martes, 24 de junio de 2025

25. “El masover”. El país se acuesta monárquico y amanece republicano


   La pregunta de su hijo mayor sobre si le puede acompañar cuando vaya a votar en las próximas elecciones municipales del 11 de abril, no le ha hecho ninguna gracia al señor Zacarías, por lo que su respuesta tiene la intención de que el chico se eche atrás.

   -Tendrás que madrugar, porque quiero votar a primera hora, así tendré el resto del domingo libre.

   El chaval, ante la vaga respuesta de padre, interpreta que como no se ha negado podrá acompañarle. A raíz de este corto diálogo sobre las elecciones, madre cuenta que Pepa la de Amparo, la mujeruca que le ayuda en la colada semanal, le ha confesado que uno de la familia de los Blascos le ha querido comprar su voto por cinco duros. Lo que no especificó es si lo vendió o no.

   -Padre, ¿los votos pueden comprarse? –quiere saber, curioso, Zaca.

-La compra del voto es una práctica extendida, quizás más en las municipales que en las generales. Pero está mal hecho, tanto venderlos como comprarlos -El muchacho, en principio, toma nota de ello, pues desconoce tal práctica, pero tras pensarlo un instante lo desecha, una bobada más de las muchas que se gastan los mayores.

   No es nada habitual que, a las ocho y pico de la mañana de un domingo, los alrededores del grupo escolar estén tan concurridos como ocurre hoy. Se ve que muchos electores han pensado lo mismo que el llumero y hay varios corros de personas, todos varones -pues las mujeres no tienen derecho al voto en una sociedad que las considera ciudadanas de segunda-, esperando a que abran las puertas del centro docente, hoy convertido en colegio electoral. La mayoría de los que aguardan visten las blusas negras de los domingos y solo el señor Sacaríes y Macario, el estanquero, llevan chaqueta. Cerca de los lugareños, una pareja de la Guardia Civil, con el fúsil terciado, impone un temeroso respeto a los que esperan. Además del alcalde, el juez de paz y el secretario del ayuntamiento, varias personas más han entrado en el edificio, y alguien susurra que son los componentes de las cuatro mesas electorales ubicadas en el recinto escolar. Zaca, que ha acompañado a padre, se apunta en la memoria otra cosa que no sabe: qué es una mesa electoral. Pasados varios minutos de las nueve, el alguacil abre la puerta del colegio y los que formaban los corros se distribuyen por las distintas mesas en las que les toca votar.

   En el tablón de anuncios del centro hay una serie de listas que son las que ojea padre para saber en qué mesa debe votar, mesas que están ubicadas en las aulas de la planta baja y que corresponden a las clases de las niñas. En cada mesa hay cinco personas, a muchas de las cuales conoce el muchacho. Encima de cada mesa hay una caja -padre le ha dicho que se llama urna- en la que la gente  va depositando las papeletas que, previamente, han cogido de una mesa grande en la que están los votos para los distintos partidos que se presentan a las elecciones. El chiquillo se ha acercado a la mesa de las papeletas a curiosear y lee algunas de ellas. Contienen listas de nombres de gente del pueblo, de los que Zaca conoce a muchos. Como, al parecer, en el consistorio solo había tres urnas de cristal, han tenido que fabricar otra más con una caja de cartón sellada con cola de carpintero y en la que han hecho una ranura en la parte superior para depositar los votos.

   La mayor parte de los electores vota con rostro más bien serio, como si estuviesen llevando a cabo una grave función, aunque hay algunos que se lo toman a la ligera y bromean con los miembros de la mesa. Cuando le llega a padre el turno de votar, que previamente ha recogido una papeleta y la ha metido dentro de un pequeño sobre, primero muestra al secretario de la mesa su cédula personal para acreditar su identidad. Detalle que al chaval le parece una idiotez, pues si hay una persona en el pueblo a quién todo el mundo conoce es al llumero, ya que entra en la inmensa mayoría de casas, al menos, dos veces al mes. Tras haberse identificado, un miembro de la mesa ha comprobado que el nombre del llumero figura en la relación de ciudadanos con derecho al voto, tras lo cual le devuelve su cédula. Entonces, padre da su voto al presidente que lo mete en la urna y, al tiempo, dice: vota.

   -¿Este es tu chaval, el que estudia para bachiller? –pregunta al llumero uno de los vocales.

   -El mismo –responde padre, muy orgulloso.

