viernes, 28 de marzo de 2025

Libro IV. Episodio 93. Julio fallece


   El final del 42 es un momento trágico para los Carreño. En los primeros días de diciembre Julio se levanta una mañana con dolor abdominal. No desayuna y Paca le prepara una tila para ver si le sienta el estómago, pero el trastorno y los dolores van en aumento hasta que llega un momento en que, pese a su carácter espartano, no puede soportarlo.

   -Paca, llama a Jesús a ver si me da algo para calmar estos dolores que me están matando.

   Jesús acude presuroso a ver a su padre y desde el primer instante se da cuenta de que aquello no es una indigestión o algo similar sino que es más serio. Inmediatamente llama a una ambulancia y pide que lleven a su padre a urgencias del Hospital Clínico de San Carlos, centro en el que conoce a varios médicos. A estas alturas, Julio está retorciéndose de dolor. Ingresado, es diagnosticado como paciente afectado por un agudo trastorno abdominal de etiología desconocida. Lo primero que hacen los médicos es aplicarle un sedante en vena para atenuar el dolor y luego le practican varias pruebas. La información que el doctor Capelo, uno de los conocidos de la familia, le da a Jesús es la confirmación del primer diagnóstico: su padre tiene un fuerte trastorno abdominal de origen desconocido.

   -¿Y qué le vais a hacer?

   -Abrirle para ver qué tiene, no queda otra.

   -Pues hacedle lo que sea necesario.

   -Necesitamos que firmes la autorización para intervenirle.

   Avisados por Paca, han llegado al hospital los hijos del paciente, salvo Álvaro que sigue en el destructor Escaño, Andrés que continúa a bordo del Elcano y Pilar que está en Barcelona. Mientras, en el Clínico están interviniendo al patriarca de los Carreño. Pasada poco más de una hora, sale del quirófano el doctor Capelo. Su rostro le delata como portador de malas noticias.

   -¿Ya habéis terminado? – pregunta Jesús, desconcertado por la rapidez de la cirugía.

   -Hemos abierto y lo hemos cerrado. Lo siento, Jesús, tu padre no es operable. Tiene una isquemia intestinal, patología que le afecta tanto al intestino delgado como al grueso y que, dado lo avanzada que está, no hay cirugía posible. La pérdida de circulación sanguínea le ha dañado el tejido intestinal y será la causa, si Dios no lo remedia, de su óbito. Lo lamento, Jesús, lo único que podemos hacer es sedarle para que al menos no sufra.

   -¡Dios mío, que desgracia! ¿Y cuánto tiempo le queda?

   -Cuarenta y ocho horas, quizá setenta y dos, no le doy más. ¿Tus hermanos marinos están aquí? –Al ver el gesto negativo de Jesús, el médico añade-: Pues envíales un telegrama urgente comunicándoles que, si quieren ver a su padre vivo, vengan cuanto antes.

   Jesús da al resto de la familia la infausta noticia, y encarga a Froilán que se acerque a la estafeta más próxima, para que ponga sendos telegramas a los marinos notificándoles el estado del padre.

   -Y ponle otro a Pilar –le recuerda Julián.

   Froilán se acerca a la estafeta de Guzmán el Bueno y pone tres telegramas con este texto: “Papá gravemente enfermo. Médicos diagnostican rápido desenlace. Debes venir cuanto antes. Froilán”. Pilar, en cuanto ha recibido el telegrama, se lo ha dicho a Luis y cogen uno de los vuelos regulares de la compañía Iberia que enlaza el aeropuerto del Prat con el de Barajas, al que llegan esa misma tarde. Al día siguiente, aparece Álvaro que, desde Cartagena, ha viajado a la murciana base aérea de San Javier desde donde un vuelo militar le ha llevado a Cuatro Vientos. Andrés no puede acudir al estar a bordo del Elcano.

  Las primeras 24 horas, tras la fallida intervención, Julio los pasa sedado y rodeado por sus hijos que se turnan para que al menos dos de ellos estén en su cabecera. Los Carreño están desolados, no hace tanto que perdieron a su madre y ahora parece que su padre también les va a abandonar. Pese a que la mayoría de ellos son mayores de edad, no son capaces de hacerse a la idea de que se van a quedar huérfanos. Una familia tan unida como la suya se va a quedar sin nadie que la guíe. Julián y Jesús, aunque no lo comentan entre ellos, piensan que este será el momento en que puedan tener sus propias cuentas. Pilar, como hermana mayor en ausencia del Ttato, toma las riendas familiares y va encargando a cada uno de sus hermanos diversas gestiones a realizar.

