que es demasiado tierno para oír tanta trola?

   -Tío, ¿es que los que hablarán van a decir mentiras?

   -Mentiras no creo, pero exageraciones y promesas, que luego probablemente no van a cumplir, eso, seguro.

   El escenario está decorado con unas macetas con plantas y en el centro hay tres banderas: a ambos lados las de los partidos Agrario y de la CEDA, y en el centro la nacional. En el proscenio hay una mesa formada por unos caballetes y unos tableros guarnecidos por unos lienzos blancos –parecen sábanas-. Encima de la mesa solo se ven unas jarras de agua y vasos. No hay megafonía, por lo que los oradores tendrán que esforzarse en alzar la voz y el público tendrá que callarse, pues todo el mundo está hablando, y en un tono muy alto como se acostumbra en el pueblo. Otra cosa que Zaca no se esperaba es que la gente va vestida de diario, al contrario de lo que le pasa, pues madre le ha hecho ponerse la ropa de los domingos, aunque afortunadamente ya no tiene los ridículos pantalones de golf. De pronto, se oyen unos siseos y palmas procedentes del escenario donde han aparecido media docena de personas que, por lo que parece, intentan que los asistentes se sienten y, sobre todo, se callen. Solo lo hacen los que ocupan las primeras filas del patio de butacas, que no son tales sino sillas de enea unidas de seis en seis por un tablón clavado a su respaldo, pero a partir de la séptima u octava fila los espectadores siguen sin hacer caso a las llamadas al silencio. Así están unos minutos hasta que de repente se apagan las luces. Mano de santo, al momento se acallan las charlas y la gente se sienta. El foco del proyector de películas ilumina el escenario, en cuya mesa están sentadas cinco personas. Zaca conoce a tres de ellas, una es don Avelino, el veterinario; otra, Agustín Pitarch, de la prepotente familia de los Blascos y cabeza de la lista de derechas, y la tercera, y es una sorpresa para él, don Pascual Lapica, el capitán, ahora en la reserva por la ley Azaña. Las otras dos son forasteros. La primera intervención es la de Pitarch que se limita a leer una cuartilla pidiendo el voto a los asistentes, tras lo que presenta a los demás oradores. Le sigue don Pascual que dice hablar en nombre de la Comunión Tradicionalista Carlista y de cuya exposición el muchacho solo entiende que el lema por el que hay que votar es Dios, Patria y Rey. El excapitán le defrauda porque su discurso está lleno de muletillas y reiteraciones y es escasamente inteligible. El señor Lapica será una buena persona, pero queda claro que no es un orador que encandile a las masas. Luego toma la palabra don Avelino, que se presenta como miembro de la CEDA, y al que se le nota que ha trabajado el discurso, pues es más coherente y fácil de seguir que los de sus predecesores. Proclama la valía e importancia del individualismo frente al colectivismo, de la confesionalidad frente al laicismo, de la propiedad privada frente a la pública, del tradicionalismo frente al reformismo social y del régimen monárquico frente al republicano. El chico, que ha seguido con interés el relato del veterinario, se pregunta: “¿Y cuándo van a hablar del pueblo?, porque aquí nadie ha dicho una palabra de mejorarlo”. Terminada la perorata del veterinario, a don Avelino le sucede uno de los dos forasteros, de mediana edad y muy trajeado, que hace un discurso en el que retrata a los republicanos y, en general, a todos los partidarios de las ideas izquierdistas como si fuesen el mismo diablo y al que muchos asistentes aplauden con entusiasmo; hasta ahora parece ser quien mejor ha conectado con el público. En ese momento es cuando el chaval recuerda un comentario de mosén Florencio que parece tener muy mala opinión de sus conciudadanos:

   -En España hay más gente que vota contra alguien que a favor de. Y algún escritor de la generación del 98, a la que le dolía España, escribió que somos un país cainita, de ahí que hay muchos españolitos que no les importa quedarse tuertos, siempre que el adversario quede ciego.

