"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 27 de septiembre de 2024

Libro IV. Episodio 67. La tía Mechita


   El oficial de la asesoría jurídica vacila ante la pregunta de Álvaro, abre la carpeta del expediente de Andrés y la vuelve a cerrar, resulta evidente que no sabe qué hacer.

   -Verá, mi capitán, es que no tengo la autoridad suficiente para dejarle marchar. Tendría que autorizarlo alguien del Cuerpo Jurídico, yo solo soy un suplente.

   -¿Y con quién tengo que hablar? –Álvaro piensa que el asunto se está complicando y si interviene, aunque sea oralmente, un jurídico la situación puede ponerse fea.

   -Con el comandante Aguirre de la asesoría Jurídica.

   Álvaro va en busca del tal Aguirre, pero ya no está tan seguro de que el caso de su hermano pueda resolverse con una simple charla como pretendía. Piensa que, como Aguirre quiera conocer todos los pormenores de lo sucedido, el asunto puede atascarse y, si empeora, Andrés puede verse ante una corte marcial. En la secretaría de la asesoría un sargento le indica que el comandante Aguirre no recibe a nadie. Álvaro insiste y le indica al suboficial que le diga que un teniente de navío del Canarias necesita urgentemente cinco minutos de su tiempo.

  El comandante acaba por recibirle y, al presentarse Álvaro, el jurídico le pregunta por uno de sus apellidos que ha suscitado su curiosidad.

   -¿Manzano? ¿Tiene algo que ver con el teniente coronel del Cuerpo, Luis Manzano?

   -Soy sobrino suyo.

   -Vaya, hombre, ¿qué se ha hecho del cascarrabias de Luis? - 

   Álvaro le cuenta los últimos sucedidos que sabe de la vida de su tío-… y ahora está refugiado en la embajada de Guatemala.

   -Conque en la embajada de Guatemala eh, siempre supo escurrir el bulto. ¿Y qué puedo hacer por un Manzano?

   Álvaro explica al jurídico la historia que ha pergeñado sobre su hermano Andrés y las gestiones realizadas. 

   -He hablado con el alférez Miñambres que estima que no será necesario abrir un procedimiento de lo que, en el peor de los supuestos, no deja de ser más que una falta de puntualidad en un acto de servicio. Por consiguiente, le pedí si me lo podía llevar bajo mi personal responsabilidad, con la seguridad de que estará localizable en mi domicilio para cuando le llamen a declarar. Su respuesta ha sido que no tiene autoridad para ello y que debía hablarlo con alguien de la asesoría. Por eso me tiene aquí robándole su precioso tiempo.

   -Estos provisionales son la releche, se la cogen con un papel de fumar –Dicho lo cual, el comandante coge papel y pluma y garabatea una nota que se limita a doblar-. Dele esta nota a Miñambres de mi parte. Ah, y cuando vea a su tío Luis, dele un abrazo de parte de Aguirre.

   De camino hacia la planta donde tiene su despacho Miñambres, Álvaro lee[CM1]  la escueta nota del comandante: <<Sobre el caso del marinero Andrés Carreño Manzano aplíquele el artículo 41.3 del Régimen Disciplinario>>. Como no recuerda el contenido de dicho artículo, Álvaro se inquieta. A ver si Aguirre queriéndole hacer un favor, como parece desprenderse de su proceder, la ha liado, por lo que antes de dar la nota al alférez, y curándose en salud, le comenta:

   -Lo que es la vida, resulta que el comandante Aguirre fue subordinado de mi tío Luis Manzano, teniente coronel del Cuerpo. Tenga la nota que me ha dado para usted. Por cierto, recuérdeme cual es el contenido del 41.3, debería sabérmelo pero lo he olvidado.

   -El artículo 41.3 establece que: <<Antes de iniciar un procedimiento, la autoridad competente podrá ordenar la práctica de una información previa para el esclarecimiento de los hechos, cuando no revistan en principio los caracteres de una infracción disciplinaria ni de delito>>.

   -Y en el caso de mi hermano, ¿qué supone?