   ¿Y esto es todo?, se dice el muchacho, defraudado por lo soso y rápido del proceso de votación. Tanto hablar de elecciones y de la consiguiente votación y resulta que es así de simple, piensa el chico. No acaba de comprender por qué la gente mayor le da tanta importancia a un proceso que no tiene nada de solemne ni de apasionante. Se dice que quizá no lo ha entendido al ser un niño, pero es que, visto lo visto, no hay mucho que entender. De todas formas, por si se le ha escapado algo, pregunta:

   -¿Ya está, padre?

   -Sí, ya he votado.

   -¿Y a quién ha votado?

   -El voto es secreto.

   Otra chorrada más de los mayores, piensa el chaval, pues los que votan podrían decirle al que manda en cada mesa el nombre del vecino que quieren que sea alcalde y toda esta historia de la votación podría eliminarse. ¡Y para esto me he pegado el madrugón siendo domingo! No me pasará más veces, se dice el chico. Cuando salen del grupo escolar, los alrededores se han despejado y, aparte del goteo individual de electores, solamente la pareja de civiles siguen estando apostados en la calle Sitchar, en la que está situado el grupo escolar.

   Las conclusiones que saca el chico del asunto de las elecciones son escasas: que es un proceso aburrido, que podría simplificarse y que los mayores lo sobrevaloran. No comprende por qué a todo lo concerniente a la política se le da tanta importancia. Y decide olvidarse del asunto de las elecciones.

   Esa misma tarde del domingo, y antes de asistir a la sesión vespertina de cine, Manolo Pitarch, que tiene una hermana mayor que le gusta estar al día sobre lo que se dice en la calle, cuenta a Zaca que se rumorea que en el pueblo van a ganar los partidos de derechas, aunque los republicanos van a sacar más votos que en ocasiones anteriores, especialmente el PSOE y el Partido Republicano Radical de Lerroux. Que nombre tan raro, piensa Zaca, parece francés.

   -¿Es que ya han abierto las urnas? –pregunta el chaval.

   -No las abren hasta las ocho.

   -¿Entonces…?

   Por toda respuesta, Manolo le guiña el ojo, como dando a entender que sabe de qué habla. Como el muchacho de lo poco que tiene claro sobre el mundo de la política es que los partidos, así como los políticos, se dividen en derechas e izquierdas, la pregunta viene de suyo.

   -Pero entonces ¿quiénes han ganado, las derechas o las izquierdas?

   -Los de siempre, los de derechas. Tere me ha dicho que más vale malo conocido que bueno por conocer.

   -Si es así, seguirá de alcalde el tío Agustinet.

   -Eso está por ver.  ¿Qué película ponen esta tarde? –A partir de esa pregunta, Zaca arrincona en su mente las elecciones. Le ha quedado claro que son cosas de mayores y que a los chicos, en general, y a él, en particular, ni le van ni le vienen.

   El lunes, 13 de abril, Zaca vuelve de dar la clase que cada vez es más pesada, pues desde primeros de mes ha de preparar tres lecciones diarias, ya que los exámenes de junio se acercan y quiere aprobar a toda costa, no puede decepcionar a todos los que han puesto su confianza en él. Por eso no piensa quedarse los veinte minutos, aproximadamente, que suele detenerse en la terraza del Pincho, pero cambia de criterio al ver que los tertulianos están metidos en un debate de alto voltaje. El tema sobre el que discuten lo está contando, de forma apasionada, don Eulogio, poseedor de uno de los aparatos de radio más potentes de la localidad, en opinión de padre, que de eso entiende.

   -A las diez y media de esta mañana, el presidente del Consejo de Ministros, ha entrado en el Palacio de Oriente para celebrar el Consejo de ministros. Los periodistas le han preguntado sobre si habrá crisis de gobierno, ¿y sabéis qué ha contestado? –Y sin esperar respuesta, agrega-: ¿Qué más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta monárquico y se despierta republicano? –La frase desata un aluvión de preguntas entre los que rodean a don Eulogio.

   -Por favor, si habláis todos a la vez, no hay manera de entenderse. A ver, Avelino, tú que eres el que más grita, repite tu pregunta.

   -¿Eso es que se sabe el resultado de las elecciones?

   -Solo se conocen resultados provisionales. Al parecer, el número de concejales monárquicos es bastante mayor que el de republicanos, aunque en las ciudades el resultado es inverso, la tendencia republicana ha triunfado en cuarenta y una de las cincuenta capitales de provincia. Por ejemplo, en Madrid los concejales republicanos triplican a los monárquicos y, en Barcelona, los cuadruplican.

