El
transportista termina de descargar del pequeño camión las cajas de azulejos que
ha depositado en el solar de lo que en unos meses será un bloque de
apartamentos, uno de los muchos que a principios de los años que corren, los sesenta,
se están construyendo en Las Villas de Benicasim, como en otros muchos lugares
de la costa mediterránea. Con un pañuelo, que está pidiendo a gritos una
urgente colada, se seca el sudor de la cara. Piensa que se ha ganado un buen
almuerzo y hasta un carajillo bien cargado. Cuando sale del bar donde ha
almorzado ve pasar a un anciano por la acera de enfrente cuya cara le resulta
familiar. Mira con más atención hasta que de pronto descubre quien es el viejo.
- ¡Don Manuel, don
Manuel Lapuerta! – llama a gritos.
El interpelado se vuelve sin mostrar prisa
alguna. Da la impresión de que no reconoce a quien está voceando su nombre y
que se le está acercando.
- Don Manuel, ¿no se
acuerda de mí? Soy Timoteo, el de Senillar. Recordará que tenía la iguala con
usted. Atendió a mi mujer en todos sus partos y a los críos cuando les daba
algún arrechucho.
Con tantos detalles, al fin parece que se ha
hecho luz en la memoria del octogenario.
- Ahora caigo,
claro, tu mujer se llama Rosita, ¿verdad? Tuvisteis cuatro niños, tres varones
y una hembra.
- Que bien que se
acuerde de mí. Cuando se lo cuente a Rosita se va a llevar un alegrón de muerte;
ella siempre dice que usted ha sido, de largo, el mejor médico que hemos tenido.
Que causalidad que le encuentre aquí. Yo le hacía en Carcagente.
- Cuando me jubilé,
de eso hace ya unos años, compré aquí un apartamento de los que tienen vistas
al mar, es pequeño pero para mí y Angustias es más que suficiente. Pero no
continuemos de pie o la artrosis me pasará factura, vamos a sentarnos en esa
terraza y te invito a lo que quieras. De paso me cuentas cosas de Senillar.
Una vez sentados, el anciano parece recobrar
ánimos y comienza a interrogar a Timoteo.
- ¿Y qué novedades
me cuentas del pueblo?
- Pues no sé por dónde
empezar, ¿qué quiere saber?
- ¿Continua Gimeno siendo
el cacique? y su mujer ¿sigue tan guapetona?
- ¡Quia! Gimeno ya
no vive en el pueblo, se marchó a Valencia. Está de mandamás de un sindicato,
creo que del de Hostelería. Y sobre su mujer, dicen las malas lenguas que si se
han desajuntado. Ella tampoco ya no vive en el pueblo. Se rumorea que si se ha
ido a Madrid y se ha arrejuntado con un pez gordo, pero de eso no le puedo dar
fe.
- Bueno, las
parejas se hacen y se deshacen, es algo natural. Aunque en la España del
nacionalcatolicismo los que quieren desajuntarse, como dices, lo tienen crudo,
ya no existe el divorcio y el matrimonio es hasta que la muerte separe a los
cónyuges. Oye, y si ya no está Gimeno, ¿quién os pastorea ahora? – lo de
pastorear le ha salido de manera espontánea, solo espera que Timoteo no se
moleste por ello.
El transportista, que no es lerdo, sí se ha
dado cuenta de que el término usado por el viejo médico convierte a la gente de
su pueblo poco menos que en borregos, pero se hace el desentendido.
- Mandar, lo que se
dice mandar, mandan los de siempre, los ricos. Gente como los Arbós, los Blasco,
los Alberola…; en fin, los que tienen cuartos e influencias. Aunque en teoría
quien debería mandar es el que está de alcalde y jefe local de Falange.
- ¿Y quién es?
- Don Ricardo
Poveda, uno que es maestro. No sé si se acordará de él. Está casado con
Adelina, una chica del pueblo. Don Ricardo es el que hace de mamporrero de los
que de verdad cortan el bacalao.
- Hombre, pasan los
años pero, por lo que cuentas, las cosas no cambian, siguen teniendo la sartén
por el mango los ricachos y los funcionarios. ¿Y qué me dices de mi amigo Sanchís,
el boticario?