   -Espero que, en cuanto llegue el Tato, le quite el mando a Pilar, porque esta es capaz de formarnos en fila de uno –comenta Jesús con su miaja de sorna.

   Y en efecto, en cuanto llega Álvaro, Pilar se repliega y las riendas familiares quedan en manos del primogénito. Es él quien sugiere al doctor Capelo que, para poder despedirse como Dios manda de su padre, tendrían que dejar de sedarle. El médico no es muy partidario alegando los sufrimientos del paciente, pero el marino no cede. De ninguna manera querría su padre irse sin despedirse de sus hijos. Al final, llegan a un acuerdo: dejarán de sedar al paciente el tiempo suficiente para que vea por última vez a sus hijos y luego volverán a dormirle para ahorrarle sufrimientos y que pueda morir en paz. Cuando Julio despierta del sueño inducido, al principio está como perdido, no sabe dónde está ni qué le ocurre, pero poco a poco va tomando consciencia y, en cuanto siente el primer latigazo de dolor, la recobra plenamente. Álvaro es quién primero e habla.

   -Papá, estás en el Hospital Clínico, pues te has puesto malito. Estamos aquí los hermanos, pues todos quieren darte un beso –  Álvaro no cree necesario precisar que Andrés no podrá venir.

Luego, uno a uno, los hermanos se acercan a la cabecera del enfermo para susurrar a su padre unas palabras de ánimo. Han acordado que nadie le hablará de su extrema gravedad. La última que besa a su padre es Pilar a la que Julio le bisbisea:

   -Pilar, hija, te perdono. Vive tu vida.

   A continuación, y sobreponiéndose al dolor, dice:

   -Sois todos unos buenos hijos y ahora dejadme a solas con Álvaro.

   En cuanto padre e hijo se quedan solos, Julio, que intuye que está en las últimas, sobreponiéndose a los espasmos dolorosos y con voz entrecortada, le da al primogénito sus postreros consejos, aunque más bien parecen mandatos.

   -Hijo, si no salgo de esta, has de ocupar mi lugar. Cuida de las chicas y, si no llegan a casarse, que no les falte de nada y haz lo mismo con Paca, lleva con nosotros toda la vida. De los chicos los que más me preocupan son los casados, no por ellos sino por sus mujeres, querrán independizarse, pero recuérdales que las farmacias son de toda la familia y una familia, una cuenta. Y para ocupar mi puesto tendrás que estar más tiempo en Madrid, a ver cómo te las apañas…

   La voz de Julio se ha ido haciendo más inaudible a medida que los espasmos provocados por el dolor han ido creciendo. Al darse cuenta, Álvaro le dice:

   -Papá, te van a dormir para que no sufras y estate tranquilo, haré todo lo que tú quieres hasta que te recuperes –Le da un beso a su padre al tiempo que llama a la enfermera para que vuelvan a sedarle.

   Menos de veinticuatro horas después, y sin recobrar la consciencia, Julio Carreño fallece.

 

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 94. El nuevo patriarca

martes, 25 de marzo de 2025

“El masover”. 12. Veinte duros son muchos duros

 

Antes de que los Clavijo se fueran a Torrenostra, don José Domingo, se pasó por su casa para contarles que ha logrado reunir el profesorado que dará clases de primero de bachiller al primogénito. Un compañero, don Domingo Mañes, impartirá las asignaturas de aritmética, dibujo y caligrafía. Mosén Florencio le dará religión, y él le enseñará geografía y gramática. También se encargará de organizar el horario y demás cuestiones. Le tomarán las lecciones en el grupo escolar después de la sesión vespertina y, en total, la enseñanza les costará veinte duros al mes, salvo en julio y agosto. El maestro reconoce que cien pesetas es un dinero, pero no tanto considerando el número de profesores y, sobre manera, lo mucho que se ahorrarán al no tener que enviar el chiquillo a Castellón. El maestro omite que el vicario se ha ofrecido impartir sus clases  sin retribución, pues mosén Fumadó no ha renunciado a llevar al chaval al seminario.

