Ponte abre El País del trece de marzo. La portada no le dice gran cosa, la mayoría de los titulares podrían ser de la pasada semana porque casi todos los asuntos, sobre todo el de la formación del gobierno, siguen más o menos igual. Así lo ejemplifica el titular principal en el que una encuesta de Metroscopia indica que las preferencias electorales apenas se mueven respecto al 20-D, día de las últimas elecciones. Otra muestra de que nada ha cambiado es un titular en la columna de salida: El líder del PSOE gallego permanece en el cargo pese a estar imputado. Si llama su atención un pequeño titular de política internacional: Juan Manuel Santos, Presidente de Colombia: “Estoy seguro de que las FARC están decididas a hacer la paz”. El presidente colombiano cree que el acuerdo que pondrá fin a 50 años de conflicto armado no tiene vuelta atrás. Habrá que verlo, se dice el viejo, porque llevan varios años de conversaciones en Cuba y no sé si el acuerdo llegará a cuajar. Claro que alguna vez tendrán que enterrar los kalashnikov, piensa.
El hecho de que sea trece y domingo no es el
día más idóneo para los supersticiosos, aunque resulta peor si un trece cae en
martes. Es lo que está pensando Grandal, después de haberle dado mil y una vuelta
a sus cuitas amorosas. Sigue sin resolver el dilema de sí romper con Chelo o no
porque en veinticuatro horas la tendrá allí. Y lo suyo con Mariví no acaba de
cuajar. La culpa, lo reconoce, es suya pues ella le ha propuesto casarse, así
podrían vivir juntos, pero él no se decide a dar el paso. Pesa el hecho de que
no fue un esposo ejemplar y teme que podría repetirse su pésimo comportamiento
marital. Además, lo de irse a vivir a la ciudad maña no termina de convencerle.
No conoce a nadie en Zaragoza y la idea de en qué emplear el tiempo en el que
Mariví esté trabajando se le antoja complicad de resolver. ¿Con quién voy a
jugar al dominó?, se dice. Es preguntarse eso y esbozar una sonrisa irónica, se
está burlando de sí mismo. Como si jugar al dominó fuera lo más importante para
la vida en pareja. De esas meditaciones le saca el sonido del móvil, en la
pantalla un número desconocido. Como sea un vendedor se va a enterar de lo que
vale un peine, musita.
- Diga – Ha
usado el tono más cortante de su registro.
- ¿Hablo con
don Jacinto Grandal?
- El mismo,
pero le anticipo que no compro nada.
- Tampoco yo
vendo nada. Soy la hermana de Mariví y le llamo para preguntarle si está con
usted.
- ¿Mariví,
aquí, conmigo? No, desde que hace casi dos semanas que estuve en Zaragoza no he
vuelto a verla, aunque si hemos hablado varias veces por teléfono. ¿Le pasa
algo?
- Que ha
desaparecido y ya no sé a quién acudir.
- ¿Cómo que
ha desaparecido? A ver, cuéntemelo despacio y comience por el principio.
- Pues resulta
que el pasado jueves no asistió a un seminario que tenía programado en la
facultad y no envío ningún mensaje excusando su ausencia. Yo eso no lo supe
hasta el sábado que es el día que suele venir a almorzar con nosotros, pero
tampoco apareció. Por la tarde fui a su apartamento y lo encontré como siempre,
pero ella no estaba.
- ¿Lo ha
denunciado a la policía?
- He estado
en la comisaría y me han dicho que tratándose de una persona adulta de momento
no pueden hacer nada. Que habrá que esperar. Por eso me he tomado el
atrevimiento de llamarle, porque sé la buena amistad que tiene con mi hermana.
Me ha hablado muchas veces de usted.
- ¿En casa
de Mariví encontró alguna nota en la que explicara su ausencia?
- Nada, no encontré nada.
- ¿Miró su guardarropa, notó si faltaba ropa, zapatos, objetos de
higiene personal?
- No noté ninguna falta, quizá un traje chaqueta que es uno de los que
suele ponerse para ir a la facultad.
- ¿Miró en su tocador, faltaban sus potingues, cremas, coloretes y
todo lo demás?
- El baño estaba como siempre y no percibí que faltara algo. ¿Qué cree
que le puede haber pasado, la habrán raptado, se tratará de un caso de trata de
blancas?
Grandal, pese a la consternación que le ha
producido la noticia, no puede menos que esbozar una media sonrisa: trata de
blancas, como si Mariví fuera una quinceañera.
- Pues no sé
que pensar, pero lo del rapto deséchelo. Lo más lógico es que le haya surgido
algún viaje imprevisto o que haya tenido algún compromiso de última hora y eso
ha provocado esas ausencias no anunciadas.
