Si alguno de sus amigos le llega al alma a Zaca es Joaquín Pifarré, el amigo entre mil. Y eso que más diferentes no pueden ser. No sólo físicamente, también de carácter y temperamento. Algunas cosas les igualan: los padres son empleados de compañías foráneas y no son oriundos del pueblo. Son los primogénitos y su futuro, dada la carencia de bienes raíces de sus familias, y las aspiraciones de sus padres, no parece que vaya a estar ligado al cultivo de la tierra. En todo lo demás, las diferencias son notables, pero como escribió Pascal: el corazón tiene razones que la razón no comprende. Acaso por ser tan distintos y, a la vez, complementarios, o por lo que fuera, lo cierto es que desde muy niños se convirtieron en inseparables.
-¿Qué te pasa. canijo, tienes murria?
-Madre me ha reñido porque le he pegado unas collejas a Pedrito. Me ha dicho que, como vuelva a hacerlo, vendrá el Hombre del Saco y se me llevará. ¿Tú sabes adonde lleva los niños el Hombre del Saco?
Pifa se encoge de hombros y no contesta, porque desde muy niño ha sido refractario al Hombre del Saco, al Coco y al Tío Camuñas. El espìgado amigo de Sacarietes no le tiene miedo a nada y a nadie. Bueno, acaso un poco a su padre que gobierna la familia con mano firme.
Pifa no es un cero a la izquierda para los demás, como lo es Zaca. Porque tiene la voluntad de un hombre; se le tiene en cuenta en su casa y en la calle. Y es que, pese a sus pocos años, posee personalidad y un talante hiperactivo que le lleva a pelearse con frecuencia con otros chavales y casi siempre sale victorioso, aunque a veces con algún que otro moratón. De hecho, esa fue la causa por la que se hicieron amigos. La cosa ocurrió tal que así.
Uno de los grandullones de la escuela, un tal Plácido, en el partidillo del recreo, sin que mediara provocación alguna de Zaca, le empujó y lo echó al suelo. El chico, en vez de defenderse, lloriqueó y protestó tímidamente. Cuando el abusón fue a patearlo, otro niño, tan alto como Plácido, y nuevo en la escuela, se encaró con el atacante.
-Oye tú, déjalo. No te ha hecho nada. Vale con el empujón.
-¿Y tú quién eres para decirme lo que le puedo o no hacer al mierda este?
-Uno que no le gusta que se aprovechen de los canijos.
-¿A que te doy una mano de hostias?
-Pruébalo, si eres tan loco.
Fuera por el gesto decidido del chaval, erigido en defensor del caído, o por el brillo acerado de sus ojos, el abusón optó por no meterse en peleas.
-Te puedes quedar con ese tonto del haba. Foraster tenías que ser para meterte a salvador de mierdecillas.
Y desde ese día Pifa y Zaca son amigos. Al niño Clavijo no han vuelto a sacudirle. Tiene quien le respalda. El primogénito de los Pifarré, familia recién llegada al pueblo, ya no es un solitario. Tiene un amigo. En el dúo, Clavijo es el reflexivo, el pesimista y el analítico, y Pifa el ejecutor, el optimista y el intuitivo.
Lo que más suelen hacer es juntarse en la Fábrica o por los alrededores del Camí de l´Estació, pues Pifa vive en la cercanía, en unas viviendas de alquiler que son conocidas como les cases barates. Y emplean la mayor parte del tiempo en conversaciones interminables en las que hablan de todo, pero las charlas más recurrentes son las historias sobre sus familias, las pelis que han visto, lo que quieren ser de mayores, las chicas que les gustan y “eso”, que no es otra cosa que el sexo, pero que ni se atreven a mentarlo por su nombre.
-Como mi padre es factor del ferrocarril, hemos vivido en muchos pueblos. Por eso cada uno de mis hermanos ha nacido en pueblos diferentes. Lolita nació en Altea, Pepito en Buñol y yo en Chiva.
-Pues mi padre antes de casarse también vivió en muchos pueblos. Recuerdo que estuvo en Argelita, Fanzara, Artana y alguno más que ahora no me viene a la cabeza. Pero desde que se casó no ha salido de aquí.
-Yo, de mayor, quiero ser factor como mi padre y trabajar en el ferrocarril. Además del sueldo, puedes viajar gratis.
-¿A cualquier sitio de España?
-Bueno, a los sitios donde el tren es de la compañía para la que trabajes. ¿Tú qué quieres ser?
-A padre le gustaría que fuera ingeniero o, al menos, perito. A madre que fuera médico. Lo de ingeniero no sé, pero médico no me gusta. Me da miedo la sangre.
-Pero a ti, ¿qué te gustaría?
A Zaca le cuesta abrirse hasta con su amigo del alma.
-A mí me gustaría ser abogado o trabajar en las películas. Padre quiso que fuera al seminario de Tortosa, pero a mí no me hubiera gustado ser cura.
-Anda, a mí tampoco, pero médico no me importaría. Ganan mucho dinero. Y como hablamos de gustos, ¿qué chica del pueblo te gusta más?
-No lo sé. Todas me parecen unas birrias. Bueno, menos Milieta y Elvira.
-¿Quiénes son?
-Milieta a veces me cuidaba de crío y Elvira nos cuidaba cuando madre tuvo a Chimet.
-Pero esas no valen. Si te cuidaban de crío ya deben de ser muy viejas. Me refiero a las chavalas que pasean por el Raval -Zaca es incapaz de confesar que no le gusta ninguna.