   -¿Y qué pasará ahora con el Rey? –quiere saber Julio, el barbero. El médico, en un gesto muy suyo, se encoge de hombros, pero don Rodolfo es quien contesta.

   -Para mí que al Rey le huele la cabeza a pólvora. Habrá que estar atentos a lo que dicen los periódicos y la radio.

   El chaval no ha comprendido demasiado bien la explicación dada por el médico. Hay un dato que es numérico y, acaso como la aritmética es lo que peor lleva, no acaba de entenderlo. Si los que han votado a favor del Rey son muchos más de los que han votado a la república, todo debería seguir como antes, ¿o es que los votos de los que viven en las ciudades valen cuatro veces más que los de aquellos que habitan en los pueblos? ¿Por qué ha de estar preocupado el Rey? No lo entiendo, se dice. Desde luego, o la gente mayor hace cosas que no son lógicas o los niños no las entendemos. Lo que si le queda claro es que el resultado de las elecciones es como la primera parte de una novela de misterio, pero que la trama de la segunda parte puede ser muy diferente. Habrá que seguir parando en la terraza del Pincho para ver cómo termina este relato, y concluye; ¡vaya con las elecciones!, menuda pérdida de tiempo que se montan los mayores. Aunque reconoce que eso de que España se haya acostado monárquica y se haya levantado republicana tiene su gracia, pero piensa que al Rey maldita la gracia que le hará, a pesar de que siga mandando.

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 26 de la novela “El masover”, titulado: Nace la II República y no trae un pan bajo el brazo, pero sí muchas esperanzas

martes, 17 de junio de 2025

24. “El masover”. Un gaspatxer casi amigo

 

24. “El masover”. Un gaspatxer casi amigo

   La gota fría, que arrasó Torreblanca a finales de septiembre, también se cebó con las instalaciones eléctricas, y muchos de los tendidos callejeros y las acometidas de los edificios se han roto o han desaparecido en pos de la riada. El señor Zacarías y su ayudante Paco Piñana se esfuerzan en reparar los destrozos, pero como la inundación afectó a casi todo el pueblo la tarea los desborda. Para ayudarles, la LUTE ha enviado al auxiliar del encargado de la compañía en Alcalá de Chivert, uno de los pueblos contiguos a Torreblanca. Paco Llorens, así se llama el oficial chivertense –gentilicio de los naturales de Alcalá de Chivert-, se ha traído con él a su hijo mayor, un chaval que tiene la misma edad que Zaca y que responde al nombre de Paquito. Padre e hijo duermen en casa Piñana, pero comen en la Fábrica. La LUTE es una compañía que no se caracteriza precisamente por su munificencia.

   Desde que el chico mayor de los Clavijo vive en la Fábrica, no ha vuelto a estar con los ajedrecistas del Pincho, por lo que está en ayunas de cuanto ocurre en la política nacional, ya que en casa no se habla nunca de ello, dada la pésima opinión que tiene el cabeza de familia de la política, en general, y de los políticos, en particular. Realmente, al chico la política le importa un comino, aunque si se interesa por ella es debido a su curiosidad insaciable de todo y por todo.

   El sábado, 13 de diciembre, tras cantar las lecciones del día, Zaca se detiene en la terraza del Pincho. Hace más de dos semanas que no se para a ver las partidas de ajedrez, pues hace días que sopla una tramontana fría y seca que hace desagradable la estancia en la calle. Solo resta viva una partida, que enfrenta a don Eulogio, que juega con blancas, y al tío Macario, que lo hace con negras. Ve que el médico tiene una clara ventaja, pues se ha comido los dos alfiles negros. El estanquero reconoce la derrota tumbando su rey. En pocos minutos, jugadores y mirones acercan las sillas y comienzan a charlar de las últimas noticias. Es Julio, el barbero, quien rompe el fuego.

   -¿Alguien nos puede contar lo ocurrido en Jaca?

   -¿Qué coño ha pasado en Jaca, alguna desgracia? –pregunta el tío Sayo.

   Es don Rogelio quien informa de lo que sabe sobre lo que ha pasado en la ciudad oscense.

   -Ayer, se llevó a cabo en Jaca, una ciudad de la provincia de Huesca, un pronunciamiento militar contra el gobierno del general Berenguer y, de rechazo, contra la monarquía de Alfonso XIII. Los sublevados, tras apoderarse de la ciudad, proclamaron la república –y añade-: Seguro que Eulogio, que según tengo entendido posee la radio más potente del pueblo, tiene más información.