   -Que puede llevárselo bajo su personal responsabilidad y que deberá estar localizable para cuando se ordene la práctica de la información previa, puesto que el caso no reviste el carácter de infracción disciplinaria ni delito.

   Es oír la aclaración y Álvaro no puede contener un suspiro de satisfacción. La Virgen de Guadalupe, a la que se había encomendado, le ha echado un capote y Andrés se irá de rositas. La práctica de la información previa espera que se salde sin problemas, pues el joven contará con el testimonio de su madre y su hermana Concha que apoyarán su versión. Y, además, recuerda que las faltas leves prescriben a los dos meses, por lo que la hoja de servicios de Andrés quedará inmaculada. Al final, la práctica de la información previa de la ausencia de Andrés en el Baleares ha sido un mero paripé. Llamaron a declarar como testigos a Julia Manzano y a Concha Carreño y el expediente ha acabado siendo sobreseído. Andrés, una vez más, se va de rositas. Pese a alguna reticencia, Álvaro ha conseguido enrolar a su hermano en el Canarias como marinero voluntario por el tiempo que dure la guerra, y tras discurrir la primera semana pregunta a su compañero y amigo Juanma Ortega:

   -¿Qué tal se porta Andrés?

   -No tengo queja, el contramaestre dice que es uno de los mejores del equipo de maniobras. Parece que al fin ha madurado.

   -No ha tenido más remedio, le vio las orejas al lobo.

   A medida que discurren los meses, en el Madrid asediado aumentan los problemas alimentarios, por lo que la hambruna es cada vez más palpable. En los ultramarinos, economatos y demás puntos donde se distribuye comida los anaqueles están vacíos, y en el mercado negro los precios alcanzan cifras astronómicas. Los Carreño, pese a que siguen trocando medicamentos por comida y cuentan con las misteriosas aportaciones de Verdú, tienen parecidos problemas que el resto de la población. Un buen día, Eloísa, que se ha acercado hasta el nuevo mercado de Vallehermoso para tratar de encontrar comestibles, se tropieza con una tía lejana de su madre con quien nunca han tenido mucha relación y de la que solo recuerda su apelativo familiar, la tía Mechita, a la que saluda y se da a conocer, pues ella no la ha reconocido.

   -Así que tú eres una de las hijas de mi sobrina Julia, ¿qué tal está tu madre?

   -Está en Palma de Mallorca  con algunos de mis hermanos chicos.

   -¿Y los demás estáis en Madrid?, porque creo recordar que eráis un montón.

   -Sí, tía, aquí estamos, además de papá, Pilar, que no se si sabe que se hizo farmacéutica, Jesús y yo. Y otro hermano, Julián, está en el Ejército de la república.

   Eloísa, lista como es, se ha dado cuenta de que a la tía Mechita la alusión de que Pilar es boticaria la ha hecho pensar, percepción que se confirma con su siguiente pregunta.

   -¿Y dónde tiene la farmacia Pilar?

   -En Gran Vía, 56. ¿Por qué no viene un día a vernos? A papá le daría una alegría –Eloísa ha hecho la invitación por pura cortesía, aunque sospecha que a la tía Mechita no la va a volver a ver. La tía responde con un vago: igual me paso un día. Un detalle le ha llamado la atención a Eloísa sobre la tía Mechita: va bien arreglada y no parece que las cosas le vayan mal, al menos no tan mal como a ellos, pues su principal obsesión es la de llenar el puchero todos los días, y esa meta se revela más complicada cada día que pasa, y ahora más si peligra la huerta levantina. Cada vez tienen menos medicamentos que les sirvan de trueque, las aportaciones de Verdú van siendo más menguantes e incluso han perdido los contados comestibles que solía traer consigo Julián cuando podía escaparse unas horas del cuartel, pues resulta que el Tren de transporte de su división ha sido transferido a la región valenciana. Pero la divina providencia parece no querer abandonarlos a su suerte, pues un día aparece por la farmacia… la tía Mechita. 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 68. La campaña de Levante


 [CM1]Aro

viernes, 20 de septiembre de 2024

Libro IV. Episodio 66. Arreglando un descosido

      Andrés, ante la agresividad que muestra su hermano, vacila.

