martes, 27 de mayo de 2025

21. “El masover” Vivim en el rovellet de l´ou

 Las navidades de 1930 han sido para la familia Clavijo cómo la de otros años. Los niños han puesto el modesto belén en el que cada año hay menos figuritas pues a veces se rompen, pero las más importantes siguen ahí: las del establo, algunos pastores, los reyes magos a lomos de sus camellos, y tampoco falta el río hecho con papel de plata. A todo ello padre ha añadido este año un molino de viento hecho con un aislador de bakelita. Los niños han cantado los villancicos de siempre, más uno nuevo que  aprendieron en la escuela y que comienza así: Al cañaveral espeso, una caña fui a cortar… pues, pese a que en el pueblo casi todo el mundo es valenciano-parlante, en la escuela las clases se dan en castellano. Y a pesar de que los Clavijo no son de los más practicantes, toda la familia asistió a la misa del Gallo y al finalizarla se pusieron en la cola para besar al Niño Jesús que portaba mosén Fumadó.

   El día de Navidad, madre preparó una gallina en pepitoria y el día de Año Nuevo hizo canelones. La gallina no le ha gustado al inapetente Zaca, pero los canelones se los comió bien. No han faltado los turrones, el mazapán, los polvorones y una botella de sidra de la marca El Gaitero, de la que solo han dejado probar unas gotas a los niños mayores. No han existido lujos, pero no ha faltado lo básico. Y sobre todo, en el seno familiar ha habido una cierta sensación de paz porque, pese a algunas estrecheces pecuniarias, la vida de los Clavijo se va desarrollando más bien que mal. Como suele recordar madre mostrando un desconocido talante estoico: tenemos salud que es lo que importa, todo lo demás es prescindible.

   Pasadas las celebraciones, la vida retoma su curso habitual: padre a su trabajo, madre a sus labores, Zaca a seguir con el bachillerato, Charito a la escuela de doña Amparito, Pedrito a la escuela de los cagones y Chimet a los brazos de madre.

   Hoy, el primogénito, cuando volvía de clase, ha hecho la parada habitual en el café del Pincho pues, a pesar de estar en invierno, estos suelen ser muy suaves en Torreblanca y, salvo algún día en que llueve o sopla la tramontana, las terrazas de cafés y tabernas siguen abiertas, y los adictos al juego continúan con sus partidas y, tras finiquitarlas, comienza la tertulia en la que los asuntos de la política nacional ocupan un lugar preferente. Y aunque al chico la política sigue sin interesarle lo más mínimo, su innata curiosidad le impele a enterarse, por medio de esa especie de diario oral que es la tertulia, de cuanto ocurre en el mundo y, en especial, en el país. Los comentarios de hoy giran en torno a que la vida de la nación se está deteriorando a marchas forzadas, pues la división de la ciudadanía en dos grupos antagónicos: monárquicos y republicanos, se ahonda por momentos. El chico no entiende todo lo que se comenta y, como no se atreve a preguntar a padre, ha tenido que buscar a otros miembros de la familia para que le ilustren, los dos hermanos de madre: el tío Joaquín y el tío Antonio, y el hermano pequeño de padre, el tío Miguel. Los tres son jóvenes y escasamente interesados en los asuntos políticos, pero se han ofrecido a explicarle aquellos hechos y conceptos que van más allá de los saberes del chaval.

    -Hablan del gobierno del general Berenguer como de una dictablanda, ¿qué es eso?

   -Así llamaban también al gobierno de Primo de Rivera. Supongo que es una dictadura menos dura que otras, como las de Mussolini o de Hitler –explica el tío Joaquín.

   -Según contó don Avelino, el Rey ha nombrado nuevo presidente de gobierno a un almirante llamado Aznar y este ha formado un gobierno de concentración monárquica. ¿Eso qué quiere decir?

   -De seguro, no lo sé, pero imagino que será porque tendrá muchos ministros monárquicos –especula el tío Antonio.