    El médico remueve el carajillo de ron que acaba de servirle el Pincho y, tras un primer sorbo, toma la palabra.

    -Los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández, que han encabezado la rebelión, han sido detenidos y es posible que los condenen a ser fusilados.

   La información no dice nada al chaval, pues no sabe qué es un pronunciamiento militar, ni quién es el general Berenguer, ni por qué los capitanes, de los que habla el médico, pueden ser fusilados. Lo que le interesa no es el cómo de la noticia, sino el por qué y el para qué. Como de eso nadie dice nada, se marcha. El lunes, al salir de clase, se vuelve a detener en el Pincho y, como esperaba, los tertulianos siguen hablando del suceso de Jaca. Dan más detalles, como el de que los capitanes que se rebelaron han sido condenados por un consejo de guerra a ser pasados por las armas. Expresión con la que se queda para, cuando pueda, preguntar sobre ella, pues no sabe qué es, aunque lo de ser pasados por las armas suena a algo terrible.

   -Don Eulogio, ¿cree que todo esto traerá cola? –La pregunta si le interesa al chico que presta atención a la respuesta del médico, que se toma su tiempo para responder.

   -Estoy convencido de que la ejecución de los capitanes Galán y García Hernández tendrá efectos. De momento, parece que ha causado gran conmoción en todo el país, despertando un sentimiento antimonárquico que se extiende como el aceite. De hecho, los ejecutados se están convirtiendo en los mártires de la causa republicana. Y en esta nación de cabezas calientes, donde primero se actúa y luego se piensa, puede pasar de todo: desde que lo de Jaca solo haya sido una intentona sin consecuencias, a que se arme la de Dios es Cristo.

   -Pero al Rey no lo pueden cambiar, ¿verdad? –vuelve a preguntar el barbero. Esta otra pregunta también concita la atención de Zaca.

   -En principio, no –responde don Eulogio-. Habría que hacer otra constitución y quizás un referéndum para que fuera el conjunto de la ciudadanía la que decidiese si prefiere el régimen monárquico o el republicano. Eso es lo que suele hacerse en los países democráticos, aunque aquí hay mucha gente que actúa sin pensar –e insiste-, y en esta España de nuestros pecados todo es posible, hasta lo que parece imposible.

   El chiquillo está en un tris de preguntar qué es un referéndum, pero se contiene. Lo mismo los mayores se enfadan si les pregunta un chaval, y ni pensar el pollo que le podría montar padre como se enterara. Por tanto, referéndum a la libreta de los secretos. De cuanto concierne a lo sucedido en Jaca, Zaca no ha sacado nada en claro, pero sí le sirve para comprender el sentido de una frase que a veces dice la gente cuando algo funciona caóticamente: esto es una república. Claro, se dice, una cosa desorganizada no podía acabar bien. ¿Pero y qué es una república?, se pregunta. Se lo tendré que consultar a mosén Florencio porque será el único que me lo explicará, aunque debe de ser algo pecaminoso y, si lo es, lo mismo no puede contármelo. Y se olvida del tema de Jaca, pues tiene cosas más importantes de las que ocuparse y una de ellas es la marcha de sus estudios que andan menos bien de lo que desea.

   El problema de que sus estudios no vayan tan bien domo sería de desear radica en que el método que usan sus maestros, a base de memorizarlo todo aunque no lo entienda, no acaba de convencerle. Todas las tardes, menos los jueves en los que por la tarde no hay escuela, se dirige al grupo escolar para que don José y don Domingo le tomen la lección que es una pura repetición del contenido del manual de turno. No hay explicaciones, ni preguntas, ni aclaraciones. Llega, canta la lección, que los maestros siguen con el manual abierto ante ellos, estos se declaran satisfechos y hasta el siguiente día. Ese método para el muchacho es algo frustrante, por mucho que le digan que lo ha hecho bien.

   Tendré que buscarme la vida y encontrar la manera de que pueda memorizar los manuales con menos trabajo –se dice-, porque si no el curso se me puede hacer muy penoso. Y lo mismo ni siquiera apruebo. Dado su carácter apocado y su escaso coraje, el muchacho a veces tiende al pesimismo, lo que suele llevarle a ver la botella medio vacía. Y pese a que madre le insista en que ser negativo no lleva a ninguna parte, Sacarietes no puede remediarlo, ver la botella medio llena le cuesta Dios y ayuda. Quizás por eso, lo del alzamiento militar de Jaca lo ve del color de la uva pasa.