   Si la sociedad española es como dice mosén Florencio, piensa el chaval: “Entiendo que en lugar de contar como mejorar el pueblo lo que hacen es poner a parir a los adversarios, así la gente tiene alguien contra quién votar”. Si Zaca hubiese leído la generación del 98, algo que no ha hecho pues sus lecturas son más superficiales, podría saber que un país y un paisanaje así conforman el paisaje español, tan distinto y distante del de la mayor parte de los demás países europeos, a los que desea imitar. Pero con esos mimbres tendrán que pechar los españoles para lograr que la nación se occidentalice y pase a formar parte, por derecho propio, de los países democráticos, desarrollados y socialmente justos. Lo contrario supondrá retrotraerse al siglo XIX, de tan mal recuerdo para la historia patria. Lo cual es bastante dudoso, pues la sociedad española ha dado abundantes muestras de que, como colectivo, tiene una memoria grupal muy mejorable. Lo que hace reconocible lo de la exclamación unamuniana: ¡Qué país, qué paisaje, qué paisanaje!

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 48 de la novela “El masover” titulado: ¡Ojalá tenga pronto veintitrés años!

martes, 18 de noviembre de 2025

46. “El masover”. La mona de Pascua

   La pandilla de Zaca y las cinco jovencitas que han elegido como partenaires van a celebrar la Pascua juntos. Para ir conociéndose mejor, antes del domingo de Resurrección, se han reunido varias veces. Reuniones que suelen realizarlas en el domicilio de Caridad, pues es la que tiene más espacio hábil en casa, siempre bajo la discreta tutela de su madre, la señora viuda de Tena. Tras las primeras uniones, los muchachos han acabado poniéndoles motes a sus compañeras para hablar de ellas delante de quien sea sin descubrir quiénes son. Y no han dado muestras de tener demasiado ingenio, han optado por lo fácil. A Caridad le han puesto el remoquete de la Nevera, por lo formal que es, su estricto comportamiento y su carácter seco y distante. A Carmina la apodan la Coloretes, pues suele írsele la mano en el incipiente maquillaje que utiliza para alegrar un rostro anodino. A Angelita, la bautizan la Potranca porque es, con diferencia, la más sexi y la que atesora más curvas y redondeces. Y a Visentica, la denominan la China, ya que el rasgo de su rostro que más llama la atención son sus rasgados ojos, como si hubiese tenido algún ancestro oriental.

   En esas reuniones, pronto van saliendo a la superficie las preferencias de los chicos pues, como varones, tienen el privilegio de dar el primer paso para elegir pareja. Ellas, aunque también tienen sus predilectos, están educadas en que no deben mostrar sus inclinaciones, pues así lo impone el recato femenino y las costumbres sociales. En las relaciones interparejas el rol de martillos lo tienen ellos; a las chicas les toca el pasivo papel de yunques. Y si bien se piensa, los yunques son más fuertes y resistentes que los martillos. Si se aplica esta metáfora a ambos sexos el resultado no hace más que evidenciar que las verdaderamente firmes son las féminas. La Nevera, pese a que no es fea, ni tiene ningún defecto físico, y además es pubilla, no suscita la apetencia de los mozuelos,  porque tiene fama –y así lo demuestra en su trato- de ser de una moralidad intransigente, y eso a unos adolescentes en los que la testosterona les nubla la razón es motivo más que suficiente para no elegirla como pareja. La Coloretes  es la más desenvuelta y simpática de todas y la que parece que puede ser más permisiva, dentro de la permisividad sexual de la época que es más bien pacata. La Potranca es, con diferencia, la más guapa y la que tiene el pecho más desarrollado, algo sumamente valorado por los adolescentes, por lo que suele ser la preferida como pareja. La China no está nada mal, es la más esbelta y buena moza, tiene el hándicap social de que su familia no posee fincas. Finalmente, la Masovereta –es decir, Paqui- es bastante agraciada, pero el que sea masovera y que, salvo Zaca, el resto de los chicos apenas la conoce, suscita más dudas que certezas, por lo que queda en una especie de limbo en cuanto a las preferencias para emparejarse.