   -Y así debe de ser, porque uno de los ministros es el conde de Romanones –confirma el tío Miguel.

   -¿Quién es Romanones? –repregunta el chaval.

   -Sobrino, eres un pesado ¿no te cansas de preguntar? –le dice Antonio.

   No, el chaval no se cansa, tiene una curiosidad inabarcable, y hecho, palabra o concepto que desconoce, pregunta al canto, porque su libreta de los secretos la tiene prácticamente llena y está harto de la respuesta genérica de que cuando seas mayor lo entenderás. Con eso se ha conformado hasta ahora, pero ya no le vale, intuye que si quiere conocer a fondo el mundo de los adultos, en el que, más pronto que tarde, le tocará vivir, no debe esperar a ser mayor, cuanto antes sepa más de ese mundo, más preparado estará para afrontarlo con alguna garantía de que sabrá desenvolverse en el mismo. Por eso, no le importa que le llamen pesado, cansino, preguntón y hasta fisgón –que tampoco sabe qué es-. Mucho le está ayudando el Diccionario Enciclopédico Ilustrado de la Lengua Española, de la editorial Sopena de Barcelona, que le regaló hace poco la tía Emilia y que le está evitando cansar aún más a los mayores.

   En el grupo escolar del pueblo, en septiembre pasado, se incorporó un nuevo maestro, don Francisco Escartín, que ha obtenido la plaza por concurso de traslados desde la turolense localidad de Mora de Rubielos. Estuvo en la oficina de la LUTE –que es lo mismo que decir en casa de los Clavijo- para solicitar el alta de la luz eléctrica y la instalación del correspondiente contador. El señor Sacaríes, cuando se enteró de la procedencia del docente, pegó la hebra con él, pues Mora está muy cerca de Alcalá de la Selva, de la que es natural la familia de los Clavijo.

   -En Alcalá de la Selva, solo estuve una vez para visitar el Santuario de la Virgen de la Vega, que todo lo que tiene de sobrio por fuera lo tiene de barroco por dentro -comentó el maestro, que añadió-: ¿Y hay muchos paisanos nuestros en el pueblo?

   -Que yo sepa, de la comarca de Gúdar solo estoy yo. ¿Usted de dónde es? –En Torreblanca a todos los individuos con carrera se les antepone el don sin excepciones, y lo mismo a sus esposas o maridos, aunque sean iletrados.

   -Soy de Valdelinares. Y entre paisanos, ¿qué me puede contar del pueblo en general? –El maestro, de momento, se contenta con generalidades, tiempo habrá de ahondar la relación y formular preguntas más concretas y comprometidas.

   -El pueblo tiene unos 3600 habitantes. La población es llana, de calles espaciosas y edificios generalmente de una o dos plantas. Tiene luz eléctrica, fuentes públicas de agua potable y lavaderos públicos. Se habla mayoritariamente el valenciano, aunque todo el mundo entiende el castellano y, mejor o peor, también lo chamulla. Dista unos 40 kilómetros de Castellón y 3 del mar, en el que hay un barrio o, mejor dicho, una pedanía llamada Torrenostra. Los productos que más se dan son: naranjas, aceite, algarrobas, almendras, cereales, pesca, y hay un yacimiento de turba en el prado pantanoso junto al mar. Tiene buenas comunicaciones, pues cuenta con ferrocarril y coche de línea a Castellón y también hay dos ordinarios, Trinitario el Chato y Paco Traver,  que viajan a la capital una vez a la semana.

   -Y ese barrio o pedanía llamada Torrenostra, ¿cómo es?

   -Es un poblado de pescadores. Tiene alumbrado eléctrico, fuentes de agua potable y algunas tiendas. La playa reúne buenas condiciones para tomar baños de mar aunque son escasos los visitantes forasteros, y es un punto de salida de bastante pesca. Aunque la gente del pueblo vive de espaldas al mar y a los pescadores.

   -¿Y hay industria?