   Curiosamente, su preocupación se desvanece en cuánto llega a la escuela y contempla el edificio, construido durante la dictadura de Primo de Rivera. Es un centro amplio y luminoso, rodeado de una valla de mampostería con una reja de madera en la parte superior y que delimita el patio del recreo. Consta de dos plantas. En la de abajo hay cuatro espaciosas aulas ocupadas por las niñas –rige estrictamente el régimen de separación de sexos, pues niños y niñas no se juntan ni en los recreos-, un cuarto con inodoros y lavabos y una saleta con ganchos para colgar las prendas de abrigo, lo que induce a pensar que el tipo de escuela se hizo pensando en un clima menos templado y más lluvioso que el torreblanquino. Lo de los inodoros es toda una conquista, pues en la escuela vieja no los había y las deyecciones había que hacerlas al aire libre en alguno de los campos que la rodeaban. El piso superior es el ocupado por los niños y tiene la misma distribución que la planta baja, con la salvedad de que cuenta con una terraza frontal del mismo tamaño que el hall de la planta inferior, y en la que flamea la bandera nacional. Las aulas tienen amplios y luminosos ventanales, orientados al este los de la derecha y al oeste los de la izquierda. Y sí Zaca se siente a gusto en el centro es porque en él ha pasado algunos de los mejores momentos de su corta biografía. El edificio escolar es para él como su segundo hogar.

   Puesto que Zaca ha de estudiar, Paquito, el hijo del oficial que ayuda a padre, para no aburrirse ha de conformarse con jugar con Pedrito y Chimet hasta que el primogénito vuelve de clase. Entonces, se le pega a Zaca como una lapa que, poco amigo de abrirse a otros chicos y más si son forasteros, al principio le pone mala cara hasta que descubre que el chivertense es un chaval majo, que sabe encajar las bromas y hasta la ironía, a la que tan aficionado es Sacarietes. Y, justamente, a costa del gentilicio del forastero es como averigua Zaca que Paquito tiene buen talante.

   -¿Sabes cómo llamamos aquí a los de tu pueblo? –Pregunta Zaca que, sin esperar respuesta, agrega-: os llamamos gaspatxers.

   -¿Y eso qué quiere decir?

   -No lo sé, pero así es como os llamamos.

   -¿Y tú sabes la coplilla sobre tu pueblo que se canta en el mío? –Responde Paquito a quien no ha parecido molestarle lo de gaspatxers, e igualmente sin esperar respuesta añade-:Torreblanca cotxina, corral de vaques, la primera collita són carabasses.

      -Esa coplilla la conzoco, pero con una variante, la última estrofa es: són xiques guapes. Y nosotros también cantamos una cancioncilla sobre la gente de tu pueblo: quan ets gaspatxer, si no ets un porc ho arribaràs a ser.

   Y de esta forma tan pueril, comenzó a fraguarse una incipiente amistad entre ambos chavales. Quizás, Paquito sea el primer amigo de Zaca que no es del pueblo. La amistad entre los dos muchachos se consolidó de la forma más tonta. Zaca està intentando que Chimet dé sus primeros pasos cuando aparece el gaspatxer.

   -¿Qué haces?

   -Enseñarle a andar, pero no hay manera.

   -Te voy a enseñar un truco que he usado con mis hermanos chicos –El chaval entra en casa y sale al momento portando un trozo de hilo de coser.

  -Chimet, coge el hilo bien fuerte.

   El benjamín de la família ase el extremo del hilo y Paquito coge la otra punta.

   -Ahora, yo daré un paso y tú daràs otro. Como te sujeta el hilo que tienes en la mano no te puedes caer –Paquito avanza un paso y Chimet, tras un corto titubeo, da un primer pasito vacilante.

   -Ves que fàcil. Ya sabes andar.

   Lamentablemente, el trabajo de los tendidos eléctricos terminó y ambos chivertenses –padre e hijo- regresaron a su pueblo. Zaca vuelve a quedarse más solo que la una. Debe de ser su sino.  Y se vuelve a centrar en la lectura de tebeos y novelas baratas, en las que se solaza con las heroínas de papel, ya que las reales siguen sin gustarle. Y también disfruta de la visión de las pelis que ponen en el cine de Les Hostaleres, que alimentan y acrecentan su fantasía y poco más. Y día a día, el recuerdo del gaspatxer, que llegó a ser casi amigo, se va borrando de su mente hasta convertirse en una imagen borrosa como si nunca hubiera existido. El solitario vuelve adónde solía.

