martes, 24 de junio de 2025

25. “El masover”. El país se acuesta monárquico y amanece republicano


   La pregunta de su hijo mayor sobre si le puede acompañar cuando vaya a votar en las próximas elecciones municipales del 11 de abril, no le ha hecho ninguna gracia al señor Zacarías, por lo que su respuesta tiene la intención de que el chico se eche atrás.

   -Tendrás que madrugar, porque quiero votar a primera hora, así tendré el resto del domingo libre.

   El chaval, ante la vaga respuesta de padre, interpreta que como no se ha negado podrá acompañarle. A raíz de este corto diálogo sobre las elecciones, madre cuenta que Pepa la de Amparo, la mujeruca que le ayuda en la colada semanal, le ha confesado que uno de la familia de los Blascos le ha querido comprar su voto por cinco duros. Lo que no especificó es si lo vendió o no.

   -Padre, ¿los votos pueden comprarse? –quiere saber, curioso, Zaca.

-La compra del voto es una práctica extendida, quizás más en las municipales que en las generales. Pero está mal hecho, tanto venderlos como comprarlos -El muchacho, en principio, toma nota de ello, pues desconoce tal práctica, pero tras pensarlo un instante lo desecha, una bobada más de las muchas que se gastan los mayores.

   No es nada habitual que, a las ocho y pico de la mañana de un domingo, los alrededores del grupo escolar estén tan concurridos como ocurre hoy. Se ve que muchos electores han pensado lo mismo que el llumero y hay varios corros de personas, todos varones -pues las mujeres no tienen derecho al voto en una sociedad que las considera ciudadanas de segunda-, esperando a que abran las puertas del centro docente, hoy convertido en colegio electoral. La mayoría de los que aguardan visten las blusas negras de los domingos y solo el señor Sacaríes y Macario, el estanquero, llevan chaqueta. Cerca de los lugareños, una pareja de la Guardia Civil, con el fúsil terciado, impone un temeroso respeto a los que esperan. Además del alcalde, el juez de paz y el secretario del ayuntamiento, varias personas más han entrado en el edificio, y alguien susurra que son los componentes de las cuatro mesas electorales ubicadas en el recinto escolar. Zaca, que ha acompañado a padre, se apunta en la memoria otra cosa que no sabe: qué es una mesa electoral. Pasados varios minutos de las nueve, el alguacil abre la puerta del colegio y los que formaban los corros se distribuyen por las distintas mesas en las que les toca votar.

   En el tablón de anuncios del centro hay una serie de listas que son las que ojea padre para saber en qué mesa debe votar, mesas que están ubicadas en las aulas de la planta baja y que corresponden a las clases de las niñas. En cada mesa hay cinco personas, a muchas de las cuales conoce el muchacho. Encima de cada mesa hay una caja -padre le ha dicho que se llama urna- en la que la gente  va depositando las papeletas que, previamente, han cogido de una mesa grande en la que están los votos para los distintos partidos que se presentan a las elecciones. El chiquillo se ha acercado a la mesa de las papeletas a curiosear y lee algunas de ellas. Contienen listas de nombres de gente del pueblo, de los que Zaca conoce a muchos. Como, al parecer, en el consistorio solo había tres urnas de cristal, han tenido que fabricar otra más con una caja de cartón sellada con cola de carpintero y en la que han hecho una ranura en la parte superior para depositar los votos.

   La mayor parte de los electores vota con rostro más bien serio, como si estuviesen llevando a cabo una grave función, aunque hay algunos que se lo toman a la ligera y bromean con los miembros de la mesa. Cuando le llega a padre el turno de votar, que previamente ha recogido una papeleta y la ha metido dentro de un pequeño sobre, primero muestra al secretario de la mesa su cédula personal para acreditar su identidad. Detalle que al chaval le parece una idiotez, pues si hay una persona en el pueblo a quién todo el mundo conoce es al llumero, ya que entra en la inmensa mayoría de casas, al menos, dos veces al mes. Tras haberse identificado, un miembro de la mesa ha comprobado que el nombre del llumero figura en la relación de ciudadanos con derecho al voto, tras lo cual le devuelve su cédula. Entonces, padre da su voto al presidente que lo mete en la urna y, al tiempo, dice: vota.

   -¿Este es tu chaval, el que estudia para bachiller? –pregunta al llumero uno de los vocales.

   -El mismo –responde padre, muy orgulloso.

   ¿Y esto es todo?, se dice el muchacho, defraudado por lo soso y rápido del proceso de votación. Tanto hablar de elecciones y de la consiguiente votación y resulta que es así de simple, piensa el chico. No acaba de comprender por qué la gente mayor le da tanta importancia a un proceso que no tiene nada de solemne ni de apasionante. Se dice que quizá no lo ha entendido al ser un niño, pero es que, visto lo visto, no hay mucho que entender. De todas formas, por si se le ha escapado algo, pregunta:

   -¿Ya está, padre?

   -Sí, ya he votado.

   -¿Y a quién ha votado?

   -El voto es secreto.