- Eso mismo
me dije yo al principio, pero he estado telefoneando a sus compañeros de
departamento en la facultad y ninguno recuerda que tuviera algún viaje
comprometido para este fin de semana. También he llamado a la gente con la que
habitualmente se relaciona y nadie la ha visto desde el pasado jueves. Las familias
que viven en el mismo piso que mi hermana y que la conocen tampoco la han visto
desde hace unos días, posiblemente desde el jueves. Vamos, como si se la
hubiera tragado la tierra. Por eso le llamo, por si usted, como policía, me puede aconsejar
que es lo que se puede hacer en un caso como este.
- Lo primero
que tiene que hacer es tranquilizarse y, si no tiene inconveniente, desde ahora
me hago cargo del caso; bueno, de la desaparición. Voy a llamar a Zaragoza a
ver si encuentro alguien de cuando estaba en activo y les pido que muevan el
culo. ¿Cómo se llama? – pregunta Grandal.
- María
Eugenia y hábleme de tú, por favor, no soy tan vieja.
-Bien, María
Eugenia, ¿tu número es el que aparece en la pantalla?, ¿sí? Pues entonces
cuelga y te llamo en un rato. Hasta ahora.
Nada más colgar, Grandal piensa que con la
sorpresa de la noticia se ha olvidado de dar a la hermana de Mariví unos
cuantos consejos elementales. La llama.
- María
Eugenia, soy Jacinto, ¿hay alguien más que tenga llaves del apartamento de
Mariví?
- La
asistenta, seguro, y es posible que nuestro hermano Juan Antonio.
- Llama a
ambos y diles que no vayan al apartamento de Mariví. Tú tampoco debes volver a
pisarlo, así cuando vaya la policía científica quizá pueda encontrar huellas
aparte de las de tu hermana y la asistenta. Otra cosa, procura dejar libres tus
teléfonos por si llama Mariví o alguien dando noticias de ella. ¿De acuerdo?
Pues en cosa de media hora vuelvo a llamarte.
Las gestiones de Grandal intentando
localizar en Zaragoza a gente que le conociera tardan bastante más de media
hora. El hecho de que sea domingo no ayuda. Hasta que tras muchas llamadas
puede dar con el comisario jefe de la Policía Judicial, el cual muchos años
tras llegó a trabajar a sus órdenes. Una vez conseguido que la policía
zaragozana se ponga en marcha, mete algo de ropa y sus enseres de aseo personal
en una pequeña maleta. Cuando lo tiene todo dispuesto para viajar a la ciudad
maña, vuelve a llamar a la hermana de Mariví.
- María
Eugenia, perdona, pero me ha costado más de lo que suponía encontrar a gente
amiga en la ciudad. Como es domingo las comisarias están con lo justo. Al
final, he podido localizar a un viejo amigo que me ha prometido que en un rato
enviará a dos inspectores a echar un vistazo al apartamento de Mariví. Antes te
llamará, me he permitido darle tu número, para entrevistarse contigo y que les
acompañes al apartamento. Yo me voy ahora mismo a la estación de Atocha para
coger el AVE. Calculo que antes de mediodía estaré en Zaragoza. En cuanto
llegue, te llamaré. Mientras, tú quédate en casa y espera la llamada de la
policía. Espero verte esta tarde. Hasta luego.
Antes de salir, Grandal todavía hace una
última llamada, a Chelo. Le dice que ha de partir urgentemente a Barcelona
donde acaba de fallecer un sobrino. Que a
la vuelta la llamará. No le da más explicaciones. El AVE le lleva a Zaragoza en
algo menos de hora y media. Lo primero que hace es llamar a María Eugenia, está
acompañando a dos policías que están registrando el apartamento de Mariví.
Grandal coge un taxi y se va para allá. Cuando llega, los inspectores han
terminado el registro y no han encontrado indicios de violencia, ni hay signos
de allanamiento de morada. Le dejan sus tarjetas a Grandal y le anuncian que el
lunes irá un técnico al piso de María Eugenia para que monte un dispositivo de
escucha en su teléfono por si hubiese alguna llamada relacionada con la
desaparición de María Victoria.
Tras la marcha de los policías, María
Eugenia cuenta a Grandal que ha vuelto a hablar con los ocupantes de los
apartamentos contiguos al de su hermana, pero que nadie ha visto nada
sospechoso ni han oído ruidos de pelea ni siquiera gritos. Lo que le han
repetido es que desde el jueves nadie ha vuelto a ver a Mariví.
- Es como si
se la hubiera tragado la tierra – repite una desconsolada María Eugenia.