   En las apetencias de los chicos, Joaquín Queralt duda entre la Coloretes  y la Potranca, puesto que lo que le atrae de las chicas son sus encantos físicos y la posibilidad –más bien remota- de satisfacer su creciente libido. Joaquín Pifarré, el más apuesto y desenvuelto de los chicos, vacila entre la Potranca y la China, y su razón es que le gustan las muchachas que sean como él, espigadas y, a poder ser, tener buen cuerpo. A Zaca Clavijo, tan acomplejado como siempre, le gusta la China, pues tiene el pálpito de que la chiquilla le mira con ojitos tiernos; lo único que le tira para atrás es que la jovencita es más alta que él, y eso su complejo de bajito lo lleva muy mal; otra opción que tiene –recomendada por madre- es la Masovereta, pero precisamente por ser la favorita de madre su elección se le hace cuesta arriba. A Manolo Pitarch, el más desangelado de los amigos, le gustaría elegir a la Potranca aunque, dado lo indeciso que es, posiblemente acabará quedándose con la que los demás no elijan, que es lo que suele ocurrir. La elección de la pareja no es un asunto baladí, puesto que un emparejamiento, aunque sea a tan temprana edad, en más de una ocasión ha terminado haciéndose estable hasta la boda diferida en el tiempo. Pues en el pueblo, como en la mayoría de las sociedades rurales, los noviazgos se inician en la primera etapa juvenil.

    La pandilla mixta, ahora integrada por nueve miembros, celebrará la mona –en la fraseología local la fiesta del domingo de Resurrección-, como marca la tradición, en una casa de campo, en este caso en la caseta de una de las fincas de la familia de la Coloretes. La pandilla se reparte la aportación de los componentes del piscolabis que tomarán la tarde del domingo de Pascua. Ellas se han encargado de los dulces –realmente, los elaborarán sus madres- y, además, han hecho a los chicos una petición poco habitual: que no traigan merienda, que de eso también se encargan ellas. Y así ha sido: han preparado unos cruasanes de jamón y queso, de atún con rodajas de tomate y de longanizas y, para acompañarlos, la clásica ensalada mediterránea de lechuga, tomate y cebolla más algunos ingredientes nuevos, tales como nueces y granada. Lo de que sean ellas las que lleven la merienda ha sido idea de la madre de Carmina; su finalidad: presentar a las chiquitas como unas mujercitas que en un futuro serán hacendosas amas de casa. Lo que también supone que los cuatro amigos son considerados socialmente como buenos partidos, pues tres de ellos son estudiantes y se les conjetura un futuro prometedor, y el que no estudia su familia tiene muchas fincas y, por tanto, también entra en la categoría de buen partido. A su vez, los chicos se han encargado de las bebidas: gaseosas, refrescos y, a escondidas de los padres, de dos botellas de sidra barata, pues, como repite Queralt como un mantra:

   -A una chica la emborrachas y entonces puedes hacer con ella lo que quieras –y en ese lo que quieras va encerrado todo un hipotético mundo de actos lujuriosos, que está muy lejos de la realidad, pero que a los adolescentes les suena como el culmen de sus sueños eróticos.

   El domingo de Resurrección todos llevan su mona de Pascua, un típico dulce que se suele comer en el final de la Semana Santa, bien para mojar en chocolate caliente en el desayuno o la merienda, bien como postre después del almuerzo y, en el caso de la Pascua, como vianda indispensable de la merienda de ese día. Sus ingredientes son: leche, levadura, huevos, aceite de oliva, agua de azahar, azúcar, ralladura de limón y naranja y harina de trigo. Para su elaboración, las madres han templado la leche en un cazo. Luego, han desliado la levadura en la leche, batido los huevos y los han incorporado, así como el aceite, el azúcar, las ralladuras y la harina mientras van removiendo la masa. Una vez incorporada toda la harina, amasan la pasta durante unos diez minutos hasta que queda elástica y lisa. Después, la han dejado fermentar durante una hora y media para que doble el volumen. Luego, han hecho bolas con la masa y les han dado la típica forma esférica. Como las monas se adornan con frutas escarchadas y uno o varios huevos duros, han lavado estos, los han secado y los han puesto en la masa. Luego, han pintado las monas con huevo batido y  espolvoreado con azúcar. Finalmente, las han horneado durante unos veinte minutos.

