Don Francisco Escartín, el nuevo maestro que acaba de llegar a Torreblanca, después de la amable acogida que le dispensó el señor Zacarías, aprovecha cada ocasión que se ve con el llumero, para seguir preguntándole sobre el pueblo y su gente.
-Me dijo que las fincas son pequeñas, ¿por qué?
-Porque existe la costumbre de que todos los hermanos, varones y hembras, se repartan a partes iguales la herencia familiar, con lo que, al correr los años, las fincas se van dividiendo una y otra vez y, tras varias generaciones, los campos, que a lo mejor un día fueron grandes, quedan reducidos a parcelas insignificantes. Por eso, casi todo el mundo tiene fincas, pero en muchos casos apenas dan para vivir, de ahí que algunos propietarios han de trabajar ocasionalmente como braceros para allegar más ingresos. Por otra parte, los labradores nunca pueden estar seguros de las cosechas, ya que estas dependen de si llueve o no cuando debería, de si hace calor o frío y de otras circunstancias incontrolables. Y al ser los campos pequeños, también lo son las cosechas y cualquier alteración puede suponer notables mermas de sus ingresos.
Una consecuencia indirecta de ello es que los que tenemos un jornal asegurado somos vistos, de algún modo, como unos privilegiados,
-O sea que son minifundistas –resume el maestro. El llumero no sabe qué es minifundista, pero no lo pregunta, piensa que es mejor no mostrar ignorancia-. Entonces, aquí todos viven de la agricultura –resume el aragonés.
-¡Hombre!, todos no, pero un ochenta por ciento, seguro, entre los que son propietarios y los que trabajan de jornaleros. No viven directamente de la agricultura los tenderos, los empleados de compañías de fuera, la gente de los oficios como los albañiles, carpinteros, herreros y demás, y las personas de carrera como usted. Por cierto, hablando de compañías de fuera, la que más empleados tiene es la Compañía de Ferrocarriles del Norte de España que gestiona el ferrocarril Valencia-Barcelona. Y lo es porque entre Torreblanca y el pueblo que hay al norte, Alcalá de Chivert, hay una subida bastante prolongada, el llamado Coll d´Alcalà, y los trenes necesitan tracción más potente para subirla. Por eso aquí hay un retén de refuerzo con locomotoras, a las que llaman las dobles, que las enganchan a los trenes hasta la estación de Alcalá. Y, claro, el retén necesita de maquinistas, fogoneros, personal auxiliar y demás. A ese personal hay que sumar la existencia de una brigada de vías y obras, más los ferroviarios de la estación, con lo que el número de empleados en el ferrocarril alcanza una cifra significativa.
-Y de sus manías y costumbres, ¿qué me dice?
-De las manías no sé qué decirle, y de las costumbres bien poco… La gente se tutea, pero los hijos, aunque sean mayores, hablan de usted a sus padres y, en general, a las personas mayores, a las que suele anteponerse al nombre la expresión de tíos y tías. Casi todas las familias tienen un apodo por el que se nombra a todos sus miembros y cuyo origen, en la mayor parte de casos, se pierde en el tiempo. A la palabra dada se la valora y acusarte de que no la tienes es una grave ofensa. Un ejemplo: cuando la gente vende la cosecha, el negocio se hace de palabra, no hay documentos escritos. Una costumbre curiosa: cuando hace calor, después de cenar, los vecinos sacan unas sillas a la puerta de casa para tomar el fresco y es una falta de cortesía no saludar a esos grupos si pasas por su calle. Las puertas de las casas están abiertas o cerradas solo con picaporte, porque aquí nunca pasa nada y, si pasa, la Guardia Civil se encarga de arreglarlo en un pispás. De lo suyo, de leer y escribir, suelen ir justitos, pues la mayoría, después de la etapa escolar, no vuelve a tocar una pluma o abrir un libro por lo que, con el paso de los años, olvidan la mayor parte de lo que sus maestros les enseñaron que, además fue en castellano, lengua que usan poco.
-Es decir, que se convierten en analfabetos funcionales –sintetiza don Francisco.
-Lo que usted diga –corrobora el llumero que no tiene ni repajolera idea qué es un analfabeto funcional, pero sigue sin querer mostrar su ignorancia.
-¿Y qué me dice del who is who? –Al darse cuenta de que su paisano no ha entendido la pregunta en inglés, aclara-: Es decir, ¿quién corta el bacalao en el pueblo?
-En teoría, en lo civil manda el alcalde de turno que, dados los constantes bandazos políticos, cambia con frecuencia, pero lo que es cortar el bacalao quien lo corta es el cacique de turno, como en casi todas partes. Solo he conocido un alcalde que mandaba de verdad, don Eduardo París. Le contaré una anécdota que le retrata. El pueblo tenía, como ahora, las calles de tierra y sin aceras, hasta que el alcalde París, con dos cojones, hizo la primera acera, desde la puerta de la Iglesia hasta la puerta de su casa. Cuando le acusaron de corrupto, contestó: Si todos los alcaldes que ha habido en Torreblanca hubiesen hecho lo mismo, todas las calles del pueblo tendrían aceras. Los tenía bien puestos París. En el orden público, manda el cabo de la Guardia Civil. En lo tocante a la iglesia, el señor cura y el vicario, cuando lo hay. Y en los pleitos, el juez de paz. Pero hoy por hoy quién tiene la sartén por el mango y el mango también; o sea, el cacique de turno, trabaja cerca de usted. Es su compañero, don José Domingo, quien es el cacique.
-¡Qué raro, que un maestro sea el cacique del pueblo! –se extraña don Francisco.