   -No, salvo que quiera llamar industria al aprovechamiento del yacimiento de turba, en la que trabajan una decena de braceros, o las dos fabriquitas de jabón y de lejía en la que solo trabajan el dueño y un operario, o los tres molinos de aceite. Como para muestra vale un botón, solo le diré que al único edificio al que llaman la Fábrica es una vieja central eléctrica de carbón que está abandonada desde hace años.

   -¿Y de esparcimientos cómo andan?

   -Lo que más abunda son las tabernas y además hay cuatro cafés: el de Arturo, Les Catalanes, el de Manolo el Pincho y el de Agustín el Meme. También tenemos dos cines y dos terrazas que funcionan como cines de verano, que ponen películas los jueves, sábados y domingos en sesión de noche y los festivos y domingos en sesión de tarde. Hay una compañía de aficionados al teatro llamada Juventud Alegre, que de vez en cuando monta alguna obra. Y algunos domingos y días de fiesta se organiza un baile en una de las terrazas de verano. Hubo un cura que organizó bailes regionales, pero solo funcionó un año, pues lo que gusta a la juventud es el baile agarrado. También hay un trinquete y un campo de fútbol. Ah, y existen tres casas…–va a decir putas, pero busca un eufemismo- de pelanduscas. Y no sé qué más puedo contarle.

   El tiempo pasa y ambos turolenses estrechan su relación y, al saber que uno de los chicos del docente cursará el próximo año primero de bachillerato, el señor Sacaríes le ha prometido que le pasará los libros de ese curso que ahora está usando su hijo. Afianzada la relación, el de Valdelinares ve llegado el momento de preguntar a su paisano sobre los torreblanquinos: sus costumbres, sus manías y todo cuanto quiera contarle.

  -Bueno, aquí, como en nuestra tierra, hay toda clase de personas. En general, puede decirse que no son mala gente. Muy trabajadores, aunque les gustan más las fiestas que a un tonto un lápiz. Son bastante generosos con lo que les sobra que no es demasiado porque, aunque en parte es tierra de regadío, los campos son muy pequeños y las cosechas, a veces hasta dos al año, también son cortas. De esas cosechas viven y lo que les sobra es lo que venden a los comerciantes de frutas y verduras, de los que hay varios. Como en todos los pueblos pequeños, la gente es muy aficionada a los rumores, bulos y cotilleos. A los que no somos de aquí al principio nos miran con cierto recelo, hasta que con el paso del tiempo dejas de ser un foraster, que es como llaman a los de fuera. Y no sé que más puedo contarle.

  -Contarme no sé, pero si puede hacer algo por mí. Puesto que somos paisanos y he comprobado que es un hombre que se viste por los pies, podríamos tutearnos, ¿no te parece?

   -Verá usted, don Francisco, aquí existe la costumbre de que a las personas con carrera, como es su caso, siempre se les antepone el don al nombre. Y yo soy de los que no les gusta romper las costumbres. Por lo tanto, muchas gracias por su ofrecimiento, que valoro en su justa medida, pero, si no le importa, seguiré llamándole don Francisco o don Paco, como prefiera.

   A grandes rasgos, así era la Torreblanca de 1931 en la que residía la familia Clavijo. Un pueblo mediterráneo, pero que vivía de espaldas al mar que tan cerca tenía. Un pueblo que dependía de la agricultura para subsistir, pues no existía ninguna industria ni visos de que la hubiera en un mañana incierto. Un pueblo cuyos habitantes no tenían expectativas de futuro y se conformaban con un presente mediocre. Un pueblo que, a su manera, era relativamente feliz, pues los naturales practicaban, quizás sin saberlo, la filosofía del carpe diem. De ahí que cuando els torreblanquins se sentían eufóricos alardeaban aquello de vivim en el rovellet de l´ou. Y lo más chusco es que creían a pies juntillas que vivían en la yemita del huevo. Es decir, en el mejor lugar del mundo mundial. Hay que entenderles. Viajaban poco.

           

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 22 de la novela “El masover”, titulado: Los masoveros del Mas del Canònge

No hay comentarios:

Publicar un comentario