   Una de las picardías que los chicos suelen hacer con los huevos de la mona, y que ellas aceptan aunque siempre protestan por aquello de guardar las apariencias, es aplastarlos en la frente de la mozuela que secretamente han elegido. Para ello, antes pronuncian una peculiar oración, en la que se mezcla el castellano y el valenciano, y que dice: Por la señal de la canal, ací em pique, ací em cou i ací te trenque l'ou. Lo de la rotura se celebra entre las risotadas de los muchachos y las protestas, más aparentes que reales, de las chiquitas. El momento de la fiesta que los adolescentes esperan con más ansiedad, una vez superada la fase de la merienda, es la del bailoteo. Los padres de Queralt les han dejado una gramola de cuerda manual –de las contadas que hay en el pueblo- y una decena de discos de gran formato que va a proporcionarles la música, siempre que haya alguien que se encargue de darle al manubrio. Como las chicas son cinco, una se tendrá que encargar de ello para lo que se turnarán, pues todas quieren bailar, ya que a su edad no tienen muchas ocasiones de hacerlo. La primera que se ofrece a encargarse de la gramola es la Nevera, por lo que de momento queda excluida como pareja de baile. En cuanto suena la música –el pasodoble Suspiros de España- quien primero se lanza al ruedo es Pifarré que le pide el baile a la Potranca. Le sigue Queralt, que elige a la Coloretes. Clavijo opta por sacar a bailar a la China. Y a Pitarch no le queda otra opción que conformarse con la Masovereta. Al acabar el pasodoble suena una rumba, y Pifa y Queralt intercambian parejas, lo que también hacen Clavijo y Pitarch. Y así, a medida que suenan nuevas piezas, las parejas van intercambiándose. Se trata de que todos bailen con todas, pues así lo recomiendan las normas no escritas de los hábitos sociales del pueblo, y que se respetan escrupulosamente. En la primera mitad del baile suenan músicas alegres y movidas: pasodobles, rumbas, valses, polcas, foxtrots, tangos…, pero lo que todos esperan con ansia es la llegada de la música lenta, la que permite mayor sosiego para charlar y, sobre todo, para tener mayor intimidad con la pareja elegida –privilegio de ellos, pero que no siempre cuenta con el beneplácito de ellas-. En esa etapa, los cambios de pareja se ralentizan y una dupla puede bailar muchas piezas seguidas sin cambios. Cuando llega ese momento, las parejas se han definido: Pifarré se ha quedado con la Potranca, formando la dupla más resultona del grupo. Queralt ha optado por la Coloretes, la más lanzada de las mozuelas. Clavijo ha dudado de si optar por la China -la que más le gusta-, pero el hecho de que para charlar con ella tenga que mirar hacia arriba le chincha y, en última instancia, elige –quien lo iba a decir- a la Masovereta, pues no se siente a gusto con la Nevera, que es la otra opción que le queda. Esta última ha vuelto a encargarse del manubrio y Pitarch baila con la China.

   A Zaca le sorprende gratamente la que él definía como un cardo borriquero. Paqui tiene más conversación de la que creía y se comporta con muchas ganas de agradar. Baila con mayor desenvoltura de la que le suponía y no ha puesto ningún reparo en que el chico roce su cara con la suya y, al tiempo que las piezas musicales se van sucediendo, ha terminado poniendo su mano derecha en el cuello de Zaca y de cuando en cuando mueve un dedo en un ademán que podría entenderse como una suerte de caricia, algo que al chaval le hace sentirse en la gloria, hasta que nota, alarmado, que está teniendo una erección. Se pone rojo como un tomate, pero la muchacha parece no haberse dado cuenta, pues sigue charlando con toda naturalidad. El ligero pantalón de dril que lleva el muchacho no es lo suficientemente resistente para contener la tiesura y el bulto de la entrepierna es aparatoso por lo que, cuando acaba la pieza, Zaca se queda de pie charlando con Paqui, pues así la muchacha le sirve de pantalla para que los demás no se den cuenta de la situación. El chico intuye que ella ha percibido lo que le ocurre, pero está teniendo el tacto de aparentar que no lo ha notado y de ayudarle a no ser objeto de las burlas de sus amigos, algo que agradece en el alma y que le hace pensar que Paqui –ya no piensa en ella como la Masovereta- no es el cardo borriquero como la había bautizado. Incluso la encuentra mucho más atractiva de lo que creía y piensa que algún día no demasiado lejano puede llegar a ser una real moza pues, aunque solo tiene doce años dos sugestivos botones hinchan su blusa. “Lo que me he perdido”, se dice el muchacho. Es una frase hecha, porque en realidad no sabe lo que ha podido perderse al no haber frecuentado la compañía de la masovera. Pero Zaca es como es, vive más en su mundo imaginario que en el real.