   -Verás, tato, …

   -Nada de tato, mi oficial o señor.

      Automáticamente, el joven se envara y se pone en posición de firmes, en tanto que el mayor se sienta en el duro camastro que hay en la celda.

   -Empiece, marinero, y no se deje nada en el tintero, por vergonzoso o sucio que sea.

   El muchacho cabecea, entrecierra los ojos para recordar mejor y comienza su narración.

   -Una de las casas de putas a la que más suelo ir cuando estoy en Palma es casa Gilda; bueno, la madama se llama Hermenegilda, pero todos la llaman Gilda. Allí conocí a una putita, que se hace llamar Mariló, con la que me encapriché y con la que me gastaba todo el dinero de la paga. Cuando no estaba embarcado, y tenía dinero, a veces hasta me quedaba con ella toda la noche… -Andrés se detiene como si no supiese cómo continuar.

   -Siga.

   -La noche anterior a la partida del… Baleares –parece que el nombre se le ha atragantado al muchacho-…, bebí mucho y luego me encamé con Mariló y… me quedé dormido. Te…, se lo juro, señor, me dormí. Nunca estuvo en mi ánimo desertar ni faltar a mis deberes. Mi intención era estar a bordo a la hora señalada para zarpar, pero cuando me desperté vi que la había cagado; perdón, que el buque ya había zarpado…; me enfadé mucho, pero ya no tenía remedio… No sabía qué hacer, mi mayor miedo era que lo considerasen una deserción, pues sé lo que les pasa a los desertores en tiempos de guerra… Lo que se me ocurrió para que mi ausencia no fuese calificada como deserción fue presentarme en la Comandancia y… contar una mentira: que me había sentido mal, me había desmayado y cuando me recuperé, y acudí al muelle, el crucero ya había zarpado… Y eso es todo, señor.

   Mientras Andrés ha ido desgranando su patética historia, Álvaro está cavilando cómo lograr sacar del pozo en que se ha metido el cabeza hueca de su hermano. Es un gilipollas, piensa, pero sigue siendo sangre de mi sangre y a un hermano no se le deja tirado. Si lo que ha contado es cierto, y me da en la nariz que puede serlo, no todo está perdido, todavía puede salvarse, piensa. El problema reside en qué presentar como justificación, pues lo ocurrido no le va a salvar de ser acusado de la infracción grave de faltar al servicio en tiempos de guerra y, aunque consiguiese que le aplicasen la sanción más leve, siempre sería una mancha en su hoja de servicios, con lo que su posible carrera en la Marina se vería truncada. Piensa que quizá podría servir una parte de lo que ha narrado, pero maquillándolo. No se le ocurre nada mejor y el factor tiempo puede ser crucial.

   -Bien, marinero…, te quedas aquí y no hables con nadie de lo que te pasó. Pórtate con naturalidad y pon cara de que sientes más que nadie lo ocurrido al Baleares. Yo voy a casa, tengo que hablar con mamá y los hermanos. Ah, y pide que el páter venga y te confiesas, sin dejarte uno de tus incontables pecados, y que tu contrición sea sincera.

   En casa, Álvaro reúne a la familia y les cuenta la historia inventada por Andrés, sin mencionar el burdel.

   -Necesito que mintáis por nuestro hermano. Mamá y quizá también tú, Concha, que ya eres mayor de edad, tendréis que contar esta historia: pocas horas antes de que zarpara el Baleares, Andrés se sintió indispuesto, decía que le dolía la tripa y la cabeza. Le distéis una tisana y se acostó, pensasteis en llamar al médico, pero Andrés dijo que no era necesario. Pasadas unas horas se despertó porque sentía náuseas, devolvió lo que había comido, luego le dio un mareo y se desmayó. Estabais a punto de llamar al médico cuando se recuperó. Se despidió de todos, de vosotros también –dice mirando a los dos pequeños-, y se marchó a toda prisa pues tenía que embarcarse… Al rato volvió, medio lloroso, porque el buque había zarpado. Fue entonces cuando os dijo que iba a presentarse a la Comandancia para contarles lo que le había ocurrido y que estaba a disposición del mando para lo que fuese necesario... Sé que no está bien mentir, pero no se me ocurre nada mejor para salvar a Andrés de la que le puede caer encima. La Marina es muy rigurosa en el supuesto de faltar al servicio en tiempo de guerra, y solo declarando la patraña que acabo de contaros podremos salvar a Andrés. ¿Ha quedado claro? -La afirmación es unánime.