  A pesar de la alegría que siente el muchacho por el futuro esperanzador que parece aguardarle, una sombra sigue ennegreciendo ese futuro: parece que no es tan fácil para sus padres ahorrar los veinte duros de marras. Escollo del que se ha enterado por la tía Paca. Saber que su familia tiene problemas económicos para costearle el bachillerato, aunque sea por libre, hace que se le encoja el corazón. ¿Será posible que por cien cochinas pesetas al mes su ilusión por ser bachiller se vea truncada?

   Es consciente de que veinte duros para él solo son un guarismo, pero para padre supondrá que tendrá que trabajar todavía más. ¿Y de dónde sacará tiempo?, se pregunta, porque además de encargado de la luz, hace de proyeccionista y monta instalaciones eléctricas, por su cuenta, en las nuevas viviendas que se construyen en el pueblo. Y de madre, no digamos: llevar una casa y cuatro hijos le absorbe todas las horas de día.

   ¿Podría hacer algo para allegar unas pesetas y serles menos gravoso?, se torna a preguntar. ¿Pero qué puede hacer? Sabe que hay niños que ganan algún dinero ayudando ocasionalmente en tareas domésticas y agrícolas, en trabajos puntuales aptos para las fuerzas de un muchacho. Algunos de esos trabajos se repiten año tras año, sobre todo en las épocas de recoger las cosechas. En el pueblo hay un adagio que dice: qui no pot segar, que espigole –cuya traducción libre sería: quien no puede segar que busque espigas entre la paja-. Lo que especialmente ocurre cuando se cosechan los almendros, pues al quedar algunos almendrucos en los árboles o pasar desapercibidos a los recolectores; tras la cosecha es frecuente ver a gente, chiquillos incluidos, que revisan los almendrales para hacerse con los frutos olvidados. Por otra parte, físicamente no se ve con arrestos para los trabajos agrícolas que son las únicas ofertas de empleo que pueden encontrarse en el pueblo.

    Ha hablado de la cuestión con madre que ha tratado de tranquilizarlo.

   -Es cierto que andamos justitos de dinero, pero tu padre y yo queremos que seas algo en la vida. No queremos que trabajes y padezcas como nosotros. Tú puedes ser algo grande en la vida, Zaquita. Haremos los sacrificios que hagan falta para que puedas hacerte bachiller. Tú no te preocupes. Lo que tienes que hacer es estudiar los libros y aprobar los cursos.

   Pese a las tranquilizadoras palabras de madre, a Zaca le resulta imposible sustraerse al persistente interrogante de: ¿Cómo podría ganar alguna perra?, porque veinte duros siguen siendo muchos duros. La casualidad, el destino o los hados -vaya usted a saber- contestan su pregunta de la forma más inesperada.

   Al señor Zacarías se le ha planteado un problema en el trabajo.

Su ayudante, Paco Piñana, ha tenido que pedir la baja porque una gripe mal curada ha devenido en neumonía. Al no tener quien le ayude, la lectura mensual de los contadores va muy retrasada y la fecha para enviarlas a la oficina provincial se acerca. Ha pedido que, como en otras ocasiones, le envíen el ayudante del encargado de la LUTE de la vecina Alcalá de Chivert para que le eche una mano, pero de Castellón le han contestado negativamente. Se las tendrá que apañar por su cuenta. Como último recurso sopesa contratar de su bolsillo a alguien para que le ayude. Cuando lo comenta con su esposa, ésta pone el grito en el cielo.

   -Con lo justitos que vamos ¿y quieres contratar a un peón pagándolo nosotros? ¿Te lo has pensado bien?

   -Es que se me va a echar encima la fecha de cierre de las lecturas y aun me falta revisar como una cuarta parte del pueblo.

   -Bueno, no creo que porque te retrases unos días vayan a ponerte las peras a cuarto en Castellón

   -¡Vaya si me las pondrán! Ten en cuenta que Castellón ha de enviar las lecturas a la oficina principal de Valencia para que esta confeccione los recibos del mes. Y ese es el quid de la cuestión, no les importan tanto las lecturas, pero el cobro de los recibos, para la dirección de la compañía, es una cuestión innegociable.

