martes, 8 de julio de 2025

27. “El masover”. La Panderola


   El 22 de junio, comienzan los exámenes libres en el Instituto de enseñanza media de Castellón, el único que hay en la provincia. El domingo, madre dejó en la habitación del primogénito  la muda de ropa interior, la camisa que va a estrenar, chaqueta y pantalón, así como los zapatos recién lustrados. El muchacho, al ver el pantalón que le ha preparado, protesta.

   -Madre, ¿por qué voy a ir en pantalón corto?, ¿no sería mejor el largo que me regalaron cuando cumplí los diez años?

   -Creo que no, si vas en pantalón corto pareces más niño y seguro que los profesores te tratarán con más indulgencia.

   -Los zapatos de Segarra siguen estando muy duros. Si no le importa, preferiría llevar los viejos que esos no me hacen daño.

   -Bueno, te los lustraré para que no se note que son viejos.

   -¿Y tengo que llevar corbata?, me aprieta el cuello

   -Hijo, te quejas de todo, póntela y no protestes más.

   El lunes, la señora Rosario y Zaca, a las 8:00, cogen el coche de línea de Autos Mediterráneo que cubre la línea Torreblanca-Castellón, que solo para en la Ribera de Cabanes y, de allí, va directo a la capital de La Plana, donde la primera parada es en el barrio llamado el Descarregador que está cerca del Instituto. Viaje que dura alrededor de una hora, pues las cuestas de Oropesa del Mar retardan la circulación y eso que las cogen en sentido descendente. El autobús va a tope, pues los lunes se celebra mercado en la ciudad que atrae a mucha gente de los pueblos. Antes de llegar a la Castellón, todos los pasajeros se han enterado de que la señora Rosario, la mujer del llumero, acompaña a su hijo que se examina de primero de bachillerato. Algo así es bueno que se sepa, pues es un motivo de orgullo para la familia, ya que es el único del pueblo que está estudiando bachiller por libre. Al chaval las explicaciones de madre le ponen todavía más nervioso y no hace más que retocarse el pelo y remangarse los puños de la camisa que parece que le quedan largos. Madre trata de tranquilizarlo, pero justo consigue lo contrario. 

   Los centros públicos de secundaria, que hasta 1901 se llamaban Institutos Provinciales de Segunda Enseñanza, ahora tienen el altisonante nombre de Institutos Generales y Técnicos. El de Castellón está ubicado en el solar de la antigua plaza de toros y alberga tres centros: Instituto, Escuela Normal y Escuela de Trabajo y, en la parte posterior, cuenta con un Jardín botánico. El edificio del centro de enseñanza media les impone, pues es una construcción formidable que ocupa toda la manzana. Al llegar, preguntan al bedel donde son los exámenes de primero y el uniformado les indica el aula donde comenzarán, siendo primeros los de Geografía. El chaval suspira aliviado, pues esa materia es su predilecta y cree que va más que preparado, no solo para aprobarla sino para sacar buena nota. Después, se examina de Gramática y Caligrafía. Y del resto se examinará el martes.

   -¿Cómo te ha salido, hijo?

   -Lo que se dice bordado, no, pero bien, sí, madre, sobre todo la Geografía. El examen de Gramática ha sido un poco difícil, pero creo que lo pasaré, y el de Caligrafía ha estado chupado.

   -¿Ya se te han quitado los nervios?

   -Del todo, no, pero algo más tranquilo sí que estoy.

   Dado que las pruebas han durado toda la mañana, los Clavijo no pueden coger el coche de línea de las 13 horas, de regreso al pueblo, y han de quedarse en la ciudad, pues ya no hay autobús de vuelta hasta las 18. Madre, que había previsto tal contingencia, lleva en su bolsón una fiambrera con un almuerzo de fortuna: una tortilla de patata y un pequeño guiso de hígado encebollado que, como bien sabe, son dos de los pocos platos que su hijo se los come sin hacer demasiados dengues. Y, como postre, ha elaborado exprofeso unos almendrados que esos sí le gustan al chaval, que es inapetente pero algo goloso. Como no es cuestión de gastar demasiado yendo a un bar o una taberna, se van a comer al Parque Ribalta, el mejor parque público de la ciudad, al lado de la nueva plaza de toros y de la estación del ferrocarril. En el centro del paseo, se encuentra una gran plaza donde desembocan los diversos senderos del parque. En uno de los paseos laterales, junto a un pequeño lago, reducto de unos cuantos cisnes y varias familias de patos, buscan un banco a la sombra y dan buena cuenta de las viandas. Acompañan la comida con tragos de la gaseosa de bolita que madre ha comprado en un quiosco que hay a la entrada del parque, que un día es un día y no hay porqué escatimar gastos.  Cuando terminan con el almuerzo, mientras madre descabeza un sueñecillo, el chico se acerca al estanque a echar migas de pan a los cisnes y a los descarados patos que, como están habituados, no tienen ningún temor en formar un grupo junto a la barandilla donde está el muchacho. En cuanto despierta madre, la pareja se adentra en el centro de la ciudad, pues la señora Rosario ha de hacer algunas compras que les llevan por la calle de Enmedio hasta la Puerta del Sol –epicentro de la ciudad-, desde la que oyen un pitido.

   -¿Qué es ese pitido, madre?

   -Debe de ser La Panderola, el tren que va del Grao a Onda.

   -De ese tren me ha hablado Joaquinito Queralt. Dice que es chulísimo y no lo he visto nunca. ¿Podemos…?

   Madre, accede y lleva al muchacho a la cercana Plaza de la Paz, por donde transita el tren a vapor de vía estrecha que une El Grao con varios municipios contiguos. Han de esperar un buen rato hasta el paso del siguiente convoy. Al chico, que nunca ha visto un ferrocarril de vía estrecha, La Panderola le parece un tren de juguete, regalo que, por mucho que lo desea, sospecha que nunca le traerán los Reyes Magos. Zaca, debido a la influencia de su amigo Pifa, está acostumbrado a ver los trenes que circulan por la vía Valencia-Barcelona, por lo que al pasar la pequeña locomotora y los vagones que parecen para enanitos no puede reprimir una sonrisa burlona. En tanto, madre le explica que el trenecito, conocido popularmente como La Panderola, tiene una marcha tan lenta que hay pasajeros que lo cogen o se bajan de él estando en marcha. Y para completar la explicación le canta algunos compases de una cancioncilla popular:

De Castelló a Almassora,/ Xim pum tracatrac./

Va un tren que vola, leré./I per això li diuen/

Xim pum tracatrac/ La Panderola, leré 

   A todo eso, ya son cerca de las seis de la tarde y los Clavijo se apresuran a tomar el coche de línea que los devolverá al pueblo. Al día siguiente, martes, madre e hijo repiten la operación del día anterior. Hoy, el chico se examinará de Aritmética, Religión y Dibujo.

   -¿Qué tal te ha ido, hijo?

   -La Religión y el Dibujo, chupados. De Aritmética, ahí, ahí. Lo mismo puedo aprobar que suspender.

   -Bueno, si suspendes no pasa nada. El tío Paco dijo que puedes volver a examinarte en septiembre.

   A mediodía, la pareja vuelve al Ribalta a almorzar. El menú de hoy es una tortilla francesa y atún en escabeche, de postre los almendrados que sobraron del día anterior, y de beber la consabida gaseosa de bolita. Hoy no se mueven del parque, porque a madre le dijo su hermano Antonio, que trabaja en el ferrocarril, que hay un tren correo que para en Torreblanca y que pasa por Castellón a las 16:00, con lo que si lo cogen podrán llegar antes a casa. En cuanto terminan de almorzar se acercan a la contigua estación y se sientan en uno de los bancos que hay bajo la gran marquesina a esperar el tren. Es un convoy lento –al que se lo conoce como el borreguero- que para en todas las estaciones y apeaderos que hay entre la capital y el pueblo por lo que cuando llegan son las cinco y media pasadas.

   Una semana después salen las notas de primero de bachillerato libre. El tío Paco se ha encargado de recogerlas y se las manda a los Clavijo, dentro de un sobre, que entrega al cobrador del coche de línea que hace también de ordinario.

   -¡Qué nervios! –exclama el chaval al ver el sobre

   -Padre hace ademán de abrirlo, pero madre sugiere:

   -Creo que debería hacerlo el chico, al fin y al cabo son sus notas.

   El aludido coge el sobre con un temblorcillo de manos y con un cuchillo lo rasga. Dentro hay una cuartilla que hace de carpeta de las seis papeletas de cada una de las asignaturas de primero. Antes de mirarlas, el muchacho lee el contenido de la cuartilla que resulta ser una breve nota del tío Paco.

   Sobrinos: como ya os dije en su día, vuestro hijo vale, la prueba son las notas que ha sacado. Enhorabuena a todos, sobre todo al muchacho. Un abrazo. Tras lo cual, Zaca lee las notas: Geografía 9, Gramática 7, Caligrafía 7, Aritmética 5, Religión 8 y Dibujo 5.

   -¡He aprobado todas, las he aprobado!

   Los padres contemplan orgullosos la alegría de su primogénito. Ven recompensados todos los esfuerzos que han tenido que hacer para que el niño estudie. A madre, una furtiva lágrima se le desliza mejilla abajo. Padre está que revienta de satisfacción, aunque procura que no se le trasluzca, al tiempo que piensa que el chico acaba de dar su primer paso en el tedioso camino del mundo académico, ¿tendrá fuerza y, sobre todo, voluntad para recorrerlo hasta el final?, se pregunta.

   El verano de 1931 es uno de los más felices que recuerda Zaca. Está en camino de ser bachiller, algo que ni en el mejor de los casos pudo soñar ningún miembro de los Clavijo o de los Alsina, pues ninguno de ellos pasó de la enseñanza primaria, que muchos ni siquiera acabaron. Los que más se han acercado han sido sus tíos maternos, Joaquín y Antonio, y ambos se conformaron con completar la primera enseñanza para luego trabajar, el primero de chófer, y el segundo de peón de vías y obras en el ferrocarril, pero aun así han elevado el listón laboral de la familia que siempre se desempeñó en el trabajo agrícola.  El chico se permite estar todo el estío holgazaneando y leyendo cuanto le apetece, sobre todo tebeos y novelitas baratas, de las que ha encontrado un filón en una biblioteca que el padre de su amigo Joaquinito tiene en el desván. Aunque a él lo que más le gusta son las revistas infantiles y las historietas con viñetas, pero esas hay que comprarlas y, aunque no son excesivamente caras, el dinero brilla por su ausencia. Como madre está al tanto de sus preferencias, sugiere a padre que adelante el lance de llevar la hucha del muchacho al director del Banco de Vizcaya y boticario, don Eduardo Leuba, para que la vacíe, como suelen hacer todos los años a principios de julio. Hecho lo cual, las perras que le dan permiten al chaval comprarse algunos de los tebeos más populares. Y así se hace con tres ejemplares de la revista TBO, que es la más difundida del país; de dos ejemplares de Pulgarcito y de uno de Macaquete, cuyo humor absurdo y moderno no acaba de entender. Hasta estuvo ojeando una revista infantil americana, pero que desechó al estar en inglés, lengua de la que no sabe ni palote. La posesión de estos tebeos le permite ganar enteros ante sus amigos, a quienes gustosamente se los presta. A sugerencia de su amigo Pitarch, una vez leídos y releídos los tebeos que posee, se mete en la aventura del trueque con otros chicos que también poseen tebeos, con lo que aumenta exponencialmente su contingente de lectura. Piensa que va a ser el mejor verano de su vida: ha aprobado el primer curso, ha visto La Panderola y tiene un montón de tebeos nuevos. ¡Que más se puede pedir! A su manera, el muchacho es feliz, algo que, dada su innata tendencia al pesimismo, no le ocurre a menudo. Le pasa como a La Panderola, que va que vola.

 

  PD.- El próximo martes publicaré el episodio 28 de la novela “El masover”, titulado: La cabra murciana 

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