A la postre, Pifa no ha tenido que buscar una pandilla de chiquitas para compartir la mona de Pascua. Manolo ha pillado uno de sus recurrentes catarros. Y Joaquinito se ha ido a pasar la Semana Santa a Barcelona con su familia, invitada por un hermano de don Joaquín, también médico y que tiene consulta en la Ciudad Condal. Pifa y Zaca han decidido comerse solos la mona. El fortachón, malhumorado. El canijo, aliviado, pues no tendrá que verse en el brete de tener que emparejarse con alguna chiquita más alta que él.
Con su entrada en la pubertad al chaval de los Clavijo se le ha acrecentado su capacidad de escudriñar en su yo interior. Y empieza a hacerse peguntas, si no trascendentales, sí sustantivas. Y una de las tantas es si ha superado sus traumas infantiles. De alguno de ellos es consciente de haberlo dejado atrás, de otros no está tan seguro.
El primer trauma del que guarda recuerdo es de cuando vivía en la casa de la calle Horno. Tenía un pavor cerval de subir a la falsa por las noches, no así durante el día. Y es que el último tramo de escalera que va hasta la falsa no tiene luz. Era la oscuridad de ese tramo lo que le producía un temor que no podía remediar. Sabe que ahora no temblaría. Trauma superado, pues.
Otros dos traumas que le impactaron, y que descubrió sobre los ocho años, fueron el de la inexistencia de os Reyes Magos de Oriente y que el relato de la cigüeña, al igual que el de los Reyes, era más falso que un duro sevillano.
Zaca esperaba con verdadera ilusión la fecha del seis de enero, porque llegaban los Reyes con los ansiados regalos que, en el caso del muchacho, solían ser más utilitarios que lúdicos. Lo habitual era una modesta mescolanza de material escolar, libros de entretenimiento, ropa y alguna chuchería o dulce. Pero tanto o más que los propios regalos le hacía estremecer de placer el hecho en sí de la llegada de los Reyes. La noche del cinco le costaba conciliar el sueño y el seis era el primero de la casa en levantarse y acudir al dormitorio de padres a pedirles que abandonaran la cama, pues para ver lo que habían dejado Sus Majestades de Oriente los padres debían de estar presentes. Y ese día cuidaba con mimo los más nimios detalles.
-Madre, ¿dónde será mejor que dejemos el turrón y las copas de sidra para los Reyes?
Y al comprobar al día siguiente que el dulce y la bebida habían desaparecido suspiraba aliviado. Una vez más, Sus Majestades no le habían fallado. Y al año siguiente se le ocurría:
-Madre, he pensado que nunca dejamos nada para los camellos. ¿Por qué este año no ponemos junto al belén un balde con agua para que beban y un poco de alfalfa para que coman?
Y cuando en la mañana del seis, el cubo aparecía sin gota y de la alfalfa ni rastro le daba un espasmo de gozo. Quizás uno de los Reyes que le causaron un impacto más hondo fue aquel año que en la Fábrica de la llum, los Reyes tuvieron la humorada de dejarle los regalos en el tronco de la frondosa higuera napolitana que ocupaba el centro del corral. Lo que le provocó el shock no fueron los regalos, sino que alrededor del tronco había unas boñigas que la abuela Isabel, tras olerlas, definió tajante:
-No hay duda, por como huelen son boñigas de camellos. Seguramente de los de Sus Majestades.
Pero cuando estando en tercero, uno de los mayores de la escuela, Plácido, que lo tenía enfilado, se burló de él ante toda la clase por su fe en los Reyes, le produjo tal trauma que creyó morirse.
-Pues, Sacaríes, no eres tan listo como muchos creen. Eres más tonto que un caracol de secano. Mira que con ocho años todavía creer en los Reyes. No existen, idiota. Son los padres.
Aguantó el tipo, pero cuando se metió en su habitación lloró como no recordaba haberlo hecho, ni cuando murió aplastado por un carro Tolito, el gato de la familia al que profesaba un tierno afecto. El trauma acabó superándolo, pero le costó lo suyo.
El otro trauma que le acaeció por la misma época fue cuando Troyano, que no era mal chico, le explicó que lo de que los niños los traía la cigüeña era un cuento chino.
-Los niños nacen por la figa de las mujeres. A ver si te enteras de una vez so vaina.
Desde entonces, lo de figa -con dos acepciones en el habla local higo y vagina-, le resultó una de las palabras más despreciables, tanto que se negaba a repetir la segunda acepción. El paso del tiempo ayudó indefectiblemente a que olvidara el trauma.
Así como todos tuvimos traumas, ocurre algo parecido con los complejos. Quién no tuvo algún complejo de niño que levante la mano. Si alguien lo hace lo más probable –casi seguro- es que esté falseando sus recuerdos. Zaca también juega limpio ahí. Tuvo emociones reprimidas que perturbaron su conducta. Dos de sus complejos fueron muy precoces: ser feo y bajito.
De su presunta fealdad no tuvo noticias hasta que siendo muy niño –quizás de menos de cinco años- el sordera de su abuelo paterno, que por entonces vivía en la Fábrica, dijo de él en su presencia creyendo que no le oía:
-Que feo es el pobre. Vaya morros que tiene.
A lo que la abuela Isabel, a la que iba destinado el lamentable comentario, respondió con un airado:
-¡Cállate, coño!
