El final del 42 es un momento trágico para los Carreño. En los primeros días de diciembre Julio se levanta una mañana con dolor abdominal. No desayuna y Paca le prepara una tila para ver si le sienta el estómago, pero el trastorno y los dolores van en aumento hasta que llega un momento en que, pese a su carácter espartano, no puede soportarlo.
-Paca, llama a Jesús a ver si me da algo para calmar estos dolores que me están matando.
Jesús acude presuroso a ver a su padre y desde el primer instante se da cuenta de que aquello no es una indigestión o algo similar sino que es más serio. Inmediatamente llama a una ambulancia y pide que lleven a su padre a urgencias del Hospital Clínico de San Carlos, centro en el que conoce a varios médicos. A estas alturas, Julio está retorciéndose de dolor. Ingresado, es diagnosticado como paciente afectado por un agudo trastorno abdominal de etiología desconocida. Lo primero que hacen los médicos es aplicarle un sedante en vena para atenuar el dolor y luego le practican varias pruebas. La información que el doctor Capelo, uno de los conocidos de la familia, le da a Jesús es la confirmación del primer diagnóstico: su padre tiene un fuerte trastorno abdominal de origen desconocido.
-¿Y qué le vais a hacer?
-Abrirle para ver qué tiene, no queda otra.
-Pues hacedle lo que sea necesario.
-Necesitamos que firmes la autorización para intervenirle.
Avisados por Paca, han llegado al hospital los hijos del paciente, salvo Álvaro que sigue en el destructor Escaño, Andrés que continúa a bordo del Elcano y Pilar que está en Barcelona. Mientras, en el Clínico están interviniendo al patriarca de los Carreño. Pasada poco más de una hora, sale del quirófano el doctor Capelo. Su rostro le delata como portador de malas noticias.
-¿Ya habéis terminado? – pregunta Jesús, desconcertado por la rapidez de la cirugía.
-Hemos abierto y lo hemos cerrado. Lo siento, Jesús, tu padre no es operable. Tiene una isquemia intestinal, patología que le afecta tanto al intestino delgado como al grueso y que, dado lo avanzada que está, no hay cirugía posible. La pérdida de circulación sanguínea le ha dañado el tejido intestinal y será la causa, si Dios no lo remedia, de su óbito. Lo lamento, Jesús, lo único que podemos hacer es sedarle para que al menos no sufra.
-¡Dios mío, que desgracia! ¿Y cuánto tiempo le queda?
-Cuarenta y ocho horas, quizá setenta y dos, no le doy más. ¿Tus hermanos marinos están aquí? –Al ver el gesto negativo de Jesús, el médico añade-: Pues envíales un telegrama urgente comunicándoles que, si quieren ver a su padre vivo, vengan cuanto antes.
Jesús da al resto de la familia la infausta noticia, y encarga a Froilán que se acerque a la estafeta más próxima, para que ponga sendos telegramas a los marinos notificándoles el estado del padre.
-Y ponle otro a Pilar –le recuerda Julián.
Froilán se acerca a la estafeta de Guzmán el Bueno y pone tres telegramas con este texto: “Papá gravemente enfermo. Médicos diagnostican rápido desenlace. Debes venir cuanto antes. Froilán”. Pilar, en cuanto ha recibido el telegrama, se lo ha dicho a Luis y cogen uno de los vuelos regulares de la compañía Iberia que enlaza el aeropuerto del Prat con el de Barajas, al que llegan esa misma tarde. Al día siguiente, aparece Álvaro que, desde Cartagena, ha viajado a la murciana base aérea de San Javier desde donde un vuelo militar le ha llevado a Cuatro Vientos. Andrés no puede acudir al estar a bordo del Elcano.
Las primeras 24 horas, tras la fallida intervención, Julio los pasa sedado y rodeado por sus hijos que se turnan para que al menos dos de ellos estén en su cabecera. Los Carreño están desolados, no hace tanto que perdieron a su madre y ahora parece que su padre también les va a abandonar. Pese a que la mayoría de ellos son mayores de edad, no son capaces de hacerse a la idea de que se van a quedar huérfanos. Una familia tan unida como la suya se va a quedar sin nadie que la guíe. Julián y Jesús, aunque no lo comentan entre ellos, piensan que este será el momento en que puedan tener sus propias cuentas. Pilar, como hermana mayor en ausencia del Ttato, toma las riendas familiares y va encargando a cada uno de sus hermanos diversas gestiones a realizar.
-Espero que, en cuanto llegue el Tato, le quite el mando a Pilar, porque esta es capaz de formarnos en fila de uno –comenta Jesús con su miaja de sorna.
Y en efecto, en cuanto llega Álvaro, Pilar se repliega y las riendas familiares quedan en manos del primogénito. Es él quien sugiere al doctor Capelo que, para poder despedirse como Dios manda de su padre, tendrían que dejar de sedarle. El médico no es muy partidario alegando los sufrimientos del paciente, pero el marino no cede. De ninguna manera querría su padre irse sin despedirse de sus hijos. Al final, llegan a un acuerdo: dejarán de sedar al paciente el tiempo suficiente para que vea por última vez a sus hijos y luego volverán a dormirle para ahorrarle sufrimientos y que pueda morir en paz. Cuando Julio despierta del sueño inducido, al principio está como perdido, no sabe dónde está ni qué le ocurre, pero poco a poco va tomando consciencia y, en cuanto siente el primer latigazo de dolor, la recobra plenamente. Álvaro es quién primero e habla.
-Papá, estás en el Hospital Clínico, pues te has puesto malito. Estamos aquí los hermanos, pues todos quieren darte un beso – Álvaro no cree necesario precisar que Andrés no podrá venir.
Luego, uno a uno, los hermanos se acercan a la cabecera del enfermo para susurrar a su padre unas palabras de ánimo. Han acordado que nadie le hablará de su extrema gravedad. La última que besa a su padre es Pilar a la que Julio le bisbisea:
-Pilar, hija, te perdono. Vive tu vida.
A continuación, y sobreponiéndose al dolor, dice:
-Sois todos unos buenos hijos y ahora dejadme a solas con Álvaro.
En cuanto padre e hijo se quedan solos, Julio, que intuye que está en las últimas, sobreponiéndose a los espasmos dolorosos y con voz entrecortada, le da al primogénito sus postreros consejos, aunque más bien parecen mandatos.
-Hijo, si no salgo de esta, has de ocupar mi lugar. Cuida de las chicas y, si no llegan a casarse, que no les falte de nada y haz lo mismo con Paca, lleva con nosotros toda la vida. De los chicos los que más me preocupan son los casados, no por ellos sino por sus mujeres, querrán independizarse, pero recuérdales que las farmacias son de toda la familia y una familia, una cuenta. Y para ocupar mi puesto tendrás que estar más tiempo en Madrid, a ver cómo te las apañas…
La voz de Julio se ha ido haciendo más inaudible a medida que los espasmos provocados por el dolor han ido creciendo. Al darse cuenta, Álvaro le dice:
-Papá, te van a dormir para que no sufras y estate tranquilo, haré todo lo que tú quieres hasta que te recuperes –Le da un beso a su padre al tiempo que llama a la enfermera para que vuelvan a sedarle.
Menos de veinticuatro horas después, y sin recobrar la consciencia, Julio Carreño fallece.
PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 94. El nuevo patriarca