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 25 de la novela “El masover”, titulado: El país se acuesta monárquico y amanece republicano

domingo, 15 de junio de 2025

Post. El estruendo del silencio

   Sufro, desde hace muchos años, hipoacusia severa y progresiva. En otras palabras, oigo menos que un buzón de correos. De vez en cuando, cuando salgo a pasear –mi única actividad física- por el campus de la Complutense, al llegar a la calle me doy cuenta de que olvidé ponerme los audífonos, sin los cuales  me sitúo en el mismo rango auditivo que los receptáculos del servicio postal.

   No podéis imaginaros lo que supone callejear sin percibir ningún sonido. Ves pasar los coches y no oyes nada; arranca un bus y no oyes nada[CM1] ; te cruzas con gente que va charlando, y que casi te roza, y no oyes nada; avistas una moto que parece petardear y no oyes nada; se mueven las copas de los árboles porque sopla el viento y no oyes nada. La sensación que percibes es como si el mundo hubiese sufrido un cambio abismal. Como si anduvieses por un planeta irreal en el que el silencio es lo único que cobra vida[CM2] . Las personas que andan a tu alrededor te parecen entes de cartón a los que alguna extraña clase de magia ha puesto en movimiento, pero no les ha dotado de voz. Son como robots de forma humana, pero silentes. Y, aunque estás rodeado de una multitud, te sientes solo, más que nunca.

   Lo único que los sordos oímos es el estruendoso sonido del silencio, lo que nos lleva a sentirnos solos en una sociedad que no ha perdido la voz, pero que para nosotros es silente. Silencio y soledad, en eso se resume la sordera.


 [CM1]

 [CM2]

martes, 10 de junio de 2025

23. “El masover”. Who is who in Torreblanca?

Don Francisco Escartín, el nuevo maestro que acaba de llegar a Torreblanca, después de la amable acogida que le dispensó el señor Zacarías, aprovecha cada ocasión que se ve con el llumero, para seguir preguntándole sobre el pueblo y su gente.

    -Me dijo que las fincas son pequeñas, ¿por qué?

   -Porque existe la costumbre de que todos los hermanos, varones y hembras, se repartan a partes iguales la herencia familiar, con lo que, al correr los años, las fincas se van dividiendo una y otra vez y, tras varias generaciones, los campos, que a lo mejor un día fueron grandes, quedan reducidos a parcelas insignificantes. Por eso, casi todo el mundo tiene fincas, pero en muchos casos apenas dan para vivir, de ahí que algunos propietarios han de trabajar ocasionalmente como braceros para allegar más ingresos. Por otra parte, los labradores nunca pueden estar seguros de las cosechas, ya que estas dependen de si llueve o no cuando debería, de si hace calor o frío y de otras circunstancias incontrolables. Y al ser los campos pequeños, también lo son las cosechas y cualquier alteración puede suponer notables mermas de sus ingresos.

Una consecuencia indirecta de ello es que los que tenemos un jornal asegurado somos vistos, de algún modo, como unos privilegiados,

   -O sea que son minifundistas –resume el maestro. El llumero no sabe qué es minifundista, pero no lo pregunta, piensa que es mejor no mostrar ignorancia-. Entonces, aquí todos viven de la agricultura –resume el aragonés.

   -¡Hombre!, todos no, pero un ochenta por ciento, seguro, entre los que son propietarios y los que trabajan de jornaleros. No viven directamente de la agricultura los tenderos, los empleados de compañías de fuera, la gente de los oficios como los albañiles, carpinteros, herreros y demás, y las personas de carrera como usted. Por cierto, hablando de compañías de fuera, la que más empleados tiene es la Compañía de Ferrocarriles del Norte de España que gestiona el ferrocarril Valencia-Barcelona. Y lo es porque entre Torreblanca y el pueblo que hay al norte, Alcalá de Chivert, hay una subida bastante prolongada, el llamado Coll d´Alcalà, y los trenes necesitan tracción más potente para subirla. Por eso aquí hay un retén de refuerzo con locomotoras, a las que llaman las dobles, que las enganchan a los trenes hasta la estación de Alcalá. Y, claro, el retén necesita de maquinistas, fogoneros, personal auxiliar y demás. A ese personal hay que sumar la existencia de una brigada de vías y obras, más los ferroviarios de la estación, con lo que el número de empleados en el ferrocarril alcanza una cifra significativa.