-No es tan raro. Verá, aquí hay media docena de familias ricas, lo que quiere decir que tienen muchas propiedades y, como ocurre en otras partes, alguien de esas familias debería ser el cacique, pero a sus miembros les falta un mínimo de cultura, de mano izquierda y casi todos están muy identificados con los partidos políticos que han mangoneado el gobierno de la nación desde la mayoría de edad de Alfonso XIII. En cambio, a don José Domingo, también conocido como Parra que es el apodo familiar, le sobra cultura, tiene mano izquierda como para parar un tren y es de los que se arriman al sol que más calienta, también es el único natural del pueblo con carrera y además tiene un pico de oro. Por lo que ejercer de cacique le vino rodado. Por cierto, el alcalde actual se llama Agustín Pitarch, más conocido como Agustinet de Vèlo; el juez de paz Vicente Fabregat, pero quien maneja el juzgado es el secretario, don Domingo Calvo; el párroco se llama mosén Francisco Fumadó, pero todo el mundo le llama por el apellido, y el vicario, mosén Florencio Miralles, y a éste le llaman por el nombre, cosas de los pueblos. Contamos con dos médicos de asistencia domiciliaria, don Eulogio Ripollés y don Joaquín Queralt; dos boticarios, don Eduardo Leuba y don José Gauchía; un veterinario, don Avelino Palomar y una comadrona, la señora Prudencia. Los titulados que acabo de citar, amén de los maestros, son las únicas personas con carrera del pueblo. Los demás no hemos pasado de la escuela primaria y hay bastante gente que no sabe hacer la o con un canuto.
-¿Y están muy politizados?
-En general, no. Cada partido, que son más o menos los mismos de carácter nacional, tiene un grupito de radicales, pero sobran dedos en las manos para contarlos. Y que son los que conforman el ayuntamiento cuando los suyos ganan las elecciones. Pero si hubiese un partido que agrupase a los que no votan sería el que siempre ganaría, pues en las elecciones suele votar poca gente, salvo en las municipales.
-¿Y aquí también hay independentistas como en Cataluña y en Las Vascongadas?
-En absoluto, aquí todo el mundo se considera valenciano y, por tanto, español. Ahora, eso sí, están convencidos, como dicen ellos, de que viuen en el rovellet de l’ou. Vamos, de que viven en el mejor sitio del mundo.
-Eso pasa en todas partes. En Valdelinares nos ufanamos que tenemos la mejor agua de todo Aragón. ¿Y de fiestas cómo andan?
-Las fiestas patronales comienzan el 24 de agosto, festividad de San Bartolomé, patrono del pueblo. Y suelen durar alrededor de una semana. Hay dos días de iglesia y las otras jornadas se centran en los toros, que aquí gustan mucho. En la plaza mayor se monta una plaza con los carros de los labradores, que también se aprovecha por la noche para bailes y algún que otro espectáculo de zarzuela o de varietés. Y el 17 de enero son las fiestas de San Antonio que cada año organiza una calle, pero que disfruta todo el pueblo. Y en la que tampoco faltan los toros.
-Y para no cansarle más, la última: ¿y de la manduca, cómo andan?
-La mayoría de la gente come de lo que cosecha, lo que supone que la mayor parte de los guisos son a base de verduras, hortalizas, legumbres y cereales. A la carnicería se va poco, lo mismo que a la pescadería. Y hay una pastelería, pero que tampoco vende mucho. No es un pueblo en que se pase hambre, pero lujos los justitos.
-Bueno, viniendo de un pueblo de pan tomar como es nuestro caso, las oportunidades que se ofrecen aquí pueden ser un lujo para mis chicos.
La primavera ha llegado y los campos se llenan de flores, la hierba crece con ganas, la chiquillería está más revoltosa que nunca y a los adultos se les ve como más felices. Zaca piensa que así debe de ser en los demás pueblos de la vieja piel de toro pero, en sus últimas paradas para escuchar lo que los tertulianos del Pincho cuentan, descubre que no es así, al menos en lo tocante a la política nacional. Parece que las controversias políticas van de mal en peor y la división de la sociedad en dos mitades antagónicas se ahonda y consolida. Por lo que el gobierno del almirante Aznar ha pensado que quizá unas elecciones clarifiquen la situación. Darle voz al pueblo siempre es bueno en una sociedad democrática y el régimen monárquico de Alfonso XIII, aunque notablemente imperfecto, lo es. De esas próximas elecciones se hace eco Zaca.
-Tío Joaquín, he oído en el Pincho que, para el 12 de abril, habrá elecciones municipales. Recuerdo haber oído otras veces hablar de elecciones, pero no sé lo que son.
Su tío se lo explica y antes de que el chico le endose la siguiente pregunta y, como sabe lo preguntón que es, le para los pies.
-Y, por hoy, basta de preguntas.
El chico se lo ha estado pensando mucho, porque sabe que a padre lo de la política no le viene de cara, pero al final se ha dicho que poco puede perder y se lanza a preguntar.
-Padre, ya sé que los niños no podemos votar, pero me gustaría ver como se vota, solo por curiosidad. ¿El domingo me podría llevar con usted a lo de las elecciones?
Al señor Zacarías la pregunta de su retoño no le ha hecho ni pizca de gracia. Llevar a su primogénito al colegio electoral no entra en sus planes. Y piensa las paradojas que se dan en la vida: él, que detesta la política, tiene un hijo al que, a pesar de que es un crío, parece que le gusta o, al menos, se interesa por ella. ¿De dónde habrá salido este mocete?, se pregunta. Mientras, Zaca espera, expectante, la respuesta de padre.
PD.- El próximo martes publicaré el episodio 24 de la novela “El masover”, titulado: Un gaspatxer casi amigo
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