   La experiencia de la mona de Pascua ha terminado siendo grata para Zaca que la recordará como un punto de inflexión en su madurez hacia la adolescencia. Es consciente de que todavía está muy verde y que del mundo femenino le queda mucho por aprender. Lo mismo le ocurre del universo del sexo que le atrae tanto como le atemoriza. Supone que con el discurrir del tiempo  acabará superando esas lagunas. Y le viene a la mente una máxima que ha leído en alguna parte: El tiempo vuela sin alas. “Que así sea”, se dice. Las alas aparecerán cuando tengan que hacerlo. Y mientras tanto, tendrá que ir haciendo acopio de descubrimientos, aunque sean insignificantes, sobre el misterio que para él representan las chicas de carne y hueso y que no tienen nada que ver con sus mujercitas de papel que son en las que hasta el momento ha centrado sus apetencias. Y la mona de Pascua ha supuesto un arranque prometedor y le ha abierto los ojos al mundo femenino real. Lo que es un paso importante para un tímido.

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 47 de la novela “El masover” titulado: ¡Qué país, qué paisaje, qué paisanaje!

martes, 11 de noviembre de 2025

45. “El masover”. Sisca, mujer

   Paquita lleva varios días con síntomas físicos nada habituales en una chicuela que tiene una saludde hierro. Ha perdido el apetito, tiene náuseas, sus incipientes mamas se le han puesto sensibles y le han salido unos granitos que afean su agraciado rostro. Hacia el quinto día, la muchacha se alarma porque ha ensuciado las bragas. No sabe si es sangre, pues solo es una mancha de color marrón. Su primera intención es contárselo a su madre, pero no lo hace, pues no es dada a las confidencias y su trato con ella es una mezcla de suspicacia y de vergüenza. Quizá sea mejor contarlo a alguna de sus amigas, pero tampoco tiene tanta confianza como para referir sus intimidades. A quien termina diciéndoselo es a Julia, pues tiene más confianza en su abuela que en cualquier otra persona.

   -Abuela, no sé si estaré enferma. Parece que he perdido un poco de sangre por ahí abajo. Ya sabes.

   -¿Cuándo lo has notado?

   -Esta mañana. Y además, no me encuentro muy bien. He estado a punto de devolver. Algo me ha debido de sentar mal.

   -¿Es la primera vez que te pasa?

   -Que recuerde, sí.

   -¿Tu madre te ha explicado que las mujeres tenemos unos días al mes que sangramos, sin que ello suponga que estemos enfermas?

   -No.

   -Esta hija mía… -da la impresión de que la abuela parece un tanto molesta. No está claro si es por lo que acaba de contarle su nieta o por la desidia de su hija en sus deberes como madre-. ¿Te has cambiado las bragas?

   -Claro, abuela, estaban sucias.

   -Busca en el arcón donde la ropa interior de tu madre, encontrarás unos pañitos rectangulares con unas cintas. Tráelos y te explicaré para que sirven y como debes ponértelos. Mejor que lo hagas cuando tu madre no te vea. Si vuelves a manchar dímelo enseguida. De todas formas, esta tarde, tú y yo, vamos a tener una charla. Y no será de abuela a nieta, sino de mujer a mujer.

   -Y eso de mujer a mujer, ¿qué quiere decir?

   -Esta tarde te lo cuento.