   -Y de sus manías y costumbres, ¿qué me dice?

   -De las manías no sé qué decirle, y de las costumbres bien poco… La gente se tutea, pero los hijos, aunque sean mayores, hablan de usted a sus padres y, en general, a las personas mayores, a las que suele anteponerse al nombre la expresión de tíos y tías. Casi todas las familias tienen un apodo por el que se nombra a todos sus miembros y cuyo origen, en la mayor parte de casos, se pierde en el tiempo. A la palabra dada se la valora y acusarte de que no la tienes es una grave ofensa. Un ejemplo: cuando la gente vende la cosecha, el negocio se hace de palabra, no hay documentos escritos. Una costumbre curiosa: cuando hace calor, después de cenar, los vecinos sacan unas sillas a la puerta de casa para tomar el fresco y es una falta de cortesía no saludar a esos grupos si pasas por su calle. Las puertas de las casas están abiertas o cerradas solo con picaporte, porque aquí nunca pasa nada y, si pasa, la Guardia Civil se encarga de arreglarlo en un pispás. De lo suyo, de leer y escribir, suelen ir justitos, pues la mayoría, después de la etapa escolar, no vuelve a tocar una pluma o abrir un libro por lo que, con el paso de los años, olvidan la mayor parte de lo que sus maestros les enseñaron que, además fue en castellano, lengua que usan poco.

   -Es decir, que se convierten en analfabetos funcionales –sintetiza don Francisco.

   -Lo que usted diga –corrobora el llumero que no tiene ni repajolera idea qué es un analfabeto funcional, pero sigue sin querer mostrar su ignorancia.

   -¿Y qué me dice del who is who? –Al darse cuenta de que su paisano no ha entendido la pregunta en inglés, aclara-: Es decir, ¿quién corta el bacalao en el pueblo?

   -En teoría, en lo civil manda el alcalde de turno que, dados los constantes bandazos políticos, cambia con frecuencia, pero lo que es cortar el bacalao quien lo corta es el cacique de turno, como en casi todas partes. Solo he conocido un alcalde que mandaba de verdad, don Eduardo París. Le contaré una anécdota que le retrata. El pueblo tenía, como ahora, las calles de tierra y sin aceras, hasta que el alcalde París, con dos cojones, hizo la primera acera, desde la puerta de la Iglesia hasta la puerta de su casa. Cuando le acusaron de corrupto, contestó: Si todos los alcaldes que ha habido en Torreblanca hubiesen hecho lo mismo, todas las calles del pueblo tendrían aceras. Los tenía bien puestos París. En el orden público, manda el cabo de la Guardia Civil. En lo tocante a la iglesia, el señor cura y el vicario, cuando lo hay. Y en los pleitos, el juez de paz. Pero hoy por hoy quién tiene la sartén por el mango y el mango también; o sea, el cacique de turno, trabaja cerca de usted. Es su compañero, don José Domingo, quien es el cacique.

   -¡Qué raro, que un maestro sea el cacique del pueblo! –se extraña don Francisco.

   -No es tan raro. Verá, aquí hay media docena de familias ricas, lo que quiere decir que tienen muchas propiedades y, como ocurre en otras partes, alguien de esas familias debería ser el cacique, pero a sus miembros les falta un mínimo de cultura, de mano izquierda y casi todos están muy identificados con los partidos políticos que han mangoneado el gobierno de la nación desde la mayoría de edad de Alfonso XIII. En cambio, a don José Domingo, también conocido como Parra que es el apodo familiar, le sobra cultura, tiene mano izquierda como para parar un tren y es de los que se arriman al sol que más calienta, también es el único natural del pueblo con carrera y además tiene un pico de oro. Por lo que ejercer de cacique le vino rodado. Por cierto, el alcalde actual se llama Agustín Pitarch, más conocido como Agustinet  de Vèlo; el juez de paz Vicente Fabregat, pero quien maneja el juzgado es el secretario, don Domingo Calvo; el párroco se llama mosén Francisco Fumadó, pero todo el mundo le llama por el apellido, y el vicario, mosén Florencio Miralles, y a éste le llaman por el nombre, cosas de los pueblos. Contamos con dos médicos de asistencia domiciliaria, don Eulogio Ripollés y don Joaquín Queralt; dos boticarios, don Eduardo Leuba y don José Gauchía; un veterinario, don Avelino Palomar y una comadrona, la señora Prudencia. Los titulados que acabo de citar, amén de los maestros, son las únicas personas con carrera del pueblo. Los demás no hemos pasado de la escuela primaria y hay bastante gente que no sabe hacer la o con un canuto.