En primavera y verano, Clavijo y Pifa suelen sentarse, al caer la tarde, en cualquier leve prominencia, algunas veces en la Pedra de la Lliura, y desde allí contemplan el negro tendido del ferrocarril y el trazo gris de la carretera que son como dos blancas estelas abiertas entre los campos de naranjos, de almendros y de huertas de tierra campa que rodean el pueblo. Pifa, dada la profesión de su padre, es un entendido en trenes y cuando pasa un convoy de pasajeros –ora hacia el norte, ora hacia el sur- va indicando su nombre: el expreso de Valencia, el correo de Barcelona, el ligeret de Tortosa, el borreguero de Tarragona. Los trenes sin nombre y sin horario fijo son los convoys de mercancías que suelen arrastrar incontables vagones.
Les gusta contemplar el conglomerado de campos, divididos en pequeñas fincas, salpicados de casetas de campo y en el que destacan las manchas verdes de los huertos de naranjos o las manchas más oscuras de los algarrobales. Y, sirviendo de telón de fondo, el trazo azulado del mar que cierra el horizonte por el este. Muchas tardes pierden el sentido del tiempo y la noche se les echa encima. La bóveda del firmamento va poblándose de estrellas y ambos chavales a veces se enredan en diálogos sobre una suerte de filosofía astral. En estos casos es cuando a Pifa se le ocurren ideas muy raras que cuenta a Zaca, esperando que éste las resuelva.
-Zaca, ¿qué pasaría si una de esas estrellas cayera sobre la tierra?
–Las estrellas no pueden caerse. Están como clavadas en el cielo.
-¿Y tú cómo lo sabes?
–Porque me lo ha dicho don José.
-¿Es que tu maestro lo sabe todo?
–Pues, seguramente, sí.
–Sabrá de todo, pero mi padre dice que jugando al chamelo es un adoquín.
Pifa es el que lleva a Clavijo a acometer aventuras que para el chico canijo rayan en la temeridad y hasta en la locura. Como aquella vez que le convenció de que podían darse un atracón de naranjas en el huerto del señor Ventura, encajonado entre el Camí de l´Estació y el Camí de les Marjals. Con tal mala suerte que les pilló el tío Serrano, uno de los guardias jurados de campo. Al ver el guarda que uno de los ladronzuelos era el sobrino de Daniel de Quiquet, el cabo de la unidad, en vez de llevar la pareja de asustados mocosos a la policía municipal, no dio parte y los condujo a casa del cabo para que procediera a su entender. Daniel les echó un buen rapapolvo, les conminó a no repetir la “hazaña” y los dejó que se fueran a casa. Más tarde, y personalmente, informó a los padres de la travesura de sus primogénitos.
-Todavía me duele el culo de los cintarazos de mi padre. No vuelvo a probar una naranja ni que me la unten de miel. ¿A ti también te han sacudido?
-Peor. Me han prohibido que toque un tebeo o una novela en quince días.
-Vaya suerte que tienes.
-No creas. Habría preferido que me hubieran cascado.
-¿Qué hacemos esta tarde?
-Lo que quieras menos meternos en campos ajenos.
-Como ha llovido, ¿por qué no vamos a ver si el
Engulidor está lleno de agua?
-A mí el Engulidor me da miedo. Mejor vamos a la
estación a ver pasar trenes.
-A estas horas solo pasan mercancías. Bueno, el expreso Sevilla-Barcelona pasará en hora y media.
Así suele transcurrir la mayor parte del tiempo de ocio de ambos chavales. Cada vez hablan más de “eso”. Pese a que es el de menor edad, Pifa es el que parece saber más de sexo. En cambio, Zaca, teóricamente el listo de la pareja, está hecho un auténtico lío.
-Entonces, ¿las mujeres llevan los críos en la barriga?
-No sé si en la barriga, pero por ahí en la panza.
-¿Y los bebés como llegan hasta la panza?
-Eso no lo sé bien. Creo que están ahí desde que el padre los mete.
-¿Y el padre cómo los mete?
-Con la pilila.
-¡¿Con la pilila?!
-¿Tú has visto como los conejos montan a las conejas? Pues algo parecido. Y ya está bien, canijo. Eres un plasta. Aburres hasta las ovejas. Déjalo.
No, Zaca no lo deja. Cuando no entiende algo es incapaz de no parar hasta desentrañarlo. Pero, ¿a quién preguntar? De cuantas personas a las que suele hacerlo, no se le ocurre ni una a la que antes se moriría de vergüenza que le preguntaría sobre “eso”. Quizás Joaquinito, como hijo de médico, pueda explicárselo mejor que Pifa. Cuando lo vea le preguntaré, se dice. Como la impaciencia lo consume, se lía la manta a la cabeza y decide preguntar al único que sabe que no le va a regañar por plantear unas preguntas tan feas.
-Esa clase de preguntas, Sacarietes, se las debes de hacer a tu madre. Ella te lo explicará mejor que nadie.
Hasta mosén Florencio se lo ha quitado de encima. Decididamente, “eso” es algo que no debe de tener una explicación sencilla. Pero el chico no ceja. Se dice que con la de críos que hay toda la gente mayor lo debe saber. Si continúa buscando, alguien se lo contará de pe a pa… Y, finalmente, lo encuentra. Quien menos podía suponer. Su hermana Charo a la que se lo ha explicado madre, que sin embargo se lo ha ocultado a él. El hecho de que madre ha sido explícita con su hija y no con su primogénito lo sintió como una puñalada trapera. Tardó mucho en olvidarlo.
PD.- El próximo martes publicaré el episodio 17, de la novela “El masover”, titulado: ¿Derechas? ¿Izquierdas?
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