martes, 5 de agosto de 2025

31. “El masover”. Fiestas patronales

 

   Las primeras elecciones generales convocadas por la II República en junio del 31, han coincidido con los exámenes de primero de bachillerato del mayor de los Clavijo, por lo que el muchacho no les ha prestado ninguna atención; su cabeza y su interés están en lo que deben de estar: en los exámenes. No les ocurre lo mismo a los asistentes a la terraza del Pincho que, desde la llegada de la República, más que jugadores de ajedrez se han convertido en tertulianos y lo que está ocurriendo en el país es su leitmotiv más recurrente. Las noticias políticas discurren para el chaval sin que les preste la menor atención, pues el verano le brinda la posibilidad de estar mayor tiempo con sus amigos y eso es lo que cuenta para él. Sin embargo, en el plano político el primer Gobierno republicano continúa tomando medidas de un sesgo claramente izquierdista, y una de las que causa mayor impacto, no tanto en la sociedad civil pero sí en el ejército, es la de clausurar la Academia General Militar de Zaragoza, desatando el enfado de la mayoría de la oficialidad, pues en ella se fragua el espíritu de compañerismo, una de las virtudes castrenses más acrisoladas.

   Agosto es un mes en el que un buen número de pueblos de la vieja piel de toro celebran sus fiestas patronales. En el calendario agrícola del levante español, agosto es, en cierto modo, un mes de transición: los cereales se segaron ha tiempo, es pronto para las siembras de los cultivos de invierno y la plantación de hortalizas y verduras no es una cuestión crucial. Debido a eso, es un mes magnífico para tener unas jornadas de holganza, y qué mejor que descansar disfrutando de unos días de alborozo y festejos. En ese supuesto está el pueblo de Torreblanca, del que es santo patrón San Bartolomé, uno de los doce apóstoles de Jesús, y cuya festividad se celebra el día 24. En esa fecha, o a veces un día antes, comienzan las fiestas patronales que la juventud local espera con ansia, dado que en unos días se concentran más festejos que en el resto del año. Hasta ahora, al chico de los Clavijo las fiestas de agosto le decían poco, pero este año, por primera vez, participa en la algazara que mete la chiquillería. Acompaña a la charanga que, de madrugada, toma parte en la despertà. Acude a ver pasar la entrada de los toros y vacas cerriles a las doce de la mañana. Contempla, desde lo alto de uno de los carros –llamados cadafales-, que conforman el coso, la prova de los toros que se correrán por la tarde. Es un mirón en la subasta de los emplazamientos del rudimentario coso que formarán los carros de los labradores y sobre los cuales, con unas tablas de madera, se monta la plataforma en la que parientes y amigos tomarán asiento para ver los toros. En esa subasta, las pandillas de amigos y familiares pujan por las mejores ubicaciones de la futura plaza y cuando dos postores se pican por una concreta posición la subasta alcanza cifras impensables. Y alguna noche asiste, junto a sus padres, a la representación de una zarzuela o de una compañía de varietés en la plaza de toros, reconvertida en foro teatral y en las que las vicetiples son las artistas más aplaudidas. Representaciones en las que, al ser gratuitas, el aforo de la plaza se llena de un público bullanguero.

   Las fiestas patronales tienen dos partes nítidamente diferenciadas: la religiosa, que se celebra el 24, festividad de San Bartolomé, y el 25, celebración del Santísimo Sacramento. Días dedicados, principalmente, a los actos religiosos: misas cantadas, sermones por un orador sagrado de cierta fama y procesiones encabezadas por las autoridades locales y en las que abunda más la participación femenina que la masculina. En la procesión del Santísimo Sacramento participan los niños que ese año o el anterior tomaron la primera comunión. Por ese motivo, madre desempolva el traje de marinerito con el que Zaquita tomó su primera eucaristía. Lo del trajecito para que, vestido de tal  guisa, el chico participe en la procesión repatea al chaval, pero no es capaz de negarse. Cuando madre abre la caja en la que guarda el traje de marras se topa con que las polillas han hecho de las suyas y el traje no está presentable. Con lo que, para contento del chico, va a la procesión con chaqueta y pantalón largo. El que se lleva un disgusto es Pedrito que contaba hacer la primera comunión vestido de marinerito.

