Álvaro continúa patrullando las costas gallegas a bordo del Cabo Home, y en los ratos que no está en el puente procura seguir el desarrollo de la guerra en los distintos frentes. Está pendiente de manera especial de los enfrentamientos navales en los que destaca la actividad del crucero pesado Canarias y que comenta con sus oficiales.
-En noviembre, el Canarias bombardeó el puerto de Almería y al día siguiente hizo lo mismo en Barcelona.
-¿Y qué se sabe de Madrid? –pregunta el jefe de máquinas.
-Las últimas noticias no son buenas. Se ha llegado a un impasse y los nuestros no parecen capaces, por ahora, de romper las defensas republicanas.
El impasse al que aludía Álvaro está a punto de convertirse en duradero, pues a fines de noviembre se produce una reunión en Leganés a la que acude Franco, así como otros generales del ejército nacional. El objetivo es revisar el ataque frontal a Madrid que hasta el momento se ha mostrado inexpugnable. En la reunión se acuerda una nueva estrategia: la renuncia a la toma de la capital por ahora, lo que conlleva estabilizar el frente y aceptar una prolongación de la guerra, algo que acabará beneficiando sobremanera a Franco.
En medio del caos bélico, los Carreño de Madrid tienen otra preocupación: desde que comenzó la segunda tanda de ataques nacionalistas no han vuelto a tener noticias de Julián y temen por la vida de su hermano, pues las bajas han sido incontables. A la angustia por la ausencia de Julián se une el hecho de que los aviones nacionalistas prosiguen bombardeando la ciudad, especialmente el centro y sobre todo el barrio de Argüelles.
-¿Sabéis como llaman ahora a la Gran Vía? –pregunta Eloísa mientras cenan. Como nadie responde, lo cuenta-. La han rebautizado como la Avenida de las bombas.
-En cambio, en el barrio de Salamanca no ha caído ni una –se queja Pilar.
-Claro, como que allí vive la mayoría de los fachas de la ciudad –denuncia Jesús.
En Suances, el otoño del 36 está siendo fresco y lluvioso como suele ocurrir, y aunque alguna vecina le ha contado a Julia que en el pueblo lo que se dice frío extremo no suele hacer, salvo los días de galerna, la matriarca de los Carreño es consciente de que se le presenta otro problema: la ropa y el calzado de invierno. Como vinieron para pasar el verano, solo trajeron ropa para esa temporada; lo más parecido a prendas de abrigo que tienen son rebecas y algún jersey de entretiempo, y en cuanto al calzado cuentan con alpargatas, sandalias y un par de zapatos para cada miembro de la familia. Lo que supone que en cuanto comience a refrescar pasarán frío y en cuanto llueva no contarán con chubasqueros ni botas para la lluvia. Y otro tanto ocurrirá con la vivienda, la casita que tienen alquilada no está preparada para el invierno, cierto que cuenta con un hogar que nunca han encendido, y es con lo único que podrán caldearla cuando el frío haga su aparición. Lo que más urge es el calzado para la lluvia, pues octubre se presenta húmedo. En el pueblo no hay zapatería, lo más parecido es un modesto chiscón donde un zapatero remendón de vez en cuando tiene algún par de zapatos a la venta. Julia ha estado preguntando donde podría adquirir botas para sus chicos y todos la han remitido a Santander. No piensa ir a la capital de la provincia, además se dice, ¿y cómo las iba a pagar? En esas está cuando una tarde se presenta en casa la tía Viruca, una vecina a quien Julia suele escribirle las cartas que envía a su hijo que está de soldado en tierras alavesas.
-Señora Julia, contome la Engracia que anda buscando botas de agua pa los rapaces. Le traigo estos dos pares de albarcas que, si les van bien a alguno de sus críos, les pueden hacer el avío –La lugareña deja dos pares de un calzado rústico hecho de madera de una pieza y que a Julia le recuerdan las madreñas asturianas.
-Se lo agradezco mucho, señora Viruca. Me hace el favor de explicarme cómo se utilizan.
-Si les vienen grandes que se las pongan encima de los calcetines y para ajustarlas que las rellenen con hierba o con hojas secas de maíz. A este modo de llevar puestas las albarcas lo llamamos ir en amazuelas.
-Otra vez gracias, ahora solo me faltan zapatos para dos –deja caer Julia.
La frase de Julia no cae en saco roto pues al día siguiente aparecen en su casa otras dos lugareñas, amigas de la Viruca, con sendos pares de albarcas pa la señora de Madrid que escribe unas cartas preciosas al hijo de su vecina. La buena gente de Suances no solo son las vecinas de la tía Viruca; en los primeros días de diciembre ha refrescado y Julia comprueba, con lágrimas en los ojos de puro agradecimiento, cómo otras lugareñas se han apiadado de sus hijos que, con el mal tiempo que hace, todavía van con trajes de verano.
-Usté es la señora Julia la madrileña, ¿verdá? He visto a sus rapaces jugando en la plaza y los pobrucos sin nada pa resguardarse de la lluvia. Le traigo un chubasquero, viejo es, pero algo les salvará del chuvichuvi.
Y así, son varias las vecinas, a muchas de las cuales ni conoce, que le han traído prendas viejas y con remiendos para el invierno, pero que Julia agradece como si fuesen nuevas. Mal que bien se van apañando, aunque con alguna protesta: Concha, toda una señorita con sus veinte años en flor, dice que no piensa calzarse las albarcas, Julia tiene que recordarle que no están en posición de rechazar lo que buenamente les regala la gente, sino que al contrario hay que agradecerlo.
-… y además, te recuerdo lo que diría tu abuela Pilar, que tan aficionada era a los refranes: ande yo caliente y ríase la gente.
PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 40. Julián cuenta lo del Museo del Prado
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