   -Otra cosa, Concha, si te llaman a declarar junto con mamá, deja que sea ella la que hable, tú no tienes más que respaldar lo que ella diga. Y ahora me voy a hablar con alguien de la asesoría de justicia de la Comandancia a ver si consigo que la cosa no llegue a mayores porque, como llegue, el futuro de Andrés puede ser más negro que el carbón.

   En Comandancia va preguntando hasta que un compañero le indica que los casos de poca importancia los lleva el último oficial en incorporarse a la asesoría jurídica, un alférez provisional que, al parecer, es licenciado en derecho. Los contados miembros del Cuerpo Jurídico de la Armada están para los casos más graves. El nombre de dicho oficial es Pepe Miñambres.

   -A sus órdenes, mi capitán.

   -Descanse alférez. Soy Álvaro Carreño Manzano, jefe de la dirección de tiro del Canarias –Álvaro ha querido hacer una presentación aparatosa para impresionar al joven alférez-. Vengo a verle, porque en el antedespacho del contralmirante me han dicho que usted lleva las causas de menor carga procesal. Me refiero en concreto al caso del marinero voluntario del Baleares Andrés Carreño Manzano –Al ver que el oficial ha asociado en seguida los nombres, agrega-. Sí, se trata de uno de mis hermanos. ¿Ha comenzado a incoar el expediente?

   -Ah,…no…, perdone, mi capitán, pero estamos hasta arriba de trabajo y los casos de menor relevancia los vamos dejando a un lado. Me ha sonado el nombre porque está en la relación de causas pendientes –Mientras, está revolviendo un montón de carpetas de una de las gavetas-. Carreño…, sí, aquí lo tengo. Y no, mi capitán, no he llevado a cabo ningún trámite. ¿Quiere que lo agilice?

   -En absoluto, alférez, déjelo donde estaba, no hay ninguna prisa. ¿Lo ha leído?, el expediente me refiero.

   -No, mi capitán, igual lo ha hecho el sargento Sánchez, ¿quiere que lo llame?

   -No moleste a nadie, alférez. ¿Un rubio? –Álvaro no es fumador, pero siempre tiene a mano un paquete de cigarrillos como medio para engrasar las relaciones. Le ofrece el cigarrillo, mientras se acomoda en una silla-. Siéntese, tengo que contarle algo -Y el placentino le cuenta al oficial la historia que ha urdido sobre la supuesta dolencia y desvanecimiento de Andrés-… como verá, alférez, estamos ante un supuesto de fuerza mayor, al sentirse mal y acabar desmayándose el marinero no pudo estar a bordo del Baleares en la que, quién lo habría pensado, iba a ser su última travesía. Como cuando se indispuso se encontraba en mi domicilio, mi señora madre y mis otros hermanos fueron testigos de lo ocurrido. Por supuesto, tanto mi madre, como mi hermana Concha, que es la única mayor de edad, pueden atestiguar lo ocurrido, por lo que no creo que sea necesario abrir un procedimiento de lo que, en el peor de los supuestos, no será más que una falta de puntualidad en un acto de servicio, cuya sanción únicamente es la reprensión o la privación de salida de uno a ocho días. En consecuencia, creo que me lo puedo llevar bajo mi personal responsabilidad. Estará localizable en mi domicilio para cuando le llamen a declarar. ¿De acuerdo? 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 67. La tía Mechita

viernes, 13 de septiembre de 2024

Libro IV. Episodio 65. No tienes remedio, hermano


   El Canarias y el Almirante Cervera han amarrado en Porto Pi y han comenzado a desembarcar a los supervivientes del Baleares. Álvaro es de los primeros en descender y en la misma escalerilla del Cervera va preguntando a los marineros por su hermano. De pronto ve al Guti que parece un eccehomo.