   -Otra cosa que no te he contado, abuela, porque me da vergüenza, es que parece que me han crecido los pechos. ¿Eso es bueno o malo?

   -Ni bueno ni malo. Es porque estás creciendo y cuando una niña crece hay partes de su cuerpo que se desarrollan mucho más. Y hablando de crecimiento, esta tarde otra cosa que vamos a hacer será comprobar si la raya que hice el pasado verano, en el cuarto de estar, para saber cuánto medías, sigue valiendo o ya la has sobrepasado.

   -A mí me gustaría ser más alta que madre –está a punto de añadir y que tú, pero no lo dice. Igual a la abuela no le gusta.

   -Lo serás, hija, lo serás. Tu padre de joven era un buen mozo. Ah, dile a tu madre que te compre sostenes, no es bueno ir con los pechos al aire, hay que sujetarlos.

   -Se lo diré, abuela. ¿Si tengo que llevar sostenes es que me he hecho mayor?

   -Claro que sí, hija. Has dejado de ser una niña y tendrás que ir acostumbrándote a pensar como una mujer; al menos como una mujer joven.

   Julia está casi segura que lo que le ocurre a su nieta es que, de golpe y porrazo, se ha hecho mujer.  Los indicios son evidentes: parece que ha sangrado, tiene la edad apropiada, le han crecido las mamas, tiene vello en las axilas y, posiblemente, también lo tenga en las partes pudendas. “Blanco y en botella,” se dice. Ha pasado lo que más pronto que tarde tenía que pasar, la aparición de la primera regla. Se pregunta cómo su hija no le ha contado a Paquita los cambios hormonales que su cuerpo iba a sufrir al llegar a la adolescencia, y se dice que algo hizo mal como madre al no formar mejor a su hija y que ahora repercute en su nieta. “Quizás –piensa- tendría que haber dedicado menos tiempo al Canònge y más a  mis deberes como madre. Pero eso ya no tiene remedio. De todas formas, y para confirmarlo, habrá que esperar el próximo mes a ver si vuelve a sangrar y la sangre tiene un color más rojo”.

   Esa tarde, después de terminada la clase, abuela y nieta mantienen una larga y distendida charla en la que Julia cuenta a Paquita lo que debe saber sobre la menstruación y los cambios por los que está pasando, al tiempo que le brinda su apoyo y consejo para afrontarlos de manera natural y sin sobresaltos. 

   -Es perfectamente normal que a algunas chicas la primera regla les dure solo dos o tres días. Muchas pierden muy poca sangre en sus primeras menstruaciones, mientras que otras la pierden en mayor cantidad. La menstruación suele ocurrir cada veinticuatro a treinta y ocho días, aunque un ciclo de veintiocho días es el más común.  

   -¿Y desde cuándo se cuenta la duración de un ciclo?

   -La que existe entre el primer día de menstruación y el primer día de la siguiente. Dados los antecedentes de tu madre, y de mí misma, lo normal es que seas regular. Aunque eso solo lo sabremos cuando lleves varios meses con la regla. Cuando empiece tu período tal vez tengas un poco de dolor de tripa y estés un poco irritable, pero eso es normal. Nos ha pasado a casi todas. Otra cosa que, posiblemente, te va a pasar es que crecerás algunos centímetros, lo que te vendrá bien, pues serás más esbelta. ¿Has entendido todo lo que te he explicado?, ¿tienes alguna duda? No tengas ninguna vergüenza en preguntar lo que quieras. Ya sabes cuánto te quiero y lo importante que eres para mí.

   -Abuela, ¿los chicos notan cuándo tienes el periodo?

   -No, necesariamente. Pero si tienes confianza en un chico, quizás lo mejor es que cuando tengas la regla se lo digas. En general, lo aceptan como algo normal, pues también les pasa o les ha pasado a sus madres y a sus hermanas, en el caso de tenerlas.  

   -Y a mis amigas, ¿se lo puedo contar?

   -Claro. Y hasta es bueno que se lo digas, pues posiblemente, a su vez, ellas te cuenten como llevan lo de la regla y de esa forma aumentará tu experiencia sobre ella. Y no hay nada que refuerce más los lazos amistosos que hacerse confidencias.