   La explicación del llumero ocasiona que la mujer comprenda que el problema es más serio de lo que pensaba, pero se le ocurre algo. Por eso es más lista que su marido.

   -¿Sabes qué? No será necesario que contrates a nadie. Se me acaba de ocurrir que la solución la tienes en casa. Zaquita te puede ayudar, y de números sabe un montón –incluso piensa que el chico sabe más que su marido, pero no lo verbaliza.

   -¡¿El niño?, pero qué dices mujer! Si solo tiene diez años y es un alfeñique. Además me podrían denunciar por dar trabajo a un menor de edad. Y en la compañía lo podrían tipificar como una falta grave con consecuencias que no me atrevo ni a pensar.

   -¿Qué te pueden denunciar?, ¿y quién lo va a hacer? En un pueblo como éste que, cuando llega la hora de cosechar, todos los chiquillos, no importa la edad que tengan, dejan de ir a la escuela para ayudar a sus padres. Y las faenas del campo son infinitamente más pesadas que leer contadores. ¿Conoces a algún padre que haya sido denunciado por ello? Jamás se ha denunciado a nadie. Por otra parte, en la suposición de que algún mala sangre te denunciara, siempre podrías alegar que lo llevabas para mostrarle como es tu trabajo. Y te recuerdo que en alguna ocasión ya te lo llevaste a mirar contadores, que para él fue como un juego.

   -Eso es cierto, pero fueron un par de ratitos, y más que nada porque el chico insistió, pero ahora serán tres o cuatro días casi toda la jornada y no creo que aguante.

   -Bueno, pero no se trata de un trabajo pesado.  Si lo llevaras a entrecavar o a plantar cebollinos, sería la primera en poner el grito en el cielo y a negarme que hiciera un trabajo tan pesado, pero de lo que estamos hablando es de ir por las casas de los abonados, subir la escalerilla un par de peldaños, leer el contador y cantar la lectura en voz alta. Faena que  puede hacer perfectamente Zaquita porque, aunque es delgado, está más fuerte de lo que parece.

   -Sí, pero subir esos peldaños muchas veces al día es más cansino de lo que imaginas. Y además, hay que cargar con la escalerita, que es cierto que resulta liviana al ser de madera de chopo, pero al final del día el hombro lo acusa.

   -Eso tiene solución. Cuando se canse, cambiáis los papeles, tú subes la escalera y él anota las lecturas. Otra solución, si es que se cansa, es que lo envíes a casa y sigas solo. Y cuando haya descansado, que vuelva a ayudarte otro ratito. En cuanto a que te pueden denunciar, insisto: habría que denunciar a más de la mitad del pueblo. O sea, que por ahí no hay problema.

   Aunque Rosario tiene solución para todas las pegas de su marido éste, tozudo como buen aragonés, insiste en que la propuesta de su mujer es una pésima solución, y que hay que buscar otras vías. Vista la irreductible postura de su marido, Rosario decide gastar el último cartucho.

   -¿Y por qué no haces una cosa?, ¿por qué no llamas al chico, le planteas la cuestión, y a ver cuál es su respuesta? Si se niega o tiene dudas lo dejamos correr. Si contesta afirmativamente, tú verás lo que decides. Para contratar a un peón siempre estás a tiempo.

   El señor Zacarías arroja la toalla, piensa que discutir con su mujer es como darse contra un muro. Llama al muchacho, le cuenta lo que está pasando y le pregunta:

   -¿Te gustaría ayudarme algunos ratitos a leer contadores?

   Ante su sorpresa, la reacción del chaval es como si le hubiese propuesto llevarlo a la feria.

   -Claro que sí, padre. Me gustaría mucho. Es muy divertido. La última vez que me llevó lo pasé de miedo. Y no me disgustaría repetirlo.

   -Sí, pero entonces solo fue un rato, ahora será más tiempo.

   -No importa. Mire lo que le digo: un chico que conozco de la escuela, Manolo Pitarch, ayuda algunas veces a su padre cuando va a reparar la línea del telégrafo y la avería está cerca del pueblo. Es verdad que es un año y meses mayor que yo, pero es un enclenque y la mitad de fuerte. Puedo hacerlo perfectamente. Y ayudar a tu padre, no sé si viene en el catecismo, pero seguro que es algo bueno, como una de las obras de misericordia.

