"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 30 de agosto de 2024

Libro IV. Episodio 63. Si no eres casto se cauto


   Cerrada la campaña del norte, tanto el Cantábrico como el Atlántico han quedado en poder de la Armada nacional, por lo que ésta decide enviar sus mejores buques al Mediterráneo para impedir la llegada de mercantes a los puertos de Levante. A bordo del Canarias, uno de los oficiales da una charla sobre lo que ha supuesto ganar la campaña del norte y como algunos fallos republicanos precipitaron su desenlace.

   ­-En el norte se encuentra casi toda la industria del hierro y el carbón, así como la industria armamentística que ahora ha pasado a nuestro poder. Y además, hemos sumado a mucha población que altera el equilibrio demográfico de las dos zonas. En cuanto a los fallos republicanos, quizá el más importante ha sido que el control de sus fuerzas dependía de los gobiernos autónomos de Vizcaya, Santander y Asturias, incapaces de cooperar entre sí como lo prueba el hecho de que, en cuanto los vascos perdieron Bilbao, se negaron a luchar en el frente santanderino.

   Álvaro aprovecha que el Canarias ha fondeado en Palma para alquilar una casa en la que acomodar a su familia cuando la base del crucero sea Porto Pi. Tras leer en el Correo de Mallorca la sección de anuncios, marca con un asterisco varios pisos. El tercero de los que visita, en el barrio de la Plaça dels Patins, es con el que se queda. A la búsqueda le ha acompañado uno de sus compañeros del Canarias, que también anda buscando casa. Cuando terminan el recorrido, ambos oficiales se toman una cerveza en una terraza del Paseo Marítimo, allí les encuentra un tercer oficial, soltero como Álvaro y con una bien ganada fama de perdulario.

   -Hombre, compañeros, ¿qué coño hacéis tan solos? Debéis saber que estáis en una ciudad donde las mujeres son jazmines que esperan que su aroma atraiga a algún joven marino. Bueno, Ortega está casado y tiene disculpa, pero tú, Carreño, que estás más soltero que Nuestro Señor Jesucristo, ¿cómo no te has ligado alguna moza?

   Álvaro soporta mal que bien las groseras bromas de Gutiérrez, quien nunca ha sido santo de su devoción. El Guti, como es conocido entre la oficialidad, se empeña en invitarles a otra ronda, a la que siguen otras. En un momento de la charla, el Guti se dirige directamente a Álvaro y le espeta:

   -Coño, Carreño, se me olvidaba. Tú serás un bendito de Dios, pero tienes un hermanito que es la rehostia. Podrás creerte que anoche, en casa de madame Josephine, que de francesa tiene lo que yo de fraile, el tío se subió a su habitación ¡a tres fulanas y al parecer pudo con las tres! Si eso no es ser un sietemachos que venga el mariconazo de Azaña y lo rebata.

   En Madrid, el tío Luis lleva muchos días entrando y saliendo de casa, algo que no ha hecho en el tiempo que lleva viviendo con sus sobrinos. Unas veces, sale disfrazado con el mono de miliciano y pañuelo rojo al cuello, y últimamente se atreve a salir hecho un pincel en el que al traje de tres piezas solo le falta la corbata, aunque Paca se ha dado cuenta de que la lleva en un bolsillo y que, posiblemente, cuando esté en un sitio seguro se la pone. Hasta que un buen día, a la hora de la cena, don Luis da la sorpresa.

   -Julio, chicos, tengo que anunciaros algo que llevo preparando hace tiempo y que me ha costado sudores y sus buenos duros, pero antes quiero daros las gracias a todos por lo bien que me acogisteis y que nunca podré pagaros. Sé que no soy fácil de llevar, pero desde Julio hasta el último de vosotros os habéis mostrado pacientes y tolerantes. Otras vez gracias, de corazón… -y tras una pausa dramática suelta la bomba-. Mañana me acogerán como refugiado político en la embajada de Guatemala -

La noticia les deja a todos con la palabra en la boca hasta que pasados unos segundos reaccionan.