   -Entonces, cuando vuelva al Mas, ¿se lo podré contar a Julieta?

   -Por supuesto.

   -Y al perder sangre, ¿no olemos cómo sucias?

   -No tiene por qué, pero ya que hablas de olor, algo que se debe hace durante el periodo es extremar la higiene personal. Lavarse más a menudo. Cambiarse el pañito cuantas veces sea necesario y usar agua de colonia o algún perfume que no sea intenso. Pero lo más importante es, como dije, mantener una escrupulosa higiene personal.

   -¿Y los pechos me seguirán creciendo?

   -Sí, hasta un cierto punto.

   -Ojalá tenga unos pechos grandes. Me he dado cuenta de que los mozos es lo primero en que se fijan de las chicas, en la pechuga. Me gustaría tener buenas tetas.

   -Es un error, Paquita. Ser pechugona tiene más inconvenientes que ventajas. Tener un pecho grande puede generar diversos inconvenientes, tanto físicos como anímicos. Físicamente, puede causar dolor de espalda, cuello, hombros y problemas de postura. Anímicamente, puede generar inseguridad y algunos complejos. Hay una frase popular, y bastante vulgar, pero que lo describe: Pecho que mano no cubre no es teta, es ubre. Si te pareces a tu madre y tu abuela, lo más probable es que acabarás teniendo unos senos, digamos, de tamaño medio, no grandes ni chicos, que es lo mejor.

   -¿Y cada cuándo he de cambiar de sostén?

   -Los sostenes, también llamados sujetadores, deben cambiarse igual que las bragas. Diariamente, a ser posible. En cuanto a su tamaño, en la medida que te crezcan los pechos, tendrás que cambiarlos por otros más grandes.

   -Abuela, también me da vergüenza preguntarte esto, pero si no te lo pregunto, ¿a quién lo voy a hacer? ¿La regla que tiene que ver con lo de tener niños?

   -Mucho. Desde ahora ya puedes tenerlos. Por lo que deberás andar con mucho cuidado en tus relaciones con los chicos. No debes dejar que te manoseen como si fueras un objeto. Si alguno quiere propasarse debes ponerlo en su sitio y exigirle que te trate con respeto, como si fueras su madre o una hermana.

   -Y si un chico me besa, ¿ya quedo preñada?

   -No, criatura. ¿Tu madre tampoco te ha contado cómo nacen los niños?

   -Algo me dijo de una cigüeña, pero no le hice mucho caso. Sé cómo nacen los animales y que les hacen los toros a las vacas y los carneros a las ovejas. Entre las personas, ¿es parecido?

   -Hasta cierto punto –y Julia, tirando de paciencia, describe a su nieta el proceso de la fecundación humana y el nacimiento de los bebés. Se ratifica en la impresión de que su hija, como madre, es una calamidad y que ella, en su rol materno, tampoco hizo lo que debió hacer. Se consuela pensando que aún está a tiempo de que su nieta tenga las explicaciones necesarias y suficientes.

   -Abuela, volviendo a lo de los besos. Si un chico me gusta y dejo que me bese. ¿Qué pasa?

   -Si un chico te gusta y a él le gustas, tendrá que respetarte y comportarse correctamente. Un beso no hace daño a nadie, pero si se multiplican pueden ser un peligro. Deberás controlarte y controlarlo. Lo irás aprendiendo con la experiencia.

   -Y si además de besarme, ¿quiere tocarme?

   -Toqueteos, ninguno. Y en el mejor de los casos, debes seguir a rajatabla esta norma: ninguno de cintura hacia abajo. Y los menos posibles hacia arriba. ¿Es que hay algún chico que te gusta?

   Paquita no contesta la pregunta de su abuela, pero que se haya puesto colorada, como un pimiento de La Vera, es un incontestable indicio para Julia de que, por primera vez en la charla, su nieta le oculta la verdad. Tendrá que investigar, es mucho lo que se juega la familia con las futuras relaciones de Paquita. Y piensa que no le será difícil descubrirlo, dado que los chicos con los que se relaciona su nieta se pueden contar con los dedos de una mano y sobran. Como la conversación se ha alargado en el tiempo, Julia decide que vale por el momento, pero que habrá que seguir batiendo el hierro mientras esté caliente.