   Ahí acaba el problema. Madre tenía razón: Zaquita puede echarle una mano a padre y, además, lo hará encantado, puesto que el trabajo es bastante sencillo. Se entra en las viviendas de los abonados –en el pueblo las casas suelen estar abiertas, como mucho cerradas con picaporte- al aviso de: “¿Se puede?, la llum”, y, sin esperar respuesta, se planta la escalerita bajo el contador, que suele estar ubicado junto a la puerta de entrada. Se suben uno o dos peldaños, se leen los kilovatios que marca el contador, se canta la lectura; quien lleva la libreta la anota, le resta los kilovatios del mes anterior y lectura terminada. Fácil.

   Lo que nadie de los Clavijo pudo imaginar es que de esa ocasional ayuda al señor Zacarías nacerá una derivada que originará que veinte duros ya no sean tantos duros. Una vez más, se hace patente que los hados o el destino tienen designios inescrutables o que, como suelen repetir las beatas: Dios escribe recto con renglones torcidos. Amén.

 

PD.- El próximo martes publicaré el episodio 13 de la novela “El masover” titulado: El escrivent

“El masover”. 12. Veinte duros son muchos duros

viernes, 21 de marzo de 2025

Libro IV. Episodio 92. Una segunda boda en la familia Carreño

 

   Álvaro, que continúa en el destructor José Luis Díez, cuenta a los suyos que a principios de agosto embarcó en el buque el Generalísimo, acompañado por el ministro de Marina y séquito, desembarcando en La Coruña. Y que en septiembre fue en comisión de servicios a San Sebastián para ponerse al frente de la trainera de la Marina que tomó parte en las regatas de aquel puerto. También les cuenta que le han concedido la Cruz del Águila alemana, todavía no tiene muy claro por qué. Por último, que con fecha 31 de julio, por orden del Almirante de la Escuadra, ha sido destinado al destructor Ulloa, destino en el que dura poco, porque a mediados de septiembre es nombrado segundo comandante del cañonero Calvo Sotelo, lo que representa un ascenso, si no de rango sí de capacidad de mando.

   Entre tanto, en el primer semestre del 42, Andrés cursa y aprueba todas las asignaturas del curso, además de asistir a conferencias del Código Militar, Ordenanzas y Moral Militar. En marzo sale a la mar para hacer prácticas en uno de los destructores de la flotilla afecta a la Escuela. Luego, pasa a disfrutar un mes de licencia reglamentaria hasta el 20 de julio, fecha en que comenzará el tercer curso. El hecho de que haya pasado de curso supone una gran alegría para la familia, que así se lo hace saber cuándo llega a Madrid.

   Aprovechando que Álvaro también está de permiso, Julián le plantea lo de la cuenta única, pues sabe que es quien tiene mayor ascendencia sobre su padre.

   -¿Podrías hacer algo, Tato?

   -Lo siento, hermano, pero en esa cuestión estoy de acuerdo con papá. En una familia tan unida como la nuestra, encuentro que tiene lógica lo de una familia, una cuenta.        

   Menos de veinticuatro horas después del ataque sobre Pearl Harbor, los japoneses invaden Hong Kong, la gran base británica en China, también las Filipinas y las colonias de Malasia, Borneo, y Birmania. Su objetivo es apoderarse de los campos petrolíferos de las Indias Orientales Neerlandesas. Pese a la resistencia de los Aliados, todos los territorios capitulan en cuestión de meses, y en febrero loa nipones toman Singapur; es la peor derrota británica de su historia. Japón también ataca China, pero dos ejércitos chinos, el nacionalista bajo el mando de Chiang Kai-shek, y el comunista al mando de Mao Zedong, son capaces de contenerlos.

   En la tertulia comentan que en el frente del Pacífico las fuerzas navales de los Aliados casi son destruidas en la batalla del Mar de Java, pero la audaz incursión estadounidense de Doolittle sobre Tokio levanta la moral de los norteamericanos. A principios de mayo, los japoneses intentan conquistar Nueva Guinea, pero el ataque es abortado por las marinas aliadas en el Mar del Coral. Pese a ello, los nipones consiguen la mayoría de sus objetivos y la única fuerza aliada que se les opone son los tres portaaviones americanos que se salvaron cuando Pearl Harbour. Los japoneses envían una flota a la isla de Midway para atraerlos, pero bombarderos, con base en los portaaviones yanquis, hunden cuatro de sus mejores portaaviones. Es una victoria aliada que marca el punto de inflexión en la guerra del Pacífico.