   -¿Qué vas a refugiarte en la embajada de Guatemala?, ¿y cómo lo has conseguido? –pregunta Julio que ha sido el primero en reaccionar.

   El tío les explica que, desde el principio de la guerra, muchas embajadas y legaciones extranjeras han acogido a miles de españoles amenazados o perseguidos a causa de sus ideas, tanto en la zona republicana como en la nacional. Casi todas las embajadas de Madrid, salvo unas pocas, han​ acogido refugiados. Y aunque en los primeros meses de la contienda fueron asaltadas, por fuerzas de orden público y milicianos, las legaciones de Finlandia, Perú y Turquía, después de las protestas diplomáticas de varios países tal hecho no ha vuelto a repetirse y se ha respetado el concepto de extraterritorialidad de las embajadas.

   -¿Y por qué en la de Guatemala? –siente curiosidad Julio.

   -Porque es una de las más baratas, hasta han alquilado un edificio contiguo a la embajada para poder dar asilo a más refugiados. Esta es mi última cena y he pensado en despedirme con un detalle –y se va a su habitación de la que regresa al instante portando una caja de cuyo interior saca una tarta de peras con crema de almendra que Dios sabe de dónde la habrá sacado-. Paca, por favor, haz los honores.

   La partida del tío Luis deja un hueco en la mesa de los Carreño que, cada vez con mayor asiduidad, es ocupado por Luis Verdú. El murciano sigue teniendo la buena costumbre de aparecer por la casa casi siempre con algo entre manos: desde los recurrentes chuscos de la intendencia militar hasta los más impensables comestibles de los que Paca le pregunta una y otra vez de dónde los saca. Con su fácil palabra, su buen talante y el hecho de que siempre está dispuesto a echar una mano en lo que haga falta, Luis ha conquistado a toda la familia que ya lo ve como si fuera uno de ellos y al que de vez en cuando preguntan si ha tenido noticias de su esposa y su familia, pues al principio de su aparición en la farmacia el murciano les contó una mentira: que su mujer, con sus tres hijos, estaba en zona nacional y desde el 18 de julio no ha vuelto a saber de ellos.

   -Qué lástima que Luis esté casado –se lamenta Julio dirigiéndose a Pilar-, sería un buen marido para ti, pues he notado que os lleváis muy bien.

   Entretanto, Julia y sus chicos ya están aposentados en Palma de Mallorca, ciudad que no conocían y que les ha parecido muy bonita. Lo único que les molesta un poco es que la mayoría de los palmesanos hablan en una lengua de la que no comprenden ni palote. Álvaro les explica que la lengua que hablan es el mallorquín, que es bastante parecida al catalán, y lo que deben hacer cuando alguien les hable en mallorquín es contestar en castellano y lo más probable es que el interlocutor se pasará al castellano, lengua que todo el mundo, mejor o peor, también domina. El primogénito ha mantenido una reunión privada con su hermano Andrés y le ha amonestado por su afición a frecuentar los burdeles que abundan en los barrios próximos a la zona portuaria y en los alrededores de la calle Pureza. Andrés, aunque sigue teniendo un inmenso respeto a su hermano mayor, no se corta un pelo y le contesta.

   -¿Y qué quieres que intente?, ¿ligarme a una al.lota palmesana? Me pides un imposible, todas quieren casarse y no lo voy a hacer a los dieciocho años. Irse de putas es más cómodo, te desahogas, les pagas y si te vi no me acuerdo. Como hacen todos mis compañeros y también los tuyos. No todos podemos ser tan castos como tú.

   Visto que convencer al que no quiere ser convencido es tarea poco menos que imposible, Álvaro da a su hermano un último consejo.

   -Allá tú y, ya que has hablado de castidad, te recuerdo lo que suele decir el páter: si no eres casto sé cauto.

  

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 64.  Andrés, desaparecido en combate

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