El Canarias y el Almirante Cervera han amarrado en Porto Pi y han comenzado a desembarcar a los supervivientes del Baleares. Álvaro es de los primeros en descender y en la misma escalerilla del Cervera va preguntando a los marineros por su hermano. De pronto ve al Guti que parece un eccehomo.
-Te has salvado Guti, me alegro por ti.
-De la que me he librado, tío, creí que no lo contaba. Vosotros habéis tenido más suerte, pero lo nuestro ha sido una masacre. ¿Qué haces aquí?
-Preguntando por mi hermano, no sé qué le ha podido pasar porque nadie lo ha visto.
-¡Cómo coño iban a verlo si no estaba a bordo!
-¡¿Cómo?!
-Que no estaba en el buque. El pichabrava de tu hermanito supongo que debe de estar en el calabozo. Antes de zarpar, y tras el pase de lista, me dijo el contramaestre de guardia que el marinero Andrés Carreño no estaba en su puesto. Anoté su ausencia y di el correspondiente parte. Me jodió hacerlo al tratarse de tu hermano, pero era mi deber. Como el parte ha debido pasar a Comandancia supongo que a estas alturas el semental de tu hermano estará enchiquerado, pero, mira por dónde, se ha librado del naufragio. Lo mismo se ha salvado por putero.
Álvaro no sabe si reír o llorar, ¡¡Andrés está vivo!! En estos momentos le importa un rábano el motivo por el que no se presentó en su puesto, lo que sí importa es que está vivo y que no ha de pasar por el mal trago de decirle a su madre que ha perdido a uno de sus hijos.
Resulta que en casa saben lo del hundimiento del Baleares, pero también que a Andrés no le ha ocurrido nada, pues les ha podido mandar una nota de que está en los calabozos de la Comandancia y que se encuentra bien. Por eso los Carreño estaban más preocupados por el primogénito que por el pequeño. Tras escuchar el breve resumen que hace Álvaro de la batalla del cabo de Palos, Julia le pregunta:
-¿Y sabes cuál es el motivo por el que Andrés está encerrado? ¿Qué ha podido hacer ese balarrasa?
-No tengo ni idea, mamá, pero en un par de horas lo averiguaré.
En cuanto se ducha, se cambia el uniforme y toma un tentempié, Álvaro se dirige a la Comandancia. Un infante de marina le hace pasar al despacho del oficial de guardia, un jovencísimo alférez provisional del Cuerpo de Infantería de Marina que luce en la camisa la estrella dorada de seis puntas sobre un parche negro que identifica a los provisionales. El oficial, al ver los galones y la coca en la bocamanga de Álvaro, se levanta inmediatamente y se cuadra.
-A sus órdenes, mi capitán.
-Descanse. Vengo por el marinero voluntario Andrés Carreño Manzano, desti… -rectifica-, que estaba destinado en el crucero Baleares y que, por lo que me han informado, está en los calabozos de esta Comandancia. ¿Qué falta o faltas ha cometido?
El alférez mira unos papeles, consulta un registro y, visiblemente azorado le explica:
-No consta que haya cometido ninguna falta, al menos hasta que un jurídico estudie su caso. Aquí dice que se presentó en la Comandancia alegando que formaba parte de la dotación del crucero Baleares y que, horas antes de embarcar, se sintió mal y se desvaneció, y cuando se repuso el buque había levado anclas y, no sabiendo qué hacer, se presentó en Comandancia para que no se le considerara desertor. De hecho, en el registro no aparece como arrestado sino que está a disposición de la autoridad jurídica de la Marina. Es cuanto puedo decirle.
-Gracias, alférez. ¿Puedo hablar con el marinero en cuestión?
-No tengo ninguna orden al respecto… -el alférez vacila-, pero supongo que no habrá ningún inconveniente. Sargento –llama el oficial-, acompañe al teniente de navío…, perdone, no me ha dicho su nombre.
-Álvaro –dice escuetamente Carreño que, por ahora, no quiere darse a conocer como familiar de Andrés.
-Acompañe al teniente de navío Álvaro a la celda del marinero Carreño.
El estado de Andrés es deplorable: demacrado, con barba y con ojos turbios como si no hubiese dormido en días. Cuando ve a su hermano el primer impulso es echarse en sus brazos, pero se contiene al ver también al sargento, se levanta y se cuadra.
-A sus órdenes, mi oficial –y sigue con el paripé-. Andrés Carreño Manzano, marinero voluntario del crucero Baleares.
-Déjenos solos, sargento.
La primera intención que tiene Álvaro, al quedarse a solas con su hermano, ha sido abofetearlo, pero se contiene y se limita a decirle con su tono más despectivo:
-No tienes remedio, hermano.
Andrés no se atreve a responder, se siente demasiado avergonzado. Es consciente de que esta vez la ha fastidiado, pero bien. Ni siquiera se atreve a mirar a los ojos al tato. Un penoso silencio se adueña de la celda, mientras ambos hermanos parecen estar separados por un muro infranqueable. Es el mayor quien lo rompe.
-Me vas a contar de pe a pa lo ocurrido, ¡y ni se te ocurra mentirme!
-Es que… no sé por dónde empezar…
-Prueba por el principio –La voz de Álvaro parece el filo de una navaja cabritera.
PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 66. Arreglando un descosido
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