   Otra chorrada más de los mayores, piensa el chaval, pues los que votan podrían decirle al que manda en cada mesa el nombre del vecino que quieren que sea alcalde y toda esta historia de la votación podría eliminarse. ¡Y para esto me he pegado el madrugón siendo domingo! No me pasará más veces, se dice el chico. Cuando salen del grupo escolar, los alrededores se han despejado y, aparte del goteo individual de electores, solamente la pareja de civiles siguen estando apostados en la calle Sitchar, en la que está situado el grupo escolar.

   Las conclusiones que saca el chico del asunto de las elecciones son escasas: que es un proceso aburrido, que podría simplificarse y que los mayores lo sobrevaloran. No comprende por qué a todo lo concerniente a la política se le da tanta importancia. Y decide olvidarse del asunto de las elecciones.

   Esa misma tarde del domingo, y antes de asistir a la sesión vespertina de cine, Manolo Pitarch, que tiene una hermana mayor que le gusta estar al día sobre lo que se dice en la calle, cuenta a Zaca que se rumorea que en el pueblo van a ganar los partidos de derechas, aunque los republicanos van a sacar más votos que en ocasiones anteriores, especialmente el PSOE y el Partido Republicano Radical de Lerroux. Que nombre tan raro, piensa Zaca, parece francés.

   -¿Es que ya han abierto las urnas? –pregunta el chaval.

   -No las abren hasta las ocho.

   -¿Entonces…?

   Por toda respuesta, Manolo le guiña el ojo, como dando a entender que sabe de qué habla. Como el muchacho de lo poco que tiene claro sobre el mundo de la política es que los partidos, así como los políticos, se dividen en derechas e izquierdas, la pregunta viene de suyo.

   -Pero entonces ¿quiénes han ganado, las derechas o las izquierdas?

   -Los de siempre, los de derechas. Tere me ha dicho que más vale malo conocido que bueno por conocer.

   -Si es así, seguirá de alcalde el tío Agustinet.

   -Eso está por ver.  ¿Qué película ponen esta tarde? –A partir de esa pregunta, Zaca arrincona en su mente las elecciones. Le ha quedado claro que son cosas de mayores y que a los chicos, en general, y a él, en particular, ni le van ni le vienen.

   El lunes, 13 de abril, Zaca vuelve de dar la clase que cada vez es más pesada, pues desde primeros de mes ha de preparar tres lecciones diarias, ya que los exámenes de junio se acercan y quiere aprobar a toda costa, no puede decepcionar a todos los que han puesto su confianza en él. Por eso no piensa quedarse los veinte minutos, aproximadamente, que suele detenerse en la terraza del Pincho, pero cambia de criterio al ver que los tertulianos están metidos en un debate de alto voltaje. El tema sobre el que discuten lo está contando, de forma apasionada, don Eulogio, poseedor de uno de los aparatos de radio más potentes de la localidad, en opinión de padre, que de eso entiende.

   -A las diez y media de esta mañana, el presidente del Consejo de Ministros, ha entrado en el Palacio de Oriente para celebrar el Consejo de ministros. Los periodistas le han preguntado sobre si habrá crisis de gobierno, ¿y sabéis qué ha contestado? –Y sin esperar respuesta, agrega-: ¿Qué más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta monárquico y se despierta republicano? –La frase desata un aluvión de preguntas entre los que rodean a don Eulogio.

   -Por favor, si habláis todos a la vez, no hay manera de entenderse. A ver, Avelino, tú que eres el que más grita, repite tu pregunta.

   -¿Eso es que se sabe el resultado de las elecciones?

   -Solo se conocen resultados provisionales. Al parecer, el número de concejales monárquicos es bastante mayor que el de republicanos, aunque en las ciudades el resultado es inverso, la tendencia republicana ha triunfado en cuarenta y una de las cincuenta capitales de provincia. Por ejemplo, en Madrid los concejales republicanos triplican a los monárquicos y, en Barcelona, los cuadruplican.

   -¿Y qué pasará ahora con el Rey? –quiere saber Julio, el barbero. El médico, en un gesto muy suyo, se encoge de hombros, pero don Rodolfo es quien contesta.

   -Para mí que al Rey le huele la cabeza a pólvora. Habrá que estar atentos a lo que dicen los periódicos y la radio.

   El chaval no ha comprendido demasiado bien la explicación dada por el médico. Hay un dato que es numérico y, acaso como la aritmética es lo que peor lleva, no acaba de entenderlo. Si los que han votado a favor del Rey son muchos más de los que han votado a la república, todo debería seguir como antes, ¿o es que los votos de los que viven en las ciudades valen cuatro veces más que los de aquellos que habitan en los pueblos? ¿Por qué ha de estar preocupado el Rey? No lo entiendo, se dice. Desde luego, o la gente mayor hace cosas que no son lógicas o los niños no las entendemos. Lo que si le queda claro es que el resultado de las elecciones es como la primera parte de una novela de misterio, pero que la trama de la segunda parte puede ser muy diferente. Habrá que seguir parando en la terraza del Pincho para ver cómo termina este relato, y concluye; ¡vaya con las elecciones!, menuda pérdida de tiempo que se montan los mayores. Aunque reconoce que eso de que España se haya acostado monárquica y se haya levantado republicana tiene su gracia, pero piensa que al Rey maldita la gracia que le hará, a pesar de que siga mandando.

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 26 de la novela “El masover”, titulado: Nace la II República y no trae un pan bajo el brazo, pero sí muchas esperanzas

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