   La segunda parte de las fiestas patronales se destina a los festejos laicos. El día comienza con la despertà, y los años que el ayuntamiento tiene las arcas repletas, monta una enorme parrilla en el Rivet del Raval donde se ofrece a los vecinos sardinas asadas y un vaso de vino. Como todo lo que es gratis tiene el público asegurado, se establece una larga cola de gente portando un plato y un vaso. Pero el evento que más esperan los torreblanquinos son los toros o exhibición de reses cerriles, como dice la prosa administrativa que los autoriza, o bous al carrer como se denominan en valenciano. Y que constituyen el núcleo esencial de las fiestas, pues los torreblanquinos no conciben las fiestas sin toros. Pese a que algunos pocos, como Zaca, opinan que son monótonos y aburridos hasta decir basta. A las doce en punto –la única vez que la puntualidad aparece en las fiestas- se dispara el cohete que anuncia la salida de la torada, la llamada eixida y que es un patético remedo de los Sanfermines. A quien primero sacan es al manso, un toro castrado que sirve de guía al resto de animales, al cual un pastor lleva atado con una soga. Minutos después sale el grupo de cornúpetas –con más vacas que toros- que recorre los setecientos metros de la calle San Antonio, desde el corral al coso, en grupo y sin embestir al público pegado a las casas, puesto que recorridos así los animales los han hecho en más de la mitad de pueblos de la región y tienen la lección sabida. La carrera no tiene nada que ver con la de las calles pamplonicas, pues los participantes corren a prudente distancia de la torada. Luego viene la prova, en la que se exhiben algunos de los bichos que se torearan por la tarde. Y a las cinco –como manda la tradición- comienzan los toros en los que no hay el menor atisbo de tauromaquia ni de valentía. Los mozos se limitan a gritarle y azuzar al animal y cuando éste arranca corren a refugiarse. El público prorrumpe en gritos cuando algún cornúpeta está a punto de coger a un mozo que, en última instancia, logra esquivar al animal resguardándose en lo alto de los carros o en el banc, un armatoste de robusta madera sito en medio de la plaza. Y así, durante algo más de tres horas bajo un sol inclemente, con una pausa a media tarde para merendar. Lo más divertido ocurre cuando sueltan una vaquilla –la llamada vaca confitera- con los cuernos aserrados que cuando se acerca al cadafal del ayuntamiento el concejal de fiestas lanza al ruedo peladillas y caramelos que recogen los mozos procurando que el animal no los pille. Otro punto culminante de los festejos taurinos es cuando al anochecer se corre un bou embolat. El toro embolado o toro de fuego porta sobre sus astas un herraje, sobre los cuales se colocan estopas engrasadas a las que se prende fuego. El espectáculo lo da el toro con sus bramidos de terror al sentir las llamas tan cerca, mientras los mozos tiran de la cuerda en la que va ensogado. Un espectáculo bárbaro ayuno de arte y emoción. Y la presencia de los toros acaba al atardecer cuando los animales salen en grupo del corral instalado en la calle en la que nacieron los chicos Clavijo, la calle Horno, produciéndose la llamada eixida con las mismas características que la entrà. Pese a todo, la mayoría de torreblanquinos siguen pensando que sin toros no hay fiestas. Tan es así, que el postrer día de toros, y al acabar de torear el último animal, la juventud se agolpa ante el cadafal del ayuntamiento voceando bous, bous, bous y, ante el silencio del alcalde o del edil de fiestas, irrumpe en abucheos por no complacerlos; en cambio, cuando algún año el concejal saca un pañuelo blanco, señal de que da el sí a la petición, los aplausos se oyen hasta en Torrenostra.

