domingo, 15 de junio de 2025

Post. El estruendo del silencio

   Sufro, desde hace muchos años, hipoacusia severa y progresiva. En otras palabras, oigo menos que un buzón de correos. De vez en cuando, cuando salgo a pasear –mi única actividad física- por el campus de la Complutense, al llegar a la calle me doy cuenta de que olvidé ponerme los audífonos, sin los cuales  me sitúo en el mismo rango auditivo que los receptáculos del servicio postal.

   No podéis imaginaros lo que supone callejear sin percibir ningún sonido. Ves pasar los coches y no oyes nada; arranca un bus y no oyes nada[CM1] ; te cruzas con gente que va charlando, y que casi te roza, y no oyes nada; avistas una moto que parece petardear y no oyes nada; se mueven las copas de los árboles porque sopla el viento y no oyes nada. La sensación que percibes es como si el mundo hubiese sufrido un cambio abismal. Como si anduvieses por un planeta irreal en el que el silencio es lo único que cobra vida[CM2] . Las personas que andan a tu alrededor te parecen entes de cartón a los que alguna extraña clase de magia ha puesto en movimiento, pero no les ha dotado de voz. Son como robots de forma humana, pero silentes. Y, aunque estás rodeado de una multitud, te sientes solo, más que nunca.

   Lo único que los sordos oímos es el estruendoso sonido del silencio, lo que nos lleva a sentirnos solos en una sociedad que no ha perdido la voz, pero que para nosotros es silente. Silencio y soledad, en eso se resume la sordera.


 [CM1]

 [CM2]

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