   -Te has salvado Guti, me alegro por ti.

   -De la que me he librado, tío, creí que no lo contaba. Vosotros habéis tenido más suerte, pero lo nuestro ha sido una masacre. ¿Qué haces aquí?

   -Preguntando por mi hermano, no sé qué le ha podido pasar porque nadie lo ha visto.

   -¡Cómo coño iban a verlo si no estaba a bordo!

   -¡¿Cómo?!

   -Que no estaba en el buque. El pichabrava de tu hermanito supongo que debe de estar en el calabozo. Antes de zarpar, y tras el pase de lista, me dijo el contramaestre de guardia que el marinero Andrés Carreño no estaba en su puesto. Anoté su ausencia y di el correspondiente parte. Me jodió hacerlo al tratarse de tu hermano, pero era mi deber. Como el parte ha debido pasar a Comandancia supongo que a estas alturas el semental de tu hermano estará enchiquerado, pero, mira por dónde, se ha librado del naufragio. Lo mismo se ha salvado por putero.

   Álvaro no sabe si reír o llorar, ¡¡Andrés está vivo!! En estos momentos le importa un rábano el motivo por el que no se presentó en su puesto, lo que sí importa es que está vivo y que no ha de pasar por el mal trago de decirle a su madre que ha perdido a uno de sus hijos.

   Resulta que en casa saben lo del hundimiento del Baleares, pero también que a Andrés no le ha ocurrido nada, pues les ha podido mandar una nota de que está en los calabozos de la Comandancia y que se encuentra bien. Por eso los Carreño estaban más preocupados por el primogénito que por el pequeño. Tras escuchar el breve resumen que hace Álvaro de la batalla del cabo de Palos, Julia le pregunta:

   -¿Y sabes cuál es el motivo por el que Andrés está encerrado? ¿Qué ha podido hacer ese balarrasa?

   -No tengo ni idea, mamá, pero en un par de horas lo averiguaré.

   En cuanto se ducha, se cambia el uniforme y toma un tentempié, Álvaro se dirige a la Comandancia. Un infante de marina le hace pasar al despacho del oficial de guardia, un jovencísimo alférez provisional del Cuerpo de Infantería de Marina que luce en la camisa la estrella dorada de seis puntas sobre un parche negro que identifica a los provisionales. El oficial, al ver los galones y la coca en la bocamanga de Álvaro, se levanta inmediatamente y se cuadra.

   -A sus órdenes, mi capitán.

   -Descanse. Vengo por el marinero voluntario Andrés Carreño Manzano, desti… -rectifica-, que estaba destinado en el crucero Baleares y que, por lo que me han informado, está en los calabozos de esta Comandancia. ¿Qué falta o faltas ha cometido? 

    El alférez mira unos papeles, consulta un registro y, visiblemente azorado le explica:

   -No consta que haya cometido ninguna falta, al menos hasta que un jurídico estudie su caso. Aquí dice que se presentó en la Comandancia alegando que formaba parte de la dotación del crucero Baleares y que, horas antes de embarcar, se sintió mal y se desvaneció, y cuando se repuso el buque había levado anclas y, no sabiendo qué hacer, se presentó en Comandancia para que no se le considerara desertor. De hecho, en el registro no aparece como arrestado sino que está a disposición de la autoridad jurídica de la Marina. Es cuanto puedo decirle.

   -Gracias, alférez. ¿Puedo hablar con el marinero en cuestión?

   -No tengo ninguna orden al respecto… -el alférez vacila-, pero supongo que no habrá ningún inconveniente. Sargento –llama el oficial-, acompañe al teniente de navío…, perdone, no me ha dicho su nombre.

   -Álvaro –dice escuetamente Carreño que, por ahora, no quiere darse a conocer como familiar de Andrés.

   -Acompañe al teniente de navío Álvaro a la celda del marinero Carreño.

   El estado de Andrés es deplorable: demacrado, con barba y con ojos turbios como si no hubiese dormido en días. Cuando ve a su hermano el primer impulso es echarse en sus brazos, pero se contiene al ver también al sargento, se levanta y se cuadra.