   Entre tanto, en Europa se desarrolla la llamada Batalla del Atlántico; así la narra el siempre bien informado Valdés.

   -En el norte del Océano Atlántico, los submarinos alemanes, los legendarios U-Boot, intentaron cortar las líneas de suministro al Reino Unido. En los primeros meses de guerra hundieron más de 100 buques, pero en mayo del 42, y desconozco el motivo, algo cambió a favor de los Aliados.

   Lo que desconoce Valdés  es que un destructor aliado capturó a un sumergible alemán y encontró, intacto, un ejemplar de la máquina Enigma, un genial aparato de cifrado; con lo que a partir de ese momento las flotas aliadas pueden interceptar y descifrar algunas de las comunicaciones por radio de los alemanes.

   En el frente oriental, Stalin ordena una contraofensiva. Inicialmente los ataques tienen éxito, pero el ataque pronto pierde fuerza. Los alemanes avanzan hacia el Cáucaso, para apoderarse de los campos petrolíferos, pero los rusos incendian los pozos. En septiembre, los alemanes rodean Stalingrado. El VI Ejército alemán no ha sido equipado para luchar en un ambiente urbano y con un frío mortal, y el general Paulus, que lo manda, pide a Hitler poder retirarse, pero éste, que ha llegado a obsesionarse con la toma de Stalingrado, rechaza la retirada.

   En la España del 42 ocurren interesantes sucesos a algunos de los hermanos Carreño. Es en junio cuando el benjamín de los Carreño da un alegrón a su familia, pues aprueba el Examen de Estado. Cuando le preguntan la carrera que piensa estudiar la respuesta de Froilán es tajante:

   -Quiero ser marino de guerra como mis hermanos mayores.

   Su padre se inclina a que estudie Farmacia como Jesús y Ángela -de Pilar suele olvidarse-, pero el chico parece tenerlo claro.

   -No, papá, quiero ser como el Tato y Andrés.

   El 20 de julio, Andrés cesa en la Escuela Naval y pasa al Juan Sebastián de Elcano para efectuar el tercer curso. Al cabo de una semana salen del arsenal de La Carraca a la mar, para cuatro días más tarde volver a Cádiz. El 2 de agosto zarpan hacia Santa Cruz de Tenerife y luego recalan en Las Palmas de Gran Canaria.

   Septiembre es el mes elegido por Jesús Carreño para contraer matrimonio. Tiene edad para ello pues acaba de cumplir los treinta. Para la boda se juntan todos los Carreño, hasta Pilar viene de Barcelona acompañada de su inseparable Luis. Álvaro es el padrino y la madrina es una tía de la novia. En la propia sacristía de la iglesia donde la pareja ha contraído matrimonio, un funcionario del juzgado hace firmar a los recién casados los documentos preceptivos para darle también carácter civil a la ceremonia, al tiempo que les entrega, debidamente cumplimentado, el Libro de Familia que les acreditará como esposos allá donde vayan. En la España nacionalcatólica esos pequeños detalles marcan la diferencia entre la gente de bien –los de derechas de toda la vida- y el lumpen.

   Julio está contento por el enlace, aunque no deja de preocuparle que sus tres hijas sigan solteras y sin compromiso, pues la única que tenía un pretendiente, Eloísa, hace tiempo que le dio largas. En el fondo, piensa que la culpable de que eso ocurra es Pilar que ha dado un mal ejemplo a sus hermanas. Es lo que comenta con la esposa de su amigo Damián Ramírez.

   -Estarás contento, Julio –le dice Charo-, otro chico que se te casa.

   -Mucho, pero lo estaría más si mis hijas siguieran el camino de Jesús y Julián.

   -Bueno, todavía están en edad de merecer, el día menos pensado cualquiera de ella te trae un yerno a casa.

   -La Virgen de Guadalupe lo quiera.

PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro IV, Las Guerras, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 93. Julio fallece