   -Bueno, cariño. Por hoy es suficiente. Te insisto en que cualquier duda o pregunta que tengas puedes contármela cuando quieras. Por muy atareada que me veas, siempre tengo tiempo para ti, pues eres lo más valioso del Canònge, y has de saber que estoy muy orgullosa de ti.

   -Una cosa, abuela, como ya soy mujer, ¿puedo pintarme los labios?

   -Aún eres demasiado joven para pintarte. Tienes una piel que parece de marfil y unos labios preciosos. Mejor que por ahora los dejes como están. Porque, ¿sabes por qué nos pintamos las mujeres? Más que nada para disimular nuestras imperfecciones y cuando nos hacemos mayores para encubrir las huellas de los años. Y tú, eres un pimpollo sin fallas, por lo que no tienes que disimular nada y faltan muchos años para hacerte mayor.

   -Gracias, abuela, por tus respuestas. También yo te quiero mucho y te tengo un gran respeto. Eso si me lo ha inculcado madre. Antes de irme, ¿puedo plantearte una última pregunta? Más que nada es una curiosidad.

   -Por supuesto. Dime.

   -¿Tú, te casaste por amor o por conveniencia? –La pregunta ha sorprendido a Julia. No la esperaba. Por un momento duda si dar una respuesta vaga o contarle le verdad. Opta por sincerarse.

   -Pues ni una cosa ni la otra. Mi matrimonio con tu abuelo José María, que Dios tenga en su gloria, fue arreglado entre mis padres y los de él. Era lo que se estilaba entonces. Yo era la pubilla del Canònge, y él era el segundo hijo del Mas de Cavanilles. Nos conocimos unos meses antes de la boda. Yo no estaba enamorada, pero tu abuelo me gustó desde nuestro primer encuentro. Era divertido y buena persona, aunque conocía pocos chicos para hacer comparaciones. Fue amable conmigo y nunca me puso la mano encima, algo que jamás debes consentir. Y fuimos felices hasta cierto punto.

   -Y esta sí que es la última. ¿El matrimonio de mis padres también fue un arreglo o estaban enamorados?

   -Tengo la obligación de contarte la verdad, aunque duela. Fue un arreglo, que yo impulsé en buena medida. Tu madre siempre fue blanda, le faltaba, y le sigue faltando, carácter. Por ese motivo, le busqué un novio que tuviera el genio que ella no tenía. Y ahí entró tu padre. Manuel, de joven, era hombre de talante consistente e ideas propias, hasta que enfermó. Ahora, ya lo ves, desgraciadamente ya no se puede contar con él, la enfermedad no solo le ha minado la salud sino también el temperamento.

   -Abuela, si alguna vez me caso, me gustaría hacerlo enamorada.

   -Es lo mejor, hija, pero solo Dios sabe lo que va a depararte el futuro. Pero recuerda lo que te he explicado: ya eres mujer y debes empezar a comportarte como tal. Y el amor es como los pimientos, nunca sabes cuándo te va a salir uno picante.

   -Eso de los pimientos no lo he entendido, abuela.

   -Lo que he querido decir es que nunca sabes cuándo vas a encontrar el amor. Puedes enamorarte de quien menos sospechas y hasta de no encontrar a quien amar. Ya sabes lo que dice el refrán: el casamiento y la mortaja del cielo baja.

   Tras la conversación con su abuela, la masoverita se pregunta si le debería contar a su amigo Zaca que ya es mujer, pero como no sabe de que manera hacerlo, opta por no decirle nada. Tiempo habrá, y Paquita, Paqui para sus amigas, y reconvertida en Sisca por el hijo del llumero de Torreblanca, piensa en si ser mujer le acarreará muchos problemas. “Bueno -se dice con una filosofía muy masovera-, lo que tenga que pasar, pasará. Y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. ¡Ya soy mujer!, ¿y ahora qué?”

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 46 de la novela “El masover” titulado: La mona de Pascua