   -A sus órdenes, mi oficial –y sigue con el paripé-. Andrés Carreño Manzano, marinero voluntario del crucero Baleares.

   -Déjenos solos, sargento.

   La primera intención que tiene Álvaro, al quedarse a solas con su hermano, ha sido abofetearlo, pero se contiene y se limita a decirle con su tono más despectivo:

    -No tienes remedio, hermano.

   Andrés no se atreve a responder, se siente demasiado avergonzado. Es consciente de que esta vez la ha fastidiado, pero bien. Ni siquiera se atreve a mirar a los ojos al tato. Un penoso silencio se adueña de la celda, mientras ambos hermanos parecen estar separados por un muro infranqueable. Es el mayor quien lo rompe.

   -Me vas a contar de pe a pa lo ocurrido, ¡y ni se te ocurra mentirme!

   -Es que… no sé por dónde empezar…

   -Prueba por el principio –La voz de Álvaro parece el filo de una navaja cabritera.

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 66. Arreglando un descosido

viernes, 6 de septiembre de 2024

Libro IV. Episodio 64, Andrés, desaparecido en combate

 

   Álvaro, salvo cuando está de servicio, no se pierde ni una de las sobremesas en las que el comandante Yela, diplomado de Estado Mayor, explica a los oficiales con menos experiencia cómo deberían analizarse las batallas terrestres de la guerra civil.

   -Analicemos dos de las batallas más importantes del pasado año, que los republicanos plantearon en principio como maniobras de diversión para aliviar la presión de nuestros ejércitos en otros frentes. He hablado de dos batallas pero, dado que es reciente, voy a añadir una tercera, Teruel. ¿Quién empezó esas batallas?, los republicanos. Primera conclusión: el ejército popular cuenta con un eficaz estado mayor. Segunda conclusión: el servicio de espionaje de las fuerzas nacionales, the intelligence service como dirían nuestros colegas británicos, no es lo bueno que debería ser. ¿Qué pasó discurridos los primeros días de combates? que, habiendo conquistado una cierta cantidad de terreno y equis poblaciones, los republicanos se topan con una defensa dura en una cota o en una localidad determinada, entonces ¿qué suele ocurrir? –Yela lanza al ruedo una pregunta a lo Sócrates. Álvaro es quien recoge el guante.

   -Suele ocurrir que los rojos se empecinan en tomar la cota o la localidad que es defendida con denuedo por los nuestros y se atascan en el empeño, dejando de avanzar.

   -Me vale la respuesta. Sigo. El tiempo que el ejército popular tarda en reducir a los defensores de la cota o población en la que se han atorado proporciona tiempo al mando del Ejército nacional para enviar refuerzos al área del combate y la lucha se iguala. Tercera conclusión: el Ejército popular ataca bien, pero algo falla en su cadena de mando y no sabe obtener provecho de sus ataques. Y cuando las fuerzas de ambos ejércitos se igualan, ¿qué es lo que suele ocurrir? –Yela no espera respuesta-. Pues que la lucha se estabiliza y tras unas semanas de choques, generalmente encarnizados, la situación vuelve al punto de partida, quizá habiendo ganado algunos kilómetros o determinadas poblaciones, pero sin que supongan cambios significativos en el escenario bélico -Y así seguimos, piensa Álvaro.           

   La noche del 6 de marzo, el Canarias, el Almirante Cervera y el Baleares, que van convoyando unos mercantes, cargados de armas y municiones, son sorprendidos por una escuadra republicana. Los cruceros nacionales abren fuego y los buques enemigos responden. Tres destructores rojos lanzan varios torpedos, dos de ellos impactan en el Baleares, dañándolo gravemente. El Canarias y el Cervera se alejan para llevar el convoy a aguas de Argelia y volver luego a socorrer al Baleares, que acaba hundiéndose. Dos destructores británicos rescatan a unos quinientos hombres del crucero, pero en el naufragio desaparecen casi ochocientos. Cuando el Canarias y el Cervera regresan al lugar del ataque no pueden hacer más que acoger a los supervivientes. Álvaro se desgañita preguntando a los rescatados que suben a su buque:

   -¿Habéis visto al marinero Andrés Carreño?