   -¿Y están muy politizados?

   -En general, no. Cada partido, que son más o menos los mismos de carácter nacional, tiene un grupito de radicales, pero sobran dedos en las manos para contarlos. Y que son los que conforman el ayuntamiento cuando los suyos ganan las elecciones. Pero si hubiese un partido que agrupase a los que no votan sería el que siempre ganaría, pues en las elecciones suele votar poca gente, salvo en las municipales.

   -¿Y aquí también hay independentistas como en Cataluña y en Las Vascongadas?

   -En absoluto, aquí todo el mundo se considera valenciano y, por tanto, español. Ahora, eso sí, están convencidos, como dicen ellos, de que viuen en el rovellet de l’ou. Vamos, de que viven en el mejor sitio del mundo.

   -Eso pasa en todas partes. En Valdelinares nos ufanamos que tenemos la mejor agua de todo Aragón. ¿Y de fiestas cómo andan?

   -Las fiestas patronales comienzan el 24 de agosto, festividad de San Bartolomé, patrono del pueblo. Y suelen durar alrededor de una semana. Hay dos días de iglesia y las otras jornadas se centran en los toros, que aquí gustan mucho. En la plaza mayor se monta una plaza con los carros de los labradores, que también se aprovecha por la noche para bailes y algún que otro espectáculo de zarzuela o de varietés. Y el 17 de enero son las fiestas de San Antonio que cada año organiza una calle, pero que disfruta todo el pueblo. Y en la que tampoco faltan los toros.

   -Y para no cansarle más, la última: ¿y de la manduca, cómo andan?

   -La mayoría de la gente come de lo que cosecha, lo que supone que la mayor parte de los guisos son a base de verduras, hortalizas, legumbres y cereales. A la carnicería se va poco, lo mismo que a la pescadería. Y hay una pastelería, pero que tampoco vende mucho. No es un pueblo en que se pase hambre, pero lujos los justitos.

   -Bueno, viniendo de un pueblo de pan tomar como es nuestro caso, las oportunidades que se ofrecen aquí pueden ser un lujo para mis chicos.

   La primavera ha llegado y los campos se llenan de flores, la hierba crece con ganas, la chiquillería está más revoltosa que nunca y a los adultos se les ve como más felices. Zaca piensa que así debe de ser en los demás pueblos de la vieja piel de toro pero, en sus últimas paradas para escuchar lo que los tertulianos del Pincho cuentan, descubre que no es así, al menos en lo tocante a la política nacional. Parece que las controversias políticas van de mal en peor y la división de la sociedad en dos mitades antagónicas se ahonda y consolida. Por lo que el gobierno del almirante Aznar ha pensado que quizá unas elecciones clarifiquen la situación. Darle voz al pueblo siempre es bueno en una sociedad democrática y el régimen monárquico de Alfonso XIII, aunque notablemente imperfecto, lo es. De esas próximas elecciones se hace eco Zaca.

   -Tío Joaquín, he oído en el Pincho que, para el 12 de abril, habrá elecciones municipales. Recuerdo haber oído otras veces hablar de elecciones, pero no sé lo que son.

   Su tío se lo explica y antes de que el chico le endose la siguiente pregunta y, como sabe lo preguntón que es, le para los pies.

   -Y, por hoy, basta de preguntas.

   El chico se lo ha estado pensando mucho, porque sabe que a padre lo de la política no le viene de cara, pero al final se ha dicho que poco puede perder y se lanza a preguntar.

   -Padre, ya sé que los niños no podemos votar, pero me gustaría ver como se vota, solo por curiosidad. ¿El domingo me podría llevar con usted a lo de las elecciones?  

   Al señor Zacarías la pregunta de su retoño no le ha hecho ni pizca de gracia. Llevar a su primogénito al colegio electoral no entra en sus planes. Y piensa las paradojas que se dan en la vida: él, que detesta la política, tiene un hijo al que, a pesar de que es un crío, parece que le gusta o, al menos, se interesa por ella. ¿De dónde habrá salido este mocete?, se pregunta. Mientras, Zaca espera, expectante, la respuesta de padre.

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 24 de la novela “El masover”, titulado:  Un gaspatxer casi amigo