Lo de sus morros quedó confirmado cuando Manolo Segura le espetó:
-Morrud, que eres un morrud.
Era evidente que era un morrudo, pues en aquel tiempo en su demacrado rostro lo que más llamaba la atención eran sus gruesos labios que, en verdad, convertían su cara no precisamente en un dechado de belleza masculina. Desde que oyó el poco piadoso comentario de su abuelo –al que le costó perdonar- asumió que era feo y quizás esa asunción fue la causa de su timidez con las muchachas. Hoy ese trauma lo ha superado en buena parte, pues su rostro ha ido moldeándose con más músculo y el grosor de sus labios no resalta tanto como antaño. Incluso sabe que una de las amigas de Charito, Fina la Mema, ha comentado a su hermana:
-Tu hermano es mono –Cuando Charo le chivó el calificativo de Fina, ojeó la palabra en el diccionario enciclopédico de Sopena y se topó con la agradable sorpresa de que una de las acepciones de mono es: De aspecto agradable por cierto atractivo físico, por su gracia o por su arreglo y cuidado. Quedaba claro que no era precisamente un Adonis, pero tampoco un Quasimodo. El complejo y correlativo trauma casi superado.
Lo de considerarse bajito, eso sí que es un complejo que no ha logrado salvar. No es que sea un enano –mide uno sesenta y cuatro y, según el médico de la familia, todavía puede crecer dos o tres centímetros más-, pero es el más bajo de sus amigos y de buena parte de la muchachada local. Aunque se consuela pensando que está, más o menos, en el fiel de la balanza: hay tantos chicos más altos, como otros tantos más bajos. Lo que vino a confirmarlo la tía Paca a la que le oyó comentar a madre:
-Zaquita no es bajito, es de lo que más hay.
O sea, que es del montón. Sin embargo, el complejo de su corta talla no ha sido capaz de superarlo y eso se refleja en hechos y ocasiones que a veces rondan el ridículo. Lo acusa mucho en su trato con las muchachas: no puede resistir que una chavala sea más alta y procura no tratar con las que le superan en estatura. Ni siquiera se pone a su vera y mucho menos baila con ellas. Incluso con las niñas que son de su talla, piensa que cuando se hagan mayores calzarán zapatos de tacón y entonces le sobrepasarán, por lo que procura alejarse de ellas. Y aquella vez que madre le llevó a Castellón de compras y, tras adquirir unos zapatos en Segarra, le indicó:
-Mañana vas a ir donde el tío Canet a que ponga medias suelas de goma a los zapatos para que duren más.
La idea le pareció estupenda, pues pensó que eso le haría parecer al menos un dedo más alto.
El complejo de ser un patoso es otro de los que no ha logrado dejar atrás. Es consciente de que, aunque ha mejorado su musculatura y la coordinación motora, continúa siendo desmañado. Sobre todo con las manos. Ahí la genética le ha negado el pan y la sal. En su familia todos tienen alguna o varias habilidades manuales. Padre es un manitas capaz de arreglar cualquier aparato que se haya averiado y hasta de construir cachivaches nuevos. Madre sabe coser y bordar que es un primor. Charito emula a madre y en cuanto a habilidad manual es igual que padre. Pedrito le da al balón tan bien que hay quien apunta que de mayor puede terminar jugando en un equipo de relumbrón; en el del pueblo, seguro. Y hasta Chimet apunta maneras: con un lápiz en la mano ya sabe hacer garabatos que prometen. En cambio, él es incapaz de servirse de las manos más allá de los movimientos más básicos. Como cariñosamente la tía Emilia le dijo una vez:
-En el aspecto físico eres el patito feo de la familia. Pero consuélate, en contraposición también eres el más listo. Vaya lo uno por lo otro.
Un trauma deja de serlo o, al menos, duele menos si hay consuelo que lo alivie. Y, a Dios gracias, Zaca tiene un mínimo arsenal de consuelos que pueden resumirse en tres: la lectura, el cine y su amigo Pifa.
Cuando se sumerge en las páginas de un libro, sobre todo si es una novela o un cuento, la lectura le absorbe de tal modo que se olvida de todo, hasta de sus traumas y complejos. Algo parecido le ocurre con el cine. Vive con tal pasión las pelis que le gustan, y que más tarde rememora una y otra vez, que se abstrae de todo lo que no sea la historia que narra el film. Para Zaca ir al cine es como si fuera a una consulta del psiquiatra. Y el postrer consuelo para aliviar sus choques emocionales y sus tendencias reprimidas es Pifa, su amigo del alma. Es al único a quien cuenta los traumas y complejos que le atormentan. Y Pifa tiene siempre una frase o un gesto que, quizás sin pretenderlo, ayudan a Clavijo a olvidar sus demonios interiores. Como aquella vez que, tratando de recomponer la página rota de un tebeo, acabó por romperla del todo.
-¡Mierda!, soy un patoso. No debe de haber en toda la provincia alguien tan torpón como yo.
-No digas chorradas. Eso le puede pasar a cualquiera,
-Pero seguro que a ti no te pasa.
- No se puede ser el mejor o el peor en todo. Yo te gano corriendo, pero tú me ganas multiplicando. El que no se consuela es porque no quiere.
PD.- El próximo martes publicaré el episodio 16, de la novela “El masover”, titulado: El corazón tiene razones que… (10278 intemporal)
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