   Nadie sabe de él. Desesperado, intenta ponerse en contacto con los tripulantes del crucero hundido que han sido trasladados al Almirante Cervera, pero no lo consigue. Cuando es relevado del servicio, el placentino se encierra en el camarote y teme lo peor: que Andrés ha podido morir. De pronto, la puerta se abre y el oficial con el que comparte la cabina entra.

   -¿Has sabido algo de tu hermano? –Álvaro niega, al tiempo que trata de contener las lágrimas-. Lo mismo está entre los que lleva el Cervera.

   -Eso no lo sabremos hasta que lleguemos a Porto Pi.

   Ajenos por completo a la tragedia que tan de cerca les puede afectar, Pilar y Luis están tomando un aperitivo en el bar Chicote. Cada vez se citan en puntos más cercanos a la farmacia, como si estuviesen tentando que alguien de la familia los vea. El local está lleno y visto el gentío que pulula por las calles nadie diría que Madrid es una ciudad en guerra. Acabadas las aceitunas que han estado picando, Pilar limpia a su novio los restos que se le han quedado en las comisuras. Luis la mira con infinita ternura mientras piensa en la inmensa fortuna que ha tenido que una mujer así se haya enamorado de él.

   -Luis, cariño, te recuerdo que me prometiste que un día me llevarías al bar del hotel Florida para conocer a los corresponsales de guerra que se reúnen allí. Igual podemos ver en persona a Hemingway, Orwell o Saint-Exupéry. Sería una pasada.

   - ¿Qué te parece si vamos esta tarde?, aunque, al ser domingo, no sé yo si esos personajes tendrán un patrón de vida diferente al del resto de la semana.

   Tras el aperitivo, la pareja almuerza en una taberna de la calle Mesón de Paredes, que presume de llevar más de ciento cincuenta años en el mismo sitio y que está especializada en menús típicos como el rabo de toro, que ha sido el plato principal y único del día. Tras la sobremesa se dirigen al Florida, situado en el ala sur de la Plaza de Callao, con la esperanza de ver a algunos de los corresponsales de guerra. Su decepción es grande cuando ven que en el bar solo se ve gente con más pinta de ser españoles que extranjeros. Luis da una buena propina al calvo camarero que les atiende y este, haciendo gala de una memoria prodigiosa, les cita algunos de los nombres ilustres que residen o han residido en el hotel, pero que hoy, al ser domingo y no haber ninguna batalla destacada, vaya usted a saber dónde se habrán metido.

   -Tenemos el honor de que, entre otros, se han alojado en nuestro hotel: Mijaíl Koltsov, Geoffrey Cox, Henry Buckley, el polaco Ksawery Pruszynski y el americano Herbert L. Matthews. Aunque desde lo de Teruel la mayor parte se han ido a Cataluña y a Valencia. Tendrían que haber visto este bar el año pasado, se oía hablar más en inglés y francés que en español. ¡Y qué propinas daban!

   - ¿Y se reunían aquí? –quiere saber Pilar.

   -Generalmente, sí, aunque a veces también se juntaban en la vecina sede de Telefónica o en el Hotel Gran Vía, junto al bar Chicote.

   Tras tomarse unos cafés, que saben más a achicoria que otra cosa, Pilar tira a Luis del tabardo pues en la tarde marceña sopla un airecillo serrano que hace recordar que en Navacerrada todavía hay nieve.

   -Luis, ¿ese extranjero que acaba de entrar no es Hemingway?, ¿y esa rubia larguirucha que le acompaña no es la misma con la que hablabas en el Gaylord?

   -Sí, y ella es en efecto Martha Gellhorn.

   Los novios vuelven a sentarse y llaman al camarero para pedir otros cafés y un coñac. Cuando les sirve la comanda, Pilar vuelve a preguntar al camarero.

   -Esa señora rubia que acompaña a Hemingway, ¿también se aloja aquí?

    -Sí y … -el camarero junta los índices y sonríe pícaramente.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 65. No tienes remedio, hermano