   Las fiestas han sido el colofón del verano, pues entre incontables lecturas, charlas y juegos con sus amigos, algún que otro baño en Torrenostra, y aquellos contados días en los que ha echado una mano a padre en la lectura de contadores, cuando Zaca ha querido darse cuenta, ha llegado el nuevo curso 1931-32. A principios de septiembre, don José, el tutor de Zaca, se reúne con don Domingo y mosén Florencio para acordar la programación del nuevo año académico.

   -Este curso, sé cómo lo vamos a comenzar, pero no cómo lo terminaremos. La República parece que tiene intención de meter mano en la educación y todavía no se sabe de qué manera afectará al bachillerato. Domingo, tú, que estás más al día, ¿sabes que cambios piensa introducir el flamante Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes?

   -Las últimas declaraciones de Marcelino Domingo apuntan que eliminarán la separación por sexos y fomentarán la coeducación, las actividades al aire libre, las clases de música y educación física, y el abandono de los castigos físicos. Pero, del bachillerato en concreto aún no han dicho nada.

   Días después, el panorama del bachillerato se clarifica al publicar el Ministerio de Instrucción un decreto disponiendo que en los Institutos de segunda enseñanza –desaparece la denominación de Institutos Generales y Técnicos- se establezcan, durante el curso 1931-1932, los estudios correspondientes a los cuatro primeros cursos del plan de adaptación vigente. Conocido el decreto, los profesores se vuelven a reunir para repartirse las asignaturas de segundo. Don José dará Preceptiva y composición de la Lengua castellana, Geografía especial de España y Caligrafía. Don Domingo Aritmética, Dibujo y Gimnasia.

   -Mosén Florencio, usted seguirá dando Religión, pero no sé por cuanto tiempo, pues en un régimen que se declara laico, la religión no tiene mucho futuro. Una cosa más –agrega don José-: este curso vamos a tener dos nuevos alumnos que comienzan el bachillerato por libre. Como veis, estamos sentando escuela. Se trata de dos chicos; mejor dicho, de un chico y una chica que han sido becados por el ayuntamiento para cursar la segunda enseñanza. Sus nombres son Consuelo Betoret y Joaquín López, hijos de dos familias de las conocidas como de izquierdas de toda la vida. Al chico no le conozco, pero a la niña sí, porque ha sido alumna de mi esposa y que, según me cuenta, es lista y responsable. A ver si los sacamos adelante como a Zacarías.

   -El chico creo que es alumno de Paco, le pediré que me informe -avisa don Domingo.

   Y comienzan otra vez los preparativos para el  año académico. Padre ha comprado los textos de las asignaturas que componen el segundo curso de bachillerato en la librería de  Ballester, donde gracias al tío Paco le hacen una sustanciosa rebaja. Madre ha forrado los libros y el chico comienza a familiarizarse con ellos. Esta vez, lo hace con menos temor que en el pasado. Zaca vuelve a la rutina del curso anterior: estudia en casa la mayor parte del día, hasta que sobre las cinco y cuarto de la tarde se dirige al grupo escolar a recitar la diaria lección al maestro de turno. Esa tarea la alterna con la de sacar las cabras a pastar y la de escrivent. Como sigue siendo vergonzoso y retraído, ha encontrado el medio de no ir saludando a la gente, ahora va a la escuela por un callejón, paralelo a la calle San Antonio, al que dan las puertas traseras de las casas del Raval y que apenas tiene tránsito. A la vuelta hace el mismo recorrido, pero a la inversa. Detalles como este generan que la timidez y la ausencia de socialización se enraícen todavía más en el carácter del muchacho. Y no parece que vaya a cambiar, aunque desde el negociejo de los tebeos algo se ha espabilado. Y eso se ha notado en su mayor participación en las fiestas patronales, aunque como sus amigos forman una pandilla atípica su implicación en los festejos ha sido muy tangencial. Quizás sea más intensa en años venideros pero, dados los rasgos de los integrantes de la pandilla de Zaca, eso está por ver.

 

  PD.- El próximo martes publicaré el episodio 32, de la novela “El masover”, titulado: De Paquita a Sisca

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