- Se jubiló y se
fue a vivir a Almazora con una hermana. De la gente de título que había en el
pueblo cuando usted estaba creo que no queda nadie. El veterinario joven que usted
recordará, don Alfonso, también se marchó. Por cierto, se casó con la hija
mayor de un maestro que no recuerdo
como se llamaba, pero que se apellidaba Villangómez. Ahora ejerce en un pueblo
que está al lado de Sagunto.
- ¡Cuántos cambios,
cuántos años! – es todo lo que acierta a decir Lapuerta.
Como parece que al anciano ya se le han
acabado las preguntas, Timoteo cambia de registro.
- Por cierto, hay
que ver cómo está creciendo Benicasim, con la coña de los veraneantes este
pueblo aumenta de un año para otro. Siempre que vuelvo han hecho algún bloque
nuevo de apartamentos. A este paso la playa se va a quedar chica para tanta
gente y eso que aquí más que playa lo que tienen es un playón.
- Así es, el
turismo está cogiendo mucho auge y de hecho la economía del pueblo depende cada
vez más de los turistas y menos de la agricultura como ocurría antes. Supongo
que por eso mismo en Senillar le habrán dado un buen lavado de cara a la zona
costera de la Marina.
- ¿Un lavado? Ni
lavado ni leches. Lo que han hecho es una cagarruta. En el cincuenta y nueve
construyeron un espigón de nada en la parte sur, y frente al caserío han
levantado un muro, que no debe de tener más de metro y medio de altura, y que
está a unos ocho metros de las casas. Eso que han construido y nada es todo lo
mismo porque sigue habiendo la misma playa de mierda de siempre en la que hay
más cantos rodados que arena.
- ¡Qué poca visión
de futuro! Con lo cuesta abajo que va la agricultura y la inexistencia de algún
tipo de industria, ¿los que mandan todavía no se han dado cuenta de que la
llave del progreso del pueblo está en la zona costera, en el turismo? – El
viejo hace una pausa como si reflexionara y luego retoma su discurso -. Acabo
de decir algo que quizá no sea del todo exacto: lo de que no hay industria,
porque me has contado que traías un porte de azulejos, ¿es qué ya hay allí
azulejeras?
- ¡No caerá esa
breva! Ni azulejeras ni Cristo que las fundó. Como no hagan una fábrica de
buñuelos de viento ya me dirá usted de qué. En el pueblo hay lo de siempre, los
cultivos y poco más.
- Hablando de
cultivos, ¿cómo sigue lo del coto arrocero?
- Eso pasó a la
historia. El agua era cada más vez salitrosa y resultaba muy cara por lo que el
cultivo dejó de ser rentable. Ahora los marjales están como antes, solo hay carrizos
y juncos.
- O sea que el
pueblo sigue como siempre, sesteando.
- Más o menos;
bueno, para ser justos, más.
- Es sorprendente
que la gente no quiera prosperar.
- Eso se lo tengo
que negar, don Manuel. Claro que queremos vivir mejor, a quien le amarga un
dulce, pero los que mandan no parecen estar por la labor porque ellos sí que
viven bien. Y ya se sabe, donde hay patrón...
- Magro futuro les
espera a vuestros hijos.
- Hombre, don
Manuel, no hay que ser pesimista. Las cosas pueden cambiar, solo hay que darle
tiempo al tiempo. ¿No lo cree usted?
- No, no lo creo.
Las cosas solo cambiarán cuando aparezca una generación que quiera de verdad
progresar y no limitarse a vivir como lo hicieron sus mayores.
- ¿Y cuándo ocurra
eso, si es que llega, cómo lo sabremos?
- Porque cuando
llegue ese día, que llegará, la gente dejará de seguir como borre… – el anciano
se corta y trata de suavizar su discurso - con mansedumbre a los que van al
frente de la procesión.
Pese a la dulcificación de la frase, el
comentario ha escocido a Timoteo y está a punto de revolverse, pero mira a su
interlocutor y solo ve a un viejo achacoso que mira más al pasado que al futuro.
Por eso hace una pregunta anodina:
- ¿Y cuándo calcula
usted que eso puede pasar?
- Cuando en el país
haya una democracia que no necesite de adjetivos como el de orgánica y en el
pueblo gente que sepa pensar por su cuenta. Siendo optimistas, échale un par de
generaciones. ¿Y sabes qué te digo? Que tampoco sois una excepción, en Senillar
estáis, como en el resto de España, sumidos en la pertinaz sequía que no solo
es climatológica. ¡Qué país